lunes, 26 de diciembre de 2016

LA SILLA VACÍA


Obra de Laura Mandelik
Las fiestas navideñas son siempre un motivo de reunión familiar, de encuentros, abrazos, besos y a veces también lágrimas de emoción. Es que en las celebraciones familiares, cuando falta alguien se nota de manera mucho más notoria que de costumbre.

Cuando un ser querido se va, deja una silla vacía... En cada encuentro familiar, cada momento de celebración, cada charla emotiva... hay alguien ausente. Es como aquel invitado que anhelábamos ver pero que no llega a la fiesta. Nada se siente completo sin esa persona. Su ausencia física -paradójicamente- se vuelve palpable. Mientras más reciente la pérdida de aquel ser querido, más corpórea se hace la silla que falta en la mesa de la celebración.

Para muchos de nosotros que tenemos familias rotas, o un ser querido que ya no está con nosotros, las fiestas no son enteramente felices. Siempre queda suspendida una nota de nostalgia, de tristeza, de añoranza. Siempre terminamos con los ojos un poquito empañados, con una media sonrisa, y un corazón agitado que late fuerte ante el súbito recuerdo que deja en evidencia la pena mal emendada.

Pero el sentir estas emociones tristes en épocas de celebración es natural y  no está para nada mal. No es algo que empaña ni al alma, ni a las fiestas, simplemente es un mirar atrás cargado de sentimientos. Gran parte de la celebración se apoya en el recuerdo de lo que pasó. Por lo general siempre se está homenajeando oficialmente a un evento ocurrido en el pasado. Por eso terminamos mirando al pasado, despertando al recuerdo y a la nostalgia.

Y es natural que las emociones se crucen con sentimientos generados por nuestro propio pasado, con nuestra historia personal. En fechas significativas como la Navidad y el Fin de Año celebramos nuevamente algo ya celebrado cada año. Evidentemente surgen los recuerdos de navidades pasadas, los temores hacia las navidades futuras y las emociones confluyen en las navidades presentes, así como le ocurrió al viejo  Ebenezer Scrooge en la novela de Charles Dickens “Cuento de Navidad”.

Afortunadamente con el tiempo.... si bien abundan los momentos en los cuales la silla se siente vacía... y el tiempo no siempre subsana esta ausencia, la mayor parte del tiempo la vamos llenando con otras cosas. Las vamos llenando de recuerdos, de anécdotas e historias que quedan grabadas en nuestras memorias. Llegan nuevas personitas que van ocupando nuevos lugares y contagiándonos con su alegría. Conocemos nuevos amigos a quien volver a narrar aquellas viejas historias como si fueran nuevas. Parafraseando a Juan Ramón Jiménez: “El Pueblo se hará nuevo cada año.... y se quedarán los pájaros cantando”.

Y estas navidades, con nuestras mesas pobladas de seres queridos presentes y recordados, de sillas ocupadas y también muchas sillas vacías, sentiremos nuestros corazones repletos del amor que queda, del amor que nunca se va.

De seguro también habitará el recuerdo todas y cada una de las mesas en nuestros hogares. Celebraremos en partes iguales la vida que queda, la que fue, la que vendrá y  homenajearemos con nuestras tradiciones familiares -obviamente también con nuestras recetas de familia y platos especiales- a todas aquellas personas especiales que poblaron a nuestra alma y que nunca la dejarán de poblar. Y por supuesto, también las recordaremos con anécdotas contadas entre lágrimas en la sobremesa regadas de vino, risas y lágrimas y brindaremos por su memoria, recordaremos y transmitiremos sus enseñanzas, sus historias y sus aventuras. Y una vez más, la silla que sentíamos vacía, se llenará de la magia de la memoria viva que siempre está presente en las reuniones familiares de Navidad y Año Nuevo. ¡Salud por sus sillas llenas y vacías!

miércoles, 14 de diciembre de 2016

CASUAL CHIC








El look casual es un arte difícil de manejar. Pocas son las Carolinas Herreras que logran  verse chiquerrimas con un labial rojo y una camisa blanca, las Jackie Os que se echan unas gafas enormes y un collarcito de perlas y pasan a la historia fashionista como iconos de estilo. 

