Lotte Schulz nació con el
nombre de María Carlota Schulz en la ciudad de Encarnación en 1925. Tuvo la
suerte de formarse con dos grandes artistas: el Maestro Guido Viaro, con quien
estudio dibujo y pintura en Curitiba y quien le enseñó a dominar las técnicas y
pictóricas y el gran grabador Livio Abramo, quien le enseñó las posibilidades del
grabado y que el arte es algo emocional y libre.
Su larga y nutrida carrera
artística le gano muchas satisfacciones. En 1956 obtuvo una mención de Honor en
el Concurso de Arte Religioso del Paraguay. En 1960 obtiene el Gran Premio
Fondo Nacional de las Artes en Argentina y la Medalla de Oro del Diario “La Razón”
de Buenos Aires. En 1965 recibe la Mención de Honor en la Bienal de Grabado en
Santiago de Chile y el Segundo Premio por el Paraguay en Pintura, en el
Salón ESSO de Artistas Jóvenes de Latinoamérica.
Desde su primera exposición
colectiva en el Salón Primavera del Ateneo Paraguayo en 1957, expone
regularmente en muestras colectivas e individuales en Paraguay, Argentina,
México, Italia, España, Chile, Japón, Estados Unidos, Mónaco, Bolivia, Perú,
Brasil, Uruguay, Inglaterra, Alemania, Botsuana, Sudáfrica y Francia. Sus obras
integran el acervo de numerosas colecciones particulares y museos tanto en el
país como en el exterior. Participo en las Bienales de Sao Paulo de 1959 y
1962, en la Bienal de Chile d 1964 y en la Bienal de Florencia de 1969.
Además de ser una destacada
artista plástica, se dedicó a la docencia de artes plásticas, especializándose
en la enseñanza de libre expresión para
niños en la Escolinha de Arte y se dedicó también al restauro de obras de arte,
habiendo estudiado Conservación y Restauración de obras de arte en la
Universidad Internacional de Arte de Florencia, Italia y en el Instituto
Central de Roma. Fue restauradora del Museo Nacional de Bellas Artes del
Paraguay, llegando a ser Directora de este museo.
Hoy, a sus 90 años puede mirar
atrás y observar una carrera artística impecable y una vida rica en aventuras y
experiencias. Hablar con ella es un lujo
que hace a las delicias de toda persona interesada en las Artes. A punto de
cumplir 90 años, lucida e irreverente, se abre con su chispeante humor y agudeza
con anécdotas en las que aparecen los grandes nombres del arte paraguayo,
quienes fueran sus colegas, maestros y amigos.
¿Cómo fue tu infancia?
Enrique, mi papa era
austrohúngaro. El vino tras la primera guerra mundial. Ellos perdieron la
guerra y la nobleza austriaca cayo y él quedo desprestigiado pues era
funcionario del estado como militar. Como no conseguía trabajo, tuvo que
venir hacerse la América. Mi papá era
ingeniero con porte de dandy. Durante la Guerra se había especializado en hacer
trincheras, y en Paraguay fue contratado para cambiar los durmientes del
ferrocarril. Así llegó hasta Encarnación.
En San Pedro del Paraná conoció a mi mama, María Irene, que era una
bella mujer. La vio en una fiesta y el gringo cayo de rodillas delante de ella.
Juntos tuvieron dos hijos, mi hermano y yo. Yo tuve una bella infancia. Nací en
Encarnación y cuando tenía 4 años nos mudamos al Brasil donde me crie y estudie
en el deutsche schule. Vivimos en Curitiba, Sao Paulo y Foz de Iguazú y luego
yo regrese a Asunción.
¿Cómo acercaste al arte?
