viernes, 28 de noviembre de 2008

Historia de las Pelucas


En los últimos tiempos la peluca ha perdido su rol como elemento de uso cotidiano y ha sido relegada a cubrir problemas capilares o a ser utilizada en el teatro o en fiestas de disfraces. Seguramente, la mayoría de nuestros lectores solo cuenta con una peluca 100% poliéster de colorido estridente que completaba su último disfraz de payaso. Sin embargo, por verdaderos milenios, la peluca ha tenido un rol importantísimo en el atuendo cotidiano.



Las primeras pelucas surgen 7000 años atrás con los asirios, que consideraban tan importante al cabello que la calvicie total o parcial, se consideraba un defecto antiestético ocultado mediante pelucas.

Los más asiduos portadores de pelucas en la antigüedad fueron los egipcios. Debido al calor extremo y la abundancia de piojos, tanto hombres como mujeres acostumbraban llevar la cabeza rapada y en ocasiones especiales cubrirla con elaboradas pelucas trenzadas rematadas en cuentas de oro y marfil. Las mismas indicaban el lugar que uno tenía en la sociedad (como siempre, mientras más alto el rango más elaborada la peluca). Algunas de estas pelucas eran enormes y muy pesadas. La peluca que llevaba la reina Isimkheb en las grandes ocasiones pesaba tanto que necesitaba ayuda para poder caminar. Para evitar que las pelucas olieran mal se ponían unos conos de cera perfumada sobre ellas.
Al comenzar el siglo 1 a.C. las pelucas rubias hicieron furor en Roma (porque por supuesto los hombres siempre las han preferido rubias). Las vanidosas romanas cortaban las magníficas cabelleras blondas de las “barbies” de la época, las cautivas bárbaras germanas. Pero con el correr del tiempo, las pelucas rubias acabaron por convertirse en el signo distintivo de las prostitutas e incluso de quienes las frecuentaban. Tanto la libidinosa emperatriz Mesalina, como el lujurioso Calígula, solían pasearse por los burdeles con sus pelucas blondas en busca de placeres. La peluca rubia era el equivalente a las botas blancas y las minis escandalosas de las prostitutas modernas.

Al emerger la Iglesia Católica, las pelucas fueron asociadas a los paganos y por ende perseguidas por la Iglesia. Desde el siglo 1º hasta el 629, una persona con peluca no podía recibir una bendición cristiana. Las pelucas eran vistas como vanidosas invenciones del diablo.

Con el renacimiento reaparecieron las pelucas gracias a Isabel I de Inglaterra, quien poseía una colección enorme de pelucas anaranjadas que usaba para ocultar el retroceso frontal de su cabello y su progresiva calvicie. Hasta su archirival, María, reina de los escoceses, llevaba una peluca color caoba, pero este hecho nadie lo supo hasta que fue decapitada y junto con su cabeza rodó su peluca revelando su bien guardado secreto de tocador.


A inicios del 1600 la calvicie prematura del rey Luis XIII de Francia, puso de moda el uso de pelucas en la corte y al poco tiempo toda la nobleza europea estaba imitándolo.

Las pelucas no solo eran empleadas para mejorar la apariencia y ocultar la calvicie. También eran necesarias debido a las insalubres condiciones de vida y costumbres antihigiénicas de la época (de las cuales no se salvaban ni siquiera los Palacios Reales). Se creía que mojarse enfermaba y por ende, tanto los baños como las lavadas de cabeza eran infrecuentes. El “aroma” se ocultaba con perfumes pero los piojos eran más difíciles de erradicar. En estas circunstancias era más fácil raparse la cabeza y usar una peluca para prevenir los piojos.

Las pelucas eran utilizadas solo por las personas más pudientes pues eran muy costosas (a menudo eran la pieza más cara de la indumentaria) y acarreaban un elevado costo de mantenimiento. En el apogeo de la popularidad de las pelucas en Francia del siglo XVII, 40 peluqueros eran empleados permanentemente en Versailles para atender las necesidades de las pelucas de la corte.