Generar esa sensación de que te levantaste así, de que sos simplemente regia al natural y sin esfuerzo alguno es simplemente un arte difícil de dominar. Lo que más se podría asemejar a esta paradoja es la gracia que logran proyectar las bailarinas mientras  ponen todo su esfuerzo en dar vida a las piruetas, poses y saltos de su arte. Ellas saltan como condenadas, seguro la malla le hace un wedgie, el tutú le da urticaria, el calor de las luces les hace derretirse de calor y cada vez que saltan y caen en puntitas sobre sus dedos sienten que están caminando sobre clavos tras haberse tirado de un octavo piso, pero para el público…. Ellas levitan y flotan sin esfuerzo alguno. Las bailarinas del ballet representan la mejor explicación gráfica del término anglosajón “effortless chic” (o chic sin esfuerzo).

Pero como cualquier bailarina puede asegurar: no hay nada sin esfuerzo en su arte. Les aseguro que tampoco hay nada de effortless en el chic de muchas mujeres. Sencillamente no es fácil ser sencilla. Para algunas esta gracia natural es un don innato, pero para otras, es un arte dominado con pericia que lleva horas de acicalamiento y remojo en la peluquería hasta lograr el despeinado perfecto.

El pelo despeinado por lo general se ve atroz, por algo te venden el producto para generar el look despeinado. Porque si estar verdaderamente despeinada al natural fuera lindo no habría necesidad de comprar un producto especial. Simplemente nos levantaríamos a la mañana y voilá: pelo súper frizz, con súper rulos auténticamente enredados y grasita capilar matutina.  El verdadero bad hair day jamás se va a poner de moda chicas o sea que paren de delirar.

Un buen despeinado perfecto toma hoooras de práctica para lograr en la casa. Y muchas de nosotras dependemos de nuestro peluquero de cabecera para lograr el verdadero despeinado perfecto ya que a nosotras solo nos sale el despeinado simple o el bucle armado. Cuesta un montón encontrar ese término medio que no parezca de peluquería. Es tan difícil como dominar el punto justo del huevo poché ni muy muy, ni tan tan. Solo Alexis, Jorgito, y la Santa de Santa conocen el misterioso arte de despeinar sin despeinar. El común de las mortales solo logramos el look akashará.

¿Y el maquillaje natural? Las mujeres casualmente chic parecen que no conocen la palabra base, aunque en realidad llevan un sutil revoque tan bien logrado que parece su verdadera y magnífica piel besada por el sol. O sea que hasta cuando se maquillan parece que no están maquilladas, que solo se pusieron un labial y un rímel. ¿Y por nuestras latitudes? Meeeetale el contouring y la purpurina. ¿Porque lo que somos taaaaan Kardashians y taaan poco Kennedy? No sabemos luego ser discretas. Y el maquillaje es lo primero que nos pone en evidencia. 

Luego pasemos a la indumentaria. Una mujer casualmente chic se ve regia hasta de jeans y zapatillas. Nosotras, las vulgares mortales, parece que llevamos el “look supermercado” o el look “estaba demasiado kaigué para sacarme mi ropa de entrecasaa”. Y cuando nos ponemos zapatillas para vernos cool juuuusto se nos olvida de hacernos los pies. La mujer casualmente chic siempre tiene tiempo para acicalarse hasta las uñas del dedo gordo del pie. Nosotras… de alguna manera u otra, hasta cuando nos esmeramos la manicura no nos dura ni 24 horas, y por lo general tenemos las cutículas levantadas, las uñas picadas y el esmalte pelado y para cuando nos damos cuenta ya es tarde para enmendar la situación y terminamos cerrando los puños como un playmovil para tratar de disimular. 

La mujer casualmente chic es tan esplendida que hasta puede darse el lujo de ponerse un remera de algodón con una falda de seda y verse canchera. De repente en su cuerpo, el algodón y la seda se aman y hacen el amor. Nosotras, las mas casuales que chic cuando tratamos de imitarlas nos vemos ridículamente cachafaces y no vestidas para la ocasión. Ahí cuando queremos vernos cancheras es por lo general cuando mayores errores cometemos la que no nacimos con ese arte ni esos genes ni ese don de selección.  Es que el cancherismo chic no logrado puede ser un verdadero crímen de estilo. Una puede llegar a verse peor que una indigente desquiciada, con pinta de pordiosera, el pelo enmarañado, la cara lavada dejando a relucir cada una de nuestras manchas, arrugas y ojeras de cansancio. Es que muchas que tratan de ser “cancheras” no se dan cuenta de que en ese look desgarbado TODO está estudiado y trabajado.

Ser casualmente elegante es indiscutidamente un arte compleja y nada casual y simplemente NO hay atajos para lograrlo.



