martes, 1 de junio de 2010

De tal palo tal astilla: Con la moda en la sangre

A la mayoría de las mujeres nos apasiona todo lo relacionado con la moda. Algunas afortunadas, tienen la ventaja de nacer en él, al punto que se podría afirmar sin dudas que la moda corre por sus venas. Las hijas de algunas de las más importantes trendsetters de décadas pasadas, así como también las herederas de grandes imperios y nombres de la moda, nos demuestran como dice el viejo proverbio que “la sangre no es agua”.

En esta edición les presentamos a una nueva generación de mujeres que ya está inspirando tendencias, siguiendo los pasos de sus padres en el mundo de la moda y atrayendo la atención de la prensa especializada. Algunas de ellas intentaron alejarse del rubro familiar, tal vez por simple rebeldía o por motivos de afirmación personal, pues cargar con semejantes apellidos no es nada fácil. Sin embargo, otras se han mostrado bien dispuestas a seguir los pasos de sus progenitores.

Ellas son jóvenes, ricas y famosas. Tienen acceso a los eventos más exclusivos, lugares de primera fila en los principales desfiles y seguramente vestidores repletos con los últimos objetos de deseo de la temporada; pero principalmente ellas tienen moda en la sangre.

Julia Restoin Roitfeld: ella es nada más y nada menos que la hija de la fabulosa Carine Roitfeld, editora del Vogue francés. Julia heredó la belleza y el estilo de su madre y se ha transformado en un ícono del estilo. No se podría esperar menos de alguien que tiene acceso a tal vez el mejor guardarropa del mundo: Julia Restoin Roitfield redefine el sentido de la vieja frase “se lo robé a mi mamá”. Al igual que su madre, tiene pasión por los vestidos atrevidos y originales, le encanta provocar con su look moderno y audaz. Es modelo y aspira a ser diseñadora. Criada en París, estudió en Parsons de Nueva York. Evidentemente, con sus credenciales y pedigrí fashion, ni bien puso un pie en Nueva York, se convirtió en la nueva chica consentida del mundo de la moda neoyorquina. Paralelamente a la universidad, tomó clases de actuación y trabajó como asistente del fotógrafo de moda Craig McDean. Al terminar la universidad un viejo amigo de su madre, Tom Ford, la contrató como imagen de su primera fragancia “Black Orchid” y en el 2007 fue la imagen de la marca “Restoration of the Monarchy”. Terminada la Universidad se estableció en Londres. Recientemente fue la imagen del perfume “Jil by Jil Sander” y protagonizó las campañas publicitarias de Mango y Gap. Sus estudios en Parsons la han prepararon para desarrollar y lanzar sus propia marca, algo que asegura está en el primer lugar entre sus proyectos personales. A pesar de que ella lo niega, la prensa asegura que, a la par de la rivalidad entre su madre y Anna Wintour, también hay una gran rivalidad entre Julia y Bee Schaffer (la hija de la Nuclear Wintour). Entre sus conquistas amorosas figuran el multimillonario Stavros Niarchos III y el modelo Magnus Berger.



Carolina Herrera Jr.: Ícono de belleza, productora de cine y mano derecha de su homónima madre. Nació en Caracas, se educó en Nueva York y se mudó a España tras su casamiento con el torero español, Miguel Báez, el Litri. Su estilo informal y naturalidad han servido para renovar la célebre marca de su madre. Al terminar la universidad, donde estudió Química, decidió probar suerte en la industria del cine. Se mudó a Los Ángeles, donde pasó 3 años trabajando como productora de cine y televisión. Desde 1997 trabaja con su madre en el desarrollo de los cosméticos y fragancias de la firma CH. Su formación en Bioquímica y Bio-psicología, le han servido para convertirse en la encargada de las fragancias de este imperio, creando perfumes ahora ya clásicos como 212, 212 Sexy, Chic y el más reciente: CH.


Patricia Herrera:
La menor de las hijas de la diseñadora Carolina Herrera, ingresó al “Fashion Hall of Fame” a los 24 años. Junto con su hermana, Carolina Adriana, ha colaborado en dar un aire fresco y juvenil a la marca. Poseedora de una elegancia innata, heredada de su siempre impecable madre, conforma, junto a su hermana, el futuro de este gran imperio de la moda. Trabajó como editora de modas de la revista “Vanity Fair”, trabajo que dejó para integrarse al equipo de diseño de su madre, con quien colabora en el desarrollo de las colecciones e imagen de la marca. Está casada con el empresario Gerrit Livingston Lansing Jr., descendiente de una aristocrática familia neoyorquina.


Katherine “Bee” Shaffer:
Hija de Anna Wintour, editor de la edición Americana de Vogue satirizada por el libro y la película “El Diablo se viste de Prada”. A pesar de su juventud, ya sigue los pasos de su madre como periodista, y ha colaborado escribiendo en las columnas de moda de “Teen Vogue” y “The Daily Telegraph”. Con su madre comparte su estilo clásico, femenino y pulido, así como los asientos de front row en los desfiles. Viste de Chanel Couture, Carolina Herrera y Oscar de la Renta desde su adolescencia, algo que hace inevitable envidiarla. Nacida en Londres y criada Nueva York, empezó a colaborar con su madre estando aún en la secundaria, cuando, a los 17 años su madre la nombró editora colaboradora del “Teen Vogue”. Mientras estudia periodismo en la universidad Columbia de Nueva York, escribe una columna de moda para el diario londinense “The Daily Telegraph”. Con su madre también comparte el talento para detectar a jóvenes diseñadores, el hecho de que vestía los diseños de Proenza Schouler y Zac Posen antes de que se hicieran famosos, demuestra su heredado entendimiento de la industria de la moda.


Margherita Missoni
: heredera de la casa italiana, Missoni, pertenece a una de las familias más influyentes en la moda italiana y es la nueva chica consentida de la moda italiana. Varias generaciones de la familia han trabajado para esta marca y Margherita continúa la tradición, siendo imagen de su perfume y embajadora de la marca. Los vaporosos vestidos de Missoni con sus famosos estampados multicolores en zigzag le sientan mejor que nadie, hecho que ha contribuido en que la marca gane adeptas entre los más jóvenes. Su estilo fresco, juvenil y con aires bohemios, sumado a su belleza mediterránea, y al hecho de que es la heredera de una de las marcas italianas más emblemáticas la han posicionado entre las figuras consentidas de la escena social europea y norteamericana y de las principales publicaciones de moda. “Teen Vogue” le dedica reportajes alabando su estilo personal, “Elle” la invitó a escribir sobre sus vacaciones familiares en Cerdeña y “Harper’s” la catalogó como una de las mujeres más elegantes del mundo. Esta aspirante de actriz y modelo, es además una activa colaboradora de la empresa familiar, trabajando en el desarrollo de las colecciones de la firma y en la creación de su último perfume. Margherita divide su tiempo entre Milán donde trabaja junto con su madre Angela Missoni y Nueva York, donde toma clases de actuación en el “Lee Strasberg Theater and Film Insititute”.


