Mis años en este mundo me
han enseñado muchas cosas. Pero una de las lecciones que más me costó aprender fue
que las madres, siempre tienen la razón. ¡Siempre! Ellas son nuestros oráculos
garantizados y lo mejor es que no necesitan ni tirarnos las cartas para saber
adivinar nuestro futuro. ¡La gran pena es que nunca le hacemos caso!
Ellas tienen la sabiduría
para interpretar los cambios climáticos
que ni los antiguos mayas ni los modernos meteorólogos lograron
perfeccionar. No sé si interpretan las formas de las nubes o tienen un chip
secreto incorporado para medir la velocidad del viento, pero lo cierto es que
por más soleado que este el día, si te dicen lleva un paraguas, llévalo y si te
piden que te pongas un saquito antes de salir, por más de que hagan 40 grados a
la sombra, ¡ponételo!
Pero donde más se
manifiesta su destreza premonitora es a la hora de evaluar futuros ex maridos.
Desde el día CERO ellas ya huelen que hay un huevo podrido en ese adorable dulcecito que estamos llevando por primera vez a
casa. Ni bien lo ven, su radar ya empieza a sonar incriminatoriamente. En ese
preciso momento nuestras madres empiezan aquel interrogatorio que nos suele volver
locas de la vergüenza. Sin merodeos empiezan a preguntarle al más puro estilo
FBI donde vive, quienes son sus padres, a qué colegio fue, que planea hacer en
el futuro, qué religión profesa, y toda aquella información que consideran
perentoria para hacer su evaluación final de potabilidad del nuevo candidato.
Hasta ese momento para
ellas el sujeto interrogado aún no califica para la categoría de “candidato” ni
siquiera “amiguito”, siendo referido solamente como “el chico ese”. El futuro apelativo del “chico ese” variará
según sus respuestas al interrogatorio. Si contesta que es de “4 mojón”, que se
graduó en la escuela Nº502155458, que es ateo y que aspira a ser Licenciado en Técnica
Mixta en la Universidad Autónoma del Manguruyú, definitivamente pasará a ser
conocido como “el arrimado”. Si contesta que es de Sajonia, que recorrió todos
los colegios de la capital, que profesa el satanismo y que quiere abrir un bar
de metal, pasará a ser conocido como el “badulaque” y si contesta que es de
Manorá, que fue al San Andrés, es católico apostólico romano y quiere ser
neurocirujano pediátrico automáticamente califica para ser el “novio a casarse”
o “candidatazo”. Si las cosas no
prosperan con el “candidatazo” tu madre seguirá añorando al candidato perdido
refiriéndose a él como “Pedrito” “Jorgito” o “Josecito” con lágrimas en los
ojos y un nudo en la garganta, porque lo dejaste escapar por tarada.
Una vez que dejaste
escapar al candidatazo seleccionado por tu madre, éste se convertirá en la vara
con la cual medirá a todos los futuros “candidatos” y quienes por su puesto
jamás le llegarán ni a los talones. Jamás dejarán de reprocharte por haber sido
tan pelotuda en perder semejante partido. El fantasma de “Josesito” seguirá vigente
hasta bien entrado tu segundo divorcio y pasará a ser el “fantasma de lo que
pudo haber sido”. Tu madre no desaprovechará ninguna oportunidad de restregarte
tu mala decisión en cada nueva catástrofe sentimental que surja en tu
vida. Lo adorará tanto que llegarás a dudar
si la enamorada no era ella.
Cuando en nuestra vida
sentimental, en vez de encontrar medias naranjas, nos toca encontrar limones a
cacharrata, nuestras madres no desaprovecharán la oportunidad para hacernos
saber que ellas nos avisaron desde un principio que con ese limón no llegábamos
al limoncello. El popular “¡yo te dije luego!” pasará a resonar en sus labios
per secula seculorum. Es que ellas saben de entrada que no estamos ante un
candidato potable. Pero lastimosamente las hijas tendemos a desoír a nuestras
madres ante este tipo de advertencias. Nunca les damos la razón. Le encontramos
1000 excusas para seguir apostando por nuestro limoncillo. Fast Forward a 5
años después, un divorcio, un corazón roto y todas las ilusiones perdidas.
Recién ahí nos damos cuenta de que el limoncillo no daba ni para margarita ni
para caipiriña, apenas a penas para un shot de margarita con limón y sal. Ahí
no nos queda otra que suspirar y lamentar no haberle hecho caso a nuestra
madre, cuando 5 años antes vaticinó este resultado.
Por más de que el único
motivo que arguyan nuestras madres sea
el habitual “mi hija, este chico no es para vos”, háganle caso, que este motivo
suele ser más que suficiente para que la relación termine mal a la larga. Algo en su corazoncito está vibrando alertas
multicolores. Las madres lo saben por algo. Es casi instintivo en ella.
Indiscutiblemente todas las madres tienen el man-dar recontra más afinado que
nosotras y es hora de que dejáramos de contradecirlas porque sí y las
escucháramos un poquito.
Deberíamos prestar más
atención a sus consejos sentimentales. Al fin y al cabo ellas no tienen ningún
otro interés más que vernos felices y comiendo perdices. Ellas saben muy bien
que el corazón no siempre escoge bien, y tiende a entontecer a nuestra cabeza.
Enamoradas simplemente no pensamos bien. En esos casos suelen ser nuestras
madres quienes emiten la voz de la cordura que nos negamos a escuchar.
¡Imagínense cuántos dolores de cabeza (y de corazón) nos ahorraríamos si las
escucháramos en esos momentos!
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