martes, 12 de marzo de 2013

EL ARTE DE VIAJAR





Viajar es para mí uno de los grandes placeres de la vida. Pero ojo: no todo viaje es un viaje, pues todos sabemos que hay viajes y viajes. Si bien viajar por trabajo puede tener un valor agregado visto desde afuera, para quienes debido a su profesión viajan constantemente, los viajes tienden a convertirse en un verdadero suplicio. Los tiempos ajustados y el mismo ambiente laboral muy pocas veces permiten a quien viaja por trabajo vivir una experiencia local, distenderse y relajarse. ¡Y que es un viaje sino una experiencia!

Un viaje debe necesariamente crear las condiciones para que se produzca un momento de reflexión, de desconexión con nuestro día a día y de conexión con un ambiente distinto. Todo viaje debe significar una especie de escape de nuestro cotidiano, que nos permita lograr aquello que uno está buscando, que podría ser: relajarse, desenchufarse del trabajo, recargar las energías, aprender de otras culturas, vivir una experiencia, conectarse con los seres queridos o vivir una aventura. Si se producen cualquiera de estas situaciones, entonces habremos verdaderamente aireado un poco nuestras cabezas y viajado como se debe.

Cada día es más y más fácil viajar, hay un sinnúmero de ofertas, oportunidades, y algunas verdaderas gangas para hacerlo más de una vez al año. Pero viajar no es solamente treparse a un avión, atiborrarse de comida y de shopping. Todo viaje requiere una introspección para saber cuáles son los motivos que nos impulsan a hacerlo y qué necesitamos extraer de la experiencia. En caso contrario, qué sentido tiene viajar, si no trae consigo a la vuelta algo más que compras y cuentas. Sin embargo, si verdaderamente uno logra alcanzar aquello que estaba buscando, ya sea relajarse, divertirse, encontrar el silencio necesario para tomar una decisión, ver a su propia vida desde otro ángulo, entonces uno verdaderamente vuelve del viaje sintiéndose satisfecho y hasta podría decirse feliz.

Recuerden que viajar no es un capricho o una frivolidad. Viajar de manera inteligente, reflexiva y satisfactoria puede convertirse en una vivencia seria y trascendente y no una mera huída de la rutina donde lo único importante es estar lejos y subir muchas fotos al Facebook.

Para recorrer un lugar a fondo, y vivir una experiencia local, lo importante es adentrarse en la cultura, conocer a los locales, disfrutar de las cosas sencillas del lugar, saborear su gastronomía y el día a día, escuchar sobre la problemática social local. Para que todo esto sea posible es imprescindible mantenerse alejado de los lugares turísticos. Aléjense de las rutas, bájense del interminable carrusel de recorridos, tours programados, visitando monumento tras monumento y salgan a pasear por las calles, piérdanse en las ciudades, sigan los caminos donde les lleva su curiosidad: armen su propio itinerario y sigan su propia brújula. Si no te sacas una foto frente al Big Ben, o sosteniendo con tu mano la torre de Pisa o si decidís no entrar a la Sagrada Familia, tu experiencia no va a ser menos plena. Subir a la Estatua de la Libertad no te hace conocer mejor Nueva York y no tiene por qué  ser una visita indispensable para regresar a casa satisfecho. 

Alejarse de las rutas y tours  no implica que viajen como veleta a donde les lleve el viento. Requiere que lean antes de viajar, que se informen ya sea con libros de viajes o internet sobre las actividades que podrán hacer, los lugares que les podrían interesar más que otros, las experiencias de otras personas que les gustaría compartir, etc. Informarse previamente sobre la historia, la cultura y las características del país que van a visitar es algo fundamental.

Viajar implica desprendernos de la necesidad casi voraz de viajar por viajar, de prescindir tomar una pila de fotos y dedicarnos en vez a maravillarnos, a absorber la belleza que nos rodea con los ojos, registrar cada momento en el corazón, y poder decir a la vuelta que hemos vivido una experiencia tan intensa y grata que quedó grabada dentro nuestro, de manera a que podamos volver a ella cada vez que lo queramos.

Old Hollywood Glamour




La palabra glamour originalmente se utilizaba para describir a un hechizo que hacía creer a una persona que otra era atractiva. O sea que este hechizo idiotizaba al sujeto e idealizaba al objeto. A fines del siglo XIX el término se utilizó para referirse algún accesorio que realzaba la apariencia de alguien haciéndola ver más atractiva.

