lunes, 11 de marzo de 2013

COGNAC PARA POE




La historia que les voy a contar no podría ser más apropiada para el autor en cuestión, el mismísimo creador de la novela de misterio.

En el cementerio de Westminster en Baltimore, durante décadas, un hombre misterioso dejaba tres rosas rojas y una botella de cognac medio vacía (o medio llena según como quieran describirla) sobre la tumba del escritor Edgar Allan Poe cada 19 de enero, fecha de aniversario del nacimiento del celebrado autor.

Cuentan que la primera de estas ofrendas se vio en la madrugada del 19 de enero de 1949, cuando se cumplían 140 años del nacimiento de Poe (1809-1849). Un misterioso visitante encapuchado y portando un bastón con manija de plata había atravesado el cementerio, vestido de negro de pies a cabeza, para dejar furtivamente su ofrenda sobre la tumba de Poe. Año tras año la curiosa vigilia volvía a repetirse, convirtiéndose en toda una tradición. Los guardianes del cementerio con mucha solemnidad permitían al misterioso visitante encapuchado cumplir con el rito cada año.

Nadie sabe porqué el visitante eligió las rosas y la botella de cognac y su identidad permanece totalmente oculta. Sobre sus motivos, por la fecha sólo se puede deducir que se trata de una celebración del cumpleaños del creador de tantas novelas de misterio y de terror.

Los locales no tardaron en apodar al misterioso visitante como el “Poe Toaster” o el brindador de Poe, debido a que se presumía que la botella quedaba medio vacía porque el encapuchado tomaba parte de su contenido aparentemente para “brindar” con el finado.

Pocas fueron las pistas que nos dejó el encapuchado. En 1993 dejó una esquela que decía: “La antorcha será pasada.” Y así fue. En 1999 el hombre de negro que vino a cumplir con el ritual volvió a dejar una carta, informando que se trataba de otra persona ya que el primer brindador de Poe, aquel misterioso pionero de esta curiosa tradición, había muerto, pero no sin antes delegar la tradición a su heredero. Así los locales se enteraron de que efectivamente la antorcha ya había sido pasada.

En vida, Edgar Allan Poe había llevado una vida tan trágica como sus relatos. Su padre los abandonó cuando él tenía sólo un año. Su madre murió de tisis al año siguiente dejándolo huérfano y él y sus hermanos fueron dados a parientes o recogidos por caridad. A Poe lo criaron los Allan, quienes años después lo apartaron de su vida. Su juventud la pasó persiguiendo amores imposibles: “Helen” la Eleonora de sus primeros poemas, quien hoy se sabe que se trataba de la madre de uno de sus condiscípulos, quien moriría consumida por la locura. Luego viene su matrimonio con su prima carnal, cuando ésta era prácticamente una impúber de 14 años. Esta muere al poco tiempo, dejándolo desconsolado. 

Su muerte lo lleva a la bebida.  Por entonces Poe escribiría “mis enemigos atribuyeron la locura a la bebida, en vez de atribuir la bebida a la locura…” En esa época de alucinaciones alcohólicas y opiáceas desdicha escribe su poema más famoso “El Cuervo” que sirvió para exorcizar la agonía que sentía por la muerte de su esposa de apenas 18 años a quien inmortalizó con el poema “Annabel Lee”.

Un 3 de octubre de 1849 (otra nota de misterio, me acabo de dar cuenta de que es justo el mismo día en el que me encuentro escribiendo este artículo), Poe fue encontrado delirando en las calles de Baltimore y llevado a un hospital, donde moriría el 7 Octubre a las 5 de la mañana con tan solo 40 años. Murió en medio de terribles delirios y alucinaciones aterradoras que le hacían ver diablos azules y gritar repetidamente el nombre de “Reynolds” sin que nadie supiese a quien se refería. Hasta el día de hoy no se sabe con certeza de que murió. Algunos lo atribuyen a su alcoholismo y otros a la rabia adquirida tras la mordida de un gato. Dicen que sus últimas palabras fueron: “"...que Dios ayude a mi pobre alma...".

Hoy, al cumplirse 163 años de su muerte, el maestro de los relatos góticos y macabros nos sigue sorprendiendo desde la tumba. No sólo mantuvo a todo Baltimore y al mundo intrigado sobre la identidad de su misterioso admirador. Sino que tras cumplirse 200 años de su nacimiento, el brindador, simplemente dejó de acudir a su cita anual. Tan misteriosamente como había aparecido, se esfumó sin dejar esta vez ninguna explicación. El último año de la ofrenda fue el 2009. Tal vez se trataba de una promesa de dejar la ofrenda por 60 años. Tal vez el nuevo tostador murió repentinamente sin delegar su puesto. Lo cierto es que esta historia tan misteriosa permanece abierta para alimentar nuestra imaginación con miles de supuestos.

Si bien este año el brindador volvió a faltar a su cita. La Sociedad Poe decidió tomar la antorcha y celebrar una vigilia en honor al cumpleaños de Edgar Allan Poe. ¡Esperemos que no se hayan olvidado de traer un poco de cognac!

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