Sor Juana Inés de la Cruz nace en México en 1651 y desde muy pequeña se
perfiló como un prodigio. A pesar de su extraordinaria inteligencia y su
talento para escribir los más bellos e ingeniosos sonetos, para los cánones de
la época, su situación era muy difícil pues era hija ilegítima de padres
plebeyos y sin patrimonio familiar, y estaba demasiado inclinada al estudio y convencida
de que su destino en la vida era perseguir el camino de las letras. Su única
alternativa para asegurarse un futuro eran el matrimonio o los hábitos. Según
sus propias palabras, eligió el estado monacal porque “para el total rechazo
que tenía al matrimonio, era lo menos fuera de lugar y más coherente que podía
elegir para asegurarme de mi salvación.” El convento fue la manera de asegurarse
su libertad y de poder dedicarse enteramente al estudio y al silencio de sus
libros.
En su tempo, esta extraordinaria mujer
fue conocida como el fénix de México y como la décima musa. Desde el convento
de San Jerónimo, cultivó la lírica, la prosa y el teatro y también fue autora
de un libro de cocina. Se dice que, aunque las labores culinarias eran comunes
a todas las monjas, al principio Sor Juana era enviada a la cocina con la
intención de alejarla de sus inquietudes intelectuales, como un acto de
penitencia y obediencia. Pero sus ojos encontraron en este espacio un
interesante laboratorio donde dio rienda suelta a su mente inquieta con
reflexiones intelectuales y científicas.
En su respuesta a Sor Filotea escribió
al respecto: “Pues ¿qué os pudiera contar, señora, de los secretos naturales
que he descubierto estando guisando? Ver que un huevo se une y fríe en la
manteca o el aceite y, por el contrario, se despedaza en el almíbar; ver que
para que el azúcar se conserve fluida basta echarle una muy mínima parte de
agua en que haya estado membrillo u otra fruta agria; ver que la yema y clara
de un mismo huevo son tan contrarias, que en los unos, que sirven para el
azúcar, sirve cada una de por sí y junto no... Por no cansaros con tales frialdades,
que sólo refiero por daros entera noticia de mi natural y creo que os causará
risa. Bien dijo Lupercio Leonardo, que bien se puede filosofar y aderezar la
cena. Y yo suelo decir, viendo estas cosillas: Si Aristóteles hubiera guisado,
mucho más hubiera escrito”.
Con esta carta dirigida a Sor Filotea,
nombre ficticio tras el cual se ocultaba el muy machista obispo de Puebla,
Manuel Fernández de Santa Cruz, quien la reprochaba por afanarse en aprender
ciertos temas filosóficos, al hablar de las filosofías de cocina, Sor Juana
pone ante los ojos de un hombre todo un universo de sabiduría transmitido por
generaciones entre las mujeres, en donde las abstracciones de la ciencia se
confluyen con la materialidad de la cocina, donde se ejercita la mente y se cuida
el cuerpo. Intentando conjugar la biblioteca con la cocina, Sor Juana Inés de
la Cruz busca borrar los preconceptos entre lo que corresponde a los hombres y
lo que corresponde a las mujeres. A partir de las filosofías de cocina, Sor
Juana eleva su vos desde el claustro a nombre del sexo femenino reivindicando
el derecho al conocimiento, que por entonces era negado a las mujeres.
Además de la monja atrapada entre los
libros, que decidió ingresar al convento para entregarse por entero a saciar su
hambre de conocimiento, también existía otra menos docta, más humana, que se
ocupaba a elaborar platos siguiendo la alquimia de los alimentos, perfeccionada
por generaciones de mujeres. Pero podemos inferir que Sor Juana prefería pasar
más tiempo en la biblioteca que en la cocina, Esta última se ocupó de la
elaboración de un recetario en el cual recopiló las recetas del convento, en su
“Libro de Cocina”, no precisamente el más famoso de sus textos, pero sí uno de
los más intrigantes. Esta mujer tan fuera de su tiempo, que había incluso
deseado fervientemente abstraerse del mundo mundano para dedicar cada una de
las horas de su día a la lectura y el aprendizaje, qué hacía ocupándose de algo
tan común como un libro de recetas. Obviamente este libro no es el reflejo de
una naturaleza femenina inmanente que se satisface con los oficios femeninos
habituales.
La cocina fue, en parte, refugio de esta
extraordinaria mujer novohispana. Con ello demostró que no hay limitantes para
satisfacer el hambre de aprender. Sor Juana veía a la cocina como una especie
de laboratorio científico donde los ingredientes se amalgaman para transformar
la materia y alimentar los apetitos del cuerpo y de la mente.
En el recetario, hay 36 recetas, de las
cuales sólo 10 no son dulces. Se trataban más bien de platos para agasajar a
invitados, ya que las monjas recibían a menudo a visitantes ilustres, sobre
todo en el caso de Sor Juana quien era ya considerada una eminencia en vida.
Las recetas no son muy detalladas, más bien están escritas como anotaciones que
apelan a una memoria preexistente, son notas de cocina escritas por alguien a
manera de ayuda memoria para alguien que no necesita de indicaciones
detalladas. En el recetario aparecen numerosas especialidades mexicanas,
recetas antiguas y muy tradicionales como tamales, el mole, las tortillas y
también platos frutos del mestizaje como el dulce de cabecitas de moro y el
grano de maíz.
Gracias a las correspondencia que
sostuvo Juana Ines de la Cruz con la marquesa María Luisa Manrique de Lara y
Gonzaga, virreina de Nueva España, sabemos que en agradecimiento por una
diadema de plumas de quetzal que le había obsequiado su amiga, la monja le
enviaba un dulce de nueces para satisfacer el antojo de su amiga que por
entonces se encontraba en cinta. La monja era muy conciente de la inferioridad
de sus regalos con respecto a los que
recibía, los decoraba con palabras. Al entregarle el postre escribió un extenso
poema en el cual Apolo obra de cocinero, dorando las cortezas de las nueces con
sus rayos. Los dejo con la receta de
este dulce:
POSTRE DE NUEZ
Para un plato mediano 2 reales, nuez
media libra, almendra 2 reales, huevos (solas las yemas). La almíbar con dos
libras de azúcar en estado de medio punto; se echa lo dicho todo molido y los
huevos hasta que empiece a tomar punto se echan batidos y se le da punto de
espejo. Se echa sobre capas de mamón y guarnece con pasas, almendras y piñones.
Fuente: “El Libro de Cocina de Sor Juana
Ines de la Cruz”, Angelo Morino,Grupo Editorial Norma, Bogotá, 2001.