Allegra Beck:
La anoréxica hija de la diseñadora italiana Donatella Versace y del modelo americano Paul Beck y sobrina favorita del gran Gianni Versace, al cumplir los 18 años heredó una fortuna de 400 millones de euros, convirtiéndose en la adolescente más poderosa del negocio de la moda. Ella era la luz de los ojos de su tío, quien la llamaba “mi pequeña princesa” y prueba de su adoración por ella, es el hecho de que la declaró heredera universal, convirtiéndola en la propietaria del 50% del Imperio Versace. Vivió una infancia de cuento, dividiendo sus días entre la escuela en Milán y fines de semana en la mansión de su tío a orillas del la
go Como. De niña acompañaba a su tío a las presentaciones de suscolecciones en París, criándose entre backstages y pasarelas. Parecían padre e hija y ella lo llamaba “el mago” por su capacidad de convertir los sueños en realidad. No iba a dormir sin hablar antes con su tío, aunque sea por teléfono. El asesinato de su tío, cuando Allegra solo tenía 11 años, fue un duro golpe para ella. Al terminar el colegio en Milán, estudió en Brown y luego se transfirió a UCLA donde estudia francés, Historia del Arte y Teatro, ya que su verdadero sueño es ser actriz. Para sorpresa de todos, al heredar la fortuna, Allegra, quien siempre ha mantenido un perfil bajísimo, pidió un tiempo de 5 años para seguir sus intereses académicos y artísticos, antes de tomar una decisión sobre el rol que tomará en la empresa familiar. Durante este periodo, su madre y su tío Santo gestionarán la firma Versace con la autorización de Allegra. Todavía es incierto si decidirá dedicarse a la actuación o tomar las riendas de Versace. Recientemente, Allegra Beck entrevistó a Taylor Momsen de Gossip Girl e hizo el styling de las fotos para la novísima revista de moda “Love”, algo que nos hace presumir que está volcando la balanza hacia la moda.


Francesca Versace: La hija de Santo Versace, presidente de Versace Ltd., y sobrina del diseñador italiano Gianni Versace, al contrario que su prima Allegra, siempre tuvo bien claro que deseaba dedicarse a la moda. Esta jet setter, si bien no tiene los millones de Allegra, es al fin y al cabo una Versace y comparte el gusto de sus tíos Gianni y Donatella por la vida lujosa y su amor por el diseño y la moda. Pasa sus días entre sus casas de Londres y Nueva York, mientras forja su propio camino en el mundo de la moda. Estudió diseño de moda en la prestigiosa Universidad de “Saint Martins” de Londres. Recientemente empezó a trabajar como consultora de moda y diseñadora, ayudando a relanzar la tradicional marca italiana de ropa masculina Verri Uomo. Además de trabajar como diseñadora de modas, se dedica al diseño de interiores.

La Mesa Felíz de Pablo Neruda


Neftalí Ricardo Reyes Basoalto, mejor conocido como Pablo Neruda, nació el 12 Julio, de 1904, en la ciudad de Parral, Chile. Fue galardonado con el premio Nóbel de Literatura en 1971 y es considerado por muchos como uno de los poetas más importantes del siglo XX. En la vida y obra de este gran poeta conviven la poesía con la voluptuosidad de la cocina.

Solo un sibarita como él podría dedicarle odas tan aduladoras a la comida. Al leer sus versos uno siente el espíritu goloso que guiaba su pluma. Neruda era una especie de cocinero de palabras que cocinaba sin receta, condimentando sus versos con los ingredientes más sencillos, hasta impregnarlos de profundos aromas, revelándonos intensos sabores que alimentan al alma.

Pablo Neruda disfrutaba enormemente de la comida, desde el plato más sencillo hasta el más sofisticado, por supuesto siempre acompañados de un buen vino. Sabía rodearse de sabores, texturas y aromas para agasajar tanto a su exigente estómago como a sus invitados y amigos.

El propio Neruda se describió a sí mismo diciendo: “Por mi parte, soy o creo ser… creciente de abdomen… amigo de mis amigos… investigador de mercados… monumental de apetito.”

Al leer a Neruda uno no puede más que preguntarse si estaba escribiendo algo profundo con significados escondidos, o si estaba escribiendo solamente sobre las cosas sencillas de la vida. En sus “Odas elementales”, Neruda precisó que solamente quería escribir sobre los objetos más simples que existen. A su editor explicó que quiso colocarse en la situación del niño a quien el maestro le pide que redacte un texto sobre un tema determinado y escribir como un escolar acerca de todo lo cotidiano: el pan, el fuego, el aceite…y por supuesto, el delicioso Caldillo de Congrio, donde “se calientan las esencias de Chile”.

Apelando a los sentidos, celebra poéticamente lo cotidiano al enaltecer al placer de degustar los sencillos productos comestibles que se acercan cada día a nuestra mesa. En sus odas, canta a la cebolla, al tomate, a la sandía, a la manzana, a la papa y al caldillo de congrio. En esta última, la oda toma forma de receta, celebrando este tradicional plato chileno donde están “recién casados los sabores del mar y de la tierra para que en ese plato tú conozcas el cielo”. A diferencia del plato típico chileno, la variante del caldillo nerudiano lleva camarones y crema, como lo preparaba su gran amor Matilde Urrutia.

En toda su obra poética abundan las referencias culinarias. Incluso en su discurso de aceptación del premio Nobel de la Literatura, compara al poeta con un panadero, expresando que “el mejor poeta es el hombre que nos entrega el pan de cada día: el panadero más próximo, que no se cree Dios. Él cumple su majestuosa y humilde faena de amasar, meter al horno, dorar y entregar el pan de cada día, con una obligación comunitaria.”

Pero su obra más estrechamente ligada a la gastronomía fue el libro “Comiendo en Hungría”, que publicó en 1969 en colaboración con otro premio Nobel, Miguel Ángel Asturias, una colección de poemas, prosas poéticas y textos sobre la comida húngara. Según Neruda, Hungría los motivó a emprender este recorrido culinario porque: “por el corredor de Europa pasaron guerras e invasores, pero también condimentos y fragancias. Todo quedó en la cocina húngara mezclando en las ollas y en las calderas nómadas el jengibre y la páprika, el eneldo y el ajo… Las especias de todas la tierra entran en estas ollas generosas y los húngaros saben que convivir es concomer.”

En este libro, Neruda explica con humor el origen de las sopas escribiendo: “Internarse en el mundo de las sopas es seguir los pasos de aquel que, temeroso de morir de sed, buscaba el líquido y ya frente a éste, reflexionando que podría morir de hambre, corría hacia el sólido sustento…. Para resolver el problema cortó por lo sano e hizo una mezcla líquido-sólida, para comer y beber al mismo tiempo, o beber y comer, el orden no altera la sopa, nacida de los dos grandes temores ancestrales del hombre. El hambre y la sed”.

