martes, 6 de octubre de 2009

LA ROPA QUE NO SE VE


La lencería es un ícono de sensualidad que indudablemente ha estado íntimamente ligado a la evolución de la moda y a los distintos cánones estéticos que regían las formas del cuerpo femenino. En el curso de la historia, las mujeres han usado una amplia variedad de prendas para cubrir, reducir, ampliar o elevar sus formas y mejorar su imagen.

La lencería, como la concebimos hoy en día, es un concepto relativamente reciente. El taparrabos probablemente es la más sencilla y antigua ropa interior y hasta nos podríamos aventurar a decir que fue la primera indumentaria del ser humano. En Egipto y Grecia andar en topless era muy normal; alrededor del 2500 a.C., las mujeres de Creta, llevaban en la cintura una especie de corsé hecho con huesos que elevaban los pechos desnudos exponiéndolos. Las atletas y bailarinas minoicas eran las únicas que acostumbraban llevar una especie de faja de tela recta para cubrir sus senos proveyendo soporte durante sus ejercicios. Durante la era clásica, el ideal estético basado en el cuerpo masculino, hizo que las mujeres romanas acostumbraran ceñir sus bustos con fajas para reducir su tamaño.

En el Medioevo, la represión sexual se plasmó en la ropa interior. Las mujeres usaban fajas de tela para aplastar los senos hasta hacerlos prácticamente desaparecer. Como la ropa no se lavaba a menudo, usaban una camisola encima de la faja para proteger a la ropa del sudor. Sólo esta prenda era lavada con regularidad. La ropa interior, en caso de utilizarse, era muy simple y consistía en una camisa floja y algún tipo de calzón de tela. Como no se mostraban a nadie, su diseño y hechura eran irrelevantes. No eran ni sexy ni atractivas y carecían de ornamentación. Eran blancas, generalmente almidonadas, a menudo ásperas y confeccionadas en batista, franela o algodón.

El renacimiento significó un renacer de las curvas femeninas y la forma de reloj de arena empezó a convertirse en el ideal estético. Para lograr esta deseada forma, se utilizaban corsés tan ajustados que hasta llegaban a romper o deformar las costillas y no era raro que las mujeres se desmayaran por falta de aire. A partir del siglo XVI los corsés se convirtieron en prendas indispensables del ajuar femenino. Cuentan que Caterina de Medici obligaba a las damas de su corte a usar corsés con soportes de metal pues consideraba espantosas las cinturas anchas. Como los corsés imposibilitaban el trabajo, solo los podían usar las mujeres de clase alta. Las campesinas solo usaban una tela atada bajo sus bustos para sujetarlos.

En el siglo XVII los amplios escotes exhibían gran parte de los senos. Los corsés hechos con huesos de ballena (de ahí el término ballena) estaban destinados a levantar, aumentar y resaltar los senos hasta hacerlos rebosar voluptuosamente. Los mismos estaban reforzados en el frente con paneles de marfil, madera o metal y se ajustaban con lazos en la espalda o en el frente. En este siglo, la ropa interior empezó a embellecerse con bordados y cintas. En cima del corsé las mujeres llevaban un miriña para dar volumen a las faldas. Éstos fueron cambiando de forma según las distintas modas. Debajo de todo esto usaban bombachones largos y abullonados.

Tras la revolución francesa, las mujeres se libraron momentáneamente del suplicio de los corsés. Éstos eran asociados a los rebuscados caprichos estéticos de la aristocracia y su uso no era bien visto. La nueva moda del vestido imperio, que surgió con el embarazo de la Emperatriz Josefina, proponía vestidos sueltos debajo del busto, por lo que la cintura no tenía que estar contenida ni reducida y las mujeres solo usaban una tela atada bajo el busto.



