Nuestras abuelitas nos decían: “Para ser bellas hay que ver estrellas”. Pero últimamente ni ver una constelación entera nos ayuda. Hoy en día es más fácil atravesar el Chaco haciendo vuelta carnero y sin agua que alcanzar de belleza promovida por los medios de comunicación.
En primer lugar está el peso. Los ideales estéticos nos exigen estar cada vez más escuálidas. Hay que tener en cuenta que una modelo pesa 10 kilos menos que una mujer normal de la misma estatura. Hace poco me agarró taquicardia al leer que un estudio demostró que desde 1950 hasta los 80 las modelos que aparecían en las páginas centrales de la revista Playboy, ¡fueron perdiendo casi un kilo por año! Con razón las modelos están cada vez más esqueléticas y nosotras nos sentimos cada vez más hediondamente obesas. Una cuerona en los 50 sería considerada una rechoncha en nuestros días. Para alcanzar el cuerpo ideal tenemos que matarnos con dietas de la luna, de la sopa, de la flauta, pasando del te verde al te rojo y del pilates al power plate según la moda del momento. Necesitamos Sibutramina y las pastillas “sin anfetaminas” que nos recomiendan nuestras amigas para calmar el estado de inanición constante en el cual nos encontramos. Necesitamos creer en los milagros. Necesitamos creer que el espejo engorda y que la que está desbalanceada es la balanza del baño y no nuestro cuerpo.
Y luego con tanta flacura tanta flacura ¿Qué pasa? Nos demacramos hasta en los cachetes y eventualmente la cara se nos desinfla y se nos cae como bombacha de flaca. Hoy en día estamos más delgadas y por ende más arrugadas que en décadas anteriores. Acá empieza otro dilema: gordura vs arrugas. Como la idea de parecernos a Droopy nos espanta tanto como la de asemejarnos a Miss Piggy decidimos declarar una batalla campal a ambos frentes. Y nuevamente a buscar milagros. Cremas, ampollas, parches, peeling, botox, colágeno, babas de caracoles, ungüentos y hasta la orina matutina que nos recomienda ponernos en la cara la yuyera. Probamos de todo hasta que caemos en cuenta de que la varita mágica anti arrugas no existe y terminamos corriendo como heroínas dramáticas a llorar en los brazos de Bacchetta, porque al fin y al cabo solo su bisturí mágico podrá devolver a nuestro rostro el aspecto lozano que promueve la modelo quinceañera de la crema anti arrugas que no nos funcionó.
A parte de nuestras caras, otra área que no resisten a la ley de la gravedad son nuestros senos. Y éstos no solo sucumben víctimas del tiempo, también se nos caen precoces y antes de haber cumplido su vida útil, todo gracias a la importancia de la lactancia materna. Sí, mucho afiche, mucha propaganda, mucho calostro que suministrar y terminamos con dos catástrofes que ni el mejor de los wonderbra puede solucionar. De torres gemelas pasamos a la zona cero. Y como no nos queda otra, terminamos más siliconadas que Pamela Anderson. Los implantes de siliconas que en décadas anteriores eran de uso exclusivo de las actrices porno y blondas salvavidas de Baywatch, han pasado a integrar el cuerpo de más de un ama de casa desesperada.
Y hablando de blondas, como todas sabemos que el rubio rejuvenece, inevitablemente nuestros claritos van diseminándose por nuestra cabellera hasta adueñarse de ella. Lo que empezó como un inocente “toque de luz para iluminar el rostro”, termina siendo toda una estrategia cromática destinada a disimular progresivamente nuestras arrugas. Ni nuestro pelo se salva. Buscando la perfección hasta en nuestros bulbos capilares solo ganamos un nuevo problema: el pelo se nos reseca y nuestra alguna vez brillante y sedosa cabellera castaña, gracias a la decoloración progresiva, adquiere la apariencia de una peluca sintética barata. De nuevo a buscar algún milagro en los miles de champús para cabellos teñidos y maltratados, ampollas, baños de crema e interminables visitas a la peluquería para someternos a cuanto tratamiento ofrezcan para recuperar el brillo perdido.
Lo que no nos damos cuenta es que estamos ante una dictadura: “la dictadura del cuerpo perfecto”. Les puedo asegurar que todos los dictadores de la historia palidecen ante este despiadado tirano mediático que nos presiona continuamente a luchar contra el tiempo, contra la naturaleza y contra nosotras mismas, viendo todas las estrellas del firmamento con el ambicioso objetivo de no solo ser bella, sino de ser perfecta. Esta es la gran diferencia entre nuestra generación y la de nuestras abuelitas. Ellas también tenían que ver estrellas, pero su objetivo era solo ser lindas; el nuestro es alcanzar la perfección, por más inalcanzable que se nos presente.
