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lunes, 26 de diciembre de 2016

LA SILLA VACÍA


Obra de Laura Mandelik
Las fiestas navideñas son siempre un motivo de reunión familiar, de encuentros, abrazos, besos y a veces también lágrimas de emoción. Es que en las celebraciones familiares, cuando falta alguien se nota de manera mucho más notoria que de costumbre.

Cuando un ser querido se va, deja una silla vacía... En cada encuentro familiar, cada momento de celebración, cada charla emotiva... hay alguien ausente. Es como aquel invitado que anhelábamos ver pero que no llega a la fiesta. Nada se siente completo sin esa persona. Su ausencia física -paradójicamente- se vuelve palpable. Mientras más reciente la pérdida de aquel ser querido, más corpórea se hace la silla que falta en la mesa de la celebración.

Para muchos de nosotros que tenemos familias rotas, o un ser querido que ya no está con nosotros, las fiestas no son enteramente felices. Siempre queda suspendida una nota de nostalgia, de tristeza, de añoranza. Siempre terminamos con los ojos un poquito empañados, con una media sonrisa, y un corazón agitado que late fuerte ante el súbito recuerdo que deja en evidencia la pena mal emendada.

Pero el sentir estas emociones tristes en épocas de celebración es natural y  no está para nada mal. No es algo que empaña ni al alma, ni a las fiestas, simplemente es un mirar atrás cargado de sentimientos. Gran parte de la celebración se apoya en el recuerdo de lo que pasó. Por lo general siempre se está homenajeando oficialmente a un evento ocurrido en el pasado. Por eso terminamos mirando al pasado, despertando al recuerdo y a la nostalgia.

Y es natural que las emociones se crucen con sentimientos generados por nuestro propio pasado, con nuestra historia personal. En fechas significativas como la Navidad y el Fin de Año celebramos nuevamente algo ya celebrado cada año. Evidentemente surgen los recuerdos de navidades pasadas, los temores hacia las navidades futuras y las emociones confluyen en las navidades presentes, así como le ocurrió al viejo  Ebenezer Scrooge en la novela de Charles Dickens “Cuento de Navidad”.

Afortunadamente con el tiempo.... si bien abundan los momentos en los cuales la silla se siente vacía... y el tiempo no siempre subsana esta ausencia, la mayor parte del tiempo la vamos llenando con otras cosas. Las vamos llenando de recuerdos, de anécdotas e historias que quedan grabadas en nuestras memorias. Llegan nuevas personitas que van ocupando nuevos lugares y contagiándonos con su alegría. Conocemos nuevos amigos a quien volver a narrar aquellas viejas historias como si fueran nuevas. Parafraseando a Juan Ramón Jiménez: “El Pueblo se hará nuevo cada año.... y se quedarán los pájaros cantando”.

Y estas navidades, con nuestras mesas pobladas de seres queridos presentes y recordados, de sillas ocupadas y también muchas sillas vacías, sentiremos nuestros corazones repletos del amor que queda, del amor que nunca se va.

De seguro también habitará el recuerdo todas y cada una de las mesas en nuestros hogares. Celebraremos en partes iguales la vida que queda, la que fue, la que vendrá y  homenajearemos con nuestras tradiciones familiares -obviamente también con nuestras recetas de familia y platos especiales- a todas aquellas personas especiales que poblaron a nuestra alma y que nunca la dejarán de poblar. Y por supuesto, también las recordaremos con anécdotas contadas entre lágrimas en la sobremesa regadas de vino, risas y lágrimas y brindaremos por su memoria, recordaremos y transmitiremos sus enseñanzas, sus historias y sus aventuras. Y una vez más, la silla que sentíamos vacía, se llenará de la magia de la memoria viva que siempre está presente en las reuniones familiares de Navidad y Año Nuevo. ¡Salud por sus sillas llenas y vacías!

domingo, 13 de marzo de 2016

LA CENA ANUAL DEL CLUB DE EXPLORADORES



En marzo de cada año, desde hace exactamente 111 años, el Club de Exploradores de Nueva York organiza una cena de gala que pondría los pelos de punta a más de un valiente. En esta cena se sirve un menú digno de exploradores, para paladares dispuestos a explorar los sabores más bizarros imaginables, que constituye toda una aventura culinaria solo apta para valientes con espíritu y estómago de hierro.

El club, fundado en 1904, para promover la exploración de la tierra, el mar, el aire y el espacio y tuvo como miembros a los exploradores más temerarios de todos los tiempos, como el pionero del Everest Sir Edmund Hillary, el explorador polar Mathew Henson, el director de cine y explorador marino James Cameron y  desde  presidentes como Teddy Roosevelt hasta astronautas como Neil Armstrong y Buzz Aldrin.