Neruda era un gran anfitrión. Le encantaba estar rodeado de amigos y recibía muchas visitas en su casa. En su mesa de Isla Negra reinaba un ambiente divertido y espontáneo. Esta casa fue construida y decorada como un barco con enormes ventanales al mar. En comedor, que era el núcleo de la casa, Neruda siempre ocupaba la misma silla, como correspondía al capitán del barco. Desde su sitio habitual, tomando vinito en copas de colores que según él le daban otro sabor, se explayaba largamente recordando a sus amigos, contando anécdotas, compartiendo alegremente con sus comensales. Las reuniones que compartía con sus amigos eran siempre entretenidas. Neruda disfrutaba de sorprenderlos, recibiéndolos disfrazado o recitando disparatados poemas que escribía especialmente para hacer reír a sus invitados. Parafraseándolo podríamos decir que su mesa era un lugar donde se aprendía a comer, a beber, a cantar… una mesa feliz.

Matilde Urrutia, su tercera mujer era una gran cocinera que se dedicaba a complacer el gran apetito de su marido. El poeta prefería pescados al horno y guisos de carne vacuna. En su casa nunca faltaba el cebiche, los estofados y las ensaladas frescas, en especial la de berros que era su favorita. Amaba las aceitunas así como el queso mantecoso y los duraznos. Los viajes que hizo por el mundo como embajador chileno lo convirtieron en un verdadero gourmet, conocedor de licores y especialista en buenos vinos. En la embajada prefería servir platos criollos. Solía agasajar a sus invitados con empanadas y vino que era servido directamente de un gran barril.

Una de las cosas que más le gustaba era oficiar de barman. Sus residencias siempre estaban bien provistas de licores con los que preparaba peligrosos tragos para sus invitados. En la Embajada Chilena en París había acondicionado un bar estilo Belle époque. Detrás de la barra, llevando un delantal azúl y una gorra gris, Neruda atendía a su “clientela habitual” con ojos chispeantes. Entre sus más recordados se encuentra el “coquetelón”, que llevaba una medida de cointreau, una de coñac y dos de jugo de naranja, servido en copa alta y terminado con champagne.

Cuentan sus amigos que verlo comer era un hermoso espectáculo. Comía con concentración y placer, entregándose al plato como un niño ante su platillo favorito. Comía con tanto gusto que daba la impresión que la vida valía la pena de ser vivida, de que alcanzar la felicidad era posible y que el secreto chisporroteaba en un sencillo sartén.

ODA AL CALDILLO DE CONGRIO - Pablo Neruda
En el mar tormentoso de Chile vive el rosado congrio, gigante anguila de nevada carne. Y en las ollas chilenas, en la costa, nació el caldillo grávido y suculento, provechoso. Lleven a la cocina el congrio desollado, su piel manchada cede como un guante y al descubierto queda entonces el racimo del mar, el congrio tierno reluce ya desnudo, preparado para nuestro apetito. Ahora recoges ajos, acaricia primero ese marfil precioso, huele su fragancia iracunda, entonces deja el ajo picado caer con la cebolla y el tomate hasta que la cebolla tenga color de oro. Mientras tanto se cuecen con el vapor los regios camarones marinos y cuando ya llegaron a su punto, cuando cuajó el sabor en una salsa formada por el jugo del océano y por el agua clara que desprendió la luz de la cebolla, entonces que entre el congrio y se sumerja en gloria, que en la olla se aceite, se contraiga y se impregne. Ya sólo es necesario dejar en el manjar caer la crema como una rosa espesa, y al fuego lentamente entregar el tesoro hasta que en el caldillo se calienten las esencias de Chile, y a la mesa lleguen recién casados los sabores del mar y de la tierra para que en ese plato tú conozcas el cielo.

viernes, 16 de abril de 2010

MOMMY DEAREST: ¡MAMITA QUERIDA!

Juro, arrodillada sobre la tumba de Farrah Fawcett, que por más que sea el día de las madres, la columna de Nicoletta jamás de los jamases se va a poner cursi ni melindrosa. Yo soy así, digo lo que siento y siento lo que digo y por supuesto mi lengua, como bien saben, está finamente depilada, por lo que no me guardo nada a la hora de escribir mi columna.

Ustedes seguramente ya conocen la aberración que me producen todas estas fiestas y celebraciones temáticas que van del Día de los enamorados hasta la Navidad. Las considero fiestas fabricadas con fines comerciales que lo único que hacen es estresarnos más de lo que ya nos estresa Lugo y el EPP. Cuando llegan estas celebraciones no se si mis neuronas entran en cortocircuito o me sopla viento norte. Lo que sí se es que el resultado siempre es el mismo: me trastorno. Me olvido de todo lo que aprendí en mi clase de Kundalini Yoga para controlar mi nivel de stress y exploto como pororó de microondas. En estas celebraciones recomiendo a todos mis amigos y familiares que se mantengan a la larga y hasta he pensado en colgarme un cartelito al cuello que lea: “Cuidado Perra Brava”.

Hoy me toca hablar del Día de las Madres. Como dice la máxima “Madre hay una sola“; y yo digo “¡¡¡POR SUERTE!!!” En el día de las madres tendemos a olvidar que nuestras madres, a quien por supuesto adoramos incondicionalmente, han hecho millonarias a nuestras psicólogas. No podemos negar que en toda relación madre-hija se produce frecuentemente situaciones de amor-odio, aceptación-rechazo, alejamiento-acercamiento que son el pan de cada día de los terapistas del mundo.

Por más que las idolatramos de niñas, llega la adolescencia y se convierten en nuestras enemigas acérrimas. Con el tiempo, cuando crecemos y nos damos cuenta de lo difícil que es ser madre y lo complicado que es crear a un hijo las comprendemos y las valoramos y nos acercamos a ellas. Aún así, todo lo que nos hicieron padecer con sus interminables reproches, plagueos y actitudes tan propias de las madres, dejan su marquita en nuestras vidas.

Convengamos, antes de seguir, que sentimos un amor INCONDICIONAL hacia ellas, que quiere decir, que por más que nos sacan de quicio las amamos sin restricciones con tooodos sus defectos y virtudes. Una vez aclarado esto, vayamos al grano: las cosas que nos vuelven locas de nuestras madres.

