lunes, 25 de mayo de 2015

LOTTE SCHULZ





Lotte Schulz nació con el nombre de María Carlota Schulz en la ciudad de Encarnación en 1925. Tuvo la suerte de formarse con dos grandes artistas: el Maestro Guido Viaro, con quien estudio dibujo y pintura en Curitiba y quien le enseñó a dominar las técnicas y pictóricas y el gran grabador Livio Abramo, quien le enseñó las posibilidades del grabado y que el arte es algo emocional y libre. 

Su larga y nutrida carrera artística le gano muchas satisfacciones. En 1956 obtuvo una mención de Honor en el Concurso de Arte Religioso del Paraguay. En 1960 obtiene el Gran Premio Fondo Nacional de las Artes en Argentina y la Medalla de Oro del Diario “La Razón” de Buenos Aires. En 1965 recibe la Mención de Honor en la Bienal de Grabado en Santiago de Chile y el Segundo Premio por el Paraguay en Pintura, en el Salón ESSO de Artistas Jóvenes de Latinoamérica. 

Desde su primera exposición colectiva en el Salón Primavera del Ateneo Paraguayo en 1957, expone regularmente en muestras colectivas e individuales en Paraguay, Argentina, México, Italia, España, Chile, Japón, Estados Unidos, Mónaco, Bolivia, Perú, Brasil, Uruguay, Inglaterra, Alemania, Botsuana, Sudáfrica y Francia. Sus obras integran el acervo de numerosas colecciones particulares y museos tanto en el país como en el exterior. Participo en las Bienales de Sao Paulo de 1959 y 1962, en la Bienal de Chile d 1964 y en la Bienal de Florencia de 1969.

Además de ser una destacada artista plástica, se dedicó a la docencia de artes plásticas, especializándose en  la enseñanza de libre expresión para niños en la Escolinha de Arte y se dedicó también al restauro de obras de arte, habiendo estudiado Conservación y Restauración de obras de arte en la Universidad Internacional de Arte de Florencia, Italia y en el Instituto Central de Roma. Fue restauradora del Museo Nacional de Bellas Artes del Paraguay, llegando a ser Directora de este museo. 

Hoy, a sus 90 años puede mirar atrás y observar una carrera artística impecable y una vida rica en aventuras y experiencias.  Hablar con ella es un lujo que hace a las delicias de toda persona interesada en las Artes. A punto de cumplir 90 años, lucida e irreverente, se abre con su chispeante humor y agudeza con anécdotas en las que aparecen los grandes nombres del arte paraguayo, quienes fueran sus colegas, maestros y amigos.

¿Cómo fue tu infancia?
Enrique, mi papa era austrohúngaro. El vino tras la primera guerra mundial. Ellos perdieron la guerra y la nobleza austriaca cayo y él quedo desprestigiado pues era funcionario del estado como militar. Como no conseguía trabajo, tuvo que venir  hacerse la América. Mi papá era ingeniero con porte de dandy. Durante la Guerra se había especializado en hacer trincheras, y en Paraguay fue contratado para cambiar los durmientes del ferrocarril. Así llegó hasta  Encarnación.  En San Pedro del Paraná conoció a mi mama, María Irene, que era una bella mujer. La vio en una fiesta y el gringo cayo de rodillas delante de ella. Juntos tuvieron dos hijos, mi hermano y yo. Yo tuve una bella infancia. Nací en Encarnación y cuando tenía 4 años nos mudamos al Brasil donde me crie y estudie en el deutsche schule. Vivimos en Curitiba, Sao Paulo y Foz de Iguazú y luego yo regrese a Asunción. 

