jueves, 26 de mayo de 2016

LA IMPORTANCIA DE VIAJAR ¿POR QUÉ VIAJAMOS?





All the earth is seamed with roads, and all the sea is furrowed with the tracks of ships, and over all the roads and all the waters a continuous stream of people passes up and down - traveling, as they say, for their pleasure. What is it, I wonder, that they go out to see?
Gertrude Bell
(Gran escritora, viajera, politóloga, arqueóloga del siglo XIX)
 



Toda la tierra está cruzada por caminos y todos los mares están surcados por los rastros de los barcos, y sobre todos los caminos y todas las aguas una corriente continua de personas van pasando de arriba abajo, viajando, como dicen, por su placer. ¿Qué es, me pregunto, aquello que van a buscar?
Gertrude Bell

Siempre fui una amante de los viajes. Ya desde chiquita viajábamos constantemente con mi familia y desde que tuve uso de razón disfruté enormemente de cada viaje que emprendí. Mi madre da fe que también disfruté enormemente de los viajes que hice cuando aún no tenía uso de razón… como la primera vez que vi el mar con tan solo 1 añito y que me paré embobada mirándolo y solo pude expresar mi asombro diciendo: “agua graaaande”.

Si bien siempre me encantó viajar, nunca me pregunté realmente porqué. Por lo que planeo hacerlo en estas páginas. Este será un artículo insólito, ya que habitualmente en cada edición les presento nuevos destinos, recomendaciones para sus viajes y actividades sugeridas. Pero en esta edición no hablaré de un destino en particular, sino de lo que significa para el ser humano la experiencia tan maravillosa que llamamos “viaje”.
El viajar es un fenómeno que el hombre ha llevado a cabo desde la antigüedad. Explorar, conocer, conquistar, escapar, todos han sido motivos válidos para trasladarse de un lugar a otro ya sea por placer, necesidad, ambición, o por simple espíritu de aventura.

Uno de los grandes enigmas que tenemos los seres humanos es el de conocer el motivo de nuestra presencia en esta tierra, para intentar aproximarnos a este misterio, debemos antes que nada conocer y sobre todo sentir al mundo donde vivimos. Pero conocerlo solo es posible viajando, ya que existe una vasta diversidad en cada bifurcación del extenso camino. Tal vez uno de los principales motivos por el cual el hombre ama viajar, conocer y entender al mundo es para explicarse a sí mismo para qué vinimos a él, para encontrar en aquella vasta variedad de territorios, culturas y seres humanos, aquel común denominador, aquella esencia intrínseca a todos que nos hace iguales, que nos une como seres humanos.

Hay claramente una razón existencial que nos lleva a viajar. No en vano, la idea del viaje se ve reflejada en los preceptos de las grandes religiones. La idea de la peregrinación a lugares considerados sagrados y llenos de bendiciones para quienes ahí acuden con el corazón dispuesto está muy presente en el budismo, el judaísmo y en cristianismo. El quinto pilar del Islam es la Hajj o peregrinación a la Meca, según el cual, los seguidores de Mahoma deben visitar su ciudad natal al menos una vez en su vida. El cristianismo también abraza la idea de viajar para esparcir la palabra de Cristo como misioneros de la fe. Para la religión, la peregrinación es vista como una especie de despertar interior, un trasladarse físicamente para movilizarse espiritualmente.

No es necesario alejarse mucho para “viajar”, cada rincón de tu país puede mostrarte, generarte o revelarte algo que no imaginabas y esa sensación es una especie de confirmación de que no estamos solos en el mundo y que nadie es superior al otro, también se genera como una especie de archivo mental donde uno intenta grabar la adquirido como enseñanza a futuras situaciones similares. Por sobre todo uno intenta verse en el otro, reconocernos en él, imaginarse viviendo en el lugar visitado y cuan diferente sería nuestra vida.
Viajar es una sensación exhilarante y adictiva. Viajamos para experimentar lo diferente y para asombrarnos. Descubrir paisajes, el viento, olores, acentos distintos y palabras extrañas crean una sensación de que la vida es divertida para vivirla y disparan ganas de seguir viviendo y experimentando nuevas experiencias. Una típica reacción a una nueva experiencia es el reproche de pensar: “como es que no había visto esto antes”.  Esto funciona como una revelación que nos hace recordar la brevedad de nuestro paso por la tierra y de no querer seguir desperdiciando ni un solo segundo de ella. 

Viajamos, descubrimos, nos asombramos y por último asimilamos. Indiscutidamente cada viaje enriquece. De cada experiencia viajera uno regresa con algo nuevo, nuevas ganas, nuevos recuerdos, nuevos aprendizajes, nueva energía, nuevos intereses…. Siempre se suma algo a nuestro acervo personal. Al compartir con otras personas en otras tierras aprendemos de ellas e incorporamos lo que consideramos valiosos. 

Por sobre todo, la cultura se permea. El intercambio sociocultural ha sido de gran valor para el desarrollo de la humanidad desde el inicio de los tiempos. Los viajeros, peregrinos, aventureros y comerciantes de las antiguas rutas del mundo fueron los primeros promotores inconscientes de este intercambio de saberes, de productos, de experiencias, de relatos.

Conocer y experimentar nuevos lugares y sensaciones amplía nuestra perspectiva del mundo. Nos hace darnos cuenta de que no hay solamente una manera de ver y hacer las cosas, abre nuestros ojos hacia una enorme escala de grises entre lo blanco y lo negro, y nos lleva a la reflexión sobre nuestra manera de vida, nuestra experiencia, nuestras comodidades, nuestro ser. Viajar es una manera de abrirnos al mundo y abrazar sus diferencias.

Por supuesto hay razones menos existenciales y culturales para viajar, pero no por ello menos válidas. Un momento de ocio, un momento de placer, son tan necesarios como un momento de introspección en nuestras vidas. La vida moderna, cada vez más ajetreada y exigente, nos acarrea la necesidad de cada tanto poner el freno de mano y detenernos a respirar, a descansar, a alejarnos de lo cotidiano, de nuestras rutinas y problemas, para renovarnos, refrescarnos, reconectarnos y darnos un tiempo para nosotros mismos. Entregarse con entusiasmo al dolce far niente puede hasta salvarnos de la locura mirando una sencilla puesta de sol sobre el mar, mientras nos preguntamos cuantos atardeceres nos hemos perdido mientras nos ahogábamos en la rutina.

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