Pero fue en la era dorada de Hollywood cuando la palabra adquirió su acepción definitiva y se empezó a utilizar profusamente para referirse a la atracción y fascinación que una apariencia lujosa y particularmente elegante genera en los demás de hacerlos parecer mejores que en la realidad. Es que la industria cinematográfica se dio cuenta de que necesitaban glamorizar a sus estrellas para que generaran un mayor impacto en el público. Porque antes de que prosigamos, es importante que entiendan que el glamour, al contrario de la inteligencia y la belleza, es algo que se crea. Toda persona glamorosa ha trabajado para crear su propia imagen.

Por entonces los grandes estudios contrataban a sueldo fijo a las estrellas de la época para que trabajaran exclusivamente en sus películas. Al estar bajo contrato, los estudios producían la imagen entera de estas estrellas, transformándoles de pies a cabeza, cambiándoles los nombres  y sobre todo la apariencia. Los estudios acuñaron un sistema para volver glamorosos a sus actores. La transformación empezaba con el nombre. Así Norma Jean Mortenson se convirtió en Marilyn Monroe, Margarita Cansino pasó a ser Rita Hayworth y Betty Joan Perske obtuvo el glamorosísimo nombre de Lauren Bacall. Los hombres también tuvieron que hacer más glamorosos sus nombres, y así Issur Danielovitch pasó a llamarse Kirk Douglas y Archibald Leach se convirtió en Cary Grant.

Otro eje de la conversión era la distancia. Los estudios se dieron cuenta de que para que el hechizo funcionara, sus estrellas deberían parecer como si estuvieran a miles de kilómetros de la realidad ya que la familiaridad desgasta. Ellos debían estar como en otro plano, inaccesibles, lejanos de toda cotidianeidad, y totalmente desvinculados del día a día de los comunes mortales. Esta distancia era  necesaria para deificar a los sujetos, mediante ella los actores y actrices del viejo Hollywood adquirían una vida idealizada, que nada tenía en común con la de la gente ordinaria. Ellos no iban al mercado, para atenderlos las tiendas cerraban sus puertas; ellos llevaban estilos de vida glamorosos, desayunaban champagne y no resultaba imposible imaginar que decoraran sus arbolitos de navidad con diamantes. 

El misterio también era vital. Como el glamour requería de una imagen fabricada, los estudios creaban historias fantásticas sobre sus estrellas. Les inventaban pasados idealizados, adaptados a la perfección a la imagen que querían atribuir a sus estrellas. Lo fantástico es que siempre sabían el punto justo hasta el cual podían llegar con estas idealizaciones, sin llegar a pasarse jamás hasta el punto de que las personas ya no pudieran identificarse con ellas. Encontraban el punto justo para crear historias en  las cuales las situaciones jamás eran tan opacas hasta el punto de cubrirlo todo, ni tan transparentes para exhibirlo todo (como sucede hoy en día). El glamour era simplemente traslucido, mostrando sólo aquello que debía mostrarse, o sea, lo positivo. 

La imagen de las estrellas era vital. Esta imagen no acababa con su aspecto físico, extendiéndose además a sus vidas privadas. Cuando las cosas no marchaban bien, los estudios se encargaban de encubrir la situación. Si un actor empezaba a generar dudas sobre su orientación sexual, le proveían rápidamente de una esposa. Si una pareja de actores estaba en plena guerra marital, se encargaban de desmentir el asunto proveyendo fotos familiares idílicas y si una de sus estrellas se metía en un lío que podría afectar su carrera eran los primeros en salir en su auxilio. Fue muy famoso el caso de la muerte del marido de Jean Harlow, quien se cree había sido asesinado por una amante celosa con un tiro en la cabeza. Los encargados de la seguridad de la MGM llegaron al sitio antes que la policía y fabricaron una nota de suicidio  para hacer creer que su marido se había suicidado debido a su impotencia, ¡salvando de esta manera la dignidad de su estrella!

Pero donde el glamour se hizo más notorio fue en la apariencia física de las estrellas. El star system de la época se especializaba en dotar a todas las estrellas de un glamour externo fríamente calculado hasta en el más mínimo detalle. Lo primero que hacían era sacarles fotos magníficas, creando un estilo fotográfico llamado glamour photography, traducido a fotografía de glamour. En ellas todo estaba ideado para realzar la belleza de sus sujetos, poniendo énfasis en su sensualidad y encanto, valiéndose del vestuario, el  maquillaje, el estilismo, el ambiente y los accesorios empleados en el retrato. Si querían que una estrella se viera saludable, juvenil y vital la fotografiaban practicando un deporte al aire libre, si querían una imagen más inocente la fotografiaban con aves y animales pequeños para generar ternura, si querían dotarles de una imagen más sensual, la fotografiaban con lencería y estolas de piel.