Son las reinas de los plagueos: ¡Este es indiscutiblemente el número uno del ranking! Parece que al convertirse en madre una automáticamente se convierte en una plagueona patológica. En cima los plagueos maternos tienen aires de letanía, una vez que empiezan ya no pueden parar y siguen y siguen como el conejito de Duracell, volviéndote loca las 24 horas del día. Empiezan con algo y luego lo van encadenando con otra cosa y otra más hasta formar un chorizo verbal imposible de digerir. Por lo que es muy normal escuchar a las 7:00 am un chorizo como este:

“Ya no vino otra vez la empleada-Seguro que voy a llegar tarde a la oficina porque a la pelotuda de Evanhy se le ocurrió hacer los recapados del centro de día-¡¿Porqué china no trabajan de noche cuando no hay un alma en el centro?!- Y yo más pelotuda que la voté-Pero también le voté al zurdo de Lugo y ese sique es un voto del cual me arrepiento (mientras abre el tetrapack de la leche)-¡Ay me rompí una uña!-¡Miéeeercoles!-Justo ayer me hice las manos-Y vos, ¿no pensás ir a hacerte las manos? Mirá que ya parecen garras y de paso te cortás ese pelo que dentro de poco te van a rezar rosarios porque parecés una virgencita- (Interrumpe para tomar aire)- ¡Juuuulioooooo! Vení a desayunar que vas a llegar tarde al coleeeegio-Y antes de bajar alzá toda tu ropa del piso que no soy tu empleada-Tu hermano es un fresco- Igualito a tu padre tenía que salir y para el colmo mirá que se toma su tiempo-Salió pancho como tu abuela-¡Juliooo, vení ya te digo que se enfría la leche-Ni sueñes que te la voy a recalentar que se descompuso el microondas y el gas está carísimo-Ya sé que en esta casa todos creen que soy la empleada-(Para y mira el reloj con cara de espanto) ¡Dios mío ya son las 7:30! (en realidad son las 7:05) y no vino todavía la empleada- Pero si esa es más pancha que tu hermano y tu abuela juntos-¡Juuuulioooo bajaaaaate caramba que es tardísimo!-Bien que farrear estás siempre listo a tiempo- Y que sea la última vez que me llegás a la una entresemana- Mirá que la próxima te quito el auto-Y vos tomá rápido tu café que no llegamos y pará con la manteca que te engorda-¡Juuuuliooooo! ¿Vas a venir o vas a esperar que te pase a buscar el avión presidencial?-Es que en esta casa nadie me escucha-¡Parece que hablo a la pared!”


La verdad es que nadie las escucha. Esos plagueos habituales de las madres generan en sus receptores una habilidad increíble para abstraerse, pensar en prados, mariposas y George Clooney y poner en off a nuestros oídos. El problema es que ellas no se dan cuenta y se siguen plagueando.


Son las sargentas del hogar: Como están acostumbradas a que se las ignore (evidentemente con justo motivo ya que sus plagueos ya nos tienen saturados) tienen la costumbre de gritar todo el día como si fuera que así le vamos a hacer caso. Ellas no entienden que nuestros oídos están en off y que estamos pensando en George Clooney. Nos llaman a los gritos todo el día, por más que estemos frente a sus narices (probablemente creen que estamos sordas). Es normal escucharlas gritar a todo pulmón: “Josefiiiinaaaaa! Dejá ese aparatito (ya sea la tele, la computadora, el celular o el ipod) y vení a almorzaaaaar”. Así nos encontramos respondiendo (a los gritos también) unas 5345 veces x día: “¡Si mamá ya voooy!” Como tienen el hábito de sargentear en el hogar se convierten en unas mandonas insufribles. Todo el tiempo están imponiendo órdenes y estableciendo reglas inquebrantables (salvo para ellas). Su persona engloba en uno al poder legislativo, ejecutivo y judicial. De niños nos obligan a tomar todo el jugo de zanahoria porque hace bien a la vista o a abrigarnos ante el más leve cambio de temperatura. Al crecer nos ponen trabas en las salidas y nos prohíben hacer todas las cosas que ellas hicieron de jóvenes. Y de adultas siguen imponiéndose a la distancia con sus interminables llamados telefónicos.


Son manipuladoras expertas: Como tienen muchas leyes que hacer cumplir son extremadamente arteras a la hora de manipularnos para que hagamos lo que ellas quieren. Por supuesto que cuando somos niños e ingenuos abusan de nuestra inocencia arguyendo las razones más absurdas e ilógicas. En su repertorio de justificaciones abundan frases del tipo: “no te saques los zapatos que te van a crecer los pies”, “Si te rompés el cuello corriendo por la escalera no te vas a poder ir al cumpleaños”, “Si no comés la ensalada se te van a caer los dientes”. Cuando crecemos y adquirimos un poco de lógica sus amenazas y advertencias sufren sutiles cambios del tipo: “Si te aplazás en matemática te voy a llevar a la escuela graduada n° 3564 y vamos a ver si se acuerdan de vos tus compañeros”, “Si me seguís dejando todas las luces prendidas te voy a hacer pagar a vos la cuenta”. Cuando todo falla, tienen sus ases bajo la manga, las elementales y universalmente implementadas frases: “porque yo lo digo” o “porque sí o porque no, y punto”. Al convertirnos en adultos ellas cambian de estrategia y empiezan a adoctrinarte con ejemplos alarmantes que sacan de los noticieros matutinos y de las experiencias de sus amistades, del tipo: “No le vayas que a dejar solos a tus hijos con la niñera, mirá que la sobrina de la amiga de Chichú un día volvió temprano a casa y no estaban, y luego los encontró mendigando por la calle!”


Aman el drama: Siempre encuentran un motivo para preocuparse y sus múltiples preocupaciones tienden a volverlas contradictorias. Seguramente les habrá tocado estar en una situación como esta:

Madre: “¡Porqué no me avisaste que ibas a llegar tarde! Ya estaba a punto de llamar a la policía! Acaso no ves los noticieros. Es que vos luego ni te enterás de las cosas que pasan. Pensé que te secuestraron, que te chocó un borracho, que te acuchillaron! ¿Me podés decir en qué estabas pensando?”

Hija: (Silencio. Se escuchan grillos de fondo)

Madre: “¡Contestame cuando te hablo!”

Hija: ¡Ya te dije mil veces que no te llamé porque se me quedó el celular sin batería!

Madre: “¡No me vayas a contestar chiquilina!”


A veces son más difíciles que entender que la astrofísica. Primero te dicen una cosa y luego otra. Cuando estás flaca te atiborran de comida y vitaminas y cuando finalmente subís de peso empiezan a preocuparse por tu sobrepeso y te ponen a dieta para que no termines desbordada como la tía Marilú que no podía ni levantarse de la cama por obesa. Se preocupan por el sedentarismo de sus hijos y los alientan para que practiquen deportes y luego se quejan de que están todo el día jugando fútbol y no estudian. Cuando se convierten en abuelas empiezan a preocuparse por sus nietitos. Si les retamos somos malas madres porque no les tenemos paciencia y si les hablamos bien se preocupan porque no les ponemos límites.


Ellas lo hacen todo mejor: Se empeñan en compararse con nosotras y demostrarnos que ellas saben más. Todólogas por naturaleza, aman demostrar su inteligencia y sabiduría y chantarnos el popular: “Yo te dije que” o “Si me hubieras hecho caso no te hubiera pasado esto”. En algunos casos no menos frecuentes tienden a querer competir con nosotras a través de reclamos y comparaciones odiosas del tipo:

Madre: No entiendo porqué estás siempre de negro. ¿Se murió alguien acaso?