Originalmente la cena era bastante tradicional, una ocasión para comer bien, pasar un buen rato con colegas exploradores y recaudar fondos. Pero la cena tuvo un giro en 1930, cuando un grupo de exploradores encontraron a varios mamuts perfectamente preservados en permafrost y tuvieron la brillante idea de traer la carne a Nueva York y servirla en el banquete anual. Desde entonces la consigna de esta cena ha sido sorprender a los comensales con los platos más exóticos del mundo. Las adhesiones para la cena van desde los 400 hasta los 1400 dólares y se agotan varios meses antes del evento.

En este banquete se han servido todo tipo de animales exóticos, incluso en décadas anteriores al conservacionismo, se han servido animales en riesgo de extinción, y –en el caso de los mamuts- ¡incluso carne de animales ya extintos desde hace siglos!

En 1907 se sirvió osobuco de Alce, en 1951 se encontró otro lote de mamut congelado en las islas aleutianas y obviamente el festin fue repetido. En 1952 se sirvió sopa de tortuga y chuletas de caribú. En 1966 se sirvió un oso polar, una foca bebé e iguanas. En 1975 se sirvieron armadillos y zarigüeyas y el año pasado se pudo degustar un menú de pitón, avestruz y testículos de cabra con un Martini en el cual la tradicional oliva era suplantada por suculentos ojos de vaca que hacen de la frase “brindar mirando a los ojos” mucho más significativa.

Desde 1998 el chef encargado de este bizarro banquete fue Gene Rurka, experto en alimentos exóticos. Cada año más de 40 cocineros participan de la preparación de este festín para valientes, cocinando con ingredientes que dejarían perplejos y confundidos a más de un chef experimentado. Cada cocinero está entrenado en el arte de limpiar y pelar a una tarántula, sacar de su caparazón a una tortuga y adobar las carnes de víboras cascabeles, caimanes, alces, antílopes, canguros, faisanes y

En el 2012 se sirvió un menú que parece sacado del recetario de una bruja: sofrito de jabalí, Alce al Romero, Avestruz Au Vin, Canguro a las finas hierbas con chutney de mango, Yak Caramelizado, Chipotle de Bisonte, Cola de Cocodrilo y Chili de caimán, Tortas de tortuga con alcaparras, pitón, conejo a la mostaza, arroz con lenguas de pato al vino, patas de gallo crujientes, ensalada de pulpo, medusas fritas con brotes de bambú, cucarachas de Madagascar en infusión de miel de Tasmania. Entre los canapés de ese año se encontraban: brochetas de escorpiones, canapés de grillos, ensaladas de algas, gusanos fritos y salteados, orquídeas con miel, y café de Kopi Luwak. Como postres delicias como: frutillas bañadas en chocolate blanco y negro con espolvoreado de larvas y pupas de mosca y cheesecake con gusanos y grillos.

Durante 67 años, esta singular cena se celebró en el lujoso Hotel Waldorf Astoria. Pero este año se produjo un cambio histórico de locación, pasando a celebrarse dentro del Museo de Historia Natural de Nueva York –si, el de “Una noche en el Museo”- un lugar digno de una cena de exploradores, donde se codean arqueólogos, biólogos, antropólogos, oceanógrafos, astronautas, paleontólogos y fotógrafos.

Pero este cambio de local, significó también un cambio en el menú. El Museo tiene una política conservacionista, por lo que no estaba contento con que se sirvieran cocodrilos, lo que obligó a los organizadores a volcarse hacia un menú más conservacionista en el cual los platos principales fueron los insectos. Por lo que el menú no perdió su originalidad. También se sirvió pez león, una especie invasiva de la costa atlántica y el Caribe, que al sacarle sus espinas venenosas se vuelve absolutamente comestible. Otro plato fue una fruta del sudeste asiático llamada durian, que huele a vómito, por lo que es verdaderamente un desafío comerla, pero que una vez que se logra vencer a las arcadas y al miedo y meterla en la boca, sabe deliciosa.

En la última cena se sirvieron más de 300 tarántulas y una enorme variedad de insectos que incluía grillos, hormigas, saltamontes, gusanos de cera, lombrices y cucarachas,  para cuya compra se destinó más de 15.000 USD. Con este menú insectívoro, no es de extrañar que el chef invitado fuera David George Gordon, conocido como el chef de los bichos, y autor del libro “The Eat-a-Bug Cookbook”.

El menú entomofágico incluía: quesadillas de gusanos de cera, cucarachas al horno servidas sobre endivias rellenas de queso de cabra, tarántulas fritas (que según los comensales sabían a cangrejo), grillos salteados envueltos en panceta,


La cena, durante todos estos años ha seguido las costumbres de los exploradores. En el pasado los exploradores eran cazadores, por lo que no es de extrañar que se sirvieran banquetes de leones, elefantes y camellos que hoy escandalizarían al mundo entero. Los exploradores actuales son conservacionistas y prefieren un menú más sustentable. Por lo que la consigna de este año fue un menú sin mamíferos, sin aves y sin reptiles, en el cual se sirvieron peces e insectos. Los directores del club aseguran que en ediciones futuras el menú se enfocará en plantas y frutas exóticas. Una onda más veggie pero manteniendo siempre la línea exótica y a los bichos como el alimento del futuro.