40 PELOS LOCOS





Las mujeres a los 40 andamos ya sin pelos en la lengua, queremos andar con el pelo suelto, y queremos que nos perciban sabias y sin ningún pelo de tonta. Pero es mucho más probable encontrarnos con los pelos de punta y totalmente revueltos.

Pero así como ya no nos quedan pelos de tonta, la triste realidad es que no nos quedan muchos pelos en general. A los 40 te salen más pelos en la cara que en la cabeza! Los bigotes de repente empiezan a volverse más Frida Style y empiezan a aparecer clavos en la barba y lunares con pelos como las brujas y todo esto mientras que nuestra antes hermosa y frondosa cabellera empieza a mermar. Parece que todo el pelo que se te cae de la cabeza va a parar a otra parte insospechada de tu cuerpo. En síntesis es más probable que te aparezca un pelo en el dedo gordo del pie antes de que te vuelva a crecer pelo en el cuero cabelludo.

Empezamos la guerra de los clavos corporales. En cima cueeesta encontrarlos. Como a los cuarenta ya se empieza a ver mal de cerca tenemos que colocarnos lentes bifocales y comprar espejos con aumento X 100 y salir al sol incandescente para poder encontrarlos y atacarlos con nuestras pinzas de cejas (que a partir de los 40 se vuelven multiuso y se convierten en pinzas de mentón, de brazo, de cachetes y hasta de dedos gordos del pie).

El pelo no solo se cae, sino que se vuelve ralo y una empieza  a ver parches de su cuero cabelludo. Primero se empieza a notar en las fotos con flash (que obviamente terminan cortadas o disimuladas con alguna app) y luego ya se ve ao vivo en el espejo. Ahí una empieza a pintarse el cuero cabelludo con sombra para disimular la alopecia y empezamos a  tomar cuanta pastilla o loción capilar exista en el mundo mundial y cibernético para que nuestro cabello vuelva a brotar. 

Una vez que logramos finalmente que pare la caída nos damos cuenta de otra crueldad capilar. Nuestro problema no es solo la caída, sino también el quiebre. Si mis queridas, el pelo no solo se te cae de raíz, también se suelta y se vuelve más fino y quebradizo. La primera señal de esto es nuestra cola de caballo. Si antes ésta tenía la circunferencia de una mazorca de maíz, hoy tiene la de un lamentable lápiz de papel. Una ya no solo envidia la piel libre de celulitis y el cutis libre de arruga de las veinteañeras, sino también sus frondosas cabelleras. Cada vez que se nos cruza una chica de 20, nuestros ojitos envidiosos van directo a su cuero cabelludo mientras decimos internamente “Que muuuuucho pelo tiene la desgraciada”. 

Como si la caída y el quiebre no fueran suficientes, nos viene una tercera plaga funesta: la opacidad. El pelo de una cuarentona deja de brillar como si todas las luces se le apagaran. Aunque no lo crean… el pelo también se marchita, envejece y se vuelve áspero como paja seca. Se vuelve una masa rala y opaca y por más que le agregues “luces” y “claritos” va a seguir siendo un reflejo marchito de tu antigua cabellera.
Y lo más triste, lo más más triste, es que las únicas luces que se te van a ver natural… son las de tu canas. Ese es el único brillo que va a asomar a tu cabellera después de los cuarenta. 

Las canas son la cuarta plaga. Una plaga que dice “vieja” a gritos. Y por más de que las de veinte reivindican el granny hair poniéndolo de moda, a nosotras, las cuarentonas, no nos queda cool, no nos da onda, nos hace simplemente más avejentadas. En cima está el lado psicológico de la primera cana. La primera cana es como un sacudón.  Un sacudón que te dice no solo que tu juventud está llegando a su fin y que la tercera edad está a la vuelta de la esquina, sino también que tenes que sumar un nuevo tratamiento a tu cuenta mensual de peluquería (la cual a los cuarenta es más larga que rezo de pobre): la tintura de canas.
Métale matizante para las canas, métale tinte para renegarlas a los confines de nuestro cuero cabelludo y métale alargue, relleno, postizos, cortinas y las toas cosas con pelo prestado de quinceañeras vírgenes de Tupasy Arroyo para poder generar la ilusión de tener pelo joven y sano.

A los cuarenta ya empezamos a decirle adiós al pelo largo y suelto al viento y alooo al pelo corto y batido hasta el infinito!

