En estos días en que el mundo entero se viste de crisis, nosotros, los pioneros de la crisis nos mofamos de nuestros vecinos del norte diciendo: “¡chupáte esta mandarina!” A nosotros las crisis ya no nos asustan… acá ya estamos acostumbrados a todo tipo de recesiones, devaluaciones y retrocesos.
En los ochentas el cómico argentino Alberto Olmedo acuñaba la frase: “éramos tan pobres” recordando tiempos peores. Pero hoy en día, es difícil recordar tiempos peores cuando vamos de mal a peor. Recordar un tiempo en el cual éramos más pobres de lo que somos actualmente significaría que existe progreso, o al menos una ilusión de progreso. Pero lastimosamente aquí lo que pulula es el retroceso. Como no nos quedan tiempos peores para recordar, solo tiempos absoluta o relativamente mejores, solo podemos emitir un suspiro mientras exclamamos resignadamente: “¡éramos tan ricos!”
Los únicos que pueden mirar atrás y sentirse consolados con su progreso son los nuevos ricos. Ellos si pueden decir: “éramos tan, pero tan pobres que cuando nos casamos nos quedamos a juntar el arroz que nos tiraron en la iglesia… y ahora comemos risoto ai fungii.” (Por supuesto que no tienen idea de cómo se escribe ni se pronuncia).
Pero los nuevos ricos son solo una parte del problema. Ellos son solo unos cuantos que supieron sacar provecho de la crisis y por supuesto hacer rendir el zoquete político hasta su más alto rédito. El problema real es la crisis, que alcanza a todo el espectro social, convirtiendo a los pobres en paupérrimos y a muchos ricos en la nouvelle vague de la pobreza.
Lo preocupante no es que cada vez haya más nuevos ricos, sino que cada vez haya más proliferación de nuevos pobres. Numerosas familias de rancio abolengo, se han visto catapultadas directamente de las burbujas de champagne a la sidra, sin ni siquiera tener el consuelo de pasar por el espumante. Este grupo de “gente bien” pasó a ocupar, contra su voluntad, las filas de la clase media. Pasar del plan full a la mini carga no es un cambio fácil.
Como rezaba el título de una novela mexicana, los ricos también lloran…y no siempre de felicidad. La movilidad social a la inversa, no es un sendero sembrado de flores. Así muchas regias pasaron a llorar por todos los rincones, mientras se le encendían los ojos de rabia al ver como los nuevos ricos les usurpaban todos sus privilegios. A ellas solo les queda su dignidad y el recuerdo de los tiempos mejores.
Como es claramente comprensible, la caída de clase es traumática para cualquiera. Como los nuevos pobres tienen una reputación y apellido compuesto que proteger, lo primero que hacen es tratar de cubrir a toda costa el problema familiar, que para ellos evidentemente más que un problema es una tragedia griega. La consigna es: si ya no somos ricos, aparentemos.
Para seguir viviendo la vida a la que estaban acostumbrados (auto del año, clubes privados, cenas en restaurantes de moda, vestidos por el diseñador top), los nuevos pobres se convierten en artistas del bicicleteo; manteniendo su estilo de vida alternando sus antiguas tarjetas doradas. Por supuesto esto les agota y terminan inevitablemente deprimidos. Como su psicólogo no acepta tarjetas de crédito, se consuelan leyendo todos los libros de autoayuda del gurú del momento.
Cuando ya no solo pueden pagar el mínimo de sus tarjetas, empiezan a bajar cautamente su estilo de vida. El primer recorte se produce en todos los artículos domésticos. Empiezan a comprar el papel higiénico de lija, a cargar aceite de girasol en las botellas vacías de aceite de oliva italiano, a aguar el detergente y a dejar de ir al Agro Shopping para ir a rozarse con el pueblo en el Mercado de Abasto.
El segundo recorte se produce en el área Shopping. Así las nuevas pobres se echan un pañuelo a la cabeza y unos lentes oscuros y van de compras a Bonanza de incognito, entonando un rosario interno para no encontrarse con nadie conocido. De comprarse cada temporada los bolsos de la última colección de Louis Vuitton y los más regios lentes de Gucci pasan a equiparse de Luis Truchón y Trucci. Para los casamientos empiezan a recurrir a sus modistas de barrio, a quienes evidentemente reniegan, jurando por la vida de sus caniches que se trajeron el vestido de Buenos Aires o adjudicándolo a otro diseñador, que por supuesto a su vez las reniega enfuriado por los monos que le dejaron en su última visita.
Para que nadie sospeche de su iliquidez pueden hasta simular un ataque de pánico por temor a ser secuestradas y son capaces de hasta ponerle un chalequito de pesca y anteojos Ray Ban (truchos ooobvio) a sus jardineros para que parezcan sus guardaespaldas. Al igual que los nuevos ricos, los nuevos pobres tienden a las exageraciones. Pero en este caso es totalmente comprensible por una sencilla razón: nadie quiere ser pobre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario