Lo que la
manteca y el whiskey no pueden curar, no tiene cura.
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Proverbio
Irlandés
Dylan Thomas, poeta maldito,
galés, bohemio y borracho irredento, de genio precoz y muerte prematura. De su
obra y vida podríamos decir que el caos y el exceso fueron su hoja de ruta
hacia la genialidad. El poeta que inspiraría su nombre artístico a Bob Dylan
nació en Swansea, Gales en 1914. A los 4 años ya recitaba de memoria Ricardo II
de Shakespeare, por lo que no extraña que a los 12 ya escribiera sus primeros
versos. A los 16, a instancias de su padre (un escritor frustrado que veía en
su hijo el talento con el cual él sólo podía soñar), abandona la escuela para
convertirse en periodista del “South
Wales Evening Post”.
En esta
publicación se hacen evidentes sus dotes de escritor, redactando obituarios de
una belleza poética inusitada y dando rienda suelta a críticas de cine y teatro
absolutamente lapidarias que dejaban traslucir su propensión al escándalo y a
la irreverencia. El periodismo le daba sustento, pero era la poesía lo que
verdaderamente lo nutría. Al terminar sus arduas jornadas laborales solía
apagar su sed en el bar del “Antelop
Hotel” o del “Mermaid Hotel”,
donde se entretenía escuchando las historias de los marineros embriagándose con
ellos hasta la inconsciencia. Como es de esperar no duraría mucho en el diario,
y tras 18 meses abandona su puesto para entrar a un grupo teatral y dedicarse a
escribir poesía y obras de teatro.
Dylan se hizo
famoso por sus versos, mágicos y oscuros, convirtiéndose en una referencia de
la poesía inglesa del siglo XX. Pero también fue tan buen rapsoda como poeta,
haciéndose de fama por su vozarrón imponente con el que cautivaba a quienes
asistían a sus recitales poéticos. Para él, la comunicación poética debía ser
oral y sabía declamar poesía como ninguno. Sus poemas “Do not go gentle into that good night”, “And death shall have no dominion” y “Fern Hill” le ganaron el aplauso del público y el elogio de la
crítica. Su afición hacia la bebida, su preferencia por los bares, y su vida de
noctámbulo y borracho empedernido lo ganaron el apodo del “último maldito” y
“el gran maldito”.
Su primer libro, “18 poemas” fue publicado en 1934. El título de esta
obra nos lleva a pensar que además de genial, caótico e irreverente, a Dylan lo
podríamos también catalogar como profético, pues sería justamente con nada más
y nada menos que 18 whiskys con los que acabaría su vida diecinueve años
después.
Es que nuestro poeta maldito encontraba la lucidez en el alcohol,
especialmente en su adorado whisky. Su vida no era fácil, sumido en una pobreza
exasperante, el alcoholismo lo había tomado por completo. Pero fue también
mediante a la bebida que pudo explorar los recovecos más oscuros de su alma
para crear aquellas imágenes oscuras, delirantes y fuertes que hicieron famosa
su poesía.
El licor sería también su camino a la tumba, a la cual llegaría a los
39 años en Nueva York. Thomas llegó a Nueva York el 20 de Octubre de 1953 para
recitar “Under Milk Wood” en el
prestigioso Poetry Centre
neoyorquino. Su reputación ya lo había precedido a la ciudad de los
rascacielos. Es que Thomas hacía gala de su alcoholismo, era parte de su
esencia, y hasta podríamos aventurarnos a decir que formaba también parte de
sus versos. La escritora Elizabeth
Hardwick rememoró sus espectáculos intoxicados y la manera como su ebriedad
elevaba la tensión tanto antes como durante cada una de sus actuaciones:
“¿Llegaría a tiempo? ¿Llegaría sólo para quebrarse sobre el escenario?
¿Ocurriría alguna escena mortificante en la fiesta de la facultad? ¿Sería
ofensivo, violento, obsceno? Éstas eran posibilidades alarmantes y a la vez
excitantes.” Su viuda Caitlin escribió en sus memorias que él “exhibía los
excesos y experimentaba la adulación que luego se asociaría a las estrellas del
rock.”
A pesar de que no se sentía
bien, nuestro poeta maldito decidió seguir curtiendo la noche como estaba
acostumbrado a hacerlo. Sus noches en Nueva York fueron una sucesión de
actuaciones, fiestas, bares y tertulias. A través de su amigo, el poeta escocés
Ruthven Todd, Dylan fue a parar al “White
Horse Tavern” un bar literario frecuentado por los poetas de la generación
beat y del cual se haría habitué durante su visita en Nueva York. A pesar de
llegar ya tarde y borracho de sus compromisos, el poeta daba una última visita
al pub antes de dormir. Fue en esta ahora legendaria taberna donde el poeta
galés se daría su última gran borrachera, para luego de tres días, el 9 de
Noviembre de 1953, engrosar la lista de los poetas inmortales. Al llegar al
Hotel Chelsea, de la que sería su última gran tranca, Dylan declaró
(probablemente con el vozarrón más tembleque que de costumbre): “he bebido 18
vasos de Whisky, creo que es todo un record”. A la mañana siguiente, como es de
esperar se sintió fatal. Pero esto no le impidió ir más tarde nuevamente al
“White Horse” para otra ronda de whiskys y olvido.
La mañana siguiente se sintió
nuevamente tan mal que tuvieron que llamar al Dr. Feltenstein, un mediático
doctor de las estrellas, quien le recetó morfina creyendo erróneamente que la
dolencia de nuestro poeta se trataba de un caso de Delirium Tremens, una
afección común entre los alcohólicos. Pero fue tan injusta la vida con nuestro
poeta maldito, tan brillante en sus versos y tan endeble en sus adicciones, que
por borracho lo mal diagnosticaron. Dylan estaba con pneumonía y nadie se había
dado cuenta, pues su constante ebriedad hacía suponer a todos que se trataba de
síntomas vinculados a todas sus innumerables noches de exceso. Y así, el poeta
que había exhortado: “Do not go gentle
into that good night” (“No entren dócilmente en esa buena noche”), al
incrementarse sus dificultades para respirar, se entregó también él a aquella
buena noche. Y así, nuestro poeta maldito, dejó a todos gritando: “Rage, rage against the dying of the light”
(“Furia, furia contra la muerte de la luz”)
A pesar de que se lo llevó un
severo caso de neumonía no tratada, la creencia de que bebió hasta morir, y que
fueron los 18 vasos de whisky los que le abrieron el camino hacia el más allá
sigue muy ligada a la leyenda de Dylan Thomas. Pero la autopsia reveló que la
causa inmediata de muerte había sido una inflamación del cerebro causada por la
falta de oxígeno que acompaña al a neumonía. A pesar de beber fuertemente, su
hígado ni siquiera mostraba señales de cirrosis. Pero como dice el proverbio:
“hazte de fama y échate a dormir….” Al verlo descompuesto todos asumieron que
se trataba de algo vinculado a sus excesos con el uisge beathe (gaélico para agua de vida). Para empeorar más su cuadro, el médico que lo atendió, habiendo oído que
su paciente se había jactado de haber bebido 18 whiskys la noche anterior,
asumió que se trataba de un caso de delirium tremens, le inyectó tres dosis de
morfina, que en vez de ayudarlo dificultaron aún más su respiración, dejándolo
sin oxigeno y llevándolo a un coma irreversible.
Irónicamente su fama de
borracho lo que acarreó su muerte, y no precisamente los 18 vasos de whisky.
Sin embargo en el imaginario colectivo se sigue perpetuando la leyenda de que
el poeta bebió galés bebió hasta morir, una muerte sumamente apropiada para un
poeta maldito. Hasta hoy en día en el “White Horse Tabern” a la derecha de la
barra cuelga un retrato enorme en blanco y negro de Dylan Thomas. El poeta
parece fijar su mirada en los demás clientes, como si les estuviera advirtiendo
que se moderen con el whisky, salvo que quieran ir muy borrachos “into that good night” (“en esa buena
noche”).
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