BRIDEZILLAS







Las mujeres, somos luego naturalmente alteradas. Nos encanta complicarnos la vida y somos capaces de ahogarnos en vasos de agua, enredarnos con detalles irrelevantes y convertirnos en seres endemoniados simplemente porque las cosas no salen como esperábamos. Pero  definitivamente alcanzamos nuestro estado más crítico cuando nos convertimos en futuras esposas. Parece luego que al acercarse el día D nos convertimos todas en demoñas alteradas. Si somos ya densas en el día a día, ¡imagínense cuando estamos en vísperas de nuestras bodas!  Ahí directamente entramos en plan turbo. 

Dios bendiga a todas esas pobres almas que se cruzan en nuestros caminos en esas épocas “endemoñadas” (léase peluqueros, maquilladores, diseñadores, decoradores y todos esos prójimos que tienen que lidiar con nosotras en nuestras vísperas de bodas. ¡POBRECITOS!  Mi corazón late por ellos…

Es que las bodas, no sé por qué regla de tres, logran despertar en todas nosotras a un monstruo interno que ha sido apodado internacionalmente  “Bridezilla”, o sea, la novia endemoniada. 

Se recuerdan de aquella película en la cual unos el adorable Gizmo al mojarse se convertían en temibles Gremlins? Así mismo es la transformación de Novia a novia endemoniada.  Las Bridezillas son mujeres que antes de recibir el anillo de compromiso eran verdaderos seres de luz y de paz pero que luego de colocarse la roca al dedo quedan convertidas en  criaturas dignas del cine de terror.

La primer señal de alerta de que se está gestando una futura bridezilla es cuando la novia, ni bien su novio le propone matrimonio, antes de llamarle a contar ni siquiera a su mamá, ya agarra el celular y le llama volando a su maquilladora para reservar turno. No hay indicio más claro de que esta novia estará próxima a psicotizarse a medida que pasen los meses.

Antes de su casamiento, las Bridezillas entablan una relación íntima con el drama. Todo les altera. TO-DO.  Si una nubecita osa asomarse al cielo empieza a hiperventilarse y a gritar como una desaforada “SE VIENE UNA TORMENTAAAAAA” y es ella quien empieza a inundar el predio con sus lagrimones. Son capaces de desmayarse si las servilletas marfiles que le encargaron al decorador, tienen dos tonos más de lo que vieron en la foto. Y empiezan a analizar a la servilleta como si fuera un cuadro renacentista para encontrar todas las fallas imaginables ante la mirada atónita del decorador.

La principal víctima de las bridezillas son sus prójimos diseñadores de moda. Pueden ser los más tops del mundo mundial, pero ellas siguen inseguras y dudando de su talento. Los torturan con pruebas y preguntas ridículas sobre la opacidad o el brillo del canutillo. Como están híper ansiosas confunden un poco el rol del diseñador y a veces lo toman por psicólogo, otras por asesor de imagen y etiqueta/protocolo y ceremonial y finalmente por cirujano plástico. Porque no solo pretenden que el vestido le quede lindo….sino que también les adelgace, le agrande y levante las lolas y le reduzca la panza y las caderas.  Santos Hombres y mujeres de la costura que tienen que lidiar con estas demoñas. ¡No se las deseo a nadie!

Otra de las características de las bridezillas es su constante cambio de humor. Un día amanecen sencillitas queriendo casarse con camelias blancas en la cabeza, y al día siguiente amanecen originalísimas queriendo casarse con plumas de cacatúas africanas. Y al tercer día ya están todas enredadas e indecisas y ya no saben lo que quieren. Cuando están indecisas no hay decorador, modisto, maquillador, chef  ni wedding planner que las aguante. Que blanco, que no celeste, que mejor blanco siqué, y que decís si en vez de blanco y celeste ponemos azul mbaé, o mejor sería verde musgo?????  Follaje o rosas blanca, torta bombón de chocolate o de merengue frutilla, champagne o espumante…. Toda decisión se vuelve un interminable debate y finalmente termina confundiendo a todo el mundo y por supuesto luego llega el gran día y había sido que nada luego era como ella quería. Ahí empieza a hiperventilar de vuelta porque todo está al revés. Y empieza a criticar a diestra y siniestra absolutamente TODO.

Como se alteran tanto, las bridezillas terminan siempre psicóticas y enloqueciendo a toda su familia, amistades y proveedores. Afortunadamente, siempre hay una amiga con Solpan  en la cartera que no duda en darle un poquitito para que” se calme” (y que de paso deje de rompeeer). 

