En esta columna mensual
hemos dedicado mucho tiempo a hablar sobre la cocina y su historia, pero jamás
hemos abordado el tema de la cocina como espacio físico y su propia historia
como espacio de alquimia gastronómica.
Desde que el ser humano
descubrió el fuego, se instituyó la reunión alrededor de éste para abrigarse y
nutrirse. A medida que se fueron volviendo más complejas las sociedades y más
elaboradas sus recetas, surge la necesidad de dedicar un espacio especial para
esta actividad. Se cree que la cocina como espacio diferenciado surge hacia el
siglo V a.C.
A través de la historia,
la cocina, entendida como el espacio reservado a la elaboración de la comida,
fue múltiples veces modificado según las distintas épocas, costumbres y
necesidades. Las cocinas de la antigüedad fueron espacios compartidos, donde la
comunidad o todo un grupo familiar se reunía alrededor de un solo fuego a
cocinar.
En la antigua Grecia y
Roma, las cocinas de las clases altas eran muy amplias ya que en ella
trabajaban numerosos esclavos y también se acostumbraban servir banquetes muy
elaborados. Los granos, aceites y
bebidas se almacenaban en grandes ánforas de cerámica y se empleaban variados
utensilios. Las cocinas romanas estaban súper bien equipadas y contaban hasta
con lavaderos, hornos de pan, cisternas y amplios espacios de almacenamiento.
En esta época las cocinas de las clases altas
estaban separadas del resto de la casa debido a que aún no existían muchas
comodidades como agua corriente, desagües, electricidad, gas, por lo que las
cocinas eran espacios sucios, calurosos, con mucho humo y olores fuertes. Los
ricos podían permitirse el espacio adicional y tenerla alejada al resto de su
hogar, pero los pobres por lo general cocinaban, comían, dormían y recibían en
un mismo ambiente único. Como los incendios eran frecuentes en Roma, y las
cocinas interiores eran muchas veces las causantes, se decretaron la
construcción de cocinas públicas que eran compartidas por los vecinos.
Durante la Edad Media, la
cocina se acostumbraba elaborar en el hogar (literalmente), es decir en la gran
chimenea central que cumplía una doble función de calentar el ambiente y de
cocer los alimentos. En los palacios estos hogares estaban ubicados en el
centro de la cocina y eran inmensos, de
manera que podían trabajar simultáneamente hasta 10 hombres frente a ellas.
A partir del Renacimiento
se perfeccionan muchísimo los equipamientos y utensilios. Aparecen nuevos
utensilios como el molinillo de pimienta y el tenedor (inventados por el genial
Leonardo Da Vinci) y utensilios más livianos de hojalata y hierro batido. Otro
gran rasgo es que la decoración, que empieza a adornar a los palacios y
mansiones, se permea también a la cocina, embelleciéndolas notablemente y
haciendo de estos espacios un recinto más agradable.
A inicios del siglo XVIII
todas las cocinas contaban ya con un horno de carbón vegetal o leña que podía
tener hasta 20 hogares, de acuerdo al tamaño de la casa y cantidad de
comensales que tenían.
En el siglo XIX los
hornos se vuelven más complejos y se empiezan a alimentar con gas y si bien se
sigue manteniendo la costumbre de tener a las cocinas separadas de la casa, la
acercan un poco más, en el ala de servicio, ya no en un edificio aparte. Con
los adelantos tecnológicos de la revolución industrial, surgen una inmensa
cantidad de nuevos y revolucionarios utensilios de cocina: batidoras manuales,
balanzas, escurridores, sartenes y ollas más livianas, tarros herméticos, etc.
Las hermanas Catherine Beecher y harriet beecher Stowe crean lo que denominan la “cocina modelo”, con
espacios ergonómicos y prácticos para el almacenamiento y los utensilios
modernos de la época, poniendo orden y funcionalidad en el que antes era el
espacio más caótico de la casa.
En el siglo XX, la
revolución en la cocina lo dan las heladeras y neveras de hielo, que permitían
tener almacenado por mucho más tiempo a los alimentos. La iluminación, la
electricidad, los novedosos electrodomésticos, los aparatos de extracción hacen
posible que la cocina vuelva a integrarse con comodidad al resto de la casa.
En 1926, Margarete
Lihotzky, la primera arquitecta austriaca, crea la primera cocina prefabricada
y producida en masa, la “Frankfurt Kitchen”, como solución para la crisis
habitacional de Alemania. Esta cocina estaba diseñada para lograr cocinar con
la máxima comodidad y ergonomía en el ambiente más reducido posible.
Como espacio, se van
volviendo cada vez más funcionales desde los años 50, ya que las casas se
vuelven cada vez más pequeñas y por ende las cocinas debían funcionar de manera
práctica con la misma eficiencia pero en dimensiones más reducidas. Las cocinas
son desde esta época diseñadas y proyectadas de manera a lograr una máxima
eficiencia y optimizar espacio y funcionalidad.
Hoy en día resulta
inconcebible imaginarnos una cocina sin agua corriente fría y caliente,
electricidad, refrigeración, electrodomésticos, superficies higiénicas y extractores.
Todas estas innovaciones modernas y tan convenientes nos hacen olvidar lo que
tenían que pasar hace menos de 100 años los cocineros y amas de casa.
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