Pero esto fue solo un alivio momentáneo. Ya para 1825, la cintura volvió a ocupar un lugar destacado y naturalmente, los corsés volvieron a formar parte esencial del vestuario femenino. Los ceñidos corsés reducían las cinturas a 40 o 43 cm. Las mujeres los usaban siempre, hasta para practicar deportes. Incluso, las mujeres embarazadas utilizaban un corsé de maternidad. Por supuesto los desmayos eran tan habituales que en las fiestas se habilitaban “salones de desmayo” donde las desmayadas eran retiradas hasta recuperarse y se hizo común tener siempre a mano sales de amoniaco para reanimarlas. Entre 1820 y 1835 se puso de moda que hasta los hombres usaran corsés.

Alrededor del año 1830, la ropa interior adquirió mayor consistencia y longitud, y pasó a formar parte obligada del atuendo. Por primera vez en la historia, no llevar ropa interior implicó suciedad y descuido. No usarla era considerado inmoral y contrario a las buenas costumbres. En esta transformación jugaron un importante papel el auge del pudor victoriano, la aparición de telas más finas y ligeras y los conocimientos médicos acerca de los gérmenes que, combinados con el enfriamiento del cuerpo, producían enfermedades. Los médicos recomendaban evitar los “enfriamientos” y entre el público se difundió un temor casi patológico a exponer cualquier parte del cuerpo, excepto el rostro, a un aire que se creía lleno de gérmenes. La ropa interior de lana, invariablemente áspera y picosa, invadió Europa y América, auspiciada por la recomendación médica. La ropa interior, los corsés y las enaguas de lana adquirieron gran popularidad.

Desde 1860, la ropa interior se volvió más elaborada. En 1880 se idearon dispositivos para aumentar el tamaño de los pechos para que se ajustaran a los cánones de la época. El “perfeccionador del busto” consistía en unas almohadillas de lana que se insertaban en un corsé de ballenas. Más tarde, las parisinas pudieron adquirir las primeras almohadillas de goma, llamadas “pechos de limón” por su forma y tamaño. Durante estas décadas, los sostenes eran simples ampliaciones de los corsés.

A inicios del siglo XX ocurrió una revolución en el ámbito de la lencería. Las mujeres modernas, impulsadas por los primeros movimientos feministas y apoyadas por los médicos que alertaban sobre los problemas de salud originados por los corsés iniciaron una guerra contra los corsés y lentamente éstos se fueron achicando y modificando estructuralmente para permitir mayor libertad de movimiento. A lo largo del siglo XX, a medida que las faldas se acortaban, la ropa interior se fue achicando progresivamente. Los bombachones largos de antaño se fueron acortando cada vez más hasta que con la aparición de los tejidos elastizados se fueron transformando en las bombachas que conocemos hoy en día.

La creación del brassiere o corpiño, inventado en 1913 por Mary Phelps Jacobs, una joven dama de alta sociedad neoyorquina fue el primer paso para la eventual desaparición del corsé en la vestimenta cotidiana. Curiosamente, el invento del corpiño fue totalmente casual. Mary Jacobs había adquirido un carísimo vestido de gala para una importante fiesta. Este vestido era muy escotado en la espalda, dejando expuesto el borde de su corsé. La ingeniosa señora Jacobs, ayudada por su empleada francesa, confeccionó el primer corpiño utilizando dos pañuelos blancos, una cinta y un cordón. Sus amigas quedaron encantadas con su improvisado diseño y la Sra. Jacobs obsequió uno a cada una de ellas. Éstas corrieron la voz de lo cómodo y práctico que resultaba el brassiere de la Sra. Jacobs, hasta que Mary Jacobs patentó su modelo en 1914, empezando a comercializarlo. Al poco tiempo ya estaba confeccionando manualmente centenares de sujetadores.

La llegada de la Primera Guerra Mundial, llevó a muchas mujeres a trabajar en las fábricas. Necesitaban ropa interior más práctica y menos constrictivas para permitirles moverse cómodamente. Además, el gobierno de USA pidió a las mujeres que dejaran de usar corsés ya que el metal que se empleaba en ellos era requerido para las producciones de guerra. Esta medida logró que se consiguieran 28.000 toneladas de metal, suficientes para construir 2 buques de guerra. Los corpiños fueron rápidamente adoptados por las mujeres trabajadoras y su uso se popularizó.

