domingo, 24 de abril de 2011

Historia del Perfume: Aromas Perdurables


Probablemente la historia del perfume tiene sus orígenes en la prehistoria, cuando algún anónimo hombre primitivo encendió una fogata para calentarse y por pura casualidad utilizó ramas con resinas y éstas comenzaron a desprender un olor agradable. De hecho, el nombre perfume proviene del latín per (por) y fumare (a través del humo), refiriéndose a la sustancia que desprendía un humo fragante al ser quemada. El hombre primitivo encontró esta fragancia tan agradable que la ofreció a sus dioses para rendirles culto. En un principio estas delicadas fragancias estaban reservado a los sacerdotes y a los reyes o faraones, auténticos dioses en la tierra. A lo largo de las épocas fue pasando a los demás estratos sociales, pero manteniendo siempre su sentido de exclusividad y lujo.

No sabemos exactamente en qué momento el perfume empieza a emplearse en la cosmética. En Mesopotamia, cuna cultural de las civilizaciones, aparece la primera referencia a la perfumería en las tablitas que narran la historia de Gilgamesh, escrita hace 5.000 años.

El antiguo Egipto tuvo una de las industrias perfumistas más importantes de la antigüedad. La elaboración de los perfumes era reservada a los sacerdotes. En un bajorrelieve del Templo de Edfú, se encuentran escritas en jeroglíficos muchas recetas para elaborar perfumes. Los coquetos egipcios literalmente se bañaban en aceites aromáticos de jazmín, lirio, jacinto y madreselva. Las mujeres de la alta sociedad tenían la extraña costumbre de perfumar sus cabezas poniéndo debajo de sus pelucas unos conos hechos de grasa y perfumes que se iban fundiendo con el calor corporal. También aplicaban un aroma diferente a cada parte del cuerpo. Cleopatra se untaba las manos con Kyaphi, un aceite de rosas, azafrán y violetas, y se perfumaba los pies con Aejiptium, una loción a base de aceite de almendras, miel, canela, azahar y alheña. Cuando se abrió la tumba de Tutankhamón en 1922 encontraron varios recipientes que aún expedían un suave aroma al ser abiertos.

Al llegar los hebreos a Egipto adoptan la costumbre utilizar perfumes tanto en sus ritos como sus cuerpos, llevándola a Israel. La Biblia hace referencia en infinidad de ocasiones a los perfumes. Cuando la reina de Saba, quien procedía del “país de los perfumes” visita a Salomón nos narra la Biblia: “Nunca llegaron a Jerusalén perfumes con tanta abundancia como cuando la reina de Saba los trajo para Salomón”. Tal vez sea por este motivo, que en el Cantar de los Cantares, que escribió Salomón inspirado por la reina de Saba, resplandece la máxima exaltación a los perfumes. Otras referencias aparecen cuando Noemí aconseja a su nuera Ruth que se perfume para agradar a Both, el dueño de los campos donde aquella trabajaba; o cuando Judit se arregla y se perfuma para seducir a Holofernes y liberar a su pueblo. El Nuevo Testamento también los menciona, cuando María, hermana de Lázaro, unge con perfume los pies de Jesús y en la adoración de los Reyes Magos en Belén, cuando ofrecen al niño Jesús, oro, incienso y mirra. Nunca un perfume había tenido un destino mayor.

Los griegos pronto adoptaron de Egipto el gusto por los perfumes y el hábito de emplear aromas distintos para cada parte del cuerpo. Alrededor del año 400 a.C., los escritores griegos recomendaban hierbabuena para los brazos, canela o rosa para el pecho, aceite de almendras para manos y pies y extracto de mejorana para cabellos y cejas. Cuentan que Alejandro Magno era capaz de perfumar cualquier habitación con sólo el aroma de su cuerpo. De hecho, los jóvenes griegos llevaron el uso de los perfumes a tal extremo que Salón, uno de los siete sabios de Atenas, cansado de tanto efluvio, promulgó una ley (por supuesto pronto derogada) prohibiendo la venta de esencias. Sócrates tampoco era muy fanático de los perfumes y afirmaba que los hombres no debieran usar perfumes, puesto que una vez perfumados, tenía el mismo olor un hombre libre y un esclavo.

De Grecia, los perfumes llegan a Roma, donde gracias a la prosperidad del Imperio, su uso se extendió a todas las clases sociales. Se constituyeron gremios de perfumistas, conocidos como unguentarii, cuyo negocio floreció. Éstos elaboraban tres tipos básicos de perfume: ungüentos sólidos compuestos de un único ingrediente (por ejemplo, almendra o rosa); líquidos compuestos de flores, especias y gomas trituradas en una base aceitosa; y perfumes en polvo preparados con pétalos de flores pulverizados con especias.

