Al menos una vez
por semana tengo una cita inamovible en mi agenda: ir a la pelu. Si hay raudal
voy en bote, si hay marcha campesina les regalo tierra para que vuelvan a su
valle y me liberen las calles, si hay procesión o desfile voy en carroza. Se
puede caer el mundo, pero jamás de los jamases y nunca de los nuncases falto a
mi cita. Cuando dejo de ir por motivos de fuerza mayor (que como se imaginarán
son poquísimos) mi pelo se reciente, mis uñas se resquebrajan y mi paz interior
se ve saboteada por el EPP.
Es que para toda
mujer, su peluquería es mucho más que eso. Es un santuario, un espacio perfecto
destinado a nuestra transformación y reinvención. Es un lugar donde junto con
el baño de crema para reparar las puntas se nos nutre también el alma. ¿Qué no
me creen? ¿Qué estoy exagerando? Si dudan de mis palabras es porque todavía no
encontraron su peluquerida. Encontrar a la peluquerida (Léase: la peluquería
perfecta, aquella con la cual nos casamos hasta que la muerte nos separe) es el
equivalente a encontrar la paz interior. Créanme que ni el Dalai Lama con toda
su inmensa sabiduría podría acercarlas tanto a la paz interior como su
peluquero de confianza. Es más, las mujeres que nos encontramos a nosotras
mismas en la peluquería no dependemos de los libros de Jorge Bucay ni Paulo
Coelho para alcanzar la felicidad. Lo hacemos ojeando Hola o HC mientras Luján
Halley, la fantástica joven manos de tijera, nos reinventa el look.
Cuando
encontramos la peluquería perfecta se crea un vínculo inquebrantable, al punto
que preferimos cambiar de marido antes que de peluquero. Tu peluquero de
confianza debe ser mucho más que un estilista. A la par de lograr el brushing perfecto y el peinado que
encuadre tu rostro a la perfección, debe ser tu asesor de imagen, consejero
sentimental, gurú sexual, psicólogo, nutricionista, estetista y chismógrafo. Mi
peluquero de cabecera, Alexei, además de todo lo anterior es personal trainer,
enfermero y partero CERTIFICADO! Ellos dan toda una nueva dimensión a la
palabra multitasking. En menos de una
hora, no sólo salimos con la melena de la Bundchen, sino también nos hemos
informado de todos los últimos acontecimientos sociales, nos hemos liberado del
stress, desahogado de nuestro último quebranto amoroso, desarrollado la
estrategia a seguir en nuestra batalla con alguna chirusa de turno, y conocido el
secreto para vencer a la celulitis. Y como si esto no fuera poco, llevamos como
combo, bien dobladito en la cartera, el papelito con el nombre del último
producto de SEDAL co-creations garantizado por nuestro peluquero en devolver a
nuestra cabellera el esplendor perdido. Si mi peluquero lo recomienda, yo lo
compro, porque nadie sabe de pelo como un peluquero. ¡He dicho!
Para completar
el paquete. Todas las mujeres salimos de la peluquería con una sonrisa (salvo
las amargadas y santorós para quienes no hay peluquería ni peluquero que les
calce) ¡Y pensar que entramos taaaan opacadas y salimos taaaaan regias! Por lo
general ingresamos con la cara larga, ojeras hasta el polo sur, y un caso de bad hair day tan serio que parece que
llevamos un caniche mojado sobre la cabeza. Ni bien entramos ya nos salta
espantada nuestra cosmetóloga de cabecera gritando: “¡Dioooos míooo nenaaaaa
que te pasóooo! Tenés todos los poros dilatados, el cutis hecho una suela de
zapato y tu nariz parece una frutillita de tantos puntos negrooos.” Si, la
sinceridad de los expertos en belleza es tremenda y hasta brutal. Pero se les
perdona por el sencillo hecho de que todas sus críticas vienen acompasadas de
una solución. NO hay problema estético que ellos no estén plenamente
capacitados para solucionar o disimular en menos de una hora. Antes de que
podamos largarnos a llorar ya estamos echadas sobre una camilla con una
mascarilla súper híper mega ultra hidratante de baba cascarón medula y feto de
caracol en la cara, y para matar dos pájaros de un tiro la cosmetóloga de paso ya
nos conectó electrodos a cada centímetro de nuestro cuerpo mientras nos hace un
masaje de pies para desestresarnos. ¡Ni un médico de ER podría actuar tan
rápido atacando a tantos frentes al mismo tiempo!
