lunes, 25 de julio de 2016

ANGEL Y TERA YEGROS: EL CONTAGIO DEL ARTE






En la familia Yegros sin lugar a dudas el arte es una cotidianeidad. Tera Yegros tuvo la fortuna de nacer en una familia de artistas. Su tía Lucy Yegros es una renombrada artista visual que ha recorrido el mundo con sus obras. Su madre, Adriana Almada, es una de las más respetadas críticas de arte de nuestro país y su padre es nada más y nada menos que el gran escultor Ángel Yegros, uno de los cuatro novísimos, grupo de artistas que agitó la escena del arte paraguayo con su aparición en 1964.

Tera creció en el campo, entre los libros de su madre y la chatarra industrial que su padre iba transformando en impactantes esculturas que luego serían exhibidas en importantísimas Galerías y Museos del mundo entero. Creció rodeado de naturaleza y de cultura, en un ambiente absolutamente creativo, con padres que lo alentaban a seguir sus sueños y pasiones, predicando con el ejemplo, ya que ambos seguían firmemente las suyas. Como dice su padre: no es de extrañar que el arte “se le contagiara”.

La veta artística de Tera lo llevó a dedicarse al diseño industrial, desde donde le toca transformar el metal con un propósito diferente al de su padre, pero de una manera igual de creativa. Desde 2009 realiza trabajos de diseño y producción de mobiliario, integrando a veces, a la par que su padre hace con sus esculturas, material de recuperación.

En esta edición especial por el día del padre, decidimos entrevistar a este dúo tan creativo de padre e hijo, quienes además del ADN llevan la impronta artística en sus venas.

ANGEL YEGROS
Además de la escultura, ¿también te dedicás al diseño de accesorios y objetos?
Yo no diría accesorios ni objetos. Para mí siempre son esculturas, aunque sean de pequeño formato y cumplan alguna función específica. Por ejemplo, las joyas que vengo realizando desde hace muchos años y, más recientemente, la colección de recipientes escultóricos para los perfumes que yo mismo creo, a partir de plantas nativas. Utilizo las hojas, las raíces, los brotes, las flores, dependiendo de los casos.

Como padre, ¿cual fue tu granito de arena para acercar a tu hijo al mundo del arte y de la cultura?
Creo que fue sencillamente un contagio. Yo no hice nada especial para que él se acercara al arte y la cultura. Fue, simplemente, nuestra manera de vivir.

Cuando Tera era pequeño, ¿te imaginabas que haría algo vinculado al arte?
Sí, porque las cosas que Tera hacía evidenciaban su creatividad. Siempre estaba fabricando algo. Como vivíamos en el campo y no tenía juguetes sofisticados ni televisión, encontraba mil maneras de divertirse. Con los hermanos hacía casitas en los árboles, inventaba aparatos para deslizarse de una rama a otra, carros para transportarse en medio de las plantas… Y dibujaba muy bien. Dibujaba mis obras. En uno de los catálogos de una exposición que hice en la Galería Michèle Malingue, al lado de una escultura mía se publicó el dibujo de Tera, que tenía entonces cuatro años.

¿Qué crees fueron los factores que desencadenaron que Tera decida dedicarse al diseño? ¿En algún momento lo proyectaste para él o fue una sorpresa?
Fue una sorpresa, aunque siempre supe que su destino estaba ligado a alguna actividad creativa. Pero lo suyo también es técnica, y eso es importante. No sólo imaginación, sino también rigor. Él fue descubriendo solo su camino y nuestra casa fue un buen laboratorio de experimentación para sus primeros proyectos de mobiliario.

Me imagino que como padre estarás muy orgulloso de tu hijo. ¿Qué es lo que más te enorgullece a nivel laboral?
La inteligencia y el tesón para lograr sus objetivos.

¿Qué te gustaría que te diseñe Tera?
Una mesa de noche.

¿Cómo te gustaría que te recuerde siempre tu hijo?
¡Como un padre loco!

TERA YEGROS
¿Qué se sintió crecer inmerso en el mundo del arte, con un padre escultor, una tía artista y una madre crítica de arte?
Fue natural, no imagino mi vida de otra manera. De mi padre me fascinó siempre la capacidad de transformar la materia, de convertir desechos industriales en obras de arte y en objetos utilitarios literalmente fuera de serie, únicos; y su pasión por la naturaleza, por las formas vivientes, que él había heredado también de su padre, gran enamorado de las plantas, en especial las orquídeas. Mi hermano Arapy y yo nacimos y crecimos en una quinta fuera de Asunción, con un jardín enorme, en partes salvaje, que mi padre había diseñado y cuidaba personalmente. Ahora veo cómo todos esos años de infancia fueron modelando mis intereses y también los de Arapy, que se dedica al audiovisual. De mi madre aprendí la importancia de crear un hábitat bello y agradable para vivir. Creo que me transmitió su pasión estética, su rigor y su perfeccionismo, tan necesarios cuando se trabaja en diseño e interiorismo. De mi tía me impresionó su concepción del arte como juego y el uso del guaraní en su obra. Tuve una hermana que dibujaba maravillosamente y escribía libros de cuentos. Se llamaba Luciana, igual que mi tía.

¿Cual fue tu primer vínculo con el arte?
No recuerdo, porque nací inmerso en un mundo de arte. Me cuentan que cuando tenía 2 ó 3 años mi padre me dejó un momento solo en el taller y al volver me encontró golpeando con un martillo todos los hierros que había alrededor. Supongo que ya se estaba despertando mi espíritu creador. A los 6 años tomé cursos de arte con Engelberto Giménez y Carlos Solano López. Y durante unas vacaciones, a los 7 años, conocí en Montevideo la obra de Torres García y en Punta del Este la casa de Páez Vilaró. Quedé fascinado con todo lo que vi en ese viaje y a partir de allí fui adentrándome más en el mundo del arte.

¿Cómo te alentaron tus padres al inicio de tu carrera?
Desde que yo era muy chico guardaban con mucho cariño mis dibujos, me daban muchos materiales para pintar, dibujar y hacer esculturas. También me llevaban a museos, galerías de arte y exposiciones. En la quinta teníamos varios estanques (les decíamos “lagunitas”) y me gustaba quitar el barro de las orillas para hacer muñequitos. Cuando estaba por terminar el colegio y les comenté que quería estudiar arquitectura (que fue la carrera que empecé antes de estudiar diseño industrial) y me alentaron mucho. Mi padre me regaló todos sus libros de arquitectura (él cursó la carrera, una parte en Paraguay y otra en Argentina) y mi madre me traía de cada viaje nuevos libros sobre arquitectos visionarios. Después de un año y medio de estudiar arquitectura conocí más sobre diseño industrial y me di cuenta que ésa sería mi profesión. Mis padres me apoyaron. Siempre me dijeron que lo más importante es hacer lo que a uno le gusta, lo que a uno le apasiona, pues solo así el trabajo se transforma en placer y se pueden lograr grandes resultados.

¿Cuáles son las cosas que te inspiraron de tu padre para vincularte con el arte a través del diseño?
Como te dije antes, me inspiró su capacidad de transformar cosas sin valor en piezas de arte, esa capacidad de crear formas, sensaciones y objetos delicados.

¿Cuánto de escultórico tienen tus diseños?
Probablemente muy poco en comparación con las obras de arte de mi padre y otros artistas. Desde el diseño, creamos productos que deben cumplir funciones específicas; la forma suele en muchos casos ser el resultado del desarrollo de una serie de requerimientos. Como diseñadores, debemos procesar todos estos requerimientos para convertirlos en piezas de diseño.

¿Qué elementos locales te inspiran para crear tus diseños?
Como te dije que pasé mi infancia en el campo, por lo que me inspira la naturaleza, las formas, los colores y las texturas de los bosques y animales del Paraguay. Tener en cuenta la cultura del lugar es muy importante para familiarizar a las personas con el diseño, ya sea de espacios o mobiliario.

¿Cuál es tu proceso creativo?
Siempre busco congeniar la función con la forma. Además de eficiente, un objeto debe ser, en lo posible, bello y atractivo. Para empezar a diseñar hago muchos bocetos, dibujos técnicos en la computadora en 2 y 3 dimensiones, hago prototipos a escala 1 en 1 y los voy corrigiendo hasta llegar al resultado esperado. Con mi novia, Ana González, hemos creado el Estudio Apu’a, que no tiene un año todavía y ya está desarrollando importantes proyectos de interiorismo y equipamiento mobiliario. A principios de este año participamos en el Salón Nude de la Feria Hábitat, en Valencia (España), con excelentes resultados.

¿Existe alguna característica de tu diseño o algún conocimiento que estás seguro que te vino por herencia paterna?
La fascinación por el metal es herencia paterna… Es el material que mi padre más ha utilizado en sus obras. El me enseñó a soldar; siempre me fue familiar estar rodeado de metal y con él pude conocer diferentes maneras de usarlo. En mis diseños lo utilizo  por las características óptimas que presenta: la precisión con la que se lo puede trabajar, la resistencia que tiene, la variedad de acabados que permite y la larga duración en condiciones adecuadas. Existe una gran variedad de metales, pero el que más utilizo es el acero en sus distintos tipos. Y volviendo a mi padre y su influencia en mi carrera, puedo decirte que una vez, hace muchos años, me hizo un regalo premonitorio, cuando yo aún ni pensaba en el diseño. Me regaló una escultura pequeñita, un juguete, que era un banco, y tenía escrito en la parte del asiento la palabra “Apu’a”. Yo me había olvidado por completo de ese juguete, que en una mudanza se había extraviado. Lo reencontré hace poco, al regresar de la feria de Valencia, donde Ana y yo presentamos la marca Apu’a. ¡No lo podía creer!

¿Qué le diseñarías hoy a tu papá para homenajearlo?
Un atelier. Puedo ver cómo trabaja y darme cuenta de las cosas que necesita y quisiera tener en su taller. Me gustaría diseñarle un espacio de reflexión y creación, pero al mismo tiempo un espacio para exponer su obra.


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