En los años 20, la moda exigía a las mujeres un aspecto de muchachito con pecho plano. Gracias a la aparición de las telas elastizadas el corsé fue sustituido por fajas. Éstas se hicieron necesarias para que las mujeres más voluptuosas pudieran lucir la silueta recta y varonil de los años 20. Una modista llamada Ida Rosenthal alteró la tendencia al promover unos corpiños que realzaban el busto. En los años 30 creó Maidenform e introdujo las diferentes tallas de sujetadores creando el corpiño moderno. También se introdujeron fajas modeladoras para lucir los ceñidos vestidos de satén cortados al bies de la época.

A finales de los 40s e inicios de los 50s hubo un revival del corsé y fajas de cintura para lograr la cintura de avispa que imponía el New Look propuesto por Christian Dior, pero en los 60s cayó en desuso nuevamente. En el 2001, la película “Moulin Rouge” provocó un nuevo revival del corsé pero usado como prenda exterior.

Hasta la mitad del siglo XX las mujeres elegían su ropa interior solo para alterar la apariencia de sus cuerpos, o por motivos de higiene o de pudor. Recién en los años 50s la ropa interior se fue haciendo más glamorosa y atractiva y el diseño empezó a jugar un rol fundamental en su creación. La aburrida lencería blanca se fue llenando de colores y estampados.

A fines de los 60s los emblemas de la feminidad se tornaron el centro de los ataques femeninos, entre ellos el corpiño. Las feministas furiosas llamaban a todas las mujeres a quemar sus corpiños como símbolo de liberación sexual y protesta contra el sexismo y el rol de las mujeres como objetos sexuales. Esto llevó a que entre los años 60 y 70 se hiciera aceptable no llevar corpiño.

En los 80’s se populariza la tanga o colaless (antes usada solamente por las strippers) cuando las atrevidas brasileñas empiezan a lucir en las playas el fio dental. Esta tendencia playera se incorporó rápida y exitosamente al mundo de la lencería. Recientemente apareció el c-kini ; una especie de tanga curvada en forma de ce que no tiene ningún tipo de tirantes laterales y se sostiene por un soporte interno flexible.

En los 90’s el Wonderbra, un milagroso corpiño que aumentaba el tamaño de los senos se convirtió en sensación mundial. En 1999 se presentó el primer desfile de la marca de lencería Victoria Secret, en el cual participan las “Victoria’s Secret Angels” compuesto por las top models más famosas del mundo. El desfile anual se ha convertido en uno de los eventos más importantes y publicitados de la industria de la moda.

Durante todo el siglo XX, el desarrollo de nuevos tejidos como nylon, polyester, micro fibra y Lycra han diversificado notablemente la gama de prendas de lencería. Aparecieron corpiños con rellenos, adhesivos, transformables, de lactancia, reductores, strapless, deportivos… ¡e incluso corpiños para hombres!

La industria de la lencería creció increíblemente en los últimos tiempos. Marcas como La Perla, Intimissimi, Agent Provocateur y Victoria’s Secret demuestran que la lencería ha pasado de ser algo puramente práctico a un accesorio imprescindible y divertido con opciones que se adaptan a todos los cuerpos, precios y presupuestos. En años recientes grandes diseñadores como Calvin Klein, Giorgio Armani, Dolce & Gabbana, han lanzado colecciones de ropa interior.

La ropa más cercana a nuestros cuerpos refleja los cambios en el ideal de la forma femenina. Mirando atrás, muchas mujeres agradecemos haber nacido ya libres de corsés y miriñaques, en una era en que la lencería es a la vez práctica, cómoda, divertida y adaptable a todos nuestros caprichos, permitiéndonos aumentar, reducir, proteger, tapar, o incluso exhibir nuestras curvas. La lencería ya no nos constriñe a ser de una forma determinada, ofreciéndonos una miríada de opciones para sentirnos distintas cada día.

No hay comentarios: