José Luis Borges
Foto: Laura Mandelik para la revista LEVEL - Modelo: Fiorella Migliore - Producción: Valeria Gallarini
Prendas: Carla Ricciardi - Zapatos: BGN
El espejo es un accesorio vital de la moda, es el aliado de nuestra vanidad, el defensor de nuestra seguridad, el juez final que da el visto bueno a nuestro atuendo cotidiano. Lo colgamos de las paredes y los llevamos con nosotros a todas partes. Cuando por algún motivo nos encontramos sin uno nos desesperamos y a quien no le ha ocurrido tener que valerse únicamente del espejo del tocador del baño, que de tan pequeño nos forzó a treparnos al inodoro para observarnos enteros. A veces, tenemos que ingeniarnos para reflejar en él todo lo que a nuestros ojos escapa.
En Mesopotamia hacia el año 3500 a.C. los sumerios crearon los primeros espejos de bronce pulido con mangos sencillos de madera, oro y marfil. Este metal pulido cumplía las mismas funciones que el espejo contemporáneo, pero carecía de la misma nitidez que los espejos de la actualidad y pronto se volvían oscuros y opacos por la acción del aire sobre su superficie.
El uso de espejos de metal pulido fue muy difundido en toda la antigüedad. Los egipcios usaban espejos con mangos más refinados, tallados con formas fito y zoomorfas. Además del uso cosmético los egipcios creían que los espejos ayudaban al difunto a encontrar su camino en el más allá. Por este motivo, se hallaron miles de espejos en las tumbas egipcias. En la tumba de Tutankamón se encontró un bellísimo espejo recubierto de oro, cristales de colores y cuarzo. El símbolo terrenal de Ra, el dios egipcio más poderoso, era un espejo que representaba al disco solar.
Sócrates recomendaba el uso del espejo a sus discípulos para que, si eran hermosos, se hicieran moralmente dignos de su belleza, y, si eran feos, lo ocultaran mediante el cultivo de su espíritu. No obstante, en la Grecia antigua el espejo era considerado un instrumento estrictamente femenino. El hombre que lo usaba era considerado afeminado.
Los romanos empezaron a fabricar espejos de plata. El color neutro de este metal aumentaba la fidelidad de la imagen reflejada. Cabe recordar, que las romanas, muy aficionada al maquillaje, podían apreciar mejor las tonalidades de los cosméticos que aplicaban sobre su piel en la superficie plateada.
Los romanos, además del uso del espejo como aliado del tocador, incluyeron al mismo en sus juegos eróticos. Séneca relata asqueado como un romano rico y libertino, llamado Hostius Quadra, llevó al extremo el arte de la orgía instalando en su habitación grandes espejos cóncavos de metal que aumentaban el tamaño de todo lo que en ellos se reflejaba para verse a sí mismo ampliado y multiplicado mientras practicaba sus actos lascivos.
En china, los primeros espejos fueron de jade pulido y luego fueron perfeccionados valiéndose de metales como el hierro y el bronce. Luego los barnizaban de xuanxi, una mezcla de mercurio, latón y ceniza de cuerno de ciervo. Los chinos fueron tan ingeniosos que hasta llegaron a fabricar pequeños espejos cóncavos de solo 5 cm que permitían ver toda la cabeza. Los japoneses pronto adoptaron los espejos chinos. En el siglo XVII tanto hombres como mujeres llevaban pequeños espejos pegados a sus mangas para poder controlar a cada rato su aspecto.
Regresando a Europa, durante el medioevo, época llena de supersticiones, se difundió la creencia que el diablo observaba del otro lado del espejo, motivo por el cual el uso de espejos desapareció casi por completo. El uso de espejos pasó así a ser parte de los rituales de brujería y de prácticas adivinatorias. La adivinación por medio de espejos se llamaba catoptromancia. El célebre Nostradamus recibió mucha de sus profecías valiéndose de esta técnica.
En el renacimiento, eran muy usados por los españoles y franceses para descifrar mensajes secretos. Leonardo Da Vinci escribía todos los textos de sus inventos al revés para protegerlos. Solo podían ser descifrados valiéndose de un espejo.
En Venecia, ciudad famosa por sus vidrios soplados, aparecen en el siglo XIV los primeros espejos de cristal. Como a diferencia del metal, el vidrio no admite pulido con arena para conseguir una superficie lisa y cada plancha de cristal debía lograrse con toda la perfección en el primer intento, los primeros espejos reflejaban unas imágenes borrosas y deformadas.
Pero los talentosos vidrieros venecianos siguieron mejorando la técnica hasta que encontraron la manera de adosar una lámina metálica a la superficie de vidrio alisado logrando un reflejo perfecto. Los ingeniosos maestros artesanos venecianos también encontraron un truco, creando una mezcla reflectante especial con bronce y oro que hacía que todos los objetos reflejados en ellos se vieran más bonitos debido a la calidez de la reflexión de la luz. Este detalle hizo que los espejos venecianos se volvieran famosos en todo el mundo y elevó los precios de los mismos a la estratosfera. En esta época era más económico comprarse un Rafael o un barco que un espejo veneciano.
La técnica veneciana era tan especial, que los venecianos guardaron por años en secreto de su fabricación. Hasta se crearon leyes castigando a todo ciudadano que revelara a un extranjero el sistema de producción de los espejos. A los artesanos se les prohibía salir de la isla de Murano (lugar donde se fabricaban los espejos) y si escapaban eran castigados con pena de muerte. A pesar de las restricciones, el secreto finalmente se filtró cuando Colbert, ministro de Luís XIV, sobornó a tres artesanos venecianos y los transportó a Francia. Para el siglo XVII ya se fabricaban espejos de excelente calidad en Londres y París.
Los espejos, convertidos en artículos de lujo, pasaron a decorar los castillos de los reyes. En 1682 le Brun completó el célebre Salón de los Espejos del Castillo de Versailles, de arrebatadora belleza y magnitud pues estaba compuesto por 357 espejos. A los espejos se los decoraba con marcos de nácar, carey, madera tallada y dorada a la hoja. Los marcos cambiaban de acuerdo a las modas pero los espejos siempre eran los mismos, ya que era más barato cambiar el marco que comprar un nuevo espejo.
La creencia supersticiosa que dice: “si se rompe un espejo son siete años de mala suerte” surgió a raíz de que el espejo llegó a ser tan caro que sólo los ricos y pudientes, reyes y príncipes podían tenerlos. Cuando alguien rompía un espejo, debía trabajar siete años para pagarlo.
En 1836, Justus von Liebig, descubrió el proceso químico de cubrir una cara del vidrio con una aleación de plata abaratando notablemente el costo de producción de los espejos. Con el abaratamiento de los espejos, aumentó la difusión de los mismos. Para el siglo XIX cada casa contaba con al menos un espejo pequeño.
Un espejo no sirve solo para observar nuestra imagen reflejada o para decorar nuestro hogar. Sus usos son variados e importantes. Los usamos para evitar accidentes al manejar, lo usan los dentistas para observar nuestra dentadura, los usan los astrónomos en sus telescopios y hasta los submarinos en sus periscopios.
El ojo artificial del espejo se ha convertido en uno de los instrumentos más útiles de nuestro tiempo. Sin embargo, es su uso más mundano y banal, ser nuestro mero reflejo cotidiano, aquel que lo hace más útil para nosotros. El espejo nos refleja, y en esa imagen reflejada nos aprobamos o nos desaprobamos, pero por sobre todas las cosas, nos conocemos.
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