Finalmente, al quedar sedada, aquella turbulenta criatura que pretendía que el vestido de novia le adelgace, que el maquillador le haga la plástica y que el decorador recree el castillo de Windsor con un presupuesto de cumpleaños infantil, se convierte en un voladísimo ser de luz al cual ya nada le altera ni le turba. Tras el solpán y el sí quiero, ya todo vuelve a la normalidad y el demoño nupcial interno desaparece y viven felices para siempre. FIN….

miércoles, 31 de agosto de 2016

CHUBBY CHIC



¡Estoy DE-SES-PE-RA-DA! La primavera está a la vuelta de la esquina y yo no paro de comer. Este invierno la verdad que fue más laaaargo que plegaria de solterona a San Antonio y yo no hice otra cosa más que morfarme la vida. En las vacaciones de invierno luego comí tanto que volví tan gorda que perfectamente me podían usar como rueda de auxilio del avión en caso de aterrizaje forzoso. Cuando me vieron así de desbordada, mis amigas solidarias me animaron con todos los eufemismos habidos y por haber del tipo: “Nada que ver Nicoletta, no estás gorda, estás un poco “hinchadita”…. “seguuuro que es la retención de líquidos” “ese espejo nomás engorda” “seguro que no se descalibró tu balanza”. Y no faltó el famoso: “pero lo que pasa que vos sos GRANDE nomás”. Cuando te dicen “grande” con cara de mosquita muerta, estate segura que estás a punto piñata y a tus amigas no les da el corazón decirte la verdad. Cuando tus amigas del alma empiezan a usar estos términos contigo se te activan inmediatamente todas tus alarmas. Algo está mal…. MUY mal. Como ya sonaron todas las señales de alerta no te queda otra que hacer lo que más odias en la vida. No mis señoras, no es hacer dieta, sino lo previo a hacerla: pesarte. El momento de enfrentarse a la balanza es casi como estar frente a un pabellón de fusilamiento. Una sabe lo que se viene pero no lo quiere encarar. Tras tomarte 2 pastillas de diuréticos (porque todavía estás en negación y le crees a tus amigas pelotudas que te dijeron que lo tuyo es “retención”) y sacarte tooooda la ropa te pesas. Cerrás los ojos fuuuuerte como si te estuvieran por disparar. Y luego abrís uno y ves medio borroso el veredicto. Tras decirte a vos misma “ESTO NO PUEDE SER CIERTO” (Puesto que seguís en negación) procedés a sacarte todos tus accesorios, desde el reloj hasta la última cadenita que te dejaste puesta (porque a esta altura hasta tu tanga y tus aritos de perla suman gramos extras). Como los 40 vienen con bifocales tenés que ponerte los lentes para ver de cerca porque no podés creeeeee—eeeer lo que tus ojos están viendo. En ese preciso momento constatas de que se trata de una auténtica crisis nivel #TeComisteLaVida y como no tenés más 15 años, y tu metabolismo de cuarentona da lástima, ¡te viniste con nada más y nada menos que 10 kilos de más! Ahí tus ojitos se llenan de lágrimas empañando a tus bifocales mientras exclamás (con tono de Delfín Quishpe) “NO PUEDE SEEEEEER…. PORQUEEEEEEEEEE” Tras maldecir a todos los fondues, pancitos, pastas, tortas, crepes y cada uno de los 700 bombones que te tragaste en el invierno y llorar amargamente por todo lo que te espera por delante: dieta, terapia, ejercicios, masajes, drenajes, detox , chips y las toas cosas. Primer paso, la inevitable dieta. ¡Qué cosa horriiiible es hacer dieta en invierno! Todos están comiendo felices y vos muriéndote de hambre y de frio. A quien en su sano juicio le estira comer lechuga en invierno. Y por supuesto hasta ahora no entiendes porqué todo lo rico engorda. Por qué regla de tres el brócoli tiene que tener menos calorías que el chocolate. ¿Alguien puede explicarnos esto? Luego empiezan todas las clases de cuanto nuevo ejercicio suuuurja. Y