jueves, 6 de agosto de 2009

LA ÚLTIMA CENA EN EL TITANIC


Una fría madrugada del 15 de abril de 1912, al son de violines, el lujoso transatlántico Titanic se perdía en las profundidades del mar. En su lento descenso que duró 2 horas y 40 minutos hasta desaparecer, se perdieron 1517 vidas y solo lograron salvarse 706 personas. Para la mayoría de los pasajeros de esta sentenciada nave irónicamente considerada “insumergible”, la cena que disfrutaron la noche del 14 de Abril, sería su última.

Los pasajeros de primera clase disfrutaron una opulenta última cena. Esa noche, la mayoría de ellos habían sido invitados a una cena privada en el Restaurant Á la Carte, ofrecida por los Widener, pareja de millonarios norteamericanos, en homenaje al Capitán Edward John Smith. Este restaurant fue apodado “el Ritz” pues estaba dirigido por Luigi Gatti el anterior chef de los prestigiosos restaurantes del Ritz de Londres: el Adelphi y el Strand. Esa noche cenaron en un mundo de lujo. Las mesas alegradas por rosas y margaritas, recibían a un grupo espléndido de comensales. Bellas mujeres ataviadas en satén y seda acompañadas por sus elegantes parejas cenaron al son de Puccini y Tchaikovsky. La comida fue soberbia: caviar, langosta, codornices, uvas y duraznos frescos. La gélida noche era adornada por la luna y las estrellas que se reflejaban en un oscuro mar de cristal. Al terminar la alegre velada, el Dr. O’ Loughlin se paró y levantando su copa ofreció un brindis en honor “al Poderoso Titanic”.

El resto de los pasajeros de primera, disfrutó de una magnífica cena de 10 platos en el Salón Comedor de la primera clase, servidos en un ambiente de lujo y fastuosidad. De esta cocina se encargaba el chef francés Pierre Rousseau. Todos los detalles del Titanic habían sido cuidados para ofrecer el máximo lujo y confort. El menú había sido diseñado por Auguste Escoffier, el más importante chef de la época y padre de la nouvelle cuisine. Las bodegas y modernísimas cámaras de refrigeración del Titánic estaban repletas de las más variadas exquisiteces y aproximadamente 3500 botellas de vino y 2500 de Champagne. Las 50 mil piezas de vajilla, 29 mil piezas de cristalería y 44 mil de cubertería habían sido diseñadas especialmente para el Titanic. Toda la vajilla de primera clase tenía el borde bañado en oro de 24 quilates.

Imagínense la escena de las mujeres engalanadas en vestidos que acababan de comprar en París y joyas que brillaban bajo la luz de las arañas de cristal, acompañadas por hombres impecablemente ataviados con fracs bajando la gran escalera del Titanic. Los pasajeros de primera clase eran millonarios que acostumbraban viajar y se frecuentaban en sus idas y venidas a Europa. Algunos habían pagado el equivalente de 124.000 dólares para viajar en este palacio flotante, sin saber que sería también su tumba. Muchos de ellos ya se conocían. Ellos componían la créme de la créme de la sociedad de la época. A bordo viajaban John Jacob Astor (propietario del Waldorf Astoria), Benjamin Guggenheim (el padre de Peggy Guggenheim), Isidor e Ida Strauss (dueños de Macy’s) y por supuesto la insumergible Molly Brown.

Llegaban a los comedores donde les recibían mesas exquisitamente puestas con platería, copas de cristal tallado, platos de porcelana y narcisos frescos iluminados por la luz de las velas. El personal, impecablemente vestido, atendía a cada una de sus necesidades y caprichos. Las cenas eran acontecimientos sociales que podían durar horas. La entrada de la última cena de la primera clase estaba compuesta por: ostras, consomé Olga, Sopa Crema de Cebada, pichones asados con berro, paté de foie gras y salmón con salsa muselina con pepinos. El plato principal incluía: filet mignon, cordero a la menta, bife con papas chateau, abadejos, pollo a la lionesa con arroz y pavo al horno con salsa de arándanos. Finalmente los postres que incluía el budín a la Waldorf, duraznos con gelatina de Chartreube, éclairs de chocolate y vainilla y helado francés. Al terminar la cena los comensales disfrutaron de café y licores acompañados de frutas y nueces. La orquesta conducida por Wallace Hartley amenizaba el ambiente. Esta misma orquesta siguió tocando en el momento del desastre para que los pasajeros no perdieran la calma. Todos sus miembros fallecieron, tocando como última melodía, ya cuando el buque se hundía, el himno “Mas Cerca, Oh Dios, de ti”.

Los pasajeros de segunda clase disfrutaron de una cena menos elaborada y opípara, pero servida elegantemente. Debemos resaltar, que la segunda clase del Titanic, no tenía nada que envidiar a las primeras clases de los demás barcos de la época. La última noche pudieron elegir sopa o consomé, un plato principal con varias opciones de carnes, guarniciones y legumbres, seguido por budín de ciruela, helados, frutas y queso.

Los pasajeros de la tercera clase, comieron una cena sencilla en un ambiente para nada ostentoso, pero seguramente la mayoría la disfrutó como un auténtico manjar, teniendo en cuenta eran en su mayoría inmigrantes provenientes de ambientes de pobreza extrema y acostumbrados a pasar hambre. La mayoría de los barcos de la época obligaba a los pasajeros de tercera clase a llevar sus propias provistas y alimentos. Sin embargo, en el Titanic tenían un restaurante propio atendido por mozos que servían tres comidas por día. Hasta ofrecían platos Kosher para los pasajeros judíos. En su última cena comieron sopa de vegetales, con ragout de ternera, papas y pepinillos seguido por frutas. Podemos presumir que muchos de los pasajeros de la tercera clase cenaron mejor a bordo del Titanic de lo que habían cenado en sus vidas. Según el testimonio de las hermanas Mc Coys, pasajeras irlandesas de tercera clase que sobrevivieron al desastre, a bordo del Titanic comieron naranjas, frutas que nunca antes habían probado.

Solo dos menús sobrevivieron al naufragio en los bolsillos de dos sobrevivientes (uno de ellos subastado en el 2004 por 88.500 US$). Un libro de Rick Archibald y Dana McCauley llamado “The Last Dinner on the Titanic: Menus and Recipes from the Legendary Liner”, se inspiró en los testimonios y documentos para recrear con gran fidelidad la última noche en el Titanic. A partir de su publicación en 1997, numerosos hoteles y restaurantes de todo el mundo han recreado la cena de 10 platos del Restaurante de Primera Clase, para ofrecer a nostálgicos cenas Titánicas.

El legendario ship of dreams o barco de los sueños, como fue llamado, naufragó a pocas horas de la cena, arrastrando a las profundidades del océano Atlántico a las luminarias de una selecta elite de cosmopolitas y a los sueños y aspiraciones de una generación de inmigrantes que buscaban un futuro mejor. La última cena del Titánic es una elocuente metáfora para disfrutar de cada momento, como si fuese el último.

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