Increíblemente, sin la ayuda de medios digitales disponibles hoy en día como photoshop, fotógrafos como George Hurrell, Man Ray y Cecil Beaton perfeccionaron el arte de retratar a sus sujetos como si fueran dioses, perfectos hasta en el más mínimo detalle, con una iluminación tan mágica que era capaz de generar glamour instantáneamente con sus juego de sombras en blanco y negro. Supieron exaltar las formas de sus sujetos, retratándolos desde el ángulo perfecto, bajo la luz ideal para imprimirles un sello de glamour que sería imborrable por el tiempo, fijando sus imágenes idealizadas para siempre en el celuloide de manera a que trasciendan.

Según el gran cineasta de la época Josef von Sternberg “El glamour es el resultado del chiaroscuro, el juego de las luces sobre el paisaje del rostro, el uso de lo circundante a través de la composición, a través del aura del cabello y la creación de sombras misteriosas en los ojos. En Hollywood estrellas tan distantes entre sí como Marlene Dietrich, Carole Lombard, Rita Hayworth y Dolores del Río, poseen y adquieren glamour, la técnica y la voluntad de refinar su propia belleza. Son la magia indescifrable del cine, la substancia de los sueños de una generación y del encuentro admirativo de las siguientes.”

Estas estrellas lograron perfeccionar con la ayuda de sus estudios y fotógrafos un allure tan fuerte capaz de mantenerse vigente hasta nuestros días, convirtiéndose en la epítome misma de lo que es el glamour. No es de extrañar que las estrellas contemporáneas intenten imitarlas en sus grandes apariciones en la alfombra roja, peinándose, maquillándose y vistiéndose al estilo de las grandes estrellas de antaño para ver si adquieren, como por arte de magia, un poquito del glamour que éstas tenían.

La Dolce Vita: El arte del estilo de vida italiano




Convengamos que los italianos saben hacer mucho más que pizza y pasta. Si bien su cultura, gastronomía, tradiciones, hermosas ciudades y magníficos monumentos, ya son motivos de sobra para admirarlos, no podemos dejar de admitir, que también amamos su manera de disfrutar la vida.

En 1960, se estrenó “La Dolce Vita” de Federico Fellini, película que desde entonces representa el estilo de vida despreocupado de los italianos. Roma, la ciudad eterna se convierte en un entorno idílico para disfrutar del dolce far niente, contagiando tanto al bien romano Marcello (Marcello Mastroianni) como a la escultural sueca Silvia (Anita Ekberg), quien no duda dos veces en refrescarse en la Fontana di Trevi dejándose llevar por sus instintos, sus caprichos, su pasión.

Si bien la cinta es un ensayo de existencialismo que toca temas profundos, complejos, donde se aborda al amor, a la incomunicación, al éxtasis frente a la sensualidad, en nuestra memoria colectiva la vemos como un registro de la vida algo frívola pero absolutamente sofisticada de aquella Roma de los años sesenta, una oda a la dulzura de la vida y un testimonio de entrega total al placer, al disfrute, al goce de la buena vida. Queda entonces en nuestra memoria como un tesoro de imágenes, con una imagen imborrable de Anita Ekberg en aquella mítica escena de la fuente, rindiéndose, cual diosa pagana al puro deleite de dejarse llevar. Fellini también nos deleita con su retrato de aquel hombre romano, seductor, elegante, reflexivo y carismático, coqueteando eternamente entre lo frívolo y lo substancial y entregado totalmente al ritmo dionisiaco de la vibrante Roma.

Recordemos que esta Italia era una Italia que se estaba despertando finalmente del sopor del fascismo, que se estaba poniendo de pie tras una guerra, revelándose ante años de represión, desesperanza y las rígidas estructuras moralistas de la Iglesia Católica. La Dolce Vita muestra a una Italia que estaba volviendo a vivir, volviendo tal vez su pasado más pagano y libertino, respirando profundas bocanadas de locura, abrazando la superficialidad, el goce puro y todas las imperfecciones de la vida en un constante entrelazado de tragedia y alegría, drama y diversión, así como se nos presenta la vida cada día.

Una frase de la película nos deja con una gran reflexión: “deberíamos poder amarnos mejor”. Si, deberíamos amar también mejor a la vida, disfrutarla plenamente, conscientes de que las preocupaciones existen y son inevitables, pero que a veces es convenientes dejarlas a un lado y entregarse al disfrute. Los italianos, al menos en nuestra manera de verlos, parecen haber dominado este arte. El arte de extraer la dulzura de la vida a pesar de los quebrantos y las eventuales amarguras. 