Hija: Y yo no entiendo porqué te echás encima el arcoíris. ¿Hay alguna fiesta atrasada de carnaval?

Madre: Es que con lo flaca que soy me puedo permitir usar todos los colores que quiero. Hasta el flúor te quedaría lindo si fueras flaca como yo.

Hija: Ya te dije que me gusta el negro y no me gustan los colores.

Madre: Y si seguís comiendo menos te van a gustar.

Por supuesto sus comparaciones no tienen porqué limitarse a situaciones actuales. Sin problema alguno se remontan al pasado con frases del tipo: “Cuando tenía tu edad ya estaba casada y con tres hijos, no entiendo cuanto más vas esperar para casarte”, “En mi época si salías así a la calle te mandaban presa” o “Cuando era joven mi piel parecía de porcelana, es que no nos incinerábamos como morcillas al sol como ustedes.”


Sufren del síndrome de la gallina clueca: Para ellas nunca dejamos de ser sus pollitos indefensos y nos tratan como si el mundo nos fuera a comer al espiedo por el simple acto de salir del gallinero. No dejan de meterse en nuestras vidas, sobreprotegiéndonos hasta la asfixia. Son las que ante la menor mancha sacan un pañuelo y lo mojan con su saliva para limpiarte, la que cuando estás jugando con otros niños te llaman (a los gritos por supuesto) para peinarte los pelos para que no se te caigan sobre la cara, las que si nos engripamos se convencen a sí mismas que tenemos la gripe aviar y se ponen histéricas y las que si llegamos tarde llaman al 911 y cuando volvemos a casa nos encontramos a Mario Bracho reportando sobre nuestra desaparición y probable secuestro. Cuando les reprochamos lo más probable es que nos contesten: “Ya me vas a entender cuando tengas hijos, y espero que ellos salgan como vos para que veas lo que me hacés sufrir.” Seguido de un plagueo interminable en el cual manifestarán lo poco que las valoramos, lo mucho que las hacemos preocuparse, lo gorda que estamos y que no vino la empleada.


Estamos destinadas a convertirnos en ella: Nuestra peor pesadilla es convertirnos en nuestras madres y repetir todas las cosas que odiábamos de ellas al crecer. Cuando alguien (generalmente nuestro peor es nada) nos dice: “te estás volviendo igualita a tu madre”. Por más de que amamos a nuestras madres no lo vemos como un cumplido, más bien lo sentimos como si nos estuvieran diciendo: “¡estás loca como tu madre!” Ahí mismo sentimos una puñalada en el estómago y empezamos a pasar noches en velas preguntándonos si será cierto. Lo más probable es que lo sea. No solo nos unen lazos genéticos sino que somos el producto de su crianza e influencia y estamos destinadas a seguir los patrones que nos impusieron. Como hijas tendemos a criticar mucho a nuestras madres. Sentimos que nos sofocan durante nuestra adolescencia y juventud y juramos ser diferentes al ser madres. Pero al convertirnos en madres ¡zácate! Su fantasma parece poseernos como a la prójima de Linda Blair en “El Exorcista”. Con nuestros hijos aprendemos mucho sobre nosotros mismo y sobre nuestras historias previas con nuestras propias madres. Al tener hijos recién una entiende la envergadura de lo que significa la maternidad. Empezamos a ser menos críticas y en pensar en todo lo que las hicimos sufrir y en las veces que nos habrán querido encerrar en el ropero y salir al patio a tomar un Martini doble para relajarse y no lo hicieron.


Mi único consejo es que les tengan muchísima paciencia a sus madres y les sigan la corriente haciéndoles saber que ellas SIEMPRE tienen la razón para estar en paz y evitar plagueos y reproches. Por más de que a veces nos hieran o nos molesten, no lo hacen intencionalmente. Ellas tienden a estar más estresadas que nosotras y con justo motivo. Recuerden que trabajaron mucho por formarnos y que de seguro hizo todo lo mejor que pudo dentro de sus posibilidades. Al fin y al cabo ellas son las primeras a quien recurrimos para un consejo o un abrazo, ellas nos enseñaron todos nuestros valores, como sentir, como comportarnos y como ser. Nos trajeron al mundo y nos hicieron tal cual somos. La próxima vez que alguien les diga que se parecen a sus madres no se alteren tanto. Sonrían graciosamente con esa misma sonrisa de miss que ponían cuando sus madres les hacían pasar papelones frente a sus amigos y contesten con aplomo: “Gracias”. Y por favor recen, recen mucho para que cuando sus hijas crezcan, ellas también respondan de la misma manera cuando se les acuse de ser igualitas a ustedes…

Pascuas de chocolate

Ya se que para ustedes la Semana Santa es sinónimo de vacaciones. Para mí es mucho pero MUCHÍSIMO más que eso. Espero que no crean que me vaya a poner a hablar de la fe ni de mi grupo de oración a San Antonio. Para mí la Semana Santa es un periodo de recogimiento en el cual me paso ayunando con un solo objetivo: comerme todos los huevos y conejos de chocolate que encuentro en mi camino el domingo de Pascua.

TODO el año me controlo, TODO el año cuido mi silueta, TODO el año sudo como micrero en el spinning, TODO el año me resisto a la intolerable tentación de comer chocolate… porque se que un solo bombón me lleva a 20 y que cada gramito de ese tentador bocado se metabolizará como por arte de magia en un profundo cráter celulítico en mis muslos.

Todas las mujeres sabemos lo importante que es el chocolate en nuestras vidas y lo difícil que es resistirse a esta dulce adicción. Cuando no nos resistimos, cuando nos permitimos una escapada, cuando nos damos el gusto de rendirnos ante este placer inconfesable, nos sentimos inmediatamente en culpa. Castigándonos mentalmente por haber cedido a la tentación como si fuéramos criminales convictos.

Como método de control empezamos a contar calorías mentalmente como auténticas obsesivas compulsivas, y luego calculamos los kilómetros que vamos a tener que caminar para reducir los kilogramos que ganaremos. Se nos encienden todas nuestras neuronas matemáticas para efectuar estos cálculos e inmediatamente nos prometemos cosernos la boca con punto cruz.

Pero luego llega Marzo y el pasillo del súper destinado a nuestra perdición (aquel pasillo lleno de golosinas que siempre evitamos) se expande hasta apropiarse del supermercado entero. Vamos como unas dementes por los pasillos intentando hacer la vista gorda para no engordar, usando toda nuestra fuerza de voluntad para llegar a la góndola light, o a la sección de frutas y verduras evitando todos esos obstáculos tentadores que aparecen en nuestro camino. Es un HORROR…. Una tortuuura!!!

Yo se que muchas de ustedes son tan regias que logran resistirse. Pero yo no. Debo admitir que soy débil y la tentación me supera y en marzo no logro salir invicta del súper. Mi compra habitual de lechuguitas, tomatitos, pan integral y yogures descremados termina siendo sustituida por huevitos, huevotes y mega huevos reloaded de chocolate.