Yo me acerque al arte siendo
muy chiquita. Cuando tenía alrededor de 7 años tenía un profesor alemán que
dibujaba espléndidamente. A mí me fascinaba verlo dibujar y todos los días le pedía
a mi maestro que me hiciera un dibujo en mi cuaderno. Al poco tiempo empecé a
dibujar yo también. Durante el resto de mis años escolares fui copista, empecé
a copiar los cuadros clásicos, con eso fui ganando la mano y la sensibilidad
tonal para los colores. Llegue a copiar a la perfección esos cuadros académicos
y expuse el mejor de ellos en la exposición de fin de año. Mi profesor de Física
y Química, quien también dibujaba muy bien, al ver el dibujo en tinta china de
Cristo que había presentado, dijo: “esta chica tiene talento y una gran
sensibilidad con la línea.” Entonces mis padres decidieron invertir en arte y
me hicieron estudiar con el pintor italiano llamado Guido Viaro, en Curitiba.
¿Cómo fue esta primera clase de pintura?
La recuerdo tan bien. Me puso
un cuaderno grande de diseño en frente y coloco una jarra de cerámica sobre la
mesa y me dijo: “Dibuje.” Y yo hice una
jarra perfecta pero chiquitita que no cubría ni un cuarto de la hoja. El
profesor lo miro y me dijo: “Es muy bueno su dibujo, pero si yo le doy un papel
grande, usted tiene que llenar el papel. Si le doy un papelito chico, usted
llena el papelito chico, pero esto no está bien.” Aprendí mi lección y me gustó
mucho estudiar con él. Mis clases con Viaro me ayudaron a ganar el ojo y el
pulso, pero como eran copistas no me ayudaron a ganar creatividad. Recién
cuando grabado con Livio Abramo aprendí a ser creativa.
¿Cómo eran las clases de Livio Abramo?
Él nunca te decía que tenías
que hacer. El respetaba la personalidad de cada uno de sus alumnos. El
solamente te enseñaba a usar las gubias y los buriles, a trabajar la madera y
la técnica, dejando la temática a criterio de cada uno. Él nunca se metió a opinar
sobre lo que cada uno quería hacer. Ensenaba la técnica, no la temática.
Enseñaba con mucha libertad. Nos daba conferencias en las que hablaba sobre
teoría estética e historia del arte, era muy cerebral y nos enseno a trabajar
con lo que nos salía de adentro.
¿Cómo lo describirías?
¡Chinchudo! (risas) ¡Como todo
viejo impertinente, que en paz descanse y me perdone! (Mas risas). Si uno sabia
andar con él, se estaba a la mil maravillas, pero si uno lo provocaba se
enojaba con mucha facilidad. Pero fue un gran artista y un gran profesor.
Sinceramente yo le tengo una gran pena a Livio. El sacrifico su nombre
internacional de artista para dedicarse a formar artistas en Paraguay. Pudiendo
haberse ido a triunfar en Paris, el decidió venir a enseñar a Asunción. Cuando
yo me entere de esto te juro que quise llorar, porque conociéndolo sabía que en
un año en Paris el lanzaba su nombre, y con 10 años en Paraguay, ni nosotras
casi ya nos acordamos. Él amaba Paraguay, lo recorrió a fondo con sus amigos Ramiro Domínguez
y el arquitecto Saturnino de Brito, llego hasta esos pueblos más remotos y las
capillas más humildes. Livio se quedó encantado con lo que vio y esto lo plasmo
en su obra. El interior del Paraguay se convirtió en su tema. Teniendo la
opción de ir a donde quisiese por su gran talento, el decidió quedarse en
Paraguay a enseñar y a crear.
¿Contame sobre tus primeros años como artista en Asunción?
Asunción era muy chiquito por
ese entonces, éramos muy pocos los que trabajábamos en arte. Estábamos Lili del
Mónico, Olga Blinder, Edith Jiménez, Alicia Bravard, Ofelia Echague Vera y yo. Éramos
poquísimas y ni siquiera teníamos donde exponer. El único lugar donde podías
exponer era en el Ateneo Paraguayo, no existían la cantidad de galerías y
centros culturales que hay hoy en día. Con decirte que organizamos dos
exposiciones en las vitrinas de las tiendas de calle Palma. Incluso exponíamos
en una florería, La Boheme, en la esquina de Azara e Independencia Nacional.
