Muchas de ustedes seguro ni se
imaginan que yo también soy madre. Si mis queridas lectoras, yo también he visto
el infierno y he sobrevivido. Tengo en casa unos demonios que dan fe de ello. Como
muchas de ustedes, sentí mi mundo entero desmoronarse desde el momento en que
el médico me anunció con sonrisa de bobo-tonto que estaba embarazada. Tras el
shock inicial aspiré hondamente mi último cigarrillo, solté una lágrima por la
última copa de champagne que había tomado sin saber que sería la última
(definitivamente la hubiera saboreado mucho más) y tuve que consolarme con el
hecho de que al menos no eran mellizos. Si, la noticia podría haber sido peor. ¡Si
un niño no cabía en ese momento en mi mundo, imagínense lo que me hubiera
pasado si me enterara al mismo tiempo que tendría que encontrar espacio para
DOS!
Mi vida no estaba preparada para
la maternidad. Yo no estaba lista para convertirme en uno de esos seres idiotas
que miran embelesados el monigote picasiano de sus hijos convencidos que se
trata del próximo Caravaggio. Pues bien, no me quedó otra cosa que apechugar y
enfrentar la situación con la dignidad de una mártir enfrentando la hoguera. Y
tal como lo imaginé desde un principio, el proceso no fue nada fácil. Desde
entonces llegaron los hijos, y con ellos llegaron las horas de terapia y los
martinis antes de las siete para encontrar la paz perdida.
Por más de que mi glamour me haga parecer un ser desprovisto de instinto maternal, lo
tengo, aunque en dosis muy bajas. Es que no todas nacemos con el chip de
Susanita. Habemos muchas Mafaldas y también Crudelas en este mundo. Por más de
que cuando me pongo mi estola de armiño albino parezco más una Crudela, yo me
considero a mí misma una Mafalda ya que más que vivir la maternidad, me
interesa analizarla.
El primer punto a analizar es el
embarazo. A quién se le ocurrió llamarlo “la dulce espera”. Este es el
eufemismo del siglo. De seguro el apodo se lo puso un hombre, indiscutiblemente
sólo una persona que no ha estado nunca embarazada puede catalogar esos ácidos
nueve meses como “dulces”. Una mujer lo describiría más como una espera ácida, hormonada,
gaseosa, en las que nos inflamos como globos aerostáticos a punto de reventar. Quisiera
encontrar al desgraciado autor de este término para lincharlo con una horda de
embarazadas hinchadas y furiosas.
En segundo lugar está el parto.
Hoy más que nunca la mujer se prepara para el día del parto. Que mama club, que
958 ecografías por mes, que controles semanales, monitoreos fetales, vitaminas,
dieta especial y hasta yoga prenatal. Llegan al parto sanísimas,
controladísimas y entrenadísimas prestas para vivir la experiencia de sus vidas
y el 90% de ellas termina viendo su sueño del
parto normal truncado, llorando de rabia en el quirófano por las horas desperdiciadas
en el mamá club. Algo raro hay. No puede ser que en los hospitales públicos
madres desnutridas, que no se han hecho ninguna ecografía, ni tomado ninguna
vitamina, den a luz normalmente; mientras que en los sanatorios privados,
madres que se encuentran más preparadas que atletas olímpicas para el parto
terminan siempre pariendo por cesárea. No hay lógica en esto de que las mujeres
que han llevado sus embarazos en óptimas condiciones sean las que tengan más
riesgos a la hora del parto.
El tercer punto es la lactancia.
Entiendo que haya sido súper híper saludable siglos atrás. Pero hoy en día,
cuando todo lo que consumimos y hasta lo que tocamos está cargado de hormonas,
preservantes y cuanto químico existe en la tabla periódica, cómo va a ser saludable
nuestra leche. Ha de ser una leche loca
llena de toxinas y contaminantes. Creo que nunca en la historia ha
habido tantos niños alérgicos, a pesar de que de seguro la mayoría de ellos fue
amamantado hasta que empezó a hablar. Aún así nunca en la historia se ha promovido
tanto la lactancia materna. Prácticamente se ha vuelto un crimen optar por no
amamantar. Una se convierte automáticamente en una paria desalmada.
