viernes, 4 de abril de 2014

ETAPAS DE LA PASIÓN







Como ustedes bien saben, soy una todóloga recalcitrante, y como tal me siento obligada a compartir mis conocimientos. Una de mis áreas de experiencia favorita son las relaciones de pareja. Me encanta observar el comportamiento de los australopithecus (monos del sur) y las potrancas que se dignan a acompañarlos. ¡Qué universo lleno de enigmas y maravillas son las relaciones de pareja! Nunca dejan de maravillarme.

Con los años he aprendido que en el amor no hay reglas y por ende cada pareja presenta su propio reglamento institucional. Pero salvando las diferencias, existen ciertas disfuncionalidades que siempre se asoman en mis observaciones de mis prójimos. (Yo no soy de las que miro para criticar honeys, lo mío se trata puramente de estudios antropológicos empíricos).

Mi observación es taaan aguda que bastándome solamente los gestos y las expresiones faciales ya puedo decir cuánto años de pareja llevan juntos. Mi pertinaz observación diaria me ha llevado a desarrollar la teoría de que la vida en pareja sigue las etapas naturales de la vida misma. 

La etapa del cortejo es como la infancia. Corretean como niños y se ríen como pavos de las sandeces más absurdas. La seducción se desempeña como un juego infantil, en el cual hay reglas, pero también ciertas libertades de interpretación. Ambos viven con cara de velocidad, la sonrisa se les estira en el rostro como si estuvieran andando en moto con la boca abierta. De tan felices no pueden dejar de sonreír y de estar sobreexcitados en todo momento. Son las criaturas del amor.

Al año llega la adolescencia. Empiezan los conflictos cuando abren los ojos infantiles y descubren la cruda realidad. El entusiasmo inicial va disminuyendo con el tiempo y la monotonía y las mariposas en el estómago van dejando de batir sus delicadas alitas. Había sido que no era todo tan perfecto como se imaginaban. ¡Hello, por algo existe una especialización en la psicología llamada “problemas de pareja” y no “problemas de empleada”! Los antes perdidamente enamorados pasan a estar perdidamente conflictuados. El amor les duele, les atormenta y les quebranta.

Luego de la crisis existencial del primer año viene la juventud. La pareja se consolida y empieza a disfrutar de la vida y celebra el haber salido de su primera crisis. ¡Todo es una fiesta! Se empieza a proyectar el futuro con alegría ya que se está convencido de que el futuro será más rosa que la mansión de la Barbie. 

Tras un par de años de alegre juventud, se cree erróneamente que ya se está preparado para la segunda etapa. Es hora de madurar y sentar cabeza. Como nuestra relación es estable sentimos una imperiosa necesidad de desestabilizarla y por eso optamos por la convivencia (que con o sin anillo es una prueba de fuego para toda pareja). En esta etapa comienza la adultez con todas sus responsabilidades y quebrantos. Tras el entusiasmo inicial empiezan a surgir los roces que luego se van transformando en las peleas más absurdas imaginables. Por lo general en esta segunda crisis hay dos opciones: 
A) abandonar el barco, o 
B) mantenernos a bordo del barco en aguas turbulentas con la esperanza de llegar a un puerto más manso.

Si deciden abandonar el viaje pasan a tener una regresión forzosa a la juventud, como si estuvieran teniendo una crisis de mediana edad obligada ya que volver a formar pareja implica antes ENCONTRARLA. Volver a la arena de las citas y curtir la noche ya maduritos no es nada fácil. (pero esta es oootra historia).

Si deciden quedarse a bordo empieza la etapa de la madurez. Había sido que si hay un puerto más manso en el horizonte…. Pero lastimosamente nadie nos avisó de que sería un BODRIO. Los años pesan y la llama de la pasión parece haber sido apagada con un matafuego.  Esto no tiene nada de anormal. Muchos factores inciden en que la pasión vaya disminuyendo con el tiempo. Es de esperar que la monotonía del día a día y los problemas cotidianos de la convivencia vayan mermando la pasión que antes tenían hacia su pareja. Cuando se llega a esta etapa de la edad madura de la vida en pareja, tenemos tres opciones:


  •  Demencia Senil. Fingimos demencia senil y vivimos tapando el sol con un dedo como si todo estuviera perfecto. El fuego hace raaaato ya se apagó pero nosotras seguimos sentadas frente a la chimenea helada jurando a todos que nos da muchísimo calor.

  •  Añorar “los viejos tiempos”. Tiramos la toalla y dejamos que la llama se vaya apagando y nos quedamos observando con añoranza las cenizas de lo que fue. Nuestra pareja ya es un cadáver. Nos resignamos a la muerte de la finada pasión y vivimos del pasado mientras que en el presente nada nos puede borrar la cara de cementerio que tenemos cada vez que estamos juntos.

  •  Resurrección. No nos resignamos a la muerte de la pasión y nos ponemos las pilas para revivirla. Enfrentamos el problema cara a cara y nos cargamos las pilas para que nuestra vida en pareja sea plena y feliz. ¡Si hay que hacer respiración boca a boca para resucitar a la finada pasión lo hacemos a todo pulmón!

Francamente yo celebro la opción número tres. Mantener viva la llama no es cosa fácil. Esto requiere intención, acción y esfuerzo. Pero si lo logramos, si somos de los afortunados que logran mantener viva la llama tras años juntos, a veces tan intensa que quema y otras tan tenue que hasta parece no estar encendida, entonces sí podemos decir que tenemos una vida de pareja plena y feliz. 

¡Mis queridas lectoras maduras (y también mis queridas lectoras inmaduras) este día de los enamorados les deseo que celebren su vida en pareja, que se enamoren un poquito todos los días y sobretodo que disfruten de su llama!

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