lunes, 28 de marzo de 2011

Nuevas Artistas del Audiovisual - Talento por partida Triple

En esta edición les invitamos a conocer a tres jóvenes artistas: Andrea González Quiroz, Esther Mendoza y Ana Ruíz Díaz. Ellas tienen en común utilizar al arte no solo como medio de expresión, sino como un medio disparador de profundas reflexiones sobre nuestro entorno y cómo nos relacionamos con él.

Tres mujeres jóvenes, tres artistas destacadas en la última edición del Premio Henri Matisse, que nos invitan, desde la instalación, la animación digital y el video arte, a ver más allá de lo obvio, encontrando en lo cotidiano una veta de reflexión.

Andrea González Quiroz (36)
Andrea González se crió en un espacio de arte. Su madre pintaba, tocaba el piano, declamaba, haciendo así que las artes siempre estuvieran presentes en su vida.  En 1992 empezó a estudiar teatro, integrando el elenco de Máxima Lugo, grupo con el cual viajó a muchos festivales. Al dejar el grupo empezó a hacer talleres y trabajos de escenografía y a enseñar teatro a chicos, incluyendo siempre en sus clases el elemento plástico. En el 2005 empezó a trabajar con el grupo Nhi-mú, encargándose del vestuario, la utilería y la escenografía para las obras y eventos.  En el 2006 empezó a estudiar arte en el ISA, donde las artes plásticas fueron ganando un espacio cada vez mayor en su vida, “algo en el ambiente me dijo que “ese” era mi lugar y cuando llegó el momento de tener que elegir entre el ISA y Nhi-mú, priorice la carrera, aunque sin abandonar completamente al grupo”.

En el 2009 se presenta al Premio Henry Matisse, obteniendo la mención de honor, y ya en el 2010 obtiene el segundo premio de este prestigioso concurso con dos obras con procesos muy distintos, pero especialmente significativas para ella, las instalaciones “Intemperie” y “Apyká”.


“Intemperie”, compuesta por 315 piezas blancas instaladas en una fila irregular, que interviene el espacio habitualmente transitado, como explica la artista “tiene que ver con la ciudad, con entrar en contacto con las personas que la pueblan, conocer sus nombres y sus historias.” Esta obra surge de una historia muy especial.

Andrea vive en el barrio San Roque, cerca de la Chacarita y Pelopincho. Como por su trabajo genera una cantidad industrial de papel, fue entrando en contacto con las recolectoras de desechos que pasaban enfrente a su casa, creando un vínculo con una de estas recolectoras y sobre todo, con la hija que siempre la acompañaba. Fue hablando con ellas y asistiéndolas en lo que podía para que la niña no dejara sus estudios. Al conocer sus nombres, dejaron de ser personas anónimas que transitan la ciudad recolectando desechos en sus carritos. Andrea recalca que entrar en contacto con su mundo, conocer las dificultades con las que viven, las enormes necesidades que tienen y simplemente observarlas en esa recolección que convierten en su forma de vida, le produjo una fascinación enorme que derivó en esta obra. Andrea no solo volvió la mirada hacia estas mujeres resignadas que trabajan a la intemperie – sin techo ni abrigo- deambulando en silencio por la ciudad para dar de comer a sus hijos; también se vio reflejada en ellas, asegurando: “Todas las mujeres somos recolectoras en cierta forma.”

Así como estas mujeres, Andrea González se convirtió en una recolectora, acopiando cosas de su casa y de la casa de sus amigos, objetos con formas interesantes para emplear en su obra. En el proceso artístico de creación de esta obra, Andrea registra a las recolectoras en sus rituales diarios, se encuentra con ellas en sus recorridos, intercambia con ellas papeles (literal y metafóricamente) y al igual que ellas: recolecta, reúne, clasifica y resignifica el desecho. Con lo recolectado dio vida a 315 mujeres de “Intemperie”, creadas de plástico y diversos desechos reciclados y enyesados. La artista crea a sus mujeres con un uniforme color blanco que las convierte en aquel colectivo de mujeres que transitan la intemperie, asegurándose también de que ninguna pieza sea igual a otra, dando de esta manera una identidad propia a cada una de ellas.  Para la artista, esta obra “habla de mujeres que van, bajo un mismo cielo, en busca de lo que son; en cada una, una “ciudad” y en todas ellas me reconozco.”

 

La segunda obra presentada, “Apyka”, compuesta por una laptop intervenida con EPS (Poliestireno Expandido) del mismo embalaje de la laptop, aborda una temática absolutamente distinta.  Con esta obra la artista nos habla dos culturas, comparándolas y uniéndolas con ingenio.  Por un lado, la de los Paï Tavyterä y su ritual de iniciación del Kunumi Pepy, que ha resistido al poder de otras culturas así como al paso del tiempo; y por el otro, la cultura del “hombre blanco”, que crea nuevos rituales, también de iniciación, aunque en un ámbito distinto: el virtual.