Convengamos que el embarazo te
destroza el cuerpo. Si. La cruda verdad es que te lo hace pedazos. Las tetas te
llegan al ombligo, los pezones se te alargan tanto que cada vez que te mirás al
espejo tenés ganas de cortártelos con tijerita, las estrías y várices juegan un
lamentable tetetí por tu vientre y muslos, y a la par que los pelos abandonan
tu antes frondosa cabellera, la celulitis se instala definitivamente en tu
antes impolutas nalgas. Por más que te cuides durante el embarazo y seas una de
esas embarazadas regias y dignísimas, tu cuerpo no volverá a ser el mismo. Algo
siempre queda mal. Obviamente esto es natural, lo que no es natural es que ni
bien traigas al mundo al crío se te exija recuperar tu figura. Las críticas se
vuelven el pan de cada día y no te queda otra que sudar la gota fría para
sacarte de encima en tres meses el estado calamitoso que te tomó nueve meses
crear. Del resto de seguro se encargará Bacchetta, ya que no hay forma
humanamente posible de levantar ni con body pump 3 veces por día, todo lo que
el embarazo tiró por tierra.
Vivimos en una era de grandes
avances tecnológicos. Abrís el diario y te enterás de un nuevo invento que va a
revolucionar el mundo, encendés tu iPad y ya hay una nueva app fantástica para
facilitarte la vida. Prácticamente hay un científico en cada esquina listo a
proporcionarnos el próximo invento revolucionario. Se habla mucho de clonación,
eugenesia, y manipulación genética, pero aún así a ninguno de estos genios se
les ocurrió inventar la manera de incorporar un botón de ON/OFF o al menos uno
de MUTE en los bebés. ¡Es que como lloran estas criaturas! Lloran y cagan. Eso
es lo que hacen. Y aún así todo el mundo maravillado con su ternura. ¡Chulina
se tiró un pedito! ¡Mi viiiidaaaaa mirana como hace su provechito! ¡Ay,
apupuchulinaaaa te acaba de vomitar su lechita encima!
Pero lo peor, lo peoooor de todo
es que UNA NO SE PUEDE QUEJAR. Guay de la madre que se queje del tormento del
embarazo, del suplicio de dar de mamar, de lo difícil que es volver a
reconocerse frente al espejo. La sociedad nos exige estar extasiadas con todo
este proceso. Una termina repitiendo como robot frases prefabricadas como “me
sentía tan plena estando embarazada” o “dar de mamar es la experiencia más
hermosa que viví en mi vida” o “El ser madre me hizo sentirme más segura de mi
cuerpo”. ¡MENTIIIIIRA! Empecemos a vocalizar. Basta de eufemismos. Yo no
disfruto mis embarazos, me siento un trapo sucio los nueve meses y honestamente
leer un buen libro cada tanto me bastaría para sentirme plena. Odié dar de
mamar y sé que no soy la única, aunque pocas lo digan. Por ejemplo, mi tía Mimí
siempre decía que cada vez que daba de mamar veía a sus hijos como pequeños
vampiros. El hecho de que ella lo haya vocalizado me hizo sentir menos culpa
cuando el sentimiento de éxtasis de la lactancia me pasó de largo. La
experiencia más hermosa de mi vida fue mi último viaje a las Maldivas y no
precisamente pasarme las noches en vela amamantando. La maternidad no tiene porqué
parecernos fantástica a todas las mujeres. Asumirlo no nos hace crueles, ni
malas madres, ni mujeres falladas o ralladas, nos hace simplemente humanas y
honestas.
En todos mis análisis de la
maternidad encontré tantas frases trilladas. Tantas mentiras. Tantos
eufemismos. La única verdad la encontré en la biblia (sí, aunque les sorprenda,
también la leo de vez en cuando): “A la mujer (Dios) dijo: Tantas haré tus
fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás los hijos…” y vienen con dolor, es cierto, y
los hijos nos duelen de muchas formas. Pero hay una frase trillada que nunca
pondré en tela de juicio: “Los hijos dan sentido a la vida.” No hay nada más
cierto y al fin y al cabo, cada minuto de dolor, cada pozo de celulitis, cada
noche insomne vale la pena, porque ELLOS están allí con nosotros y el amor SIEMPRE será más fuerte que el dolor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario