lunes, 24 de noviembre de 2008

ABANICOS MENSAJEROS

En estos calurosos días de verano subtropical quien no ha buscado automáticamente cualquier cartoncito a mano para aliviar el calor. Por supuesto que esto es solo un auto engaño, pues lo más probable es que el papelito que encontramos no refresca ni a una mosca. Ni bien hallamos refugio en un ambiente bajo cero logrado gracias a nuestros modernos sistemas de refrigeración, nos detenemos a preguntarnos como hacían nuestras abuAñadir imagenelitas para aguantar el sofocante clima. Por supuesto que inmediatamente damos gracias a Dios por haber nacido en el siglo XX.

Pero muchísimo antes de la llegada del aire acondicionado, el hombre se ingenió para mitigar los rigores del clima valiéndose de los elementos que tenía a su alcance. Probablemente el origen del abanico se remonta a los primeros hombres, que al descubrir el fuego necesitaron avivarlo con algún tipo de pantalla.

Pero el abanico propiamente dicho surge hacia el año 3.000 a.C. de manera simultánea en dos culturas muy diferentes: Egipto y China. En Egipto los primeros abanicos estaban hechos tradicionalmente de plumas de pavo real, palmas entrelazadas o papiros y además de refrescar y espantar insectos, eran un símbolo diferenciador de clases y tenían un importante uso ceremonial. En Egipto, los ricos tenían un “abanicador” y el faraón tenía un “potador del abanico real”. Estos eran esclavos que movían continuamente enormes abanicos de papiro tejido para refrescar a sus amos. La sombra proyectada en el piso por los abanicos era terreno prohibido para la gente común.

En la China, estos eran elaborados de papel o seda y sostenidos por un palo de bambú o de madera laqueada. Los chinos, al contrario de los egipcios, eran más democráticos pues se abanicaban ellos mismos. Las mujeres chinas, aisladas y sometidas a una férrea autoridad masculina, fueron las primeras en encontrar en el abanico un importante aliado a la hora de burlar los su rígido aislamiento, creando un lenguaje secreto, el nu shu para comunicarse entre ellas mediante mensajes escritos o bordados en sus abanicos.

En el siglo VI d.C., los japoneses copiaron el abanico chino y a su más puro estilo, lo mejoraron, creando el abanico ple­gable o sensu. Cuenta la leyenda que un obrero llamado Tamba lo inventó inspirado en la manera en que los murciélagos plegaban las alas durante su vuelo. En Japón, el abanico adquirió gran relevancia y pasó a formar parte de la indumentaria habitual de sus ciudadanos de ambos sexos. Los abanicos tenían usos distintos según su tela, color y diseño. Las mujeres usaban abanicos de baile, de corte, y de té; mientras que los hombres usaban los abanicos de montar y los de combate.



Durante la Edad Media en Europa se usaban flabelos, que eran abanicos hechos de plumas de pavo real, avestruz, papagayo o faisán sujetas a un mango de oro, plata, o marfil y que más que refrescar servían para espantar moscas.

El abanico plegable llega a Europa en el siglo XV, traído por los mercaderes que comerciaban en Oriente. Carlos V (1338-1380), rey de Francia, tenía dos abanicadotas que lo refrescaban durante las comidas.

Para el siglo XVII, el abanico se convirtió en un accesorio indispensable para las damas de la corte. Estos eran creados como auténticas joyitas, confeccionadas con ébano, carey, marfil, encajes y exquisitas telas bordadas y pintadas a mano por los más renombrados pintores de l época con pintorescas escenas.

El abanico era una pieza clave del vestuario de una dama elegante (ningún vestido estaba completo sin el abanico) y se podía determinar la posición social de una mujer con una sola ojeada a través del abanico que llevaba y la forma en que lo manejaba. Su uso se generalizó tanto que el escritor inglés Joseph Addison afirmó que una mujer sin abanico estaba tan incómoda como un hombre sin espada. Y es que, los abanicos, además de ser instrumentos de ventilación eran eficaces medios de comunicación para transmitir discretos mensajes -sobre todo aquellos de índole amorosa- entre las damiselas custodiadas por sus chaperonas y los galanes que las cortejaban. Incluso aparecieron manuales que instruían a las mujeres sobre el lenguaje del abanico. Charles Francis Bodini publicó en 1797 el libro El telégrafo de Cupido, en el que establece todo un auténtico alfabeto “abanical”.