El ideal femenino se ha visto sujeto a toda clase de manipulaciones y alteraciones, hasta crear un ideal que parece no tener forma humana. ¿A caso me van a negar que todas esas mujeres tan cirujeadas y tuneadas no terminan pareciendo extraterrestres? Las mujeres reales están desapareciendo por docenas, como si las estuvieran raptando los alienígenas y reemplazando por una representación en serie grotesca y humillante. La verdad es que el ideal femenino actual está basado en la artificialidad y consiste en promover como atractiva a la mujer que exagera su feminidad hasta el punto de que termina pareciendo una caricatura.
El abuso de la cirugía plástica para borrar cada huella del paso del tiempo, cada complejo, cada imperfección tiene consecuencias absolutamente aberrantes. En la cara tenemos 45 músculos faciales, que no solo sirven para masticar, besar y soplar las cada vez más abundantes velitas de cumpleaños. Estos músculos paralizados por el bótox, atrapados bajo capas de colágeno, estirados hasta la inmovilidad por liftings y revocados bajo asfálticas capas de maquillaje son la forma más importante que tenemos para manifestar nuestras emociones, expresar nuestros sentimientos y sobre todo mostrar nuestra identidad. El resultado es algo muy confuso: mujeres que cuando ríen ponen una cara de esfuerzo como si estuvieran levantando pesas, mujeres que cuando lloran en los velorios pasan por maleducadas porque parece que se están riendo.
Hace poco escuché en un documental una anécdota maravillosa. Contaban que Anna Magnani, la gran actriz italiana, le dijo una vez a un maquillador que quería taparle las arrugas antes de un rodaje: “déjamelas todas, no me quites ni siquiera una, que me tomó una vida entera procurármelas.” Estas arrugas que tanto nos empecinamos en borrar y que están ausentes en las revistas y en las pantallas, son las que exprimen nuestra individualidad, nuestra autenticidad y las alegrías y desdichas que nos ha tocado vivir.
Deberíamos seguir el ejemplo de esta Diva tan digna. Lastimosamente no todas las mujeres tenemos la personalidad ni el glamour necesario para querernos tal cual somos. Dejamos que las imágenes mediáticas socaven nuestra seguridad arrojándonos en una búsqueda obsesiva e imposible por la inalcanzable perfección.
Lo más triste de todo es que perseguimos un ideal estético imposible hasta para las mismas modelos. Porque por más reeegias que sean, absolutamente todas sus fotos están retocadas. Y nosotras, TARADAS, intentando imitar lo que solo Photoshop puede lograr. Y luego nos sorprendemos cuando vemos esas fotos de las celebridades sin maquillaje como si todas las imperfecciones se solucionaran con una buena base y pestañas postizas... no es el maquillaje lo que les hace ver tan odiosamente fantastiquerrimas… es el retoque fotográfico. HELLOOO!!! No es por nada, pero me gustaría que los científicos en vez de inventar tanta crema, tanta pomada, tanto botox, inventaran una pantalla portátil que me photoshopee cada día de mi vida para andar reeegia por la vida envuelta en un holograma. ¡Eso sí sería fantástico!
Tampoco las estrellas de Hollywood son tan perfectas como las imaginamos. En el cine el ideal de belleza se crea haciendo un rejunte de muchas personas, en una especie de collage casi imperceptible a nuestros ojos. En Hollywood es común que se recurra al truco de los dobles de cuerpo para aumentar el atractivo de las estrellas. Pocos saben que detrás de la bella Pretty Woman, había una mujer aún más bella. Así el bello rostro de Julia Roberts se unió al cuerpo de una modelo que doblaba su cuerpo para lograr la imagen perfecta. ¡Sería igualmente fantástico poder recurrir a una doble de cuerpo cada vez que nos tengamos que desnudar o ponernos un bikini!
Solo espero, mis queridas y regias lectoras, que después de leer esto entiendan que la perfección no se encuentra en el gimnasio, ni en el dietólogo, ni en el quirófano. La perfección está en quererse y aceptarse tal y cual somos: deliciosamente imperfectas y absolutamente auténticas. La confianza, la personalidad y la auto estima pueden hacer maravillas no solo con la imagen que tenemos de nosotras mismas, sino también con la imagen que proyectamos a los demás. No hace falta ver muchas estrellas para lograrlo, basta mirarse al espejo y ver solo una estrella: ustedes.
2 comentarios:
Dejame dedicarte un ¡Bravo!, es la descripción mas completa que he leido en los últimos años de la ESTUPIDEZ femenina de querer ser perfectas, yo le agregaria los riesgos quirurgicos, la bulimia y la anorexia que está MATANDO a nuestras niñas, esto sin tomar en cuenta los problemas psicológicos que perturban a una gran masa femenina que no podemos medir.
Yo creo que lo que nos queda hacer es una GRAN CAMPAÑA para que todas las madres y abuelas concienticemos a nuestras niñas y les hagamos saber de la maravillosa experiencia de envejecer con dignidad y amar cada una de nuestras arrugas como testimonio de una vida plena...
Un gusto haber descubierto tu blog, e invito al mio y te envio un gran saludo esde Venezuela...
La perfección no existe...o es inalcanzable. En todos los ordenes de la vida.
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