A los 45 minutos
ya tenemos el cutis radiante y dos centímetros menos de cintura. Nuestra alma
empieza a entrar en sintonía con el santuario estético capilar. Pasamos al
lavado. No hay nada mejor en EL MUNDO que lavarse el pelo en la peluquería.
Además del masajito capilar está el hecho de que a pesar de usar el MISMO
shampoo que usamos en casa nuestro pelo siempre termina más limpio y más
brilloso.
Si estamos depre
no hay nada como un cambio de look para sacarnos de este estado deplorable. No
sé porqué, pero el hecho de reinventar nuestra cabellera nos hace sentir como
si nos estuviéramos reinventando a nosotras mismas. Cuando decidimos hacerlo
tenemos dos alternativas: corte o color, ambas igualmente efectivas para
hacernos sentir renovadas, frescas, jóvenes y fantásticas. Lo fundamental es
caer siempre en el sillón del profesional indicado. Con la colorista y con el
corte NO SE JODE. Naaaada de ir a una pelu perdida buscando un mejor precio. Tu cabellera se merece un mejor trato. Te vas
a las mejores y punto. Que no sea que por tacaña termines: A) con rubio de
modelo cachaquera o corte de futbolista de segunda división; o B) con el pelo
quemado hasta las raíces y un corte que parece haber sido hecho por tu hija de
tres años.
Como yo soy
rubia natural, no suelo teñirme el pelo. Pero mi tía Catalina, que es una
blonda muy digna (porque no todas las rubias teñidas lucen aquel rubio natural
tan digno que sólo una buena colorista puede lograr) JURA y REJURA sobre la
tumba de Whitney Houston que prefiere cambiar de ginecólogo antes que de
colorista. Es que las coloristas son las alquimistas de la pelu. Sólo ellas
manejan la mezcla perfecta de TU color.
Yo le tengo
pánico a las agujas, pero más miedo le tengo a las tijeras en manos
equivocadas. No hay peor cosa que pedir que te corten las puntitas y
encontrarte con que te hicieron el sopísima corte de Victoria Beckham.
Recuerden siempre que el pelo tarda en crecer y nuestro clima no da para
pelucas. Yo sólo me dejo cortar el pelo por el estilista cuyo nombre está en el
cartel o su mano derecha consagrada por su talento. El nombre de un buen
estilista corre de boca en boca y como son más difíciles de encontrar que plata yvyvý cuando nos pasan el dato del
estilista del momento lo ATESORAMOS. No hay nada mejor que cambiar de look con
el estilista del momento ya que es el más agiornado y la autoridad máxima en lo
que respecta a la dignidad capilar. Lucir un teñido o corte vulgar o mal hecho
es el equivalente capilar al suicidio social. En la dignidad de tu corte un ojo
entendido podrá distinguir perfectamente QUIEN estuvo detrás de las tijeras.
Hoy en día
nuestras peluqueridas nos ofrecen un sinfín de opciones para transformarnos. En
un par de horas podemos pasar de un carré renegrido a una cabellera de
supermodelo eslava. O de unos rulos salvajes al liso perfecto de Sedal. Yo, por
mi parte, puedo asegurar QUE VI LA LUZ cuando conocí el alisado. ¡Finalmente mi
cabellera fue domada por un producto que tal cual ninja asiático le dio un
estate quieto a mis rulos rebeldes!
Mis idas a la peluquería no están completas sin
un spa de manos y pies mientras me peina mi regio Alexei. Este es el momento en
que nos enteramos de tooooodo lo que pasó desde aquí hasta Tanganica, y todo
eso mientras tomamos un cafecito y hacen lo más parecido a un milagro con
nuestro pelo. Es que los peluqueros, no hay caso, SON NOMÁS CARISMÁTICOS.
Cuando una sale verdaderamente se siente transformada como por un milagro
divino. Resulta imposible de creer que salimos sintiéndonos taaaan bellas por
dentro y por fuera, renovadas, distendidas, reafirmadas, mimadas, queridas,
divertidas, reanimadas y reinventadas. En un mundo donde todo tiende a
opacarnos: que el stress, que la humedad, que la polución, que la mala onda,
que la crisis, que el payé, tener un santuario ajeno a toda la mala vibra como lo es una
buena peluquerida NO TIENE PRECIO.
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