Todas éramos alumnas de Livio Abramo y él nos abrió a todas las compuertas. Él estaba
muy conectado con la Bienal y nos dijo a todas: “preparen trabajo, vamos a la Bienal de Sao Paulo” y allá
fuimos, con muy poca experiencia y mucha ilusión. Era muy linda esa época. Pero
luego entro la Política y perdió todo el encanto. También la envidia. La
envidia dañó mucho al arte en Paraguay.
¿Cómo fue la experiencia de aquella primera bienal para
ustedes?
Con esa bienal empezamos a
sentir esa sensación de competir; porque antes no competíamos. Nos decíamos
mutuamente: “¡Qué lindo esta tu cuadro!” o “¡Qué bueno esta tu dibujo!” o “¡Ay
como me gusta tu cuadro!” Nos alabábamos mutuamente sin ese sentido de
competencia. Y cuando fue la Bienal de Sao Paulo entendimos lo que era la
competencia, aprendimos que teníamos que superarnos cada vez. Con esa
experiencia también viene la conciencia de que teníamos que hacer las
exposiciones continuas. Teníamos muy poca experiencia en exponer ya que en
Asunción había muy pocas exposiciones y eran muy diferentes. Uno hacia una
exposición al año en el Ateneo, elegías el cuadro que tu familia consideraba
que era el más lindo y lo llevabas allí a exponer. Cada artista exponía solo un
cuadro. No era como hacer una muestra individual en la que exponías 20 o 30
obras. Tampoco teníamos críticos especializados. Esto cambio cuando llego Oscar
Trinidad, un brillante abogado que era un entendido del arte que empezó a hacer
las primeras críticas de arte. Con la crítica uno sabía que tenía que
superarse. Oscar Trinidad era muy exigente por lo que sabíamos que teníamos que esforzarnos. Lamentablemente
murió muy pronto. Recuerdo que llore mucho su muerte.
¿Qué fue lo que te hizo decir “yo quiero ser artista”?
Ahí, en la bienal, adquirí la
noción de que era artista, de que no era una simple copista.
¿Qué presentaste en la Bienal de Sao Paulo?
Podes creer que todas las obras
que mande a Sao Paulo nunca me fueron devueltas. En una bienal mande 5 cuadros
en cuero muy grandes que no estaban enmarcados, porque eran tapices. Luego
presente una montura de cuero que yo había grabado completamente. Fue una obra
excepcional y muy comentada, incluso la elogiaron en el catálogo de la Bienal.
Me dio mucha rabia que no me la devolvieran. Desde esa vez deje de enviar obras
a la bienal de Sao Paulo, esta fue la última obra que mande.
Luego llegarían los premios. ¿Que significaron estos
premios en tu carrera?
La ESSO de Nueva York organizo
un premio de artistas jóvenes, menores de 30 años. Yo represente al Paraguay
junto a Carlos Colombino. Yo presente una casa colonial hecha sobre cuero que gano
el premio y la ESSO compro mi obra. Esto fue un gran impulso para mi carrera
artística porque me llovieron pedidos e invitaciones a importantes muestras de
grabado y bienales de Arte en todo el mundo. Otro premio muy importante en mi
carrera fue el primer concurso de Grabado en Buenos Aires en 1960. Mi obra gano
el primer gran premio. Aquí todos se quedaron de boca abierta.
Contame más sobre estos grandes artistas con los que
trabajaste
Edith Jiménez era muy buenas
pintora, con muy buena mano, pero cuando la conocí no era tan creativa porque
no se habían formado con el nuevo concepto del arte. Ella no eran copistas,
pero no sabían crear porque venían de una escuela muy academicista. Ella empezó
a ser creativa cuando hizo grabado Livio, allí a ella se le abrió el panorama.
¡Alicia Bravard era buenísima,
si ves alguna vez una obra suya comprala porque vale la pena! A mi criterio,
fue una gran artista, pero lastimosamente se casó y se fue a vivir a Caacupé y
perdió contacto con el arte. Por entonces aquí ya era difícil trabajar en arte,
imagínate lo que era en Caacupé. Ella era muy buena colorista y tiene cuadros
estupendos. No importa que ella no haya sido una estrella rutilante, ella fue
buena.
