jueves, 20 de noviembre de 2008

ANTES MUERTA QUE SENCILLA NICOLETTA FIZZOTI



La Muerte de la Doncella Sencilla




Ya no nos interesa negarlo. Las mujeres somos seres complicados. No se el origen de nuestra tendencia al drama, al divismo y a las complicaciones innecesarias y tampoco me interesa dar explicaciones de ello a los hombres que nos consideran indescifrables. Convengamos que no somos muñecas que vienen con manual. Seguramente que si viniéramos con instrucciones, éstas serían escritas en un idioma que nadie habla y seguiríamos siento indescifrables para los hombres. Simplemente somos lo que somos, complicadas hasta el caracú, inherentemente vuelteras, enigmáticas, misteriosas e inextricables.

Ya lo decía Jean Cocteau: "Hay tres cosas que jamás he podido comprender: el flujo y reflujo de las mareas, el mecanismo social y la lógica femenina". No traten de comprendernos, simplemente acéptennos, quiérannos, mímennos y disfrútennos. Les aseguro que su vida será mucho más fácil si dejan de cuestionar nuestra complejidad. Acéptenlo como una más de las diferencias innegables que hay entre los ustedes, los habitantes de Marte y nosotras las diosas de Venus.

Históricamente hemos tenido siglos de mujeres que se presentaban pudorosas y sencillas, diosas domésticas interesadas únicamente en ser amorosas, queridas y obedientes. No creo que nuestras antecesoras hayan sido menos complejas que nosotras. Simplemente estaban obligadas a ocultar sus facetas intricadas e incomprensibles para la mente “sencilla” de sus consortes. La triste suerte de la mujer la obligaba, para no ser acusada de difícil, a renunciar a expresar su opinión, tomar una posición y hasta a sepultar todos sus sueños y profundos anhelos. La máscara de la sencillez impuesta por una sociedad machista, callaba las voces de miles de mujeres en pos de una aparente armonía. A los hombres les resultaba muy fácil esperar “sencillez” en la mujer, pues así se liberaban de la difícil tarea de intentar comprenderla.

Pero callar no es sano. Es mejor expresar nuestros anhelos y también nuestros descontentos y si tiene que haber conflicto, ¡pues bienvenido sea! La mujer del siglo XXI hace bastante tiempo que descubrió su voz interior y encontró la seguridad necesaria para luchar por lo que desea. La mujer actual se acepta, se ama tal cual es y sabe que puede diseñar la realidad que desea para ella, al margen de que los demás las vean como la encarnación de la complejidad.

Por supuesto que las mujeres esplendidas de hoy en día somos complicadas y a mucha honra. La doncella dócil del siglo pasado está muerta y enterrada junto con sus virtudes domésticas y su odiosa sencillez. Ya no tenemos ningún interés en ser consideradas sencillas, total, ya nadie se traga el cuento de que la mujer sea un ser simple.

De hecho, ya es harto sabido que las diferencias cromosomáticas y hormonales hacen que las mujeres seamos biológicamente diferentes a los hombres y esto nos lleva a comportarnos de manera distinta. Me gustaría tanto darle un ticket a un hombre para que experimente en carne propia nuestra montaña rusa hormonal de cada mes. No creo que logre mantenerse “sencillo” tras pasar 11 días por mes (divididos entre ovulación, síndrome premenstrual y ciclo menstrual) bajo una intensa revolución hormonal.

Tal vez ahí pueda finalmente comprender que una mujer hinchada, sensible, irritable y melancólica, necesita chocolate, mimos, atención, sexo y no la insufrible tarea de aparentar ser sencilla. Y ni que decir como cambiaría su perspectiva si luego le enviamos de vacaciones a experimentar una auténtica e inigualable explosión hormonal haciéndolo pasar por nueve meses de gestación, con un paquete turístico que incluya la sala de parto y tres meses de post parto. No es de extrañar, que el hombre, ajeno a todo este vendaval de hormonas, considere que intentar comprender a las mujeres es como tratar de entender una partida de ajedrez entre dos rusos!!