¿Cómo acercaste al arte?
Yo me acerque al arte siendo muy chiquita. Cuando tenía alrededor de 7 años tenía un profesor alemán que dibujaba espléndidamente. A mí me fascinaba verlo dibujar y todos los días le pedía a mi maestro que me hiciera un dibujo en mi cuaderno. Al poco tiempo empecé a dibujar yo también. Durante el resto de mis años escolares fui copista, empecé a copiar los cuadros clásicos, con eso fui ganando la mano y la sensibilidad tonal para los colores. Llegue a copiar a la perfección esos cuadros académicos y expuse el mejor de ellos en la exposición de fin de año. Mi profesor de Física y Química, quien también dibujaba muy bien, al ver el dibujo en tinta china de Cristo que había presentado, dijo: “esta chica tiene talento y una gran sensibilidad con la línea.” Entonces mis padres decidieron invertir en arte y me hicieron estudiar con el pintor italiano llamado Guido Viaro, en Curitiba.

¿Cómo fue esta primera clase de pintura?
La recuerdo tan bien. Me puso un cuaderno grande de diseño en frente y coloco una jarra de cerámica sobre la mesa y me dijo: “Dibuje.”  Y yo hice una jarra perfecta pero chiquitita que no cubría ni un cuarto de la hoja. El profesor lo miro y me dijo: “Es muy bueno su dibujo, pero si yo le doy un papel grande, usted tiene que llenar el papel. Si le doy un papelito chico, usted llena el papelito chico, pero esto no está bien.” Aprendí mi lección y me gustó mucho estudiar con él. Mis clases con Viaro me ayudaron a ganar el ojo y el pulso, pero como eran copistas no me ayudaron a ganar creatividad. Recién cuando grabado con Livio Abramo aprendí a ser creativa.

¿Cómo eran las clases de Livio Abramo?
Él nunca te decía que tenías que hacer. El respetaba la personalidad de cada uno de sus alumnos. El solamente te enseñaba a usar las gubias y los buriles, a trabajar la madera y la técnica, dejando la temática a criterio de cada uno. Él nunca se metió a opinar sobre lo que cada uno quería hacer. Ensenaba la técnica, no la temática. Enseñaba con mucha libertad. Nos daba conferencias en las que hablaba sobre teoría estética e historia del arte, era muy cerebral y nos enseno a trabajar con lo que nos salía de adentro. 

¿Cómo lo describirías?
¡Chinchudo! (risas) ¡Como todo viejo impertinente, que en paz descanse y me perdone! (Mas risas). Si uno sabia andar con él, se estaba a la mil maravillas, pero si uno lo provocaba se enojaba con mucha facilidad. Pero fue un gran artista y un gran profesor. Sinceramente yo le tengo una gran pena a Livio. El sacrifico su nombre internacional de artista para dedicarse a formar artistas en Paraguay. Pudiendo haberse ido a triunfar en Paris, el decidió venir a enseñar a Asunción. Cuando yo me entere de esto te juro que quise llorar, porque conociéndolo sabía que en un año en Paris el lanzaba su nombre, y con 10 años en Paraguay, ni nosotras casi ya nos acordamos. Él amaba Paraguay,  lo recorrió a fondo con sus amigos Ramiro Domínguez y el arquitecto Saturnino de Brito, llego hasta esos pueblos más remotos y las capillas más humildes. Livio se quedó encantado con lo que vio y esto lo plasmo en su obra. El interior del Paraguay se convirtió en su tema. Teniendo la opción de ir a donde quisiese por su gran talento, el decidió quedarse en Paraguay a enseñar y a crear. 

¿Contame sobre tus primeros años como artista en Asunción?
Asunción era muy chiquito por ese entonces, éramos muy pocos los que trabajábamos en arte. Estábamos Lili del Mónico, Olga Blinder, Edith Jiménez, Alicia Bravard, Ofelia Echague Vera y yo. Éramos poquísimas y ni siquiera teníamos donde exponer. El único lugar donde podías exponer era en el Ateneo Paraguayo, no existían la cantidad de galerías y centros culturales que hay hoy en día. Con decirte que organizamos dos exposiciones en las vitrinas de las tiendas de calle Palma. Incluso exponíamos en una florería, La Boheme, en la esquina de Azara e Independencia Nacional. Todas éramos alumnas de Livio Abramo y él  nos abrió a todas las compuertas. Él estaba muy conectado con la Bienal y nos dijo a todas: “preparen  trabajo, vamos a la Bienal de Sao Paulo” y allá fuimos, con muy poca experiencia y mucha ilusión. Era muy linda esa época. Pero luego entro la Política y perdió todo el encanto. También la envidia. La envidia dañó mucho al arte en Paraguay.

¿Cómo fue la experiencia de aquella primera bienal para ustedes?
Con esa bienal empezamos a sentir esa sensación de competir; porque antes no competíamos. Nos decíamos mutuamente: “¡Qué lindo esta tu cuadro!” o “¡Qué bueno esta tu dibujo!” o “¡Ay como me gusta tu cuadro!” Nos alabábamos mutuamente sin ese sentido de competencia. Y cuando fue la Bienal de Sao Paulo entendimos lo que era la competencia, aprendimos que teníamos que superarnos cada vez. Con esa experiencia también viene la conciencia de que teníamos que hacer las exposiciones continuas. Teníamos muy poca experiencia en exponer ya que en Asunción había muy pocas exposiciones y eran muy diferentes. Uno hacia una exposición al año en el Ateneo, elegías el cuadro que tu familia consideraba que era el más lindo y lo llevabas allí a exponer. Cada artista exponía solo un cuadro. No era como hacer una muestra individual en la que exponías 20 o 30 obras. Tampoco teníamos críticos especializados. Esto cambio cuando llego Oscar Trinidad, un brillante abogado que era un entendido del arte que empezó a hacer las primeras críticas de arte. Con la crítica uno sabía que tenía que superarse. Oscar Trinidad era muy exigente por lo que sabíamos que  teníamos que esforzarnos. Lamentablemente murió muy pronto. Recuerdo que llore mucho su muerte.

¿Qué fue lo que te hizo decir “yo quiero ser artista”?
Ahí, en la bienal, adquirí la noción de que era artista, de que no era una simple copista.

¿Qué presentaste en la Bienal de Sao Paulo?
Podes creer que todas las obras que mande a Sao Paulo nunca me fueron devueltas. En una bienal mande 5 cuadros en cuero muy grandes que no estaban enmarcados, porque eran tapices. Luego presente una montura de cuero que yo había grabado completamente. Fue una obra excepcional y muy comentada, incluso la elogiaron en el catálogo de la Bienal. Me dio mucha rabia que no me la devolvieran. Desde esa vez deje de enviar obras a la bienal de Sao Paulo, esta fue la última obra que mande.

Luego llegarían los premios. ¿Que significaron estos premios en tu carrera?
La ESSO de Nueva York organizo un premio de artistas jóvenes, menores de 30 años. Yo represente al Paraguay junto a Carlos Colombino. Yo presente una casa colonial hecha sobre cuero que gano el premio y la ESSO compro mi obra. Esto fue un gran impulso para mi carrera artística porque me llovieron pedidos e invitaciones a importantes muestras de grabado y bienales de Arte en todo el mundo. Otro premio muy importante en mi carrera fue el primer concurso de Grabado en Buenos Aires en 1960. Mi obra gano el primer gran premio. Aquí todos se quedaron de boca abierta.

Contame más sobre estos grandes artistas con los que trabajaste
Edith Jiménez era muy buenas pintora, con muy buena mano, pero cuando la conocí no era tan creativa porque no se habían formado con el nuevo concepto del arte. Ella no eran copistas, pero no sabían crear porque venían de una escuela muy academicista. Ella empezó a ser creativa cuando hizo grabado Livio, allí a ella se le abrió el panorama. 

¡Alicia Bravard era buenísima, si ves alguna vez una obra suya comprala porque vale la pena! A mi criterio, fue una gran artista, pero lastimosamente se casó y se fue a vivir a Caacupé y perdió contacto con el arte. Por entonces aquí ya era difícil trabajar en arte, imagínate lo que era en Caacupé. Ella era muy buena colorista y tiene cuadros estupendos. No importa que ella no haya sido una estrella rutilante, ella fue buena. 

Ofelia Echague Vera fue una gran pintora, si se quiere hasta se podría decir que fue la mejor académicamente. ¡La mejor de todas las dibujantes y pintoras, según mi criterio! Ella se recibió en Montevideo y fue una gran colorista con una muy buena mano. Sus retratos son muy buenos.

Olga Blinder era muy insistente, cuando estudiábamos juntas, no descansaba hasta que le salía aquello que le costaba. Ella hacia muy bien las maternidades. Tenía buen dibujo, y buena sensibilidad.  Era muy buena, pero Olga tenía dos grandes defectos para la Asunción de la época: era comunista y era judía. Te decían: “no hables con Olga porque ella es comunista”. Entonces no había que hablar con Olga. Esas estupideces teníamos que aguantar. ¡Vos te das cuenta la ignorancia que grandes daños hace al país!

Jaime Bestard era un hombre que se dejaba amar. Él estaba allá intocable, con su manera de ser tan especial y sus colores que mezclaba maravillosamente y su técnica para pintar tan divinamente a pincel y espátula. ¡Fue un artista! Tenía una gran melena blanca, era muy lindo, era flaco, alto e imponente.
Pindu fue un gran artista, el hacia una obra de arte de la nada.

Roberto Holden Jara era de una limpieza impecable, sus cuadros eran muy pulcros y muy buenos, académicos por supuesto, pero muy muy buenos. Su taller reflejaba también esa pulcritud. Yo estuve una sola vez en su taller y nunca más subí. Era una pieza con luz cenital en una esquina, era todo tan blanco, tan blanco que parecía una farmacia. No había una nota de color discordante. ¡No sé por qué se le ocurrió tener un taller así de ordenado! ¡Un taller siempre es anárquico mi reina! 

Hermann Guggiari estaba por sobre todo: chismes, envidias y todo eso. A pesar de su estatura tan baja, él se elevaba por sobre todos. Nadie se metía con él y él no se metía con nadie. El  y su esposa eran muy especiales y tuvieron una linda familia. Recuerdo una anécdota muy simpática. Cuando se embarazo por la séptima vez su esposa, Hermann tembló, porque era la costumbre que el séptimo hijo varón fuese ahijado del presidente y Hermann  no quería saber nada de eso. El pobre sufrió horrores todos esos nueve meses rezando para que no fuera otro varón, solamente para no tener que ser compadre de Stroessner. Pero por suerte nació una mujer: Ana Rosa.

¿Qué te llevo a usar el cuero como soporte para tus grabados?
Yo quería ser muy paraguaya, muy patriota y quería hacer algo muy autentico y muy nuestro, y eso me llevo a elegir el cuero. Mis temas son siempre muy nativos, yo siempre trabajo  lo que está ligado a la tierra. Livio dijo que mi gran aporte en las artes plásticas paraguayas fue introducir el cuero como soporte para mis obras. 

Entre tus temas también están siempre presentes los animales
Si, mis gatos y mis avestruces. Siempre fui muy animalera y toda la vida tuve gatos. El papá de mi hija Tilly me trajo de regalo un avestruz chiquitito que se convirtió en mi mascota. Hasta dormía conmigo en la cama y cada mañana al despertarse me estiraba el pelo con su pico para que le abriera la puerta para poder salir al patio.

¿Mirando atrás a todos estos años dedicados al arte y la cultura, cual crees fue tu mayor legado?
Mirando atrás creo que lo más positivo fue mi labor en la enseñanza de los niños ya que siempre enseñe con libertad de expresión pero con valores estéticos.  Sé que si bien no todos mis alumnos salieron artistas, hoy todos son conocedores del arte. Sé que mi legado fue formar adultos para el futuro. 

¿Qué es el arte para vos?
El arte es la razón de vida de los hombres. Siempre se busca algo más que uno, y como uno nunca está satisfecho, siempre aspira a más y el arte es eso intangible que nos empuja a buscarlo.


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