con tantas opciones no sabés para que lado tirarte, si es el crossfit, el yoga o el bodypump lo que van a salvarte la vida y hacerte más rápido el camino a tu cuerpo del verano 2017. Pero por supuesto siempre vas a tirar hacia la amiga buena onda que te dice que está todo bajo control y que con unas sesiones de caminatas en Ñu Gua se te baja la “pancita” (eufemismo del siglo para la gigante buzarda que acuñaste durante tus comilonas invernales). La muy divina seguro que hasta se ofrece para estirarte para ir a Ñu Guasú y pasarte a buscar todos los días a las 6 am. Obviamente nadie es así de así de desinteresada como para madrugar para que puedas lucir un bikini este verano. Lo que tu amiga no te cuenta (pero te darás cuenta antes de terminar el primer kilómetro) es que se gastó todo su presupuesto de terapia en zapatos y quiere hacer catarsis a costa de toda esa grasa que tenés que quemar desesperadamente dando 999999 vueltas en el parque escuchando todos sus problemas existenciales. En situaciones normales no te bancarías ni 3 minutos de conversación con esta chica, pero como estás DESESPERADA y no te queda de otra, te bancás horas de servir de oreja a sus terribles problemas de empleada y de uñas frágiles y todas esas “crisis existenciales” que aquejan a las mujeres que no tienen otra cosa que hacer que pintarse las uñas de todos los colores. Como ya no tenemos 20 años y 10 kilos no se solucionan en 20 días de dieta, tenemos que armarnos de paciencia y determinación. Porque a los cuarenta los kilos de más se aferran a los huesos como garrapatas. A los 40 bajar 2 kilos ya es todo un desafío, el solo hecho de tener que bajar 10 ya es una verdadera pesadilla. Lo más probable es que ni aunque te cosas la boca con punto cruz ni camines (o mejor dicho en tu estado… ruedes por Ñu Guasú) 3 veces x día vas a lograr tu objetivo en el tiempo poco realista que te propusiste. Porque las cuarentonas también nos ponemos ansiosas de balde y bajar 3 gramos no nos satisface jamás. Al mes sin resultados esperados (porque obvio que siempre pretendemos bajar los 10 kilos en 1 mes) empezamos la búsqueda del milagro. Ahí empezamos a seguir todas las dietas esotéricas y soluciones mágicas, empezamos la dieta de la luna, a tomar cuanto té o batido te aseguran baja 3 kilos por segundo y terminamos rezando hasta el rosario para implorarle a Dios que nos perdone todos nuestros pecados de gula y nos haga bajar por intercesión divina. Crema, cremita, venda, vendita, parche, parchito, chip, chipsito, faja, fajita…. Y así seguiiimos hasta pasara por todo el repertorio imaginable y de realismo mágico para bajar 10 kilos en 30 días. La verdad que las mujeres somos capaces hasta de tomar batidos de bosta de elefante albino si nos prometen que adelgaza. No hay lo que no vamos a probar. PUNTO. El cielo es el límite. Lo más probable es que al fin y al cabo tengamos que aplicar la gran “Deneuve” y concientizarnos en lo que dijo la actriz: “llega un momento en la vida en el cual tenés que escoger entre tu trasero o tu cara”. Obviamente elegimos la cara, porque los kilos demás, si bien nos dejan con un moldevái karayá, también nos dejan con una carita radiante (porque obviamente la grasa es un filler natural para todas nuestras incipientes arruguitas). Llega el verano y pasamos divinas del bikini a la malla negra (del color que más adelgaza y que encima tiene una fajita oculta para sostenernos todas las achuras en su lugar) y con nuestra carita rozagante (a la cual le hicimos un contouring conlos protectores solares con color para disimular cachetes y papadas) le sonreímos divinas al verano, convenciéndonos a nosotras mismas, que a los 40…. CHUBBY IS THE NEW CHIC.