Ofelia Echague Vera fue una
gran pintora, si se quiere hasta se podría decir que fue la mejor
académicamente. ¡La mejor de todas las dibujantes y pintoras, según mi criterio!
Ella se recibió en Montevideo y fue una gran colorista con una muy buena mano.
Sus retratos son muy buenos.
Olga Blinder era muy
insistente, cuando estudiábamos juntas, no descansaba hasta que le salía
aquello que le costaba. Ella hacia muy bien las maternidades. Tenía buen
dibujo, y buena sensibilidad. Era muy
buena, pero Olga tenía dos grandes defectos para la Asunción de la época: era
comunista y era judía. Te decían: “no hables con Olga porque ella es comunista”.
Entonces no había que hablar con Olga. Esas estupideces teníamos que aguantar.
¡Vos te das cuenta la ignorancia que grandes daños hace al país!
Jaime Bestard era un hombre que
se dejaba amar. Él estaba allá intocable, con su manera de ser tan especial y
sus colores que mezclaba maravillosamente y su técnica para pintar tan
divinamente a pincel y espátula. ¡Fue un artista! Tenía una gran melena blanca,
era muy lindo, era flaco, alto e imponente.
Pindu fue un gran artista, el
hacia una obra de arte de la nada.
Roberto Holden Jara era de una limpieza
impecable, sus cuadros eran muy pulcros y muy buenos, académicos por supuesto,
pero muy muy buenos. Su taller reflejaba también esa pulcritud. Yo estuve una
sola vez en su taller y nunca más subí. Era una pieza con luz cenital en una
esquina, era todo tan blanco, tan blanco que parecía una farmacia. No había una
nota de color discordante. ¡No sé por qué se le ocurrió tener un taller así de
ordenado! ¡Un taller siempre es anárquico mi reina!
Hermann Guggiari estaba por
sobre todo: chismes, envidias y todo eso. A pesar de su estatura tan baja, él
se elevaba por sobre todos. Nadie se metía con él y él no se metía con nadie.
El y su esposa eran muy especiales y
tuvieron una linda familia. Recuerdo una anécdota muy simpática. Cuando se
embarazo por la séptima vez su esposa, Hermann tembló, porque era la costumbre
que el séptimo hijo varón fuese ahijado del presidente y Hermann no quería saber nada de eso. El pobre sufrió
horrores todos esos nueve meses rezando para que no fuera otro varón, solamente
para no tener que ser compadre de Stroessner. Pero por suerte nació una mujer:
Ana Rosa.
¿Qué te llevo a usar el cuero como soporte para tus
grabados?
Yo quería ser muy paraguaya,
muy patriota y quería hacer algo muy autentico y muy nuestro, y eso me llevo a
elegir el cuero. Mis temas son siempre muy nativos, yo siempre trabajo lo que está ligado a la tierra. Livio dijo
que mi gran aporte en las artes plásticas paraguayas fue introducir el cuero
como soporte para mis obras.
Entre tus temas también están siempre presentes los
animales
Si, mis gatos y mis avestruces.
Siempre fui muy animalera y toda la vida tuve gatos. El papá de mi hija Tilly me
trajo de regalo un avestruz chiquitito que se convirtió en mi mascota. Hasta dormía
conmigo en la cama y cada mañana al despertarse me estiraba el pelo con su pico
para que le abriera la puerta para poder salir al patio.
¿Mirando atrás a todos estos años dedicados al arte y la
cultura, cual crees fue tu mayor legado?
Mirando atrás creo que lo más
positivo fue mi labor en la enseñanza de los niños ya que siempre enseñe con
libertad de expresión pero con valores estéticos. Sé que si bien no todos mis alumnos salieron
artistas, hoy todos son conocedores del arte. Sé que mi legado fue formar
adultos para el futuro.
¿Qué es el arte para vos?
El arte es la razón de vida de
los hombres. Siempre se busca algo más que uno, y como uno nunca está
satisfecho, siempre aspira a más y el arte es eso intangible que nos empuja a buscarlo.