Todas soñamos con el día de
nuestra boda prácticamente desde que tenemos la edad suficiente como para
vestir a nuestras Barbies de blanco. Como se imaginarán mis Barbies siempre
terminaban regiamente casadas con Ken. Es que para las niñas Susanitas que
todas fuimos a los seis años no existe final feliz sin boda.
Tras la experiencia que
adquirimos al organizar 120 bodas para Barbie, nos imaginamos cada detalle de
nuestra propia boda. ¡Queremos todo! Un vestido principesco lleno de rosetones
y volados que ponga verde de envidia a la princesa Aurora y a todas sus hadas
madrinas, palomas teñidas de celeste volando al culminar la ceremonia, una
fiesta en un palacio con torres y banderines,
un novio príncipe que llegue a la boda en un corcel blanco y cuantas
cursilerías quepan en un cerebro de niña romántica y fantasiosa.
Con los años vamos puliendo en
nuestras cabezas la boda de nuestros sueños. En la mayoría de los casos (CONVENGAMOS
que esto no ocurre en TODOS los casos, pues siempre hay lamentables
excepciones) nuestros gustos se van refinando. Por ende vamos editando los
floripones rosados y cubiertos de purpurina plateada de nuestro vestido soñado
- tan atractivos para nuestro imaginario de niñas- substituyéndolo por un regio
diseño by Javier Saiach bordado
enteramente de encaje Richelieu hecho
a mano. Así sucesivamente vamos orquestando cada detalle una y otra vez en
nuestro cerebro.
Finalmente llega el día D y en el
momento mismo en que empezamos a organizar NUESTRA boda salta el cabo suelto,
aquel único detalle que no habíamos tenido en cuenta en años de minucioso
orquestado mental: el hecho de que las campanas de boda tienden a alterar hasta
a la novia más cuerda. Ahí mismo nos damos cuenta de que traer a la realidad lo
que tan fantásticamente ideamos en nuestras cabezas es prácticamente imposible.
En ese preciso instante empezamos a delirar, a hablar en lenguas arcaicas y a
convertirnos en una novia alterada luchando contra viento huracanados y mareas
tsunámicas para lograr hacer realidad la boda de nuestros sueños. En el medio
de estas batallas surgen las siguientes tipologías de novias completa y
absolutamente alteradas por las campanas de boda.
La Originalísima: Este subtipo de novia se va a hacer el harakiri
con un sable de luz de la guerra de las galaxias si no logra la boda MÁS
ORIGINAL del año. Como peca por rebuscada, todo tiene que ser súper mega archi
híper novedoso y cool, tan cool que se acaba de poner de moda en
Dinamarca recién. Va a elegir todo lo que NUNCA antes se usó, se vio o siquiera
se imaginó para otra boda. La
originalidad arranca con la ceremonia, seguro se casarán descalzos al son de
los cántico de un chamán ayoreo silvícola borracho de chicha o le
pedirán a Lugo que vuelva a tomar la sotana (que by the way nunca debería haber soltado). Como ya se ha llegado a la
iglesia en todos los medios de transporte posibles, ellos llegarán en alguno
que linde con lo absurdo. Tal vez lleguen patinando, en zancos o kaíro arriba de sus padrinos. Tengan por
hecho que la deco será minimalista con sillas tan design que hasta te da miedo sentarte, luces led hasta en la torta, iPads
en la mesa indicando el menú en el APP diseñado especialmente para la boda, un
Dj tan cool que no conozcas ninguno
de los temas que pasa ya que se acaban de poner de moda en Ibiza hace sólo 3
segundos y recién el próximo verano vas a ubicar la canción que escuchaste en
la boda de la originalísima…. Ahí recién vas a poder decir “ahh, ¡que buen
tema!”
La Organizadísima: La novia lleva una agenda que más bien parece un
libraco del tamaño de la Biblia comentada e iluminada e ilustrada de Santo
Tomás de Aquino. Ella no dejó ningún cabo suelto, lástima que en el proceso se
le soltaron todos los cables de su cabeza. La novia es de las que empieza a
hiperventilarse si la wedding planner
llega 5 minutos tarde a su primera reunión con la novia, o de las que se larga
a llorar amargamente si no encuentra las petunias blancas del Amazonas que
tenía planeado usar en su ramo. Se pasa el día haciendo listas, y no sólo de
invitados, sino de cantidad de cada detalle que se puedan imaginar, una lista
de cada miembro del staff de hasta
los ordenanzas y personales de la decoradora con sus números de teléfono,
celulares y números de cédulas de identidad. Todo está ajustado a un cronograma
fríamente planificado con 10 meses de antelación, que es más preciso que el
cronograma de la clausura de los últimos juegos olímpicos y nada, REPITO,
NAAADA puede salir mal o la novia se nos tira de un acantilado.
La Voladísima: Esta novia es el opuesto absoluto de la
anteriormente citada. Esta novia se olvida hasta de fijar turno con la
maquilladora. Es de las que llega a la modista 15 días antes de su boda con la
tela y recuerda el día antes de su boda que había sido no tiene ningún zapato
blanco. No se prueba ni el peinado con antelación, y todo termina delega cada
detalle de su boda a su madre, al novio o a la suegra desentendiéndose
totalmente del asunto. Ella es tan 0 stress que todo su entorno termina
estresado. Como jamás termina de hacer su lista de invitados, y en la
repartición de tarjetas la mitad de ellas queda extraviada en su auto, medio
Asunción termina ofendidísimo con ella y su familia.
La Psicotiquísima: Este tipo de novias hace que Paola Bracho parezca dulce, centrada
y cuerda a su lado. Como está tan absolutamente alterada e histéricas por su
boda vive tomando ansiolíticos para recuperar la calma, por lo que todo su
entorno jura y re jura que se puso bipolar en los preparativos: o se la
encuentra colgada del cuello del decorador en un arranque de furia por
olvidarse de teñir los posa platos UN tono más claro como ella quería, o
llorando sobre el regazo de su diseñador porque nadie la comprende. Es de las
que pretende que el vestido de novia le adelgace, que el maquillador le haga la
plástica y que el decorador recree el castillo de Versalles con un presupuesto
de morondanga. Como está tan mal de la cabeza, nunca pero NUNCA va a estar
satisfecha. De quererlo todo pasa a sufrirlo todo por su boda y lo más probable
es que llegue al altar con el maquillaje todo corrido por los lagrimones
derramados en su decimoquinto ataque de histeria del día.
La Vairoletísima: Esta prójima nunca logró refinar su gusto. Es de
la que sigue soñando con un vestido de novia con volados rosados, cintas,
lazos, rosetones y purpurina. Como no distingue una tela de otra por bestia,
probablemente llegue a lo del diseñador con un raso 100% poliéster tan
inflamable que no se pueda encender un cigarrillo a 100 kms a la redonda de la
novia sin que ella termine inmolada por el desliz. Se sacará mil fotos
esfumadas, con fotomontajes que la ubiquen a ella y a su novio en el centro de
una rosa carmín o flotando mágicamente sobre una copa de champagne. Por más
plata que invierta en su boda, todo parecerá de cuarta, porque el gusto, es una
de las pocas cosas que no se compran.
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