Desnuda, me siento desnuda. Y a pesar de mi tendencia
nudista (en vano voy a querer negar que me gusta exhibir mis preciosas curvas)
debo decir que no me siento nada cómoda con esta situación. Se acabaron las
promos y yo me siento desnuda y con el ropero vacío. Viste cuando abrís tu
ropero y sentís en el fondo de tu corazón y tu pupila que no tenés nada nuevo
que ponerte, nada inspirador, nada que robe el aliento y te sale aquel lamento
boliviano, aquella letanía visceral que solemos emitir las mujeres con tono
teatral ante estas situaciones: “no tengo nada que ponerme”. Seguro ya te pasó. Pero ahora seguro que
cuando lo decís… ¡ES CIERTO! ¿Cómo no sentirse desnuda? Si no te pudiste
comprar nada de las últimas colecciones de tus marcas favoritas.
La verdad que este fin de año sin mis promos y cuotas lo veo
todo negro. Y no de un negro “black
Friday” sino de un negro retinto bien nefasto. A donde me voy a ir de
vacaciones sin mis 12 cuotas sin intereses para pagarme el paquete. ¡Si con lo
endeudada que estoy aún del último Black Friday no me da ni para ir a veranear
en Chololó!
La tarjeta de crédito es algo que se inventó para que
comprar sea más fácil… pero pagar infinitamente más difícil. El tema es que la
tarjeta tiene pues también su costo de mantenimiento y ni hablemos de sus
intereses. Había sido que era tan alto que por 20% de descuento terminábamos
pagando un interés de hasta 50% sobre la mora. ¡Y el que está libre de mora que
tire la primera piedra! La verdad que
con tantos gastos de mantenimientos e intereses mis tarjetas llevaban más vida
de mantenida que yo. Digamos que figurativamente había sido eran las tarjetas
las que vivían en un SPA y no yo. Diviiinas ellas con su mantenimiento.
Yo francamente no sé que me paso. La verdad que siempre tuve
tarjeta y siempre me manejé bastante bien con ellas. Pero últimamente parecía
un mono con Gillette. Que pucha mono con Gillette, era un chimpancé con
ametralladora UZI. ¡Era un peligro! ¡Demasiaaaado ya me entusiasmé con las
promociones! Parecía una ninja, tarjetazo aquí tarjetazo allá, tarjetazo en
todas partes. Así también terminé con monos en todas y cada una de mis
tarjetas. Y como no iba terminar así si
me saqué una tarjeta de cada banco de plaza, de la cooperativa, del súper, de
la despensa, del shopping y hasta un poco más y me sacaba tarjeta del verdulero
de la feria todo por aquel ansiado descuento prometido. Tenía tantas tarjetas
que podía jugar tranquilamente al solitario por 3 horas usando mis múltiples
tarjetas como barajas.
Obviamente la historia iba a terminar mal con ese ritmo. Y
así me fue. Últimamente cada compra era un suplicio. Iba a la caja temblando. Y
ni bien pasaban mi tarjeta, en esos 30 segundos de espera que se dan antes de
la confirmación del pago, empezaba a tirarle buena onda mental al post: “va a
pasar, va a pasar, va a pasar” rezando internamente para que Dios me salve de
la humillación de tener que escuchar “saldo insuficiente” frente a una fila
entera de chismosas triperinas. Cuando me aprobaban la transacción juro
que últimamente tenía que refrenar las
ganas de hacer un bailecito de emoción en plena caja.
Últimamente para que me aprobaran tenía que estar estrenando
la tarjeta, ya que todas las anteriores estaban literalmente reventadas. En la
caja pasaba bochorno tras bochorno. No me rebotaban una, me rebotaban TRES. El
proceso de pago era patético. Parecía que estaba racionando provistas para los
refugiados sirios. Ehhh…. Cobrame 150.000 con esta tarjeta, 50.000 con esta y
el saldo con esta, pero si no te pasa, probá con esta.
Ahora les metí tijera a todas. Y no solo no tengo crédito,
sino que estoy endeudada hasta el 2017 por todas las malditas cuotas del black
friday del 2012.
La verdad que estoy tan depre que mejor les dejo y me voy a
hacer terapia de shopping…. ¡en efectivo!
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