Al igual que los griegos, los romanos disipaban perfumes en sus personas, sus ropas y los muebles y baños de sus lares. Como la moderación no era una característica muy romana, pronto el uso de perfumes y ungüentos se convirtió en abuso. Los soldados se perfumaban antes de entrar en combate y después de luchar (obviamente sólo si sobrevivían a la contienda). En sus teatros, impregnaban el velo que cubría el anfiteatro de aguas perfumadas que al extenderse dejaban caer una lluvia fragante sobre los espectadores. Pero más teatral que el uso del perfume en el teatro fue su uso en los palacios. Nerón soltaba palomas con las alas perfumadas para que esparcieran por la sala sus aromas y llegó a gastar cuatro millones de sestercios en aceite, agua y pétalos de rosa para sí mismo y sus invitados en una sola fiesta. Al morir su esposa Popea, hizo quemar sobre la hoguera una cantidad de perfume que superaba la producción anual de Arabia. ¡Hasta perfumó a las mulas que formaron parte del cortejo fúnebre!

Estos excesos no iban de acuerdo con la austeridad y humildad que pregonaba el cristianismo; y con su expansión, el perfume se convirtió en sinónimo de decadencia. En el siglo II la Iglesia condenó su uso, produciéndose en Europa una gran disminución en su uso, que quedó reducido a las cortes de algunos reyes y nobles. El imperio Bizantino de Oriente, heredero de Roma, tomó la posta en el arte de la perfumería, desarrollando una importante industria, quizás más que la de Roma, por el hecho de tener más cerca las materias primas.

Pronto surgiría una nueva potencia perfumera, la de Arabia, conocida por los clásicos como "la tierra de los perfumes", pues de allí venían la mayoría de las especias aromáticas. Gracias a sus importantes rutas comerciales acercaban al occidente todas las exóticas esencias provenientes del lejano Oriente, principalmente de China y de India. China ya contaba en el s. VI con grandes artesanos jardineros que destinaban parte de sus cosechas al prensado de pétalos para la fabricación de perfumes. En la India la perfumería también se encontraba muy desarrollada. Una de las artes obligatorias en el Kamasutra es perfumarse para formar una sólida alianza entre aroma y amor, favorecedora del encuentro erótico.

Los árabes supieron asimilar y perfeccionar los conocimientos en perfumería de las culturas anteriores (sus antepasados mesopotámicos) y de aquellas con las que entraban en contacto comerciando, incorporando también nuevas técnicas. Fueron ellos quienes empezaron a usar el alcohol como soporte de las esencias para elaborar los perfumes. Extendieron el uso del agua de rosas y de hibisco o algalia y empezaron a usar aceites de origen animal como el de almizcle, ámbar gris, civeta y castor.

Los cruzados, al regresar del Oriente cargados de fragancias exóticas, reavivaron el interés de Europa en los perfumes. Como la higiene personal dejaba mucho que desear, las mujeres de las clases altas (no precisamente más limpias por ser más pudientes) se perfumaban con fuertes y persistentes aromas, como el ámbar, que disimulaban, dentro de lo posible, su hedor. Así volvieron a perfumarse las cortes de España, Italia y Francia.

En el Renacimiento, los avances en la química permiten perfeccionar las técnicas usadas en la extracción del perfume mediante la destilación. Venecia y Florencia son las capitales de la perfumería. Cuando Catalina de Médicis salió hacia Francia para casarse con el rey Enrique II, llevó entre su séquito a su perfumista personal, Renato de Florencia. Catalina se convierte en la embajadora del perfume en Francia al imponer la moda del uso de guantes perfumados. Grasse, un pequeño pueblo al sur de Francia que fabricaba guantes empezó entonces a perfumarlos ya en la fábrica. Para eso comenzaron a cultivar lavanda, jazmín, mimosa, naranjos y rosas, convirtiéndose en el centro de la perfumería mundial hasta nuestros días. Así Francia pasa a ocupar el trono del mundo perfumero.

La higiene renacentista dejaba mucho que desear. Se estilaba lo que hoy conocemos como “baño francés”, en el cual el baño se reduce a pasarse esponjas perfumadas por axilas y muslos. Con tanto desaseo no es de extrañar que el perfume, muy práctico para disimular el “olor de santidad” como se llamaba en ese entonces a la fetidez humana, fuera popular entre los nobles. Sin embargo algunos siguieron rechazando bañarse y perfumarse. Famoso es el caso del hedor de Enrique IV de Francia, quien no se lavaba nunca y ni siquiera se tomaba la molestia de perfumarse. En su noche de bodas, su esposa estuvo a punto de desmayarse y cartas de sus amantes testimonian las nauseas y mareos que sufrieron al compartir su lecho.

