¡Ahora que ya se fue el Papa Francisco ya puedo volver a ser
mala! Por más de que en mi cuenta de Facebook me pasé todo el mes de Julio
Papal hablando sobre el amor al prójimo y retuiteando los mensajes divinos del
Papa Pancho, yo tengo que admitir que a veces no le quiero tanto a todos mis
prójimos. No me mal entiendan. Yo soy muy poco prejuiciosa en lo que respecta a
raza, religión y orientación sexual. Puedo decir que en esas áreas soy total y
absolutamente políticamente correcta. Ahora bien, pónganme un hippie en frente
para que me cante Kumbayá y me trate de vender un atrapa sueños y van a descubrir el límite preciso de mi tolerancia. Pero hasta
con ellos puedo llegar a ser semi tolerante. Al fin y al cabo el hecho de que
usen zapatillas con los pies absolutamente mugrientos por puro gusto y no por
necesidad, no le hace mal a nadie.
Pero con quienes verdaderamente no tengo ya ni un ápice de
tolerancia es con los políticos corruptos ni con las trepadoras sociales. De
los políticos no vale la pena que escriba ya que la prensa ya les dedica ríos y
raudales de tinta. Pero de las trepadoras nadie se ocupa. Y hay que ocuparse
porque desde hace décadas nos vienen invadiendo el territorio, y si no las
detectamos a tiempo, terminarán con una
ocupación forzosa de nuestro espacio vital.
Antes de empezar, quiero aclarar que yo no tengo nada contra
el progreso. Soy una gran admiradora de todas las mujeres que salen de la nada,
que con trabajo y sacrificio se hacen un buen nombre, una carrera, se
reinventan y prosperan. Pero cuando el progreso viene gracias a una agendita
forrada en purpurina, cuando el camino es saltar de cama en cama hasta la fama,
y se llega encaramándose encima de todos los escalones que encuentran en su
camino, sin ningún tipo de reparos morales ni escrúpulos y valiéndose de
cualquier medio para prosperar, estamos ante una escaladora social de pura cepa
cuyo principal objetivo de vida es treparse a kaíro sobre toda la sociedad.
Sin lugar a dudas, este tipo de mujeres supone un riesgo
para todos, porque para ellas, cada persona que encuentra en su camino se
convierte automáticamente en un escalón más para alcanzar su objetivo final, en
un peldaño más para su ascenso a la fama, fortuna o posicionamiento social.
Para protegerse de ellas es fundamental conocer su perfil.
Por lo general aparecen de la nada. La mayoría viene de
alguna aldea pitufa que no aparece ni en el mapa y que tiene algún nombre
pintoresco como Asentamiento Tupasy Arroyo. Otras tantas vienen del banlieue….
por lo que podrían bien ser catalogadas como periféricas. Su máximo abolengo es
algún apodo coqueto o algún titulito de Miss de Balneario.
Por lo general llegan “en” la capital e inmediatamente nace
en ellas una atracción insuperable hacia todos los símbolos del poder
económico: autos de lujo, restaurantes caros, ropas de marca, joyas y todo lo
que el dinero pueda comprar. Al inicio ellas suspiran por un para su candidato
que le lleve “en” el Cente y les compre para su celular con chí. Pero a medida
que van alcanzando sus objetivos se van fijando nuevos objetivos más
demandantes y ambiciosos.
Al comienzo a todas les falta un pulido industrial. Por lo
general las describen como “diamantes en bruto”, pero yo las dejaría con la
descripción de “brutas” ya que la palabra diamante como que les queda grande.
Son más bien como veladores de bronce que necesitan urgente que alguien les
saque lustre. Pero así como son burras tienen una endiablada capacidad de
aprendizaje y al poco tiempo ya están hablando como teresianas de pura cepa y
aquella que al comienzo creía que la sidra era “champán”, jura y re jura que
desayuna Pom y cena Dom.
Ni bien empiezan a ascender y posicionarse, lo primero que
hacen es reinventarse. Enseguida desechan su González y se inventan un apellido
compuesto o se cambian el nombre y se aferran al apellido chuchi de su marido,
pasando a ser Fulanitas DE Ponce de León y Saavedra. Atrás quedo la dulce
Darlys Elyzabet González de Potrero Cue que se iba en el clut y jugaba volley
de baldio. Ellas crean la leyenda de su
vida, en las cuales se presentan como virgencitas con historias de
protagonistas de novela mañanera que tuvieron una vida sufrida en la cual
tuvieron que luchar contra múltiples Sorayas Montenegros que las trataron de
marginales. Otras ponen un velo sobre su pasado, pero rascando con la uña uno puede encontrar la
pintura original.
