Como ustedes
bien saben, soy una todóloga recalcitrante, y como tal me siento obligada a
compartir mis conocimientos. Una de mis áreas de experiencia favorita son las
relaciones de pareja. Me encanta observar el comportamiento de los
australopithecus (monos del sur) y las potrancas que se dignan a acompañarlos.
¡Qué universo lleno de enigmas y maravillas son las relaciones de pareja! Nunca
dejan de maravillarme.
Con los años he
aprendido que en el amor no hay reglas y por ende cada pareja presenta su
propio reglamento institucional. Pero salvando las diferencias, existen ciertas
disfuncionalidades que siempre se asoman en mis observaciones de mis prójimos.
(Yo no soy de las que miro para criticar honeys, lo mío se trata puramente de estudios
antropológicos empíricos).
Mi observación
es taaan aguda que bastándome solamente los gestos y las expresiones faciales
ya puedo decir cuánto años de pareja llevan juntos. Mi pertinaz observación
diaria me ha llevado a desarrollar la teoría de que la vida en pareja sigue las
etapas naturales de la vida misma.
La etapa del
cortejo es como la infancia. Corretean como niños y se ríen como pavos de las
sandeces más absurdas. La seducción se desempeña como un juego infantil, en el
cual hay reglas, pero también ciertas libertades de interpretación. Ambos viven
con cara de velocidad, la sonrisa se les estira en el rostro como si estuvieran
andando en moto con la boca abierta. De tan felices no pueden dejar de sonreír
y de estar sobreexcitados en todo momento. Son las criaturas del amor.
Al año llega la
adolescencia. Empiezan los conflictos cuando abren los ojos infantiles y
descubren la cruda realidad. El entusiasmo inicial va disminuyendo con el
tiempo y la monotonía y las mariposas en el estómago van dejando de batir sus
delicadas alitas. Había sido que no era todo tan perfecto como se imaginaban.
¡Hello, por algo existe una especialización en la psicología llamada “problemas
de pareja” y no “problemas de empleada”! Los antes perdidamente enamorados
pasan a estar perdidamente conflictuados. El amor les duele, les atormenta y
les quebranta.
Luego de la
crisis existencial del primer año viene la juventud. La pareja se consolida y empieza
a disfrutar de la vida y celebra el haber salido de su primera crisis. ¡Todo es
una fiesta! Se empieza a proyectar el futuro con alegría ya que se está
convencido de que el futuro será más rosa que la mansión de la Barbie.
Tras un par de
años de alegre juventud, se cree erróneamente que ya se está preparado para la
segunda etapa. Es hora de madurar y sentar cabeza. Como nuestra relación es
estable sentimos una imperiosa necesidad de desestabilizarla y por eso optamos
por la convivencia (que con o sin anillo es una prueba de fuego para toda
pareja). En esta etapa comienza la adultez con todas sus responsabilidades y quebrantos.
Tras el entusiasmo inicial empiezan a surgir los roces que luego se van
transformando en las peleas más absurdas imaginables. Por lo general en esta
segunda crisis hay dos opciones:
A) abandonar el barco, o
B) mantenernos a
bordo del barco en aguas turbulentas con la esperanza de llegar a un puerto más
manso.
Si deciden
abandonar el viaje pasan a tener una regresión forzosa a la juventud, como si
estuvieran teniendo una crisis de mediana edad obligada ya que volver a formar
pareja implica antes ENCONTRARLA. Volver a la arena de las citas y curtir la
noche ya maduritos no es nada fácil. (pero esta es oootra historia).
Si deciden
quedarse a bordo empieza la etapa de la madurez. Había sido que si hay un
puerto más manso en el horizonte…. Pero lastimosamente nadie nos avisó de que
sería un BODRIO. Los años pesan y la llama de la pasión parece haber sido
apagada con un matafuego. Esto no tiene
nada de anormal. Muchos factores inciden en que la pasión vaya disminuyendo con
el tiempo. Es de esperar que la monotonía del día a día y los problemas
cotidianos de la convivencia vayan mermando la pasión que antes tenían hacia su
pareja. Cuando se llega a esta etapa de la edad madura de la vida en pareja,
tenemos tres opciones:
- Demencia Senil. Fingimos demencia senil y vivimos tapando el sol con un dedo como si todo estuviera perfecto. El fuego hace raaaato ya se apagó pero nosotras seguimos sentadas frente a la chimenea helada jurando a todos que nos da muchísimo calor.
- Añorar “los viejos tiempos”. Tiramos la toalla y dejamos que la llama se vaya apagando y nos quedamos observando con añoranza las cenizas de lo que fue. Nuestra pareja ya es un cadáver. Nos resignamos a la muerte de la finada pasión y vivimos del pasado mientras que en el presente nada nos puede borrar la cara de cementerio que tenemos cada vez que estamos juntos.
- Resurrección. No nos resignamos a la muerte de la pasión y nos ponemos las pilas para revivirla. Enfrentamos el problema cara a cara y nos cargamos las pilas para que nuestra vida en pareja sea plena y feliz. ¡Si hay que hacer respiración boca a boca para resucitar a la finada pasión lo hacemos a todo pulmón!
Francamente yo
celebro la opción número tres. Mantener viva la llama no es cosa fácil. Esto
requiere intención, acción y esfuerzo. Pero si lo logramos, si somos de los
afortunados que logran mantener viva la llama tras años juntos, a veces tan intensa
que quema y otras tan tenue que hasta parece no estar encendida, entonces sí
podemos decir que tenemos una vida de pareja plena y feliz.
¡Mis queridas
lectoras maduras (y también mis queridas lectoras inmaduras) este día de los
enamorados les deseo que celebren su vida en pareja, que se enamoren un poquito
todos los días y sobretodo que disfruten de su llama!
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