jueves, 20 de noviembre de 2008

Hello Celulitis! – Nicoletta Fizzoti

Numerosos autores han dedicado centenares de páginas al tema de la belleza, intentando encontrar un ideal de belleza universal; sin embargo, de todas estas cuestiones quedaron más interrogantes que respuestas, y hoy en día seguimos preguntándonos dónde está y en qué consiste la belleza. Tal vez lo único que podemos afirmar con certeza es que la belleza es cuestión de consenso y se caracteriza por su relativismo.

Aún así, debido a la siempre presente dicotomía de las cosas, a pesar de que el ideal de belleza es tan fluctuante como el viento, la lucha por alcanzarlo se mantiene constante a través de toda la historia. Cada cultura y época tiene su propio ideal de belleza, el cual ha ido cambiando y seguirá cambiando quien sabe cuantas veces más.

El hombre ha encontrado belleza en los lugares más insólitos: en los cuellos alargados, en los pies miniaturizados, en los labios colagenados. Las mujeres, desde la antigüedad han hecho de todo para seguir los cánones estéticos del momento e intentar imitar al arquetipo de belleza. Hasta han llegado a consumir arsénico para lograr la palidez intensa considerada deseable en el siglo XVII.

Las romanas disponían en sus tocadores de todo un kit completo de artilugios de belleza instantánea. Marcial, un escritor del siglo I, criticaba a una dama llamada Gala, por alterar su apariencia de pies a cabeza: “Mientras te quedas en casa, Gala, tus cabellos se encuentran en la casa del peluquero; te quitas los dientes por la noche y duermes rodeada por un centenar de cajas de cosméticos... Ni siquiera tu cara duerme contigo. Después, guiñas el ojo a los hombres bajo una ceja que aquella misma mañana has sacado de un cajón.”

Hoy en día, todas quien más quien menos, podemos identificarnos con esta romana. Hasta podemos hacer un paralelo moderno valiéndonos del brillante monólogo del film “Todo sobre mi madre” de Almodóvar, en el cual un travestido llamado Agrado da cuenta de su supuesta autenticidad diciendo: “Además de agradable, soy muy auténtica..." afirmación tras la cual empieza a dar la lista detallada de todas las cirugías a las que se ha sometido para ser “auténtica” y su correspondiente costo: "…Rasgado de ojos, 80 mil, silicona en labio, frente, pómulo y cadera... el litro está a sesenta mil pesetas. Echad vosotros la cuenta, porque yo ya la he perdido... ¿Tetas? Dos. Que no soy ningún monstruo. Setenta cada una, pero esas las tengo muy amortizadas..." Agrado termina con una sentencia fabulosa: "Me ha costado mucho ser auténtica. Pero no hay que ser tacaña con todo lo relacionado con nuestro aspecto. Porque una mujer es más auténtica cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí misma".

Y al fin y al cabo, alcanzar ese ideal de nosotras mismas es lo que perseguimos todas las mujeres desde que el mundo es mundo. Por supuesto que ese ideal ha ido cambiando así como también las técnicas para alcanzarlo.

“The Art of Beauty”, manual de belleza editado en 1825, recomendaba engordar para hacer desaparecer las arrugas (porque al contrario de nuestros días, era preferible ser una rozagante mofletuda antes que tener cara de papel corrugado). El mismo manual también, recomendaba aplicar menta en polvo para reducir los senos prominentes (por supuesto que litros y litros de silicona han derogado este canon). Otra de las absurdas recomendaciones de este texto era la de usar extracto de belladona para aumentar el tamaño de las pupilas. Al leer esta última parte pensé: “Que las arrugas y los senos sean objeto de acicalado femenino entiendo, pero a quien le importa el tamaño de las pupilas hoy en día!” Seguro que los últimos en ponderar las pupilas de una mujer fueron los poetas románticos del siglo XIX mientras clavaban en sus pupilas su pupila azul y le decían “poesía eres tu”.


La historia nos demuestra que las mujeres han hecho literalmente de TODO para estar hermosas de acuerdo al parámetro imperante en la época que les tocó vivir. Han luchado contra la gravedad, contra el tiempo, contra la naturaleza, contra las inclemencias de la vida. Han teñido sus cabellos, estrechado sus cinturas, aumentado sus senos, estirado sus arrugas, se han depilado, hidratado, encremado, emperifollado, pintarrajead…hasta han dilatado sus pupilas para verse bonitas.

