Cada 3 de mayo se celebra el día de la cruz, en guaraní
llamado kurusú ara. En este día se
visitan los cementerios, los altarcitos en los caminos se hacen pequeños
arreglos y llevan flores, velas y las personas rezan. Pero una de las prácticas más tradicionales y
antiguas vinculadas a la celebración del Kurusú
ara es la de la práctica del Kurusú
Jegua.
En este día los familiares se dedican a construir un nicho
con tacuaras cubierto con hojas de palma y luego van colgando chipas hechas en
diferentes formas (ya sea las tradicionales argollas o formas más decorativas y
sacadas del imaginario religioso). También se suelen armar rosarios de manduví
(maní). La cruz va al centro de este nicho tan curiosamente decorado con
nuestro alimento más tradicional y representativo: la chipa. Una vez terminado
el altar, la familia entera se reúne a rezar haciendo la adoración de la cruz y
posteriormente se procede a comer el decorado junto con cocido quemado.
En algunas comunidades y parroquias la celebración del
Kuruús Jeguá viene acompañada del canto de los estacioneros o pasioneros, que
acompañan la adoración de la cruz con unas canciones de tono bien lastimero,
conocidas como purahéi asy.
Esta tradición, que afortunadamente se mantiene viva,
aglomera muchos valores de nuestra cultura: la comunidad, la solidaridad y la
devoción. Todo se prepara en conjunto, entre vecinos, familiares, parroquianos,
mujeres y hombres, niños y adultos se distribuyen la tarea de ir armando el
nicho y preparando la chipa. En el kurusú jeguá la fe y la gastronomía se
conjugan para celebrar la resurrección de Cristo, su victoria frente a la
muerte.
Pero tal vez lo más encantador de esta festividad es la
manera en la que amalgama la cultura guaraní con la cristiana. Uno no puede
dejar de preguntarse qué antiguo rito guaraní estamos perpetuando en versión
cristianizada. No es ningún secreto que los primeros misioneros jesuitas se
valieron del sincretismo religioso para evangelizar a los guaraníes. En el
kurusú jegua se siente el mestizaje en su más pura expresión. Los elementos
naturales como las plantas, los árboles del altar y la misma chipa constituyen
el aporte guaraní recibiendo en su interior a la cruz cristiana en el abrazo
compenetrado del mestizaje.
La celebración del día de la cruz en Europa se remonta a los
tiempos de Constantino, el primer emperador romano cristiano. Su madre, Santa
Helena de Constantinopla, quien movida por la devoción, peregrinó a Tierra
Santa en búsqueda de la Vera Cruz (la verdadera cruz donde fue crucificado
Cristo). Según la Leyenda dorada de Santiago de la Vorágine, cuando la
emperatriz —que entonces tenía 80 años— llega a Jerusalén, interroga a los
ancianos y sabios judíos hasta dar con el Monte Gólgota donde había sido
crucificado Jesús. En ese lugar el
emperador Adriano había hecho construir un templo dedicado a Venus. Santa Elena
hizo derribar el templo y excavar hasta que según cuentan encontró 3 cruces: la
de Jesús y la de los 2 ladrones. Como era imposible saber cuál de las tres
cruces correspondía al INRI, Santa Elena se las ingenió para dar con la
correcta. Su método - muy poco ortodoxo- consistió en traer el cuerpo de un
difunto, el cual al tocar la cruz verdadera resucitó como el mismo Jesucristo. El
día del hallazgo de la vera cruz es el día que se celebra el día de la cruz.
Esta tradición llegó a nuestras tierras de la mano de los
primeros jesuitas y franciscanos, quienes introdujeron a los indígenas al culto
y a la adoración de la cruz. Se enraizó en la cultura popular paraguaya en la
época del Dr. Gaspar Rodríguez de Francia, cuando el dictador cerró todas las
iglesias y conventos, motivo por el cual los fieles se vieron obligados a hacer
los ritos en sus casas. Por supuesto se le agregaron elementos locales, lo que
dio la sazón guaraní al acto, con la autóctona chipa como protagonista.
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