Hacia el siglo XVIII, las pelucas eran tan costosas que a menudo las robaban. Los ladrones de pelucas iban por las calles más transitadas llevando sobre sus hombros un cesto con un niño oculto en su interior. El niño se levantaba súbitamente para apoderarse de las pelucas de los distraídos transeúntes.

Hacia esta época el tamaño y la ornamentación de las pelucas también se volvieron sumamente elaborados. Las mujeres llevaban pelucas tan altas que debían ser armadas sobre estructuras metálicas y cubiertas con ungüentos para mantener los cabellos en su lugar. Como estos materiales generalmente eran de origen orgánico y tenían un lento tiempo de secado, creaban el hábitat ideal para animalitos indeseados. Hay numerosas historias sobre mujeres que al ponerse sus pelucas se encontraron con ratones que habían decidido anidar en ellas.

Las ornamentaciones se fueron volviendo cada vez más excéntricas. Algunas mujeres muy imaginativas empezaron a adornar sus pelucas temáticamente con variados motivos. Algunas empotraban pequeñas jaulas con pajaritos vivos en sus pelucas. Otras recreaban jardines en miniatura con estatuas incluidas. Tal vez el caso más famoso fue el de la peluca que recreaba una escena marítima con la réplica en miniatura del barco “La belle poule”, para celebrar su victoria en una batalla. Hacia el final de la era barroca, los tocados habían alcanzado insólitas alturas de hasta 60 cms!
Las pelucas eran empolvoreadas para ocultar la diferencia entre pelos naturales y postizos así también como para aclararlas al gusto de la época. Incluso la gente que no podía permitirse una peluca, se empolvoreaba su propia cabellera para que pareciese una peluca. En 1795 se impuso un impuesto en el polvo blanco y tanto el uso del polvo como las pelucas fueron cayendo en desuso.

Actualmente se ha visto un renacer de las pelucas en la forma de extensiones o alargues. Estos son mechones postizos de pelo natural o artificial que se trenzan directamente sobre el pelo tanto para aumentar instantáneamente el largor de la cabellera o para dar más volumen al look. Famosas modelos y estrellas como: Elle Mac Pherson, Kyle Minogue, Beyonce Knowles, Naomi Campbell y Paris Hilton son fanáticas declaradas de las extensiones.



Los peluquines o bisoñés son otras pelucas que siguen vigentes hoy en día para ocultar la calvicie masculina. Sin embargo, nuestros metrosexuales y cuarentones en crisis no tienen la misma soltura que los cortesanos franceses del siglo XVIII que no tenían problemas en admitir orgullosamente ser propietarios de docenas de pelucas de distintos largores y colores. Hoy en día los peluquines son vistos como elementos ridículos y su uso es un secreto de estado celosamente custodiado por sus propietarios.


Actualmente las judía ortodoxas siguen utilizando pelucas cotidianamente; pero éstas no lo hacen por vanidad sino por todo lo contrario. Los judíos ortodoxos consideran al cabello femenino como un factor de atracción sexual tan provocativo que debe ser cubierto con una peluca.

El atractivo sexual y vital del pelo es algo innegable. El cabello abundante, brillante y bien cuidado ha sido objeto de admiración y deseo desde la antigüedad. Esto se debe a que nuestro cabello es el reflejo de nuestra salud y nuestro vigor. Es por esto que durante siglos hombres y mujeres se han esforzado tanto en aparentar mejor cabello del que realmente tenían. Las pelucas y apliques han sido fieles aliados a la hora de transformar el aspecto, acentuar la exhuberancia de la cabellera y disimular la alopecia o simplemente la calamidad capilar matutina de esos días en los que nuestro pelo simplemente no amanece bien.


Hoy en día, una gran cantidad y variedad de productos cosméticos ayudan a solucionar la mayoría de los problemas capilares contra los cuales lucharon nuestros ancestros. Ahora, la peluca ha dejado de ser una necesidad cotidiana para convertirse en un elemento de diversión, de juego y de renovación en nuestras vidas.

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