Tomar sol ha sido una de las actividades veraniegas preferidas por generaciones. Sin embargo, la práctica de tomar sol hasta que el cuerpo adquiera un tono dorado es un fenómeno moderno. Esto no quiere decir que en la antigüedad nadie se bronceara, más bien que cuando lo hacían era algo involuntario o accidental. Lo que no existía era la costumbre de tirarse al sol como una iguana para oscurecer la piel, pues el canon estético daba preferencia a la piel clara. Así como nosotros nos abalanzamos bajo el sol para tostarnos, nuestros antepasados huían de él como si se tratara del mismísimo demonio.
En la antigüedad, el color de la piel podía perfectamente indicar el status social de una persona. Aquellos que trabajaban los campos tenían la piel más bronceada por pasar largas horas expuestos a los rayos del sol. Así el bronceado era visto como un rasgo típico de las clases sociales más bajas y la piel de porcelana se convirtió en un símbolo de riqueza y alto rango.
De la misma manera en la que las mujeres de hoy en día hacen de todo por lucir una piel bronceada, las mujeres de la antigüedad se esforzaban en mantener su piel lo más blanca posible, llegando a utilizar nocivos productos como cremas a base de plomo y pequeñas dosis de arsénico para conseguir la tan anhelada palidez.
Cuentan que la Reina Isabel I de Inglaterra se pintaba pequeñas venas azules en la cara para que su piel pareciera traslúcida. Hasta mediados del siglo XIX las mujeres siguieron cubriendo sus rostros con productos como el polvo de arroz para acentuar su palidez. También se resguardaban del sol utilizando sombrillas, sombreros y guantes cada vez que salían al aire libre. En la clásica novela de Jane Austen, “Orgullo y Prejuicio”, cuando su heroína Elizabeth Bennett comete la imprudencia de salir a caminar sin tomar recaudos contra el sol arma un pequeño escándalo entre sus amistades por la catastrófica aparición de unas pecas en su piel.
En 1890 el danés Niels Finsen crea la fototerapia, una ciencia que estudia el efecto de la luz solar en la vida, ganando el premio Nobel de Medicina en 1903. Esta terapia prometía la cura de enfermedades como el raquitismo producido por insuficiencia de Vitamina D. Finsen descubre que la exposición solar permitía al cuerpo producir Vitamina D y el bronceado es declarado saludable. Los médicos de todo el mundo empezaron a recomendar a sus pacientes la helioteraia o baños de sol para curar desde fatigas hasta tuberculosis. A pesar de estos descubrimientos, los médicos tenían que luchar para que sus pacientes se expusieran al sol ya que la moda de la piel blanca aún se mantenía vigente.
El bronceado se pone de moda recién a inicios de los años veinte gracias a Coco Chanel. Cuentan que en un viaje por la Riviera Francesa rumbo a Cannes a borde del yate del Duque de West Minster, adquiere un bronceado accidental. En vez de ocultarlo como un bochornoso accidente, presume orgullosa en uno de sus desfiles su bronceado dorado, producto de sus espléndidas vacaciones por la Costa Azul. A sus fans le encantó el look y pronto empezaron a imitarla. El culto al bronceado se extendió en la sociedad como una declaración de moda y un nuevo símbolo de salud, riqueza y status social. Se había producido un vuelco en la manera en la que el bronceado era percibido. Los obreros, encerrados en fábricas no podían permitirse el lujo de tomarse vacaciones y pasar mucho tiempo al aire libre, como lo hacían las clases más adineradas. El bronceado se convirtió en un nuevo símbolo de la élite.
En los años treinta, aparecen las primeras películas en color. Las actrices de Hollywood aparecen en la gran pantalla exhibiendo sus mejillas sonrosadas y sus pieles tostadas al sol, afianzando la moda del bronceado. Con la nueva moda del bronceado, empiezan a aparecer los primeros productos bronceadores y también los primeros bronceadores sin sol que eran más que nada bases que pintaban la piel de tonos más oscuros. En 1936 el gobierno francés obliga por primera vez a las empresas a pagar las vacaciones de sus empleados. Aprovechando este nuevo mercado potencial, Eugéne Schueller, fundador de L’Oreal crea el primer aceite bronceador, Ambré Solaire, que tuvo un extraordinario éxito entre aquellos veraneantes pioneros.
El principal desarrollo en la industria de los bronceadores se generó durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los soldados que trabajaban a la intemperie, como en las cubiertas de los portaviones necesitaron cremas para proteger la piel de las quemaduras solares, por lo que el gobierno norteamericano empezó a experimentar con productos de protección solar. Así desarrollan el aceite de parafina rojo, un derivado del petróleo que se obtiene una vez separada la gasolina y otros refinados y cuyo color rojo natural cierra el paso a los rayos ultravioletas del sol. Uno de los científicos que ayudó a los militares a conseguir esta loción de protección solar fue el doctor Benjamin Green, vio que el producto podría tener salida comercial y al terminar la guerra crea la primera loción cremosa bronceadora que comercializa con el nombre de Coppertone. Esta loción blanca aromatizada con esencia de jazmín permitía conseguir una coloración cobriza evitando las perjudiciales quemaduras solares.
Así, tras la Segunda Guerra Mundial, el bronceado se vuelve aún más popular, cuando muchos soldados norteamericanos regresan del sudeste asiático, del Mediterráneo y del Pacífico Sur luciendo bronceados que les daban un aspecto saludable y fuerte. En los años cincuenta, aparecen los primeros anuncios de Coppertone con el slogan: “Don’t be a paleface!” (¡No seas un piel pálida!). Laos ventas de los bronceadores aumentan y para fomentar las ventas, en numerosas revistas aparecen anuncios que incentivaban el bronceado, ensalzado sus beneficios hasta el punto de ser considerados hasta curativos. A fines de los años 50’s aparece el primer bronceador sin sol, conocido como el “Man-Tan” que daba a la piel un indeseable tono anaranjado. En esta época también se popularizan los reflectores metálicos UV, utilizados por los entusiastas del bronceado para acrecentarlo.
En 1971 aparece la primera Barbie Malibú, con su piel bronceada, anteojos y su propia loción bronceadora. En 1978 aparecen los protectores solares con factor de protección solar 15 y aparecen las primeras camas solares. En la década de los ochenta surge el boom de la industria del bronceado en interiores que permitía lucir el bronceado del verano el año entero. En 1987 los salones de bronceado fueron uno de los negocios con mayor crecimiento en los Estados Unidos. Lamentablemente, estas primeras camas solares producían cantidades muy elevadas de rayos ultravioletas y los dermatólogos empezaron a expresar su preocupación por los peligros acarreados por la tecnología de la luz ultravioleta. A estas alturas ya se empezaban a ver los nexos entre el cáncer de piel y el bronceado, pero las advertencias eran opacadas por los anuncios que promovían el encanto de lucir una piel bronceada y sexy. Irónicamente durante los ochentas, el ideal de belleza promovía un cuerpo fuerte y saludable y el bronceado venía de la mano de este look debido a que la piel bronceada era vista como más saludable y atractiva que la piel pálida.
Afortunadamente, el clamor de los dermatólogos fue oído y las publicaciones empezaron a promover moderación en la cantidad de tiempo de exposición al sol y también a evitar tomar sol en el horario de 10 a 15 horas; lo que llevó a la gente a tomar conciencia de los riesgos que representaban las quemaduras solares y la exposición indiscriminada a los rayos ultravioleta. La industria de las camas solares también mejoró la tecnología de las mismas para reducir los riesgos del cáncer de piel.
En las últimas décadas se ha visto un aumento en las ventas de los bloqueadores solares y se puede encontrar muchísimas marcas que comercializan diferentes líneas de foto protectores para cara, cuerpo, e incluso productos a ser utilizados antes y después de la exposición solar.
En el 2003 aparecen las cabinas de auto bronceado, con la ventaja de un dar un color dorado en segundos. El auge de los bronceadores sin sol y los salones de bronceado creció notablemente gracias a la concientización sobre los riesgos de cáncer de piel, debido a que éstos permiten oscurecer la piel sin sufrir los efectos negativos de los rayos ultravioletas. Estos productos están disponibles en la forma de cremas, geles, lociones y espráis que se aplican directamente sobre la piel.
Cabe destacar, que en algunas partes del mundo, la piel clara sigue siendo el ideal de belleza. En Japón, las geishas son famosas por sus caras pintadas en blanco que les da el apodo de bihaku o “hermoso blancor”. Estas representan un ideal estético tradicional que lleva a muchas mujeres japonesas a evitar broncearse. También en la India, la piel oscura aún se asocia a las castas inferiores y muchos siguen recurriendo a productos para blanquear su piel hasta lograr un tono socialmente más aceptable.
Bien sabemos que las modas vienen y van, pero es innegable que la moda del bronceado está aquí para quedarse. La piel bronceada es sinónimo de los placeres del verano. Dorarnos bajo el sol, es un pecado en el cual incurrimos con gusto para vernos espléndidas. Si bien hay mucha gente que aún abusa del sol, la mayoría ha aprendido a disfrutarlo con moderación y con la ayuda de un buen bronceador que proteja e intensifique la acción del sol en nuestra piel.
1 comentario:
Interesante entrada,te felicito.
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