En Pascua tiro la toalla. En pascua doy rienda suelta a mi adicción al chocolate y sinceramente la disfruto. Me siento como una náufraga rescatada a la que se le presenta un banquete opíparo tras 100 días de dieta de coco y banana. En Pascua me convierto en una chocoadicta orgullosa y renegada que se avalancha como una poseída sobre la góndola de chocolates gritando Aleluuuya!
En Pascua digo: hola, mi nombre es Nicoletta y soy chocohólica. No se si existen centros de rehabilitación para mi adicción, pero ni aunque existieran los pisaría. En Pascua no me importa la celulitis, la gordura, las críticas de mi marido, las miradas de mis amigas, los cierres rotos ni el acné. En Pascua solo quiero chocolate dulce, amargo, blanco, de leche, relleno de menta, cereza, naranja o dulce de leche. En Pascua solo quiero vivir la fantasía de tirarme en una bañera de chocolate fundido y entregarme con placer y sin culpas a mi adicción.

En Pascua me quiero transformar en Neruda y dedicarle una ODA al huevo de Pascua. Quiero transformare en azteca y dedicarle una ofrenda a sus dioses agradeciéndoles por haberles iluminado para inventar el xocolat.

En Pascua quiero comer chocolate sin culpa y ser feliz. Quiero reivindicar todas las veces que me abstuve. Las veces que quise comerlo y no lo hice: cuando tenía antojos, cuando estaba sola, cuando estaba triste, cuando me quería premiar, cuando me sentía obesa y solo quería salir de la dieta, cuando venía Andrés, cuando no venía Juan, cuando me sentía depre, cuando me quería mimar, cuando me sentía incomprendida y cuando solo quería celebrar su existencia en mi paladar.

En Pascua lo saboreo, lo siento derretirse lentamente en mi lengua y luego me relamo los dedos, para no desperdiciar ni un solo gramo. Y lo hago sin pensar en consecuencias, simplemente disfrutando el momento.

Estas Pascuas me voy a entregar a mi pasión. Voy a amar al chocolate como una niña. Y tal vez el lunes tenga un rollito más, me apriete el jeans, me sienta hinchada y rechoncha. Pero eso será el lunes. El domingo, mientras tenga en mi boca un chocolate divino fundiéndose sin culpa, calmando todas mis angustias, reivindicando todas mis abstenciones y rompiendo todos mis controles, me sentiré animada celebrar la vida sin prejuicios olvidándome de reglas y de medidas. El domingo compartiré un chocolate con mis hijas y sonreiré con ellas compartiendo el gusto de saborear un pecaminoso chocolate sin complejos.

viernes, 26 de marzo de 2010

Eramos tan ricos....


En estos días en que el mundo entero se viste de crisis, nosotros, los pioneros de la crisis nos mofamos de nuestros vecinos del norte diciendo: “¡chupáte esta mandarina!” A nosotros las crisis ya no nos asustan… acá ya estamos acostumbrados a todo tipo de recesiones, devaluaciones y retrocesos.



En los ochentas el cómico argentino Alberto Olmedo acuñaba la frase: “éramos tan pobres” recordando tiempos peores. Pero hoy en día, es difícil recordar tiempos peores cuando vamos de mal a peor. Recordar un tiempo en el cual éramos más pobres de lo que somos actualmente significaría que existe progreso, o al menos una ilusión de progreso. Pero lastimosamente aquí lo que pulula es el retroceso. Como no nos quedan tiempos peores para recordar, solo tiempos absoluta o relativamente mejores, solo podemos emitir un suspiro mientras exclamamos resignadamente: “¡éramos tan ricos!”

Los únicos que pueden mirar atrás y sentirse consolados con su progreso son los nuevos ricos. Ellos si pueden decir: “éramos tan, pero tan pobres que cuando nos casamos nos quedamos a juntar el arroz que nos tiraron en la iglesia… y ahora comemos risoto ai fungii.” (Por supuesto que no tienen idea de cómo se escribe ni se pronuncia).

Pero los nuevos ricos son solo una parte del problema. Ellos son solo unos cuantos que supieron sacar provecho de la crisis y por supuesto hacer rendir el zoquete político hasta su más alto rédito. El problema real es la crisis, que alcanza a todo el espectro social, convirtiendo a los pobres en paupérrimos y a muchos ricos en la nouvelle vague de la pobreza.

Lo preocupante no es que cada vez haya más nuevos ricos, sino que cada vez haya más proliferación de nuevos pobres. Numerosas familias de rancio abolengo, se han visto catapultadas directamente de las burbujas de champagne a la sidra, sin ni siquiera tener el consuelo de pasar por el espumante. Este grupo de “gente bien” pasó a ocupar, contra su voluntad, las filas de la clase media. Pasar del plan full a la mini carga no es un cambio fácil.

Como rezaba el título de una novela mexicana, los ricos también lloran…y no siempre de felicidad. La movilidad social a la inversa, no es un sendero sembrado de flores. Así muchas regias pasaron a llorar por todos los rincones, mientras se le encendían los ojos de rabia al ver como los nuevos ricos les usurpaban todos sus privilegios. A ellas solo les queda su dignidad y el recuerdo de los tiempos mejores.

Como es claramente comprensible, la caída de clase es traumática para cualquiera. Como los nuevos pobres tienen una reputación y apellido compuesto que proteger, lo primero que hacen es tratar de cubrir a toda costa el problema familiar, que para ellos evidentemente más que un problema es una tragedia griega. La consigna es: si ya no somos ricos, aparentemos.


Para seguir viviendo la vida a la que estaban acostumbrados (auto del año, clubes privados, cenas en restaurantes de moda, vestidos por el diseñador top), los nuevos pobres se convierten en artistas del bicicleteo; manteniendo su estilo de vida alternando sus antiguas tarjetas doradas. Por supuesto esto les agota y terminan inevitablemente deprimidos. Como su psicólogo no acepta tarjetas de crédito, se consuelan leyendo todos los libros de autoayuda del gurú del momento.

Cuando ya no solo pueden pagar el mínimo de sus tarjetas, empiezan a bajar cautamente su estilo de vida. El primer recorte se produce en todos los artículos domésticos. Empiezan a comprar el papel higiénico de lija, a cargar aceite de girasol en las botellas vacías de aceite de oliva italiano, a aguar el detergente y a dejar de ir al Agro Shopping para ir a rozarse con el pueblo en el Mercado de Abasto.

El segundo recorte se produce en el área Shopping. Así las nuevas pobres se echan un pañuelo a la cabeza y unos lentes oscuros y van de compras a Bonanza de incognito, entonando un rosario interno para no encontrarse con nadie conocido. De comprarse cada temporada los bolsos de la última colección de Louis Vuitton y los más regios lentes de Gucci pasan a equiparse de Luis Truchón y Trucci. Para los casamientos empiezan a recurrir a sus modistas de barrio, a quienes evidentemente reniegan, jurando por la vida de sus caniches que se trajeron el vestido de Buenos Aires o adjudicándolo a otro diseñador, que por supuesto a su vez las reniega enfuriado por los monos que le dejaron en su última visita.