La mujer es complicada por naturaleza y más en la sociedad actual. El siglo XXI trajo nuevos desafíos para la mujer. Decidimos trabajar, expresarnos y por supuesto con ello hemos tirado a la sencillez por la ventana. Con la revolución feminista empezamos peleando por tenerlo todo pero terminamos haciéndolo todo y al mismo tiempo! Nuestras vidas se han vuelto notablemente más caóticas y nuestras hormonas no han bajado ningún solo decibel.

Cada vez tenemos más desafíos laborales, familiares y sociales. La sociedad nos impone que tenemos que tener un cuerpo perfecto, ser trabajadoras, aportar en la casa, cuidar a los hijos y en cima de todo esto vernos siempre regias. En síntesis la sociedad nos exige ser perfectas en la casa, en el trabajo, en la cama y frente al espejo. Esto es como lidiar una batalla contra varios frentes al mismo tiempo: ¡un caos total!

Como si esto no fuera poco, además todas tenemos una intensa lucha interior entre dos opuestos: el modelo de Mafalda y el modelo de Susanita. Si, queremos ser independientes, trabajar, opinar, analizarlo todo y vivir intensamente, pero no estamos dispuestas a renunciar al matrimonio, a los hijos, al amor y al hogar. Queremos tenerlo todo. Esta batalla nos obliga a exigirnos muchísimo más que un hombre para sentirnos realizadas en todo sentido. ¡Nunca he escuchado a un hombre cuestionarse como congeniar su carrera con sus hijos!

Hoy en día tenemos aún muchos mitos y tabúes por derribar. Esto no es una tarea “sencilla”. Vivimos haciendo equilibrio sobre nuestros stilettos, cargando upa a un bebé que no deja de llorar mientras intentamos solucionar una cuestión laboral con algún cliente o jefe insufrible.

Siglos de represión y una relativamente reciente liberación nos han hecho seres cada vez más difíciles de entender. La verdad es que ni nosotras mismas a veces nos entendemos. Pretendemos que los hombres adivinen cuando estamos tristes, cuando alegres, cuando románticas, cuando necesitamos apoyo, cuando queremos cariño, cuando estamos belicosas, etc. etc. Y a veces todo esto en un solo día. Cambiamos de estado de ánimo más rápido que una aplicación de botox. Una sola palabra, gesto o mirada puede cambiar nuestro ánimo súbitamente para mejor o para peor.

Nos complicamos la existencia para hacerlo todo junto y hacemos todo lo posible por vernos divinas la mayor parte del tiempo. A veces nos arreglamos hasta para ir al gimnasio a hacer spinning, a sabiendas de que volveremos más sudadas que muralla de sauna. Intentamos estar lindas para agradar a los hombres y estamos siempre a la última para que nos envidien las mujeres.

Buscamos siempre el lado incómodo a las cosas. Llevamos tacos altos a la oficina, y por más que estemos muriendo de dolor seguimos el día con nuestra mejor sonrisa. Pasamos horas en la peluquería solo para darnos cuenta que las fabulosas uñas esculpidas con las que salimos no imposibilitan escribir mensajitos de texto, pero igual le encontramos la vuelta. Aunque nos muramos de frío salimos desabrigadas para no tapar el vestido divino que nos compramos. Y terminamos tiritando como taradas o patéticamente tapadas con el saco de nuestros novios.

A veces lloramos sin razón, y otras veces nos aguantamos por más de que tengamos toda la razón del mundo para llorar y patalear. Vamos al baño en manada y por más de que nos veamos todos los días con las amigas, siempre tenemos nuevos temas candentes que chismear.

Pero no todo es negativo. Somos imprevisibles, espontáneas y frescas. En esto está nuestro encanto. Esto es lo que nos hace tan especiales. Nuestra forma de ser obliga a los hombres a estar siempre alertas, pendientes de nosotras y de nuestros inagotables caprichos.

En definitiva somos complicadas. Pero si fuésemos lo sencillas que algunos hombres pretenden que seamos, ¿dónde estaría el encanto? Personalmente estoy muy orgullosa de ser una mujer absolutamente complicada. A los que me quieran sencilla, ANTES MUERTA DARLINGS!!”

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