lunes, 25 de julio de 2016

ANGEL Y TERA YEGROS: EL CONTAGIO DEL ARTE






En la familia Yegros sin lugar a dudas el arte es una cotidianeidad. Tera Yegros tuvo la fortuna de nacer en una familia de artistas. Su tía Lucy Yegros es una renombrada artista visual que ha recorrido el mundo con sus obras. Su madre, Adriana Almada, es una de las más respetadas críticas de arte de nuestro país y su padre es nada más y nada menos que el gran escultor Ángel Yegros, uno de los cuatro novísimos, grupo de artistas que agitó la escena del arte paraguayo con su aparición en 1964.

Tera creció en el campo, entre los libros de su madre y la chatarra industrial que su padre iba transformando en impactantes esculturas que luego serían exhibidas en importantísimas Galerías y Museos del mundo entero. Creció rodeado de naturaleza y de cultura, en un ambiente absolutamente creativo, con padres que lo alentaban a seguir sus sueños y pasiones, predicando con el ejemplo, ya que ambos seguían firmemente las suyas. Como dice su padre: no es de extrañar que el arte “se le contagiara”.

La veta artística de Tera lo llevó a dedicarse al diseño industrial, desde donde le toca transformar el metal con un propósito diferente al de su padre, pero de una manera igual de creativa. Desde 2009 realiza trabajos de diseño y producción de mobiliario, integrando a veces, a la par que su padre hace con sus esculturas, material de recuperación.

En esta edición especial por el día del padre, decidimos entrevistar a este dúo tan creativo de padre e hijo, quienes además del ADN llevan la impronta artística en sus venas.

ANGEL YEGROS
Además de la escultura, ¿también te dedicás al diseño de accesorios y objetos?
Yo no diría accesorios ni objetos. Para mí siempre son esculturas, aunque sean de pequeño formato y cumplan alguna función específica. Por ejemplo, las joyas que vengo realizando desde hace muchos años y, más recientemente, la colección de recipientes escultóricos para los perfumes que yo mismo creo, a partir de plantas nativas. Utilizo las hojas, las raíces, los brotes, las flores, dependiendo de los casos.

Como padre, ¿cual fue tu granito de arena para acercar a tu hijo al mundo del arte y de la cultura?
Creo que fue sencillamente un contagio. Yo no hice nada especial para que él se acercara al arte y la cultura. Fue, simplemente, nuestra manera de vivir.

Cuando Tera era pequeño, ¿te imaginabas que haría algo vinculado al arte?
Sí, porque las cosas que Tera hacía evidenciaban su creatividad. Siempre estaba fabricando algo. Como vivíamos en el campo y no tenía juguetes sofisticados ni televisión, encontraba mil maneras de divertirse. Con los hermanos hacía casitas en los árboles, inventaba aparatos para deslizarse de una rama a otra, carros para transportarse en medio de las plantas… Y dibujaba muy bien. Dibujaba mis obras. En uno de los catálogos de una exposición que hice en la Galería Michèle Malingue, al lado de una escultura mía se publicó el dibujo de Tera, que tenía entonces cuatro años.

¿Qué crees fueron los factores que desencadenaron que Tera decida dedicarse al diseño? ¿En algún momento lo proyectaste para él o fue una sorpresa?
Fue una sorpresa, aunque siempre supe que su destino estaba ligado a alguna actividad creativa. Pero lo suyo también es técnica, y eso es importante. No sólo imaginación, sino también rigor. Él fue descubriendo solo su camino y nuestra casa fue un buen laboratorio de experimentación para sus primeros proyectos de mobiliario.

Me imagino que como padre estarás muy orgulloso de tu hijo. ¿Qué es lo que más te enorgullece a nivel laboral?
La inteligencia y el tesón para lograr sus objetivos.

¿Qué te gustaría que te diseñe Tera?
Una mesa de noche.

¿Cómo te gustaría que te recuerde siempre tu hijo?
¡Como un padre loco!

TERA YEGROS
¿Qué se sintió crecer inmerso en el mundo del arte, con un padre escultor, una tía artista y una madre crítica de arte?
Fue natural, no imagino mi vida de otra manera. De mi padre me fascinó siempre la capacidad de transformar la materia, de convertir desechos industriales en obras de arte y en objetos utilitarios literalmente fuera de serie, únicos; y su pasión por la naturaleza, por las formas vivientes, que él había heredado también de su padre, gran enamorado de las plantas, en especial las orquídeas. Mi hermano Arapy y yo nacimos y crecimos en una quinta fuera de Asunción, con un jardín enorme, en partes salvaje, que mi padre había diseñado y cuidaba personalmente. Ahora veo cómo todos esos años de infancia fueron modelando mis intereses y también los de Arapy, que se dedica al audiovisual. De mi madre aprendí la importancia de crear un hábitat bello y agradable para vivir. Creo que me transmitió su pasión estética, su rigor y su perfeccionismo, tan necesarios cuando se trabaja en diseño e interiorismo. De mi tía me impresionó su concepción del arte como juego y el uso del guaraní en su obra. Tuve una hermana que dibujaba maravillosamente y escribía libros de cuentos. Se llamaba Luciana, igual que mi tía.

¿Cual fue tu primer vínculo con el arte?
No recuerdo, porque nací inmerso en un mundo de arte. Me cuentan que cuando tenía 2 ó 3 años mi padre me dejó un momento solo en el taller y al volver me encontró golpeando con un martillo todos los hierros que había alrededor. Supongo que ya se estaba despertando mi espíritu creador. A los 6 años tomé cursos de arte con Engelberto Giménez y Carlos Solano López. Y durante unas vacaciones, a los 7 años, conocí en Montevideo la obra de Torres García y en Punta del Este la casa de Páez Vilaró. Quedé fascinado con todo lo que vi en ese viaje y a partir de allí fui adentrándome más en el mundo del arte.

