En el 25 de agosto del 79 D.C. falleció Cayo
Plinio Cecilio Segundo, más conocidoPlinio el Viejo, conocido escritor y
naturalista romano, quien había acuñado la conocidísima frase “In Vino Veritas”
o “En el vino está la verdad”. El día anterior se había producido la erupción
del Vesubio, que sepultó en lava y cenizas a Pompeya y Herculano. Plinio se
encontraba en Miseno y queriendo observar el fenómeno de cerca y deseando socorrer
a sus amigos y a las personas que se encontraban intentando escapar de la hecatombe
atravesó con sus galeras la bahía de Nápoles, llegando hasta Stabies (ciudad
hoy conocida como Castellamare di Stabia) donde nuestro autor encontró la
muerte, posiblemente asfixiado a causa de las cenizas y gases tóxicos
provenientes de la erupción volcánica.
Antes de la fatal erupción, el monte Vesubio
medía 2000 metros (con la explosión desaparecieron 800 metros de su cima) y sus
laderas estaban cubiertas de viñedos con los que los romanos fabricaban sus
mejores vinos. Se lo llamaba Monte porque los romanos ignoraban totalmente que
se trataba de un volcán que había permanecido inactivo durante siglos. La
memoria de su actividad se había perdido y muchos pueblos y ciudades habían
prosperado a su alrededor. Pompeya era la más grande, con 20.000 habitantes,
una ciudad comercial en pleno apogeo que además fungía como una especie de
ciudad recreacional para los romanos. Tras la erupción Pompeya y Herculano, la
segunda población más importante, quedaron destruidas y sus habitantes
diezmados.
La erupción fue descrita por su
sobrino Plinio el Joven, de ahí que en vulcanología se llame “erupción pliniana”
a la erupción violenta de un volcán con proyección en altura de materiales
pulverizados formando un penacho con figura de sombrilla. Más que erupción, fue
una auténtica explosión que tomó a todos por sorpresa, matando a muchos en
minutos.
Hoy, más de 1900 años después, un
original vino nos remite a este momento histórico, encerrando en su botella
cubierta de lava volcánica toda la verdad de aquel vino tan apreciado por los
sibaritas pompeyanos. Lacryma Christi, literalmente las lágrimas de Cristo, es
el nombre que recibe este vino napolitano DOC producido en las laderas del
Vesubio, en la zona de Campania, Italia. Para el vino blanco se emplean
mayoritariamente uvas Verdeca y Coda di Volpe, mezcladas con proporciones
menores de Falanghina y Greco di Tufo. El tinto por su lado se elabora con uvas
de Pedirosso y Sciascinoso. Según los estudios microscópicos de los arqueólogos
hechos con los residuos encontrados en los restos de Pompeya y Herculano, estos
vinos son los más parecidos a los que tomaban los antiguos romanos.
El original nombre viene del
antiguo mito que Cristo, llorando por la caída del Lucifer, derramó sus
lágrimas sobre la tierra y de ahí surgieron los primeros viñedos. En el caso de
los viñedos del Vesubio, las laderas moldeadas por el flujo de la lava guardan
semejanza con las lágrimas que corren sobre un rostro apenado, y al mismo
tiempo nos recuerdan como la vida puede renacer de las cenizas, pues estas
mismas laderas que fueron sepultura de millones de personas, hoy son tierras
muy fértiles y ricas en minerales y cubiertas de extensos viñedos.
Lacryma Christi, es un vino muy
antiguo y tradicional de la zona, frecuentemente mencionado por poetas y
escritores. Incluso lo mencionan Alexandre Dumas en el Conde de Montecristo,
Voltaire en Cándido.
Estos vinos obtenidos de las uvas
cosechadas de estas tierras volcánicas poseen una gran estructura y una
personalidad fuerte, anclada firmemente en su registro histórico. Estos vinos
debido a las particularidades minerales del suelo volcánico, con sus corrientes
térmicas subterráneas, y el radiante sol de la región, son irreproducibles en
otras zonas. Estos tres factores determinantes se unen para dar a estos vinos
su sabor único y tan ligado al territorio, como sólo los grandes vinos ricos en
personalidad pueden lograr. Para completar más su encanto, la botella
recubierta en lava volcánica, un packaging que nos
rememora aquel momento histórico tan dramático y su contenido a la par nos
remite al hecho de que la vida continúa, ya que en las laderas del Vesubio el
verdor de los viñedos se nos presenta como un homenaje a la resiliencia de la
vida.
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