Además de haber sido mencionada por Marcos y Mateo en el
Nuevo Testamento, la "Ultima Cena", la comida compartida por Jesús
con sus doce apóstoles fue también inmortalizada por decenas de famosos
artistas como Rafael, Tiziano, Tintoretto, Rembrandt y Correggio y
principalmente por el gran Leonardo Da Vinci. Este famosísimo pintor e inventor
renacentista, y gran adepto a las artes culinarias como lo hemos retratado en
artículos anteriores, pintó su célebre fresco sobre las murallas del refectorio
del Convento de Santa María delle Grazie en Milán, dónde aún hoy en día puede
ser visto.
La pintura tomó muchísimo tiempo en realizarse, cuentan que
le llevó aproximadamente siete años concluirla. Lo terminó hacia 1497. La
realizó por encargo del Duque Ludovico Sforza, conocido como “Il Moro”, quien intentaba mantener
ocupado al inquieto pintor que por entonces se encontraba bajo su protección y
quien en sus ratos libres se pasaba causando estragos en las cocinas y jardines
del Palazzo Sforzesco con su peculiares inventos que no muchas veces tenían los
resultados esperados por el artista. Como Leonardo causaba menos estragos como
pintor que como inventor, el duque lo enviaba a pintar retratos de las damas de
la corte, y al agotárseles los sujetos lo envió para que decorara el recinto
donde las monjas compartían sus comidas.
Aunque la última cena de Jesús es uno de los acontecimientos
religiosos más frecuentemente retratados en la historia, no se sabe con certeza
qué alimentos se ingirieron en aquella ocasión. Aunque no resulta posible
precisar con exactitud qué platos se sirvieron, tanto el Nuevo Testamento como
los documentos históricos ofrecen muchas claves. Según el Nuevo Testamento
(Mateo 26 y Marcos 14), esa comida estaba destinada a celebrar el Séder de
Pesaj, o la Pascua Judía, festividad que conmemoraba la liberación de los
hebreos de la esclavitud en el antiguo Egipto, unos dos mil años antes del
nacimiento Jesús.
En aquel entonces no se usaban servilletas y aún no se habían
inventado los tenedores por lo que los comensales comían con las manos
(curiosamente ambos elementos fueron inventados muchos siglos después por
Leonardo Da Vinci). Era habitual que cada comensal llevase su propio cuchillo
para cortar la carne. En la mesa sólo se disponían las bandejas que contenían
los alimentos y copas o cálices para el vino.
Como en todas partes durante las celebraciones tradicionales
los menús suelen a repetirse casa por casa (sólo piensen en lo habituales
turrones, pan dulces, sidras, vitel toné y lengua a la vinagreta que suelen
repetirse en casi todas las casas de país durante las fiestas de Navidad y Año
Nuevo). Lo más probable y lógico es que los alimentos ingeridos por Jesús y sus
discípulos no hayan sido muy distintos a los que comían otros judíos en ese
entonces. Teniendo esto en cuenta, pasemos a conocer qué comían los judíos a
inicios del primer milenio.
Entre los siglos I y III era tradicional iniciar la comida
con una sencilla sopa de verduras. El segundo plato servido dependía en gran
medida de la situación económica del anfitrión. Uno de los platos más
elaborados en banquetes durante el reinado de Herodes era la codorniz rellena
de carne de cordero, aderezada con vino tinto, aceite de oliva, miel de
dátiles, uvas, pasas, piñones, salvia, ajo y perejil. Este manjar solo lo
comían los más ricos, por lo que podemos estar seguros que Jesús no comió
perdices. Los hogares hebreos más humildes se limitaban a comer un potaje de
verduras, pan y agua. Como Jesús era una persona muy respetada y querida, lo
más probable es que se le haya agasajado con cordero asado, que era uno de los
platos más apreciados y tradicionales de la época.
Según las investigaciones de los historiadores, sobre las
mesas probablemente se había puesto un poco de matzot o pan ázimo, pues la levadura era símbolo de pecado. También
habrán encontrado sobre ella un recipiente que contenía agua con sal, maror (rábanos muy picantes y picados
para producir lágrimas) y siete hierbas amargas que simbolizaban cada uno de
los acontecimientos de la salida de Egipto y el Éxodo del pueblo judío. Como la
festividad del Séder coincidía con la primera cosecha de la primavera,
probablemente había frutas frescas de estación, almendras y avellanas.
Durante la última cena se tomaron las cuatro copas de vino
ceremoniales. Primero el Kadesh copa de la bendición a Dios, luego el Mishpat que
recuerda las diez plagas de Egipto y en la tercera copa, la de la redención, Jesús
elevó la copa y dijo “esta copa es el nuevo pacto de mi sangre; haced esto
todas las veces en memoria mía.”Justo con esta copa los judíos recuerdan el
derramamiento de la sangre3 del cordero que identificó los hogares de los
israelitas ante el paso del ángel exterminador en Egipto. Antes de la cuarta
copa de vino que es la Hallel o de la Adoración, Jesús realizó el Afikomén, que
es la ceremonia de partir el pan ácimo y repartirlo entre los comensales, tal
como se recuerda siempre en la misa durante la eucaristía: “Tomad y comed todos de él, porque esto es mi
Cuerpo, que será entregado por vosotros". Del mismo modo, acabada la cena,
tomó este cáliz glorioso en sus santas y venerables manos, dando gracias te
bendijo, y lo dio a sus discípulos, diciendo:"Tomad y bebed todos de él,
porque éste es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna que
será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los
pecados. Haced esto en conmemoración mía".
Pero curiosamente, en la más famosa y
paradigmática representación pictórica de la última cena, Da Vinci no incluyó
el tradicional cordero de pascua. En su cuadro puso frutos secos y verdura, así
como pan y vino y también sal derramada. Pero en cuanto al cordero ni rastro. El
historiador John Varriano, tras una larga investigación de la obra, concluyó
que en la pintura de Da Vinci, se sirvió anguila a la parrilla decorada con
rodajas de naranja. Siempre se había asumido, debido a las escrituras y a la
iconografía simbólica tradicional que lo que los discípulos tenían en frente
era el típico cordero de pascua, que según el simbolismo cristiano simboliza la
entrega de Jesús como sacrificio a Dios en expiación de los pecados humanos.
Como la pintura se encontraba muy deteriorada, resultaba imposible una
inspección exhaustiva como para verificar esta presunción. Pero gracias a la
restauración concluida en 1999 el historiador concluyó que Da Vinci pintó en
los platos anguilas asadas, un plato muy popular en la Italia renacentista. Teniendo en cuenta que Da Vinci era vegetariano y que desaprobaba la ingesta de
carne, no es de extrañar que el pintor eligiera un pescado. También hay que
tener en cuenta que Da Vinci era un rebelde, por lo que no sería de extrañar
que hiciera de menos a la iconografía tradicional cristiana e incluso a la
información contenida en las escrituras, prefiriendo emplear para su obra su propia
selección de platos con su propia simbología.
La sal derramada que pintó frente a Judas
representa la traición de éste. “La Última Cena” de Leonardo (y de seguro sin
intención del autor) originó la muy difundida superstición de que la sal
derramada trae mala suerte. Da Vinci, que era una persona que glorificaba la
razón por encima de todo, ¡se estará revolviendo en su tumba por haber dado
origen a una superstición!
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