Cómo vivir la Dolce Vita:

La Dolce Vita es en italiano “la buena vida”, una forma equilibrada que proporciona placer, satisfacción y felicidad. Los italianos practican de muchas maneras este arte cotidiano del buen vivir: con su gastronomía, con su arte, con su manera de ser, hasta con su forma de expresarse y de vestirse. Es imposible no amar sus sonrisas y su estilo de vida descontraído y elegante. 

1. Opten por el lujo simple. Para los italianos la elegancia es algo natural, algo que se vive de manera sencilla y sin complicaciones. Tal vez su propia experiencia cotidiana, los ha hecho estar tan acostumbrados a rodearse de arte y belleza arquitectónica que lo natural sea que elijan también rodearse de ella en sus hogares, en su día a día. Pero recuerden, lujo no es comprar 10 pares de zapatos de un tirón. Es elegir un par perfecto. 

2. Disfruten de la mesa y de la sobremesa. La comida no es solo para nutrir el cuerpo. También son una oportunidad para nutrir el alma, para celebrar a los amigos, a la familia, a la pareja. En Italia la vida gira en torno a la comida. Los italianos aman comer –algo que se evidencia en sus interminables conversaciones sobre comida, platos, recetas, vinos, bebidas. No es de extrañar que se tomen dos horas de almuerzo (a veces más), porque no sólo disfrutan sus pastas, sino también de la compañía. La dolce vita es saber tomarse un tiempo para comer tranquilos, comer bien y en buena compañía. Es relajarse tras el último bocado con un café o unos traguitos con los amigos, sin prisa entregándose al saludable hábito del chiacchierare  o charlar en la sobremesa.

3. Háganse de tiempo para ustedes mismos. No todo es trabajo en la vida. Los italianos lo saben muy bien. Dense tiempo para vivir, para disfrutar. Unas horas para leer un buen libro, para encontrarse con los amigos, para salir a caminar, pasear, practicar algún deporte, entregarse a alguna de sus pasiones. Es muy fácil distraerse con el trabajo, con las obligaciones y olvidarse de sí mismo. Pero la vida carece de sentido si no la sabemos disfrutar. Vivir la dolce vita significa hacer justamente, cada vez que puedan, aquello que más les gusta.

4. Vivan nuevas experiencias. No hay nada mejor que un viaje para vivir nuevas experiencias. Los viajes nos permiten cambiar de perspectiva, explorar cosas nuevas y ver al mundo de manera diferente. Cambien sus rutinas y sean espontáneos. Los italianos saben hacerlo como ninguno. No sólo se toman todo el mes de agosto, pero cualquier feriado largo o fin de semana ya es suficiente para escaparse un par de días al campo, al mar o a la montaña.

Todo en la vida se disfruta mejor con calma. El verdadero sentido de la Dolce Vita es saber darse tiempo para saborear esa dulzura, disfrutar el estar vivos y gozar de la sencilla belleza de la vida misma.


La Lycra: Una historia expansiva





Desde que esta fibra artificial fuera introducida en Estados Unidos en 1958 por la firma Du Pont, el mundo de la indumentaria sufriría un giro que la haría a las prendas más adherentes y por ende mucho más sugerentes. Además con la incorporación de este tejido a diversas prendas como medias, bombachas y fajas, la comodidad de un sinnúmero de prendas –y ni que decir la flexibilidad y comprensión- se vería drásticamente aumentada al permitirnos movernos con mayor libertad. ¡De más está decir que más de una gordita fashionista puede hoy en día respirar holgadamente gracias a esta innovadora fibra!

Su elasticidad, flexibilidad, resistencia y adaptabilidad la han convertido en un componente esencial en todo tipo de prendas, desde ropa interior, fajas, medias hasta en ropas de alta moda, trajes de baño, jeans y prendas deportivas.

Esencialmente la fibra de Lycra (que es tanto la denominación como la marca registrada) es un elastano creado por el hombre que nunca se usa sola pues requiere de estar mezclada con otras fibras naturales como el algodón o artificiales como el Poliéster. Cómo ésta puede estirarse hasta siete veces su longitud inicial para luego volver a su posición original al reducirse la tensión, es una salvación para muchas mujeres que antes tenían que sentir sus curvas irremediablemente reprimidas y embutidas cada vez que lucían algo ajustado. Con la lycra, sin embargo, los movimientos, por más entallada que sea la prenda, fluyen con absoluta libertad.