Las cortes francesas, en particular las de Luis XIV y XV se convierten en grandes consumidoras de perfumes, obviamente por necesidad, pues a pesar de la elegancia de los vestidos y pelucas versallescas, éstos eran necesarios para disimular la mala higiene y la fetidez común en la época. Allí se instalan los primeros laboratorios de perfumistas donde se elaboraban y vendían perfumes para la nobleza.

Durante la revolución francesa se estancó la venta de los perfumes, demasiado asociados a la nobleza; pero los astutos perfumeros franceses encontraron una forma de hacerlos atractivos para el pueblo revolucionario y salvar su industria. Introdujeron el “Parfum à la Guillotine”, una fragancia que pronto se puso tan de moda como la guillotina misma.

En la época napoleónica comenzó una nueva era para la perfumería. Desde entonces, los perfumistas, que hacía poco habían pasado de simples artesanos a pequeños industriales, dieron el impulso inicial que convertiría a la perfumería en una industria que hoy mueve cantidades siderales de dinero en todo el mundo.

En el siglo XIX se empiezan a producir esencias aromáticas mediante la síntesis, como la ionona, sustancia de olor casi idéntico a la flor de la violeta. Con esta técnica no sólo se abarataron los costos sino también se solucionó uno de los grandes problemas de la industria perfumista: la volatilidad. Las esencias obtenidas sintéticamente, aunque no son naturales, son menos volátiles, haciendo que el perfume dure más tiempo. A fines del siglo XIX la industria de la perfumería francesa ya empleaba a más de veinte mil personas, exportando perfumes a todo el mundo. 

François Coty fue uno de los primeros exponentes de la perfumería moderna. Percatándose de que aparte de la fragancia importaba también la publicidad y el envoltorio de su producto, se asocia con  importantes artistas cristaleros como René Lalique y Baccarat para crear el frasco perfecto para cada perfume. Pronto otros perfumistas como Guerlain, Orsay, Molinard y Roger & Gallet lo imitarían.

A inicios del siglo XX un nuevo grupo de perfumeros trasforma para siempre la perfumería: los diseñadores de moda. En 1911, el modisto Paul Poiret, fue el primero en tener la idea de crear una línea de difusión perfumera para complementar sus colecciones de ropa. Bautizó a su perfume “Les Parfums de Rosine” en honor a su hija mayor. Así se inicia la perdurable alianza entre la alta costura y la perfumería. En 1921 Cocó Chanel, lanza un perfume con su firma, el legendario Chanel Nº 5, que se diferenciaba de los demás por no desprender el típico aroma floral femenino tan común en la época. Este perfume llegó a ser tan popular, que en 1954 la mítica Marilyn Monroe afirmó en una entrevista que lo único que usaba en la cama eran “unas gotas de Chanel N° 5”. Millones de mujeres hicieron de esta lujosa fragancia su sello característico, lo que hace que sea el perfume más legendario de Francia y el más vendido de Chanel. ¡La compañía estima que cada 55 segundos se vende una botella en algún lugar del mundo!

 En los años 30, surgen fragancias llamadas “cuero”, con notas secas recordando el olor del cuero, como “Scandal” de Lanvin y “Cuir” de Chanel. Los aromas florales evolucionaron con perfumes como “Je reviens” de Worth, “Fleurs de Rocaille” de Caron y “Joy” de Jean Patou.

Tras la Segunda Guerra Mundial nacen los célebres perfumes “Femme” de Rochas, “Ma Griffe” de Carven, “Miss Dior”, “L' Air du Temps” de Nina Ricci y “Vent Vert” de Balmain. En los ‘50, la perfumería francesa estaba en su apogeo. Ya todos los grandes nombres de la moda como Elsa Schiaprelli, Pierre Balmain, Carven, Christian Dior, Nina Ricci y Givenchy,  tenían su propio perfume.

En los últimos cuarenta años, la industria perfumera creció enormemente. Para que se hagan una idea de su expansión, en 1993 se lanzaba un nuevo perfume cada semana. ¡Hoy en día prácticamente se lanza uno cada día!

Los perfumes nos permiten poseer algunas gotitas del lujo y distinción de las más prestigiosas marcas. Pero ante todo, nos permiten evocar gratas memorias como el recuerdo del dulce aroma del abrazo materno o la fragancia insinuante de nuestro gran amor.

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