Viajar es para mí uno de los
grandes placeres de la vida. Pero ojo: no todo viaje es un viaje, pues todos
sabemos que hay viajes y viajes. Si bien viajar por trabajo puede tener un
valor agregado visto desde afuera, para quienes debido a su profesión viajan
constantemente, los viajes tienden a convertirse en un verdadero suplicio. Los
tiempos ajustados y el mismo ambiente laboral muy pocas veces permiten a quien
viaja por trabajo vivir una experiencia local, distenderse y relajarse. ¡Y que
es un viaje sino una experiencia!
Un viaje debe necesariamente crear
las condiciones para que se produzca un momento de reflexión, de desconexión
con nuestro día a día y de conexión con un ambiente distinto. Todo viaje debe
significar una especie de escape de nuestro cotidiano, que nos permita lograr
aquello que uno está buscando, que podría ser: relajarse, desenchufarse del
trabajo, recargar las energías, aprender de otras culturas, vivir una
experiencia, conectarse con los seres queridos o vivir una aventura. Si se
producen cualquiera de estas situaciones, entonces habremos verdaderamente
aireado un poco nuestras cabezas y viajado como se debe.
Cada día es más y más fácil
viajar, hay un sinnúmero de ofertas, oportunidades, y algunas verdaderas gangas
para hacerlo más de una vez al año. Pero viajar no es solamente treparse a un
avión, atiborrarse de comida y de shopping. Todo viaje requiere una
introspección para saber cuáles son los motivos que nos impulsan a hacerlo y qué
necesitamos extraer de la experiencia. En caso contrario, qué sentido tiene
viajar, si no trae consigo a la vuelta algo más que compras y cuentas. Sin
embargo, si verdaderamente uno logra alcanzar aquello que estaba buscando, ya
sea relajarse, divertirse, encontrar el silencio necesario para tomar una
decisión, ver a su propia vida desde otro ángulo, entonces uno verdaderamente
vuelve del viaje sintiéndose satisfecho y hasta podría decirse feliz.
Recuerden que viajar no es un
capricho o una frivolidad. Viajar de manera inteligente, reflexiva y
satisfactoria puede convertirse en una vivencia seria y trascendente y no una
mera huída de la rutina donde lo único importante es estar lejos y subir muchas
fotos al Facebook.
Para recorrer un lugar a fondo, y
vivir una experiencia local, lo importante es adentrarse en la cultura, conocer
a los locales, disfrutar de las cosas sencillas del lugar, saborear su
gastronomía y el día a día, escuchar sobre la problemática social local. Para
que todo esto sea posible es imprescindible mantenerse alejado de los lugares
turísticos. Aléjense de las rutas, bájense del interminable carrusel de
recorridos, tours programados, visitando monumento tras monumento y salgan a
pasear por las calles, piérdanse en las ciudades, sigan los caminos donde les
lleva su curiosidad: armen su propio itinerario y sigan su propia brújula. Si
no te sacas una foto frente al Big Ben, o sosteniendo con tu mano la torre de
Pisa o si decidís no entrar a la Sagrada Familia, tu experiencia no va a ser
menos plena. Subir a la Estatua de la Libertad no te hace conocer mejor Nueva
York y no tiene por qué ser una visita
indispensable para regresar a casa satisfecho.
Alejarse de las rutas y
tours no implica que viajen como veleta
a donde les lleve el viento. Requiere que lean antes de viajar, que se informen
ya sea con libros de viajes o internet sobre las actividades que podrán hacer,
los lugares que les podrían interesar más que otros, las experiencias de otras
personas que les gustaría compartir, etc. Informarse previamente sobre la
historia, la cultura y las características del país que van a visitar es algo
fundamental.
Viajar implica desprendernos de la
necesidad casi voraz de viajar por viajar, de prescindir tomar una pila de
fotos y dedicarnos en vez a maravillarnos, a absorber la belleza que nos rodea
con los ojos, registrar cada momento en el corazón, y poder decir a la vuelta
que hemos vivido una experiencia tan intensa y grata que quedó grabada dentro
nuestro, de manera a que podamos volver a ella cada vez que lo queramos.