Pero antes de avanzar, veamos primero como era el mundo antes de la invención de la Lycra. Mujeres y hombres debían tolerar prendas que se deformaban, se abolsaban, y se arrugaban. No existía manera de llevar prendas ajustadas sino ciñéndolas al cuerpo con costuras, ballenas y haciéndolas lo más ajustadas precisas. Los trajes de baño eran de hilo tejido y cuando se mojaban se abolsaban y cuando se secaban se sentían como la esterilla de una alpargata vieja. 

Luego llegaría la Segunda Guerra Mundial y con ella, además de todos los males de la guerra, también llegarían muchos inventos. Los científicos de la época intentaban desarrollar un material sintético que remplazara al caucho (o goma) ya que el precio de este material fluctuaba mucho e incluso escaseaba ya que se lo estaba empleando en numerosos equipos empleados para la guerra. En 1958, Joe Shiver, un científico del grupo Du Pont (el mismo que había inventado en los años 30 el Nylon revolucionando la industria textil) perfeccionó una nueva fibra tan revolucionaria como la anterior y a la cual llamaría con el código K. Inicialmente la fibra se destinó para la ropa deportiva pues era idónea gracias a su flexibilidad para hacer una gran diferencia en el rendimiento atlético. Fue usada para este fin por primera vez por el equipo francés de esquí en las Olimpiadas de Invierno de 1968, quienes ganaron la medalla de oro con sus trajes ceñidos y aerodinámicos, captando enseguida la atención de todo el mundo deportivo.
Pronto su flexibilidad se extendería a la ropa de playa. Imagínense el alivio de tantas mujeres al sentir que ya no tenían que sentirse con el traje colgando a medio metro de sus nalgas cada vez que se mojaban y para hacer aún mejor el panorama, ya no tenían que esperar horas a que se secaran sus trajes, ya que el nylon, además de ser elástico también es de rápido secado. Speedo fue la primera marca en emplear tejidos de nylon y lycra en sus trajes de baño.

Para los años 70 el reino de la lycra se expandiría a la ropa de calle, sobre todo a las ropas ceñidas al cuerpo que llevaban las mujeres (y los hombres) a sus clases de aérobica (¿recuerdan a Jane Fonda cubierta de lycra con polainas promocionando sus videos de ejercicio?) y luego también a las discotecas para acentuar sus curvas y exhibir mejor sus atributos.  En los 80’s más de la mitad de las medias y ropa interior femenina y masculina contaba con lycra para lograr un calce confortable. Además las prendas de alta moda también la incorporarían a sus diseños. Donna Karan creó bodys de lycra que lucían fantásticos debajo de los power suits ochentosos. Azzedine Alaia introdujo el LBD (Little black dress) hiper entallado de lycra y Hervé Leger se valió de ella para crear su icónico “bandage dress” o vestido de vendas.

Los cantantes de rock no tardaron en incorporar esta fibra a su vestuario. Esta fibra permitía el uso de prendas tan adherentes como la piel, que no dificultaban los movimientos sobre el escenario, y que venía en todos los colores imaginables y que podían hacerlos ver desnudos o resplandecientes hasta en dorados y plateados. Todos quienes querían exhibir una imagen sensual se valían de esta prenda que funcionaba como una segunda piel sobre el cuerpo de quien la llevara para mostrar mejor su físico. Su calce ultra ajustado es tan sugerente que ha sido utilizado desde por modelos hasta superhéroes para poner de manifiesto todos sus excelentes cuerpos. ¡Y por supuesto, más de una fashion víctim ha puesto de manifiesto gracias a la lycra, mucho más de lo que debería haber hecho!

Para los 90’s este tejido estaba tan difundido que la palabra lycra ya era una palabra de uso común que se refería a todos los géneros elastizados. Al mismo tiempo que el término era reconocido en todos los hogares del mundo como algo que formaba parte de la vida, la empresa fue innovando. En los 90’s surge la lycra power, una novedosa fibra textil empleada en la ropa deportiva, que además ayudaba a ceñir masajeando los músculos de los atletas. Sorprendentemente para el año 2000 la lycra saldría del ámbito textil al introducirse el Rimmel Lycra Wear, un esmalte de uñas resistente a los golpes que contenía lycra líquida. Otras numerosas innovaciones siguieron durante esta década como la Lycra Fresh FX que además de elasticidad permitía mayor sensación de frescura a ser un tejido que permitía que la piel respirara.

Esta fibra milagrosa hoy está en prácticamente todas las prendas que usamos mujeres, hombres y niños. ¡Gracias a su elasticidad y flexibilidad este tejido se ha expandido a todos los rincones de nuestro ropero!