Para que nadie sospeche de su iliquidez pueden hasta simular un ataque de pánico por temor a ser secuestradas y son capaces de hasta ponerle un chalequito de pesca y anteojos Ray Ban (truchos ooobvio) a sus jardineros para que parezcan sus guardaespaldas. Al igual que los nuevos ricos, los nuevos pobres tienden a las exageraciones. Pero en este caso es totalmente comprensible por una sencilla razón: nadie quiere ser pobre.

sábado, 13 de febrero de 2010

Síndrome de Cupido


Hay algo de que todas hemos sido víctima al menos una vez en nuestras vidas: se trata del síndrome de Cupido. No sé que hormona femenina es la que dispara este síndrome, o si se trata de algún gen que todas las mujeres tenemos incorporado en nuestro sistema operativo, pero lo cierto es que todas alguna vez hemos intentado actuar el rol de la Celestina. Lo cierto es que en el día de los enamorados este síndrome alcanza su apogeo. Algo dentro de nosotras no puede permitir que una amiga sufra el trauma de pasar sola el 14 de febrero.
¡Ay de la pobre víctima de nuestro síndrome! Aquella pobre e inocente mujer a quien a toda costa queremos enganchar con algún amigo, pariente, amigo de nuestro novio, compañero de trabajo, amigo del amigo del primo del vecino, etc. Por más que ella se oponga rotundamente, insistiremos e insistiremos hasta que se dé por vencida y termine cediendo a nuestros planes. Lo que pasa es que nosotras la vemos sola, la vemos regia y creemos que tenemos el candidato ideal para ella; y si no lo tenemos nos esmeraremos en encontrarlo. En algún lugar debe estar, ¿no?

El gran problema ocurre cuando obsesionadas por encontrar la media naranja de nuestra amiga, terminamos encontrando un medio melón, intentando adaptárselo a toda costa. Una vez que logramos el milagro de convencerla de que aquel melón es en realidad su media naranja, nos convencemos a nosotras mismas de que ese melón es la única fruta del planeta capaz de complementarla. En ese mismo instante nos creemos el artífice del mejor enganche de la historia, a pesar de que lo más probable es que nuestro injerto no tenga ninguna posibilidad de prender.

Como buenas expertas en marketing amoroso empezamos a vender nuestro producto. A nuestra amiga le hablamos del melón como EL SUPER MELON. En primer lugar magnificamos todas sus virtudes y por supuesto agregamos cuanta cualidad positiva se nos ocurra. Si tiene algunas canas ya es suficiente como para que lo comparemos con Richard Gere, si toca la guitarra ya lo calificamos como un virtuoso de la música (por más de que solo sobresalga en las peñas con los amigos) y luego seguimos con el infalible slogan vende melones: “es un chico emprendedor y de buena familia”. Una vez resaltado lo positivo, nos esmeramos en minimizar todas sus imperfecciones. Si es un viejo solterón y farrista lo describimos como un hombre maduro pero divertido. Si juntando sus ex novias y ex esposas se puede armar un equipo de fútbol, romantizamos sus fracasos sentimentales diciendo que el pobrecito no tuvo suerte en el amor. Y por supuesto que si es más feo que un Gremlin mojado cuando nuestra amiga nos pregunta que tal está, le respondemos radiantes que es un divino, un dulce y un amooor de persona.

Cuando nos toca el turno de hablarle al melón sobre nuestra amiga no escatimamos en elogios, el cielo es el límite para describir todas sus virtudes y cualidades. Las mujeres al hablar de nuestras amigas tendemos a ver solo lo positivo, por lo que ni siquiera tenemos que minimizar sus defectos ya que estamos seguras de que ella NO TIENE defectos. Ella es la hermana gemela de Gisele Bundchen, tiene el corazón de la madre Teresa de Calcuta, la dignidad de Lady Di, la inteligencia de la Bachelet, el estilo de Rania y el talento de Shakira. Por supuesto estamos tan convencidas de todo esto que la publicitamos con absoluta seguridad y sinceridad. Ella es una chica 10 y que nadie ose decir lo contrario o le saltaremos encima con toda la furia de nuestros estiletos.

Una vez que convencemos a las partes interesadas y debido al hecho de que ambos no se conocen, se produce la típica salida en grupo. Por un lado, a nuestra amiga le dará seguridad salir en grupo para no tener que afrontar sola la casi siempre incomoda primera cita; mientras que por otro lado, nosotras podremos asegurarnos del éxito de nuestro enganche.

Desde este momento nuestra amiga se convierte en nuestra víctima. Como las celestinas tendemos a volvernos muy entrometidas en este contexto, nuestra pobre e inocente amiga tendrá que sufrir toda la noche nuestras constantes y seguramente incómodas acotaciones. Le daremos codazos, miradas exageradas y todo un abanico de señales muy poco discretas que le harán rogar a la tierra que la trague. Luego nos convertiremos en su vocera oficial y agente de prensa, respondiendo por ella a todas las preguntas y sugiriéndole que cuente todas aquellas anécdotas e historias que creemos la harán lucirse frente al melón. De seguro no se salvará de tener que escuchar como si ella no estuviese allí, la historia completa y comentada de su vida relatada obviamente por nosotras y que de seguro revelará miles de detalles que ella hubiese deseado omitir. Como estamos tan poseídas contándole al melón lo maravillosa que es nuestra amiga, e intentando convencerlo de que ella es su media naranja, no nos percataremos de las miradas asesinas que ella nos lanza con la intención de que cerremos la bocota. Como broche de oro vendrán las constantes insinuaciones románticas e indirectas que lanzaremos al aire con la intención de crear el clima ideal para que prenda nuestro injerto.

Tras la cita estaremos más ansiosas que nuestra amiga/víctima por saber el resultado del enganche. Si el melón se borra (que es lo más seguro) sacaremos a relucir todos los detalles negativos que habíamos omitido mencionar a nuestra amiga con anterioridad. Así el chico emprendedor y de buena familia pasará a ser el looser más rasca de la historia, convirtiéndose inmediatamente para nosotras en el ser menos deseable del mundo, una mezcla de Hitler, Osama Bin Laden y Lugo. Pero si la que decide borrarse es nuestra amiga…. ¡Arderá Troya!
¡Ay de ella si se queja del melón! Nos ofendemos y la tachamos de malagradecida pensando en todo el trabajo que nos costó conseguirle ese melón cuando no tenía ni un solo perro que le ladre y todo el esmero que pusimos en vano para asegurar el éxito del enganche. En vez de comprender que en realidad el melón no era la opción más apropiada para ella, y debido a que estábamos absolutamente convencidas del éxito de nuestro experimento, nos precipitaremos a catalogarla de exigente, incoherente, necia y ciega, cuando en realidad el único ciego en esta historia fue nuestro Cupido interior que estaba fatalmente predestinado a errar todas y cada una de sus flechas amorosas.