Sin embargo, llama la atención que en la historia de la lucha de la mujer por verse espléndida y parecerse más al sueño de sí misma, la celulitis sea una incorporación reciente. A pesar de que los cuadros de Rubens atestiguan que las mujeres de siglos pasados eran verdaderas promotoras de la tan detestable piel “d’orange”, poco hacían para frenarla. Es más, directamente no les molestaba. La celulitis antes ni se mencionaba en los tratados de belleza. Tal vez los vestidos de otras épocas no dejaban a la vista evidencia de su existencia o quizá esto se debía a que no era considerada un problema. A lo mejor de tan dilatadas que tenían las pupilas sencillamente no alcanzaban a mirarse el “derrière”.

Ahora, sin embargo, hay una guerra declarada contra ella. Legiones de mujeres armadas con cremas, pastillas, fajas, dietas, ejercicios, lipos y cuanto consejo se les ocurran a especialistas y empíricos, juran derrotarla. Sin embargo, a pesar de tanta TANTA insistencia…. ella oronda siempre ahí presente.

El problema de este cuco moderno es que de ella no se salva ni la Kournikova. Y si te jactás de ser inmune, disfruta mientras puedas de tu ilusión, porque te aseguro que tarde o temprano serás llamada a engrosar las filas de las estadísticas que afirman que entre el 85% y el 98% de las mujeres después de la pubertad presentan algún grado de celulitis. Según estas cifras, la triste realidad es que si sos mujer y tenés más de 15 años estás destinada a ser celulítica. Que feo suena ¿no?

Hasta el nombre es horrendo e implacable: CELULITIS. Al decirlo como que se traba la lengua un poquito obligándonos a fruncir ligeramente el ceño. Es sencillamente desagradable y absolutamente detestable.

Pero lo peor de todo es que ella es como la gripe, no pondera ni raza ni religión, ella ataca a todas las mujeres con una inclemencia brutal. Cualquiera sea su figura o talla, independientemente de que tenga una linda silueta o haga yoga y pilates, igual ella encuentra la manera de montar campamento en sus muslos. Nada la detiene. Y la desgraciada, porque tiene mucho de descarada, se reproduce como coneja. Empieza pequeña e imperceptible, re mosquita muerta. Prácticamente tenés que exprimirte las carnes para detectarla. Luego saca sus pezuñas y aparece el primer pozo. Antes de que te des cuenta se extendió hasta los tobillos. Cuando esto sucede, ya es demasiado tarde y no hay ni crema ni mejunje que logre sacártela de encima.

A pesar del resentimiento profundo que le guardamos todas las mujeres por habernos fundido tantos veranos en la playa….la realidad es que nadie se muere de celulitis. La celulitis, a pesar de significar inflamación del tejido subcutáneo y sonar tan parecida a meningitis o peritonitis no es maligna ni síntoma de alguna enfermedad. Es más, su origen es hormonal y es prácticamente inherente a las mujeres.

La escritora Naomi Wolf, en su obra “El Mito de la Belleza” argumenta que cada día nuevos productos son introducidos al mercado para “corregir” algún “defecto” inherentemente femenino. Así como ahora nos causa risa que las mujeres se dilataran las pupilas para mejorar su look, tal vez en un futuro, nuestra lucha contra la celulitis sea vista como algo igualmente absurdo.

Pero porqué esperar 200 años para dejar de luchar contra ella. Es hora de que en vez de gastar inútilmente más tiempo y dinero en pomadas y procedimientos, tomemos conciencia de que la celulitis no desaparece ni amputándose las nalgas y nuestra única opción es aceptarla.

Avivémonos de una vez por todas y pongámonos de acuerdo todas las mujeres. Digo todas porque TODAS ya somos sus víctimas o sus proyectos de víctimas y digo “ponernos de acuerdo” porque como ya se habrán dado cuenta, el ideal de belleza surge principalmente del consenso. Es cuestión de hacer una campaña para mejorar su imagen y poder empezar a llevarla con soltura.

Espero que no crean que esta sea una propuesta absurda. Esto ya se ha hecho y con mucho éxito en la Europa del Siglo XVII. Por entonces las epidemias de viruelas eran muy frecuentes. Esta enfermedad temible, si no te mataba te dejaba totalmente desfigurada de por vida con horrendas cicatrices. Las del cuerpo se cubrían con los voluminosos vestidos, pero las que quedaban en el rostro eran imborrables e imposibles de ocultar. Estas epidemias llegaron a ser tan frecuentes que la mayoría de la población europea ostentaba, en mayor o menor grado, las señales de la viruela. Pero las mujeres se avivaron y empezaron a usar lunares postizos, de seda o terciopelo negro, en forma de estrellas, medialunas y corazones como estrategia para desviar la atención de las marcas de viruela. Al poco tiempo todos estaban usándolos, tanto que hasta las que no tenían las marcas de la viruela empezaron a colocarse lunares postizos sobre la piel.

No digo adoptar una estrategia similar, más bien aliarnos para convivir con nuestras celulitis así como las europeas de antaño se aliaron para sobrellevar sus cicatrices. Es hora de solidarizarnos con nuestra celulitis colectiva y dejar de machacarnos unas a otras. Empecemos a cambiar su imagen y volvámosla fabulosa.

Empecemos por repetirnos mil veces frente al espejo que nuestra celulitis es bella, que nos sienta maravillosamente, que nos dona mucha feminidad. Hagan un gran esfuerzo y traten de creerlo. Luego mediten con los ojos cerrados y recórranla mentalmente, acéptenla y ámenla infinitamente.

Si la ven en las piernas de una amiga, FELICITENLA. Porque al fin y al cabo es una señal de que ha comido bien, de que ha descansado, de que ha disfrutado de muchos cafés con sus amigas, de que ha brindado en incontables momentos especiales.

La próxima vez que vayan a un desfile, en vez de saltar eufóricamente como si hubiesen inventado la vacuna contra el sida al ver un asomo de celulitis en las piernas de alguna modelo, pondérenla. Digan que lo más sexy de esa modelo son sus piernas, porque tienen muchísima MUCHÍSIMA personalidad. En vez de criticarla caraduramente (como si ustedes no tuvieran nada que ocultar en sus traseros), comenten con su amiga lo bien que tenía marcados los pocitos.
La próxima vez que su hermana acuda a ustedes entre lágrimas porque la celulitis no se le fue ni con el tratamiento de láser dirigido, díganle bien fuerte de que debería estar orgullosa de tener TANTA celulitis. Asegúrenle que es verdaderamente admirable ver a alguien tan reposado como ella y que su celulitis es tan bella que debería lucirla como una medalla sobre sus piernas porque muestran lo bien que ha vivido! Inspírense como esos poetas del siglo XIX que ponderaban tanto a las pupilas ya que sus palabras tienen que generar convicción.

Cuando su hija adolescente desarrolle su primer pocito. Felicítela y explíquele que es una señal de que está creciendo y convirtiéndose en mujer. Tranquilícela y dígale que no se preocupe que pronto su celulitis va a “madurar” y reproducirse majestuosamente en sus piernas.

Lo importante de todo esto es generar un cambio de actitud y de percepción. Hay que concienciar a la gente en ver a la celulitis no como una desgracia sino como una bendición. Ese pozo desgraciado tiene que convertirse en un simpático hoyuelo.

Recuerden que es posible que algo de tan feo se vuelva bello y que la belleza no acontece sin alguien que la reconozca y la aprecie, sin un diálogo y un consenso que no puede ocurrir sin que nosotras demos este paso inicial.

Se que va a costar ponerse el próximo verano el microbikini a lunares e ignorar el adoquinado que ha estado pavimentando nuestros muslos muy a pesar nuestro. Va a costar mucho y no vamos a tener otro remedio que hacer la vista gorda… o mejor dicho la pupila dilatada. Va a ser una tarea muy dura pero una infinitamente noble. Tal vez nuestras nietas nos lo agradezcan!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Buen post.

Clínica Vasculine dijo...

Hace mucho tiempo el concepto de belleza era otro, pero en la actualidad no solo para estar bella, si no para estar sana nuestra percepción e interés por deber de tener la menor cantidad de grasa posible nos hará estar en un estado físico mejor.