¿Cómo te alentaron tus padres al inicio de tu carrera?
Desde que yo era muy chico guardaban con mucho cariño mis dibujos, me daban muchos materiales para pintar, dibujar y hacer esculturas. También me llevaban a museos, galerías de arte y exposiciones. En la quinta teníamos varios estanques (les decíamos “lagunitas”) y me gustaba quitar el barro de las orillas para hacer muñequitos. Cuando estaba por terminar el colegio y les comenté que quería estudiar arquitectura (que fue la carrera que empecé antes de estudiar diseño industrial) y me alentaron mucho. Mi padre me regaló todos sus libros de arquitectura (él cursó la carrera, una parte en Paraguay y otra en Argentina) y mi madre me traía de cada viaje nuevos libros sobre arquitectos visionarios. Después de un año y medio de estudiar arquitectura conocí más sobre diseño industrial y me di cuenta que ésa sería mi profesión. Mis padres me apoyaron. Siempre me dijeron que lo más importante es hacer lo que a uno le gusta, lo que a uno le apasiona, pues solo así el trabajo se transforma en placer y se pueden lograr grandes resultados.

¿Cuáles son las cosas que te inspiraron de tu padre para vincularte con el arte a través del diseño?
Como te dije antes, me inspiró su capacidad de transformar cosas sin valor en piezas de arte, esa capacidad de crear formas, sensaciones y objetos delicados.

¿Cuánto de escultórico tienen tus diseños?
Probablemente muy poco en comparación con las obras de arte de mi padre y otros artistas. Desde el diseño, creamos productos que deben cumplir funciones específicas; la forma suele en muchos casos ser el resultado del desarrollo de una serie de requerimientos. Como diseñadores, debemos procesar todos estos requerimientos para convertirlos en piezas de diseño.

¿Qué elementos locales te inspiran para crear tus diseños?
Como te dije que pasé mi infancia en el campo, por lo que me inspira la naturaleza, las formas, los colores y las texturas de los bosques y animales del Paraguay. Tener en cuenta la cultura del lugar es muy importante para familiarizar a las personas con el diseño, ya sea de espacios o mobiliario.

¿Cuál es tu proceso creativo?
Siempre busco congeniar la función con la forma. Además de eficiente, un objeto debe ser, en lo posible, bello y atractivo. Para empezar a diseñar hago muchos bocetos, dibujos técnicos en la computadora en 2 y 3 dimensiones, hago prototipos a escala 1 en 1 y los voy corrigiendo hasta llegar al resultado esperado. Con mi novia, Ana González, hemos creado el Estudio Apu’a, que no tiene un año todavía y ya está desarrollando importantes proyectos de interiorismo y equipamiento mobiliario. A principios de este año participamos en el Salón Nude de la Feria Hábitat, en Valencia (España), con excelentes resultados.

¿Existe alguna característica de tu diseño o algún conocimiento que estás seguro que te vino por herencia paterna?
La fascinación por el metal es herencia paterna… Es el material que mi padre más ha utilizado en sus obras. El me enseñó a soldar; siempre me fue familiar estar rodeado de metal y con él pude conocer diferentes maneras de usarlo. En mis diseños lo utilizo  por las características óptimas que presenta: la precisión con la que se lo puede trabajar, la resistencia que tiene, la variedad de acabados que permite y la larga duración en condiciones adecuadas. Existe una gran variedad de metales, pero el que más utilizo es el acero en sus distintos tipos. Y volviendo a mi padre y su influencia en mi carrera, puedo decirte que una vez, hace muchos años, me hizo un regalo premonitorio, cuando yo aún ni pensaba en el diseño. Me regaló una escultura pequeñita, un juguete, que era un banco, y tenía escrito en la parte del asiento la palabra “Apu’a”. Yo me había olvidado por completo de ese juguete, que en una mudanza se había extraviado. Lo reencontré hace poco, al regresar de la feria de Valencia, donde Ana y yo presentamos la marca Apu’a. ¡No lo podía creer!

¿Qué le diseñarías hoy a tu papá para homenajearlo?
Un atelier. Puedo ver cómo trabaja y darme cuenta de las cosas que necesita y quisiera tener en su taller. Me gustaría diseñarle un espacio de reflexión y creación, pero al mismo tiempo un espacio para exponer su obra.