Esta obra se origina cuando el año pasado, Andrea entra a trabajar como guía del Museo del Barro.  Fascinada con el arte indígena, dirige su atención al ritual Paï Tavyterä del Kunumi Pepy, en el cual cada padre realiza para su hijo en manera de cedro (árbol sagrado de los Guaraní) el apyká (asiento), que será utilizado en este ritual. El día del Kunumí Pepy, rito de transición de la infancia a la adultez, al niño se le perfora el labio inferior colocándosele un labrete o tembetá, distintivo del adulto Guaraní. Tras la media noche, los niños son llevados al centro del espacio ritual para ocupar su apyka, tomando así su asiento en el mundo de los adultos. Para esta instalación, Andrea González, crea un apyká para el hombre blanco, agregando patas a una laptop, el espacio ritual del hombre hoy por hoy. La artista explica: “En ambas culturas, el ritual responde a una necesidad. En ambos rituales, se hace un paréntesis a una realidad y se ingresa a otra. En ambas realidades, una persona es una palabra alma en busca de un asiento.”



Esther Mendoza (27)

Esther comenzó a interesarse por el arte desde chica. Todos en su familia tenían alguna inclinación artística; pero sin lugar a duda su principal influencia fue su padre, ingeniero, muy buen dibujante y músico amateur. “Desde que tengo memoria me interesó la lectura, el teatro, la música y sobre todo la filosofía. Como no podía estudiar actuación comencé a dirigir obras de teatro en el colegio y a experimentar en la confección de escenografías y materiales de utilería. Por influencia de mi hermano, que es diseñador gráfico empecé a interesarme también por las artes gráficas y la fotografía.”

Vivió durante un año en África, experiencia que le marco la vida. Allí comenzó a interesarse con mayor fuerza por la música y a involucrarse en el mundo digital, e-commerce y diseño web. Desde muy joven comenzó a trabajar en turismo y eso le permitió continuar viajando principalmente por Sudamérica, donde fue empezando a conocer museos y galerías de arte.

Esther asegura que el artista no escoge serlo, más bien tiene una necesidad interior que está más allá de su propia voluntad. “Las artes visuales, siempre me cautivaron, pero no creía en ese entonces que llegaría a ser "mi todo" y "mi nada". Ahora ya hasta tengo nombre artístico: Ete Mendoquino. Cuando era niña, dibujaba de punta a punta las paredes de mi casa, era como si hubieran dejado las paredes en blanco para mí y ante la desesperada pregunta de mi papá al verlos: -¡¿Quién hizo esto?!-, siempre respondía orgullosa, como si fuera lo más normal del mundo: -¡Yo fui!- Hasta hoy día sigo asumiendo con la misma convicción las obras que hago, porque tengo esa necesidad incontrolable de exteriorizar mis pensamientos, sentimientos y percepciones; esa preocupación por la humanidad, por la gente, por esa sociedad alienante que no nos permite ver mas allá; por lograr que las personas, al menos por un instante, se vuelvan conscientes de lo inconsciente y tengan la posibilidad de replantear sus circunstancias y re significar sus experiencias. Creo que ser artista es una cuestión de destino o de maldición. Hablo de destino en cuanto a esa ineludible necesidad que te lleva a canalizar la realidad de una manera distinta; un artista, no se crea en las universidades ni en las escuelas de arte, aún cuando éstas podrían representar las bases en el campo de la cultura en general.”

Esther estudió primero carreras "más convenientes", administración de empresas, comercio internacional, etc., intentando complacer a sus padres, pero no acabó ninguna y de a poco fue volviendo a lo suyo. Empezó con diseño web, luego grafico, educación artística; y en medio de su búsqueda, incursionó en la danza y actuación, hasta que al fin descubrió que eran las artes visuales las que definían mejor lo que siempre había buscado. Finalmente un día llegó a casa decidida a decirle a su familia lo que quería hacer con su vida: ser artista.

Al respecto agrega: “La maldición de esta elección, es que antes de saber si queremos pintar, bailar, actuar o escribir, ya tenemos que cargar con el estigma de que "el arte no sirve", que "es para gente que no tiene otra cosa que hacer". Esa maldición despierta la necesidad de mostrarles a todos que el arte no es un absurdo subterfugio de una inconsistente subjetividad libertina, sino por el contrario es un medio sutil pero tajante, de hacer frente a la realidad. Creo que todos los que estamos en esto somos más conscientes que cualquiera que el arte en sí no puede resolver ninguno de nuestros problemas, pero si puede ayudarnos a imaginar cuáles son en verdad aquellos que llamamos "nuestros problemas". Creo que cuando es tu vocación, - por destino o maldición - te olvidas del reconocimiento externo, y prevalece ante todo tu compromiso de crear. Uno logra ser artista cuando tiene algo que decir; uno puede tener la mejor técnica posible pero si no tiene nada que decir nunca va a ser un artista. Todo artista debe tener un cordón umbilical que le una a su entorno, un punto de convergencia con la realidad colectiva, algo que relucir o denunciar, pero sin olvidar que no sirve de nada " el que" sin " el cómo".”

Esther Mendoza asegura que su objetivo es encontrar lo esencial de las cosas que le son cercanas y que de alguna manera le tocan, y para ello utiliza el lenguaje que cree más adecuado, es por eso que no se puede encasillar en una técnica: