La mayoría de las mujeres hemos hecho un arte del
acto de ignorar los bienintencionados consejos de nuestras madres. Iniciamos a
practicar este arte desde muy temprana edad. Lo que de niñas es catalogado como desobediencia, en la
adolescencia se le llama rebeldía y en la edad adulta se lo conoce como necedad.
Es que se supone que al llegar a la madurez con tantos años de equivocaciones a
nuestras espaldas ya deberíamos haber aprendido que nuestras madres saben más
por viejas que por diablas. Pero aún así nos resistimos a escucharlas.
Cada vez que abren sus bocotas para dejar escapar alguno
de sus irrefrenables consejos (sencillamente no pueden resistirse a darlos) las
hijas adultas automáticamente entornamos los ojos y les contestamos hastiadas
con algún comentario cínico. Esto en el caso que las hayamos escuchado, pues
muchas de nosotras hemos tomado por hábito ni siquiera escucharlos. Sus consejos
entran por un oído como ruido blanco y salen por el otro sin siquiera haber
sido procesado por nuestros cerebros. ¡Ignorar a alguien tan descaradamente es
sin lugar a dudas un arte que se perfecciona con la práctica!
En el tema de los consejos maternos se produce una
inusual dicotomía. Por un lado ellas sienten un deseo incontenible de emitir
consejos maternales; a tal punto que podríamos decir que dar consejos es el
principal hobby materno. Por otro lado, las hijas tenemos a cultivar como hobby
la irreverencia hacia los consejos maternos. Esto significa que esencialmente
nuestras madres están tirando consejos al aire, dándoselos a personas que no
quieren oírlas y que prefieren mil veces ser atropelladas por una topadora que
escuchar un solo consejo materno más.
A pesar de que está clarísimo que los consejos
maternos no son de interés de las hijas, aún así ellas optan por seguir
produciéndolos. Tienen una fuente de consejos aparentemente inagotable. Hasta
parecería que existe un manual secreto de consejos maternos que todas nuestras
madres consultan a escondidas para hacer nuestras vidas imposibles.
A parte de que no queremos escucharlos, los
consejos maternos tienen otra característica que los hace particularmente insufribles.
Irónicamente, tienden a estar siempre en lo cierto. A todo consejo materno
ignorado, automáticamente le sucede un fiasco catastrófico que prueba que a fin
de cuentas, nuestras madres estaban en lo cierto. Cada vez que esto sucede,
ellas no tardan en hacernos notar este hecho con su frasecilla de cabecera: “yo
te dije, yo te avisé…”
Sólo hay un consejo materno peor al de nuestras
madres. Se trata de los consejos maternos emitidos por la madre de él: alias la
suegra metiche. Y lo peor de todo es cuando ELLAS tienen le razón. Honestamente
no hay peor cosa en el planeta tierra que tener que darle la razón a nuestras
suegras.
Bueno, pasemos ahora a analizar los consejos
maternos más frecuentes:
“Llevate el
saquito por las dudas”: Parecería que nuestras madres tienen un pacto con
el diablo que hace que cada vez que ellas emiten esta frase, por más de que
haya un solo radiante, automáticamente se largue una tormenta huracanada y la
temperatura baje 15 grados. Si no es el saquito es el paraguas. Lo cierto es
que como SIEMPRE optamos por no hacerles caso terminamos tiritando como
pavotas, empapadas en medio de un raudal y patéticamente engripadas al día
siguiente.
“Ponete el
protector que vas a terminar insolada”: Dicho y hecho. Invariablemente en
vez del color del verano terminamos con el color del tomate, absolutamente
adoloridas, insoladas y abochornadas. Pero lo más triste ocurre cuando llegamos
a los treinta y pico y aparecen las primeras manchas. En ese mismo instante
aparece el cosejito ignorado como un eco distante que viene del siglo pasado a
atormentarnos.
“Ese chico
no es para vos”: Por alguna extraña razón ellas saaaben cuando el candidato
no es el indicado. No hay príncipe azul que ante sus ojos no se convierta en
sapo. Parece como si tuvieran un tercer ojo para detectar al sapo interior que habita
dentro de quienes creemos príncipes azules. Si te dice que el candidato nuevo
tiene “Bicho encerrado”, no te sorprendas que algo hay de cierto.
“Cortá con
el dulce de leche que no te va a entrar el vestido”: ¡Algunas hasta instan
a que te hagas punto cruz en la boca y directamente dejes de comer! Hay madres que sinceramente no pueden ver
comer nada remotamente engordante a sus hijas sin hacer algún tipo de
comentario. Si no se trata de lechuguita, ponele la firma que te sale con
alguna indirecta del tipo: “Mirá que el chocolate engorda…” (Como si nos
estuvieran haciendo una GIGANTE revelación) DA! ¡Colón! ¡Más vale que engorda!,
pero en ese momento no nos importa. Comemos más solo para incidentar. Solo el
reflejo moldevaí que te devuelve el espejo antes de ir al casorio de turno te
hará arrepentirte por no haberle hecho
caso a la pesaaada de tu vieja.
“Comé algo
que te vas a sentir mal”: cuando finalmente le hacemos caso al consejo materno
anterior y empezamos a cuidarnos, nuestras madres empiezan a preocuparse de que
nos estemos volviendo anoréxicas. Nos instan a que comamos hasta el perejil
decorativo de cada plato y temen que nos desmayemos por malnutridas. Lo más
probable es que lleguemos a desmayarnos, pero de seguro no nos salvamos de
protagonizar el papelón de nuestras vidas emborrachándonos en algún casamiento
familiar por tomar champagne con el estómago vacío. Cuando nos esté llevando a
casa a rastras será la primera en recordarnos enfurecida: “¡yo te DIJE que
comas algo!”
“No te olvides de”: no hace falta que les
diga de qué. Basta que ella nos advierta que no nos olvidemos de algo, para que
– por ley de Murphy- nos olvidemos
juuusto de eso.
“Te dije mil
veces que”: Si, efectivamente nos repite mil veces todo. Al punto que las
palabras se entremezclan en un gran plagueo confuso que a nuestros oídos sordos
llega como si se tratara de un ruido blanco o de interferencia radial
noooooteeeurrrooolviiiiideeezzzzzzdeeeeebussscaaaarlewwwwwaoootuuuhhhhermaaaaaahhhhnoooohhhwrrr.
Es que estamos taaaaan acostumbradas a ignorarlas que ya ni las escuchamos
siquiera. Pero como nuestras viejas son taimadas y astutas, se dan cuenta de
que no les hacemos caso, por eso no nos repiten mil veces, nos repiten un
billón de veces, muuuuuy a pesar nuestro, la escucharemos repetírnoslo hasta el
cansancio. Y si aún así el mensaje no llega, estate segura de que no perderá la
oportunidad de recalcarte que ella te lo dijo mil veces (tal vez más). De seguro no estará exagerando.
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