En Francia las mujeres solían colocar entre las varillas de sus abanicos unas pequeñas ventanillas por las que podían observar disimuladamente a los cortesanos. Se cuenta que la aristócrata escritora Ninón de Lenclós tenía uno con lentes colocados en esas ventanillas con lo que conseguía curiosear a pesar de su miopía. La coqueta Madame Pompadour dio su nombre a una variedad: de montaje calado, esculpido y decorado con motivos de flores o frutas.

A lo largo del siglo XIX era frecuente que las jóvenes de buena familia recibieran clases de baile, al mismo tiempo, sobre todo en Inglaterra, las señoritas eran instruidas en el manejo del abanico. Según opinión francesa, por la manera de coger un abanico "se distinguía a la princesa de la condesa".

No se puede dejar de mencionar a España en la historia del abanico, pues en este país la costumbre del abanico quedó tan arraigada que hasta hoy en día el abanico sigue siendo muy difundido en todo el país y su industria abaniquera sigue siendo muy importante. Las condiciones climáticas de España, han contribuido a que perdurase el uso del abanico no sólo como elemento de adorno y moda, sino también por necesidad. Lo mismo sucede en nuestras latitudes, donde por herencia española así como por la inclemencia del verano eterno, el abanico sigue siendo muy utilizado.

El abanico fue siempre un leal compañero de la mujer en el arte de seducir. Extendió con gracia sus gestos y le permitió comunicarse con discreción con sus pretendientes. Actualmente, el abanico, si bien a dejado de ser un medio de comunicación, sigue siendo un detalle mágico y gracioso, así como también algo infinitamente práctico y necesario a la hora de socorrernos cada vez que nos encontramos en los terriblemente odiosos ambientes no climatizados.

EL LENGUAJE DEL ABANICO
Tocarse la mejilla derecha con el abanico: Sí
Tocarse la mejilla izquierda con el abanico: No
Entregar un abanico cerrado: ¿Me quieres?
Cubrirse la cara con un abanico medio abierto: Ten cuidado
Girar el abanico con la mano izquierda: Nos están mirando
Girar el abanico con la mano derecha: Quiero a otra persona
Abrir y cerrar el abanico para luego apuntar hacia un sitio: Espérame ahí
Abrir y cerrar el abanico varias veces: Me has tratado muy mal
Bajar el abanico: Sólo somos amigos
Abanicarse lentamente: Soy una mujer casada
Abanicarse rápidamente: Estoy comprometida
Abrir el abanico a la mitad: Espérame
Tocarse el ojo derecho con el abanico: Quiero verte
Cubrirse los ojos con el abanico abierto: Te amo.
Cerrar lentamente un abanico totalmente abierto: Me casaré contigo
Llevar un abanico cerrado colgando de la mano derecha: Deseo comprometerme
Contar las varillas del abanico: Quiero hablar contigo
Un abanico medio abierto tocando los labios: Bésame
Un abanico cerrado tocando los labios: Por favor, no cuentes mi secreto
Quitarse el pelo de la frente con la base del abanico: No me olvides. Pienso en ti
Mover el abanico cerca de la frente: Has cambiado
Tocar el corazón con el abanico: Te has ganado mi amor
Dejar caer el abanico: Soy tuya
Golpearse la mano izquierda suavemente con el abanico: Quiéreme
Tocar la palma de la mano con el abanico: Dudo que nuestra relación sea conveniente
Aparecer en el balcón con el abanico en la mano: Hoy voy a salir
Dejar el abanico en el balcón: Hoy no voy a salir
Llevar un abanico abierto en la mano derecha: Eres demasiado apasionado
Llevar un abanico abierto en la mano izquierda: Sentémonos a hablar
Examinar el motivo pintado en el abanico: Me siento atraída por ti
Agitar un abanico cerrado: Eres imprudente
Cambiar el abanico de mano: Estás mirando a otra
Abanicarse con la mano izquierda: No coquetees con esa mujer
Tocarse la nariz con el abanico: Sospecho que algo va mal
Cerrar el abanico de golpe: Estoy celosa
Golpear algo con el abanico cerrado: Estoy impaciente
Ocultarse del sol con el abanico: Eres feo.
Sostener un abanico abierto con las dos manos: Olvídame
Entregar un abanico a la madre o acompañante: Todo ha terminado entre nosotros



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