Otra de sus cualidades es la de ser absolutamente
encantadoras. Tienen un altísimo cociente de inteligencia interpersonal por más
de que no se muestren brillantes en ninguna otra área. En seguida saben cómo
adular para sacar ventaja y detectan al toque todas las debilidades de sus
blancos. Cuando lo necesitan saben ser las más simpáticas, agradables,
divertidas y graciosas. Pero lo malo de esto es que esta es una actuación, su
meta es agradar para obtener favores y ser aceptadas. Su verdadera personalidad
ellas la tienen enterrada bajo capas y capas de maquillaje social y no tienen
nada verdaderamente auténtico que ofrecer a nivel emocional. Su buena onda es
tan falsa como sus prótesis y alargues.
Como buenas sociópatas que son, son capaces de leer
perfectamente a las personas y calcular qué quieren y adaptar su conducta a
esta información, generando en sus blancos una simpatía que engañará
rapidísimamente a toda persona incauta. Esta es su arma más grande. Son tan
efectivas en ganarse la simpatía de los demás que hasta pueden causarle un
perjuicio patrimonial en sus narices y fumarles en pipa a sus víctimas sin que
éstos pierdan ni siquiera la sonrisa de gilimemos.
A ellas no les interesa destruir a nadie con tal de
conseguir lo que desean. En su código de conducta el fin siempre justifica los
medios y todo vale porque ellas se lo merecen. Son las que con una sonrisa a
flor de piel le roban el marido a su mejor amiga y luego le dicen “Ay sorry
ami! Pero la que no tranza no avanza, honey!” Cuando no necesitan ser
encantadoras su pantalla de divinas desaparece y muestran su verdadero rostro
inescrupuloso y vil. Son las villanas del ascenso, para quienes todos y todas
tienen caras de escalera.
Además de divinas son esplendidas físicamente. Como usan su
cuerpo como moneda de cambio, lo tratan como una inversión, y no escatiman
recursos en mantenerlo en óptimas condiciones y tunearlo para volverlo aún más
irresistible. A la hora de exhibir su mercadería no tienen ningún tipo de
reparos. Se agachan para mostrar sus encantos y coquetean a diestra y siniestra
hasta dar con la billetera que las haga surgir en la sociedad.
Cuando encuentran a su galán, sacan a relucir su mayor
talento, su profundo conocimiento psicológico del arte de la conquista. Ellas
saben exactamente cómo comportarse frente a cada hombre. Si es tímido se
muestran busconas, si son farristas se muestran “re diver” y prestas a todo, si
buscan el amor ellas se les presentan como el amor de su vida. No hay pelotudo
que logre resistirse a su poder de seducción. Mientras más profunda sea su
billetera, más grande y estrepitosa será su caída en las garras de la
trepadora.
Una vez que tienen a su presa cazada y domesticada,
absolutamente enredada en su red de artimañas, le exprimen y le sacan el jugo
hasta que les rinda beneficios. Ni bien se agote su fuente de ingresos, o aparezca
un mejor prospecto, lo desechan y gritan a todo pulmón; ¡Neeeext! Eso sí,
pónganle la firma que si es una trepadora de buena cepa el galán siguiente
siempre será más rico y mejor posicionado. Estas chicas no dan puntada sin hilo
por lo que no sueltan la cuerda hasta que no tengan una soga más gruesa de la
cual agarrarse para su ascenso.
En su camino dejan un rastro de familias destruidas,
reputaciones hundidas, amistades rotas, traiciones, egos pisoteados y muchas
cuentas en rojo. Pero ellas siempre terminan bien posicionadas y probablemente
mucho más arriba del lodo del cual surgieron. Pero una cosa es cierta, podrán
haber ganado mucho dinero, mucha fama, mucho brillo a fuerza de artimañas y
bajos escrúpulos, pero lo que nunca pueden ganarse es el respeto de las otras
mujeres que sieeempre las mirarán por arriba.