MORALEJA: Cuando empiece a aletear su Cupido interior, IGNÓRENLO. Recuerden que se trata de un enano rollizo y flácido con el cual estoy segura no querrán tener nada en común.

miércoles, 10 de febrero de 2010

LA MESA PROVENZAL DE RENOIR


Pierre-Auguste Renoir, uno de los más renombrados pintores impresionistas, estaba lleno de lo que los franceses llaman joie de vivre, o alegría de vivir. Sus lienzos irradian este entusiasmo vital que revela su voluntad de resaltar lo bello que la vida ofrecía: el buen vino, las fiestas al aire libre, la belleza de las mujeres, la inocencia de los niños, los paisajes bañados en luz y en especial la comida. Todo lo bello de la vida, por las particulares circunstancias de su vida, lo embrujaba.

Renoir, al igual que otros impresionistas, supo disfrutar de los sencillos placeres de la vida y encontró en la Provenza francesa el lugar ideal donde hacerlo. Para escapar de la ajetreada vida de París alquiló en 1896 una villa de verano en la ciudad de Essoyes. Aquí disfrutaba junto con su familia de largos paseos por los viñedos de esta zona que divide Champagne de Borgoña, entregándose a pintar sus incomparables paisajes y a disfrutar del vino local junto con los humildes productores. Renoir amaba el vino de la zona, que según relata su hijo Jean Renoir en su libro de memorias: Renoir, mi padre, era “…un vino sin rastros de azúcar, tan fuerte como el viento del Este que sacude a los viñedos”.

En 1897, en un paseo en bicicleta por los campos de Essoyes, Renoir sufrió una caída que marcaría su vida. No solo se rompió el brazo; además el agudo dolor le paralizó el hombro derecho por varios meses, obligándolo a aprender a pintar con su mano izquierda. Este fue el inicio de una larga convalecencia, una forma de artritis degenerativa, que le aquejaría por el resto de su vida y que terminaría convirtiéndolo en un inválido. Escapando del frio que aumentaba su dolor, buscó refugio cerca del Mediterráneo, estableciéndose junto con toda su familia en 1902 en la ciudad de Cagnes-Sur-Mer, en la Provenza Francesa. En 1907 adquirió una hermosa granja, con un extenso terreno de tres hectáreas sembrado con olivares y naranjales: Le “Domaine des Collettes”.

Los últimos años de su vida Renoir vivió y trabajó rodeado de los centenarios olivos de “Les Collettes”, los cuales plasmó en numerosos lienzos. Tenía una fascinación con sus olivares. Uno no puede dejar de preguntarse si el mismo pintor se reconocía en los nudosos y retorcidos olivos, teniendo en cuenta que su severa artritis lo redujo a tal punto que tenía que pintar con el pincel sujetado a sus dedos. En las retorcidas ramas e inquebrantable fortaleza de los olivos probablemente se veía a sí mismo, padeciendo una enfermedad que reducía su cuerpo pero que no lograba reducir su espíritu. Matisse se conmovía mucho al ver a su amigo reducido por la enfermedad, y en una carta describió como lo encontró: “los nudillos de sus dedos eran inmensos, callosos y horriblemente deformes…. Y a pesar de ello él pintaba sus mejores obras. Mientras su cuerpo se reducía, su alma parecía crecer continuamente con más fuerza para expresarse con la mayor radiante facilidad”.

A pesar de los problemas de salud de Renoir, “Les Collettes” era un hogar feliz. Aquí crecieron libres jugando entre olivares, huertas y profusos jardines sus hijos: Jean Renoir (que se convertiría en un renombrado director de Cine), Pierre (actor) y Claude o Coco quien seguiría los pasos de su padre en el arte y se convertiría en un gran ceramista.

En su reino privado de “Les Collettes”, este pintor que amaba comer casi tanto como amaba pintar, compartió con su familia y amigos de las delicias culinarias de la Provenza Francesa, llena de intensos colores, aromas y sabores.

Su amada esposa, Aline Renoir, era una cocinera maravillosa. Ella se encargaba de dirigir a los jardineros en la huerta de “Les Collettes”. Personalmente recogía los huevos y recolectaba las frutas y verduras que se producían en los huertos. Conocía muy bien la cocina típica de Borgoña y Champagne y pronto aprendió los platos tradicionales de la Provenza francesa. Se hizo de fama entre sus amigos artistas por sus deliciosos platos. La cassoulet, hecha con jamón y verduras frescas cosechadas en la huerta, como tomates caseros, ajo, hojas de laurel y arvejas. Su especialidad era la Bouillabaise Provenzal, un plato típico de la Provenza francesa hecho con pescado fresco del Cros-de-Gagnes, ajo, pimientos rojos, papas, cebollas, tomates, puerro y hierbas frescas, todas cosechadas en “Les Collettes”. Como detalle personal, Madame Renoir agregaba una pizca de azafrán. Madame Renoir se hizo famosa con este plato. En una de sus visitas, Monet, gran amigo de Renoir, quedó tan deleitado con la especialidad de la casa que pidió a Aline Renoir la receta para hacerla en Giverny.

En la mesa de los Renoir también se servían pescados frescos, acompañados de verduras condimentadas con abundante alioli, una mayonesa casera hecha con yemas de huevos, aceite de oliva y abundante ajo. De vez en cuando, los pobladores de la zona le traerían zorzales, unas pequeñas aves que se encontraban en los alrededores de los viñedos y Madame Renoir los cocinaba en brochetas sobre un fuego de madreselva. Las papas se cocinaban con su piel sobre cenizas calientes, así como las castañas. Siempre servía las frutas de la temporada, frutillas, higos, mandarinas, naranjas, duraznos, ciruelas y damascos.

En “Les Collettes”, abundaban las visitas que eran agasajadas con los deliciosos platos preparados por Aline. Amigos de toda una vida, entre quienes se encontraban numerosas personalidades y artistas de la época, venían a compartir la mesa provenzal de la familia Renoir. Paul Cezanne, el hijo del renombrado pintor, se mudó a una propiedad cercana y era una visita habitual. Henri Matisse, Pierre Bonnard, Emile Zolá, Manet, Rodin y marchands de arte como Durand-Ruel, también frecuentaban la casa. Todos ellos quedaban rendidos ante los rústicos pero sabrosísimos platos de Madame Renoir: Pottage Crecy, Pollo Renoir, y los Tomates Cocidos Cezanne, plato creado por Madame Renoir en ocasión de una de las tantas visitas del artista a su casa.

La mesa era el centro de estas reuniones, donde nunca faltaba buen vino y exquisitos platos que se compartían con música, amenas charlas e historias y largos debates sobre el arte.