lunes, 10 de marzo de 2014

Sor Juana Inés de la Cruz: El hambre de aprender






Sor Juana Inés de la Cruz  nace en México en 1651 y desde muy pequeña se perfiló como un prodigio. A pesar de su extraordinaria inteligencia y su talento para escribir los más bellos e ingeniosos sonetos, para los cánones de la época, su situación era muy difícil pues era hija ilegítima de padres plebeyos y sin patrimonio familiar, y estaba demasiado inclinada al estudio y convencida de que su destino en la vida era perseguir el camino de las letras. Su única alternativa para asegurarse un futuro eran el matrimonio o los hábitos. Según sus propias palabras, eligió el estado monacal porque “para el total rechazo que tenía al matrimonio, era lo menos fuera de lugar y más coherente que podía elegir para asegurarme de mi salvación.” El convento fue la manera de asegurarse su libertad y de poder dedicarse enteramente al estudio y al silencio de sus libros.

En su tempo, esta extraordinaria mujer fue conocida como el fénix de México y como la décima musa. Desde el convento de San Jerónimo, cultivó la lírica, la prosa y el teatro y también fue autora de un libro de cocina. Se dice que, aunque las labores culinarias eran comunes a todas las monjas, al principio Sor Juana era enviada a la cocina con la intención de alejarla de sus inquietudes intelectuales, como un acto de penitencia y obediencia. Pero sus ojos encontra­ron en este espacio un interesante laboratorio donde dio rienda suelta a su mente inquieta con reflexiones intelectuales y científicas.

En su respuesta a Sor Filotea escribió al respecto: “Pues ¿qué os pudiera contar, señora, de los secre­tos naturales que he descubierto estando guisan­do? Ver que un huevo se une y fríe en la manteca o el aceite y, por el contrario, se despedaza en el almíbar; ver que para que el azúcar se conserve fluida basta echarle una muy mínima parte de agua en que haya estado membrillo u otra fruta agria; ver que la yema y clara de un mismo huevo son tan contrarias, que en los unos, que sirven para el azúcar, sirve cada una de por sí y junto no... Por no cansaros con tales frialdades, que só­lo refiero por daros entera noticia de mi natural y creo que os causará risa. Bien dijo Lupercio Leonardo, que bien se puede filosofar y aderezar la cena. Y yo suelo decir, viendo estas cosillas: Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito”.

Con esta carta dirigida a Sor Filotea, nombre ficticio tras el cual se ocultaba el muy machista obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, quien la reprochaba por afanarse en aprender ciertos temas filosóficos, al hablar de las filosofías de cocina, Sor Juana pone ante los ojos de un hombre todo un universo de sabiduría transmitido por generaciones entre las mujeres, en donde las abstracciones de la ciencia se confluyen con la materialidad de la cocina, donde se ejercita la mente y se cuida el cuerpo. Intentando conjugar la biblioteca con la cocina, Sor Juana Inés de la Cruz busca borrar los preconceptos entre lo que corresponde a los hombres y lo que corresponde a las mujeres. A partir de las filosofías de cocina, Sor Juana eleva su vos desde el claustro a nombre del sexo femenino reivindicando el derecho al conocimiento, que por entonces era negado a las mujeres.
Además de la monja atrapada entre los libros, que decidió ingresar al convento para entregarse por entero a saciar su hambre de conocimiento, también existía otra menos docta, más humana, que se ocupaba a elaborar platos siguiendo la alquimia de los alimentos, perfeccionada por generaciones de mujeres. Pero podemos inferir que Sor Juana prefería pasar más tiempo en la biblioteca que en la cocina, Esta última se ocupó de la elaboración de un recetario en el cual recopiló las recetas del convento, en su “Libro de Cocina”, no precisamente el más famoso de sus textos, pero sí uno de los más intrigantes. Esta mujer tan fuera de su tiempo, que había incluso deseado fervientemente abstraerse del mundo mundano para dedicar cada una de las horas de su día a la lectura y el aprendizaje, qué hacía ocupándose de algo tan común como un libro de recetas. Obviamente este libro no es el reflejo de una naturaleza femenina inmanente que se satisface con los oficios femeninos habituales.

La cocina fue, en parte, refugio de esta extraor­dinaria mujer novohispana. Con ello demostró que no hay limitantes para satisfacer el hambre de aprender. Sor Juana veía a la cocina como una especie de laboratorio científico donde los ingredientes se amalgaman para transformar la materia y alimentar los apetitos del cuerpo y de la mente.

En el recetario, hay 36 recetas, de las cuales sólo 10 no son dulces. Se trataban más bien de platos para agasajar a invitados, ya que las monjas recibían a menudo a visitantes ilustres, sobre todo en el caso de Sor Juana quien era ya considerada una eminencia en vida. Las recetas no son muy detalladas, más bien están escritas como anotaciones que apelan a una memoria preexistente, son notas de cocina escritas por alguien a manera de ayuda memoria para alguien que no necesita de indicaciones detalladas. En el recetario aparecen numerosas especialidades mexicanas, recetas antiguas y muy tradicionales como tamales, el mole, las tortillas y también platos frutos del mestizaje como el dulce de cabecitas de moro y el grano de maíz.

Gracias a las correspondencia que sostuvo Juana Ines de la Cruz con la marquesa María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, virreina de Nueva España, sabemos que en agradecimiento por una diadema de plumas de quetzal que le había obsequiado su amiga, la monja le enviaba un dulce de nueces para satisfacer el antojo de su amiga que por entonces se encontraba en cinta. La monja era muy conciente de la inferioridad de sus regalos con respecto a  los que recibía, los decoraba con palabras. Al entregarle el postre escribió un extenso poema en el cual Apolo obra de cocinero, dorando las cortezas de las nueces con sus rayos.  Los dejo con la receta de este dulce:

POSTRE DE NUEZ
Para un plato mediano 2 reales, nuez media libra, almendra 2 reales, huevos (solas las yemas). La almíbar con dos libras de azúcar en estado de medio punto; se echa lo dicho todo molido y los huevos hasta que empiece a tomar punto se echan batidos y se le da punto de espejo. Se echa sobre capas de mamón y guarnece con pasas, almendras y piñones.

Fuente: “El Libro de Cocina de Sor Juana Ines de la Cruz”, Angelo Morino,Grupo Editorial Norma, Bogotá, 2001.

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