“En el vino (está) la verdad”
Platón
Los griegos y
romanos tenían muy en claro que el vino tenía algo de divino; o al menos se
esforzaron por encontrar lo divino en el vino para justificar su apego a esta
exquisita bebida. Muchos hoy lo seguimos adorando, pero no tan literalmente
como lo hacían los antiguos helenos y romanos.
Los griegos y
romanos originalmente utilizaban al producto de la vitis vinífera como un verdadero elemento de culto para sus grandes
bacanales o dionisias, fiestas de grandes excesos, en las que se adoraba a nada
más y nada menos que al dios del vino, llamado Baco por los romanos y Dionisio
por los griegos. Dionisio o Baco – como prefieran llamarlo- era el dios de la
vid y el vino y principalmente el inspirador de la locura ritual y el éxtasis.
De hecho, el frenesí que inducía era denominado bakcheia, un estado en el que uno se veía liberado de su ser
normal. Baco no sólo descubrió como extraer el vino de la vid, sino también
tuvo la generosidad de regalárselo a los hombres, motivo de sobra para
celebrarlo con una tremenda farra.
Como bien afirma
el refrán: “A donde entra mucho vino todos los vicios hacen camino”, en estos
bacanales regados por el divino líquido pululaban el sexo, la violencia y el
desenfreno. En los bacanales se adoraba al Dios bebiendo vino sin medida y se
cumplía al pie de la letra la misión divina de Dionisio de poder fin a la
preocupación entregándose al éxtasis, a la música y al éxtasis.
Originalmente se
celebraban en Grecia con grandes festividades públicas de naturaleza carnavalescas
en las que se preparaban opíparos banquetes, fastuosas fiestas y hasta se
representaban importantes obras de teatro. Paralelamente existía un culto
mistérico e iniciático a Baco con ritos reservados en un principio
exclusivamente a las mujeres, celebrados en lugares apartados y bosques donde
éstas inspiradas por el vino danzaban frenéticamente al son de tambores hasta
entrar en una especie de transe religioso de supuesta comunicación con la
divinidad.
Los romanos no
tardaron en tomar prestada la costumbre de sus vecinos y hacia el año 200 a.C.
empezaron también a celebrar sus propios bacanales. Al principio se los
celebraba en secreto el 16 y 17 de marzo y sólo participaban las mujeres,
llamadas bacantes, quienes danzaban semidesnudas y en éxtasis inducido por el
vino en los campos del monte Aventino. Los vivarachos romanos, amantes de los
excesos, no tardaron mucho en admitir a hombres en los ritos y tanto éxito
tuvieron estas festividades que decidieron celebrarlas cinco veces al mes.
Los bacanales se
fueron haciendo cada vez más notorios debido no sólo al desenfreno que allí
reinaba, sino también al hecho de que se rumoreaba que en ellos se tramaban
muchos crímenes y conspiraciones políticas. Ebrios de vino y de lujuria se entregaban
a orgias e incluso se rumoreaba que se producían violaciones y hasta se
asesinaba a quienes no se dejaban ser iniciados por las bacantes. Las
celebraciones fueron volviéndose más y más escandalosas, y el desenfreno sexual
escaló a tal punto que en el año 186 a.C. el Senado Consulto de Bacchanalibus prohibió los bacanales en
toda la península itálica, excepto en ciertas ocasiones especiales aprobadas
expresamente por el Senado y vinculadas a los ritos religiosos. Pese a la pena
capital para quienes infligían este decreto, los bacanales no pudieron ser
sofocados, subsistiendo especialmente en el sur de Italia durante mucho tiempo.
El vino jugaba
un rol fundamental en los bacanales. Como se imaginarán, sus efectos
intoxicantes y desinhibitorios resultaban muy útiles a la hora de facilitar a
los bacantes alcanzar el éxtasis con el cual se entregaban plenamente al
placer, liberándose de toda cohibición y restricción social, para hacerse
poseedores de los misterios dionisiacos o báquicos. En cierto sentido, en los
rituales, mediante la ebriedad y la danza ritual, se liberaba al inconsciente
de todas las ataduras, preocupaciones, para alcanzar un estado místico,
catártico y transformador en el cual se abandonaban a sí mismos con entusiasmo
para identificarse con el mismo dios. Se dejaba de lado las represiones y
constricciones sociales para regresar a una especie de estado primario de
marcados tonos místicos.
Por supuesto el
vino también era un elemento fundamental no sólo en los ritos, sino también en
los banquetes que se celebraban durante los bacanales. En ellos se comía rápida
y copiosamente y luego de retirarse los platos se iniciaba el simposio, que en
griego significa beber juntos. Era costumbre rebajar los vinos con agua y la
mezcla con agua variaba según la importancia de los comensales. El vino más
puro y fuerte era reservado para los más bastos ya que los refinados y
sibaritas griegos y romanos preferían mezclarlo para mantener más tiempo la
cordura. También se servían bebidas hechas de cereales como la cerveza, pero éstas
eran destinadas a las clases inferiores, pues se creía que había grandes
diferencias entre emborracharse con vino y con cualquier otra bebida más
apropiada para bárbaros y pobres. Primero se servían los vinos más jóvenes,
luego los más viejos, y finalmente los más dulces, una costumbre que se
mantiene hasta hoy. La copa se elevaba al cielo en honor a los dioses, y se
cree que este fue el origen del brindis.
Si bien la
adoración al vino hoy es menos literal que en la antigüedad, a la par que los
antiguos griegos y romanos, seguimos celebrando esta bebida tan estimulante
para la alegría y tan idónea para olvidar la amargura y llevarnos a encontrar entre
copa y copa, además de sus ocasionales traiciones, sorpresas, excesos y
caprichos, también profundas verdades.
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