El verano está llegando y nosotras corremos contra el calendario a toda velocidad para llegar regias. Con el calorcito empieza el obligado y depresivo chequeo frente al espejo, tras el cual nos invade una desesperación inmensa que nos empuja a hacer ALGO para liberarnos de la capa de grasa que hemos acumulado en el invierno.
Primero hacemos una investigación de mercado, mientras nos despedimos de las masitas en la que será la última merienda con las amigas hasta que entremos en forma. En el medio del cuchicheo, rigorosamente saldrá el comentario de lo fantástica que está Fulanita porque está haciendo la Gym del momento: NeoPilates, tangolates, power yoga, turbo spinning, body re-pumb, eré erea.
Luego de definida nuestra futura cámara de tortura estival empieza el periodo de motivación. Para esto nos son de gran ayuda todas las revistas que nos adelantan al verano, con sus modelos luciendo cuerpos esculturales en bikinis diminutos y coloridos. Mientras nos ponemos verdes de envidia, justificamos semejante perfección con un sarcástico: “este cu… no puede ser real…. Seguro que está más photoshopeado que los afiches de Evanhy”. Luego empieza el gusanito de la envidia a roer nuestras vísceras. Recordamos cuando teníamos 15 años y nos veíamos igual de fantásticas allá por 1980 y pico (no crean que voy a revelar mi edad… NI-LO-SUE-ÑEN!!). Recordamos cuando aún nuestros glúteos no habían sido ultrajados por la infame celulitis. Es en este momento patético de recuerdos de épocas gloriosas en el que se activa nuestro chip de autosupervivencia… que empieza a encenderse con luces de todos los colores y a repetir como una alarma incesante: “todavía sos joven, vos podes verte así, solo tenés que suspender las masitas, cargarte las pilas e internarte en el gym! Este verano va a ser tuyo como lo fue aquel glorioso verano de 1990 y pico!!!”
Ahora ya estás oficialmente MO-TI-VA-DA decidís activar inmediatamente. Vas a cambiarte… y HORROOOORRRR!!! En medio de cientos de tacones de los fabulosos zapatos que fuiste acumulando en la última década tan compulsivamente como Imelda Marcos aparecen unas lamentables zapatillas deportivas… circa 1996 que ya podrían entrar en la categoría de ítem vintage. Tu guardarropa deportivo no está actualizado! Corrés a las tiendas…. Perdés ambos ojos y ambos brazos equipándote con todo lo último de la indumentaria deportiva. Y salís con más gadgets que nuestra bellísima Leryn Franco en Beiging, como si la propia marca te hubiera sponsorizado toda la indumentaria. Please… por supuesto que en tu caso fue la VISA de tu marido (como la queremooooos!!!) descontrolándose en una sola tienda. Bueno, en síntesis salís hecha una chicha NIKE…. Último paso a seguir: ir al gym JUST DO IT!
Este año todas las que estamos bien informadas sabemos, que la gym de moda es el MUAY THAI. Y allí vamos corriendo a los brazos inmensos y musculosos del regio instructor como si fuera nuestro salvador y suspiramos: POR FAVOOOOOOORRRRRRRR AYÚDAME A QUEMAR CALORÍAS. LÍBRAME DE LA GRASA Y CONCÉDEME UN CUERO ETERNO!
Y que horrooooor es hacer gimnasia como desesperadas. Mientras trotamos corremos contra la gravedad, contra el tiempo, contra la celulitis, contra la achura, contra la vida cruel que nos ha convertido en un ser no cuerachón.
Y así regamos trágicamente nuestro sudor por el tatami. Siguiendo la quimera de un cuerpo que probablemente no tendremos la constancia para alcanzar. Rezando no habernos comprado toda la parafernalia (que para el muay thai incluye guantes y vendas) para usarla solo unos cuantas semanas antes de pasar a archivo junto con el equipo de buceo, el equipo de natación, el equipo de tennis y todas aquellos patéticos testimonios de todas las cosas que hemos hecho para huirle a los kilos de más.
Pero en el muay thai hay un aliciente. Se dan golpes. Esto solo vale el calvario de aguantar la media hora de descuereo previo. Cuando nos encontramos solas frente a la bolsa, con nuestros guantes puestos, simulando un gesto agresivo mientras la golpeamos con todas nuestras fuerzas sintiéndonos re pro (aunque para los observadores nuestros golpes tengan todo el estilo boxístico de Kiko y el Chavo dándose tongos en la vecindad). Pero que bien se siente esa descarga de adrenalina y energía. Ese momento en el cual la bolsa se convierte en todos lo que odiamos: la infame celulitis, la desgraciada gravedad, la panzota indisimulable, las caderas boterianas y todos los jeans que no nos entran. Me da rabia de solo pensarlo.
Por supuesto que nada resulta más motivador que darle golpes a nuestros complejos. Es hasta podría decirse liberador hacerlo. En ese momento nos olvidamos de nuestra manicura, de la nalga que nos vibra como gelatina con cada patada, de que estamos descalzas sobre una colchoneta con aproximadamente 10 tipos distintos de hongos (una mente culí piensa cosas tan raras), que a pesar de la sed no podemos tomar agua porque solo hay un vasito comunitario. Nada nos importa y nos encontramos al terminar esa intensa hora de ejercicio y liberación, descalzas, con la manicura arruinada, peleándonos por tomar agua del vasito comunitario y con una sonrisa gigante en la cara.
Hemos adquirido una nueva sabiduría… lo importante no es la meta sino el camino. (Me encanta lo zen que sueno). El ejercicio tiene que ser un paseo, algo que se hace con gusto, no una carrera inclemente contra la obesidad real o imaginaria. Tiene que ser una forma de vida y más que nada una diversión. Porque como dice Elle (mi rubia preferida de Legally Blonde): “no creo que Brooke lo haya asesinado. El ejercicio produce endorfinas. Las endorfinas te hacen feliz. La gente feliz no mata a sus esposos. Simplemente no lo hacen.” Hay algo de sabiduría hasta en las mentes más frívolas. El ejercicio físico es algo que debe hacerse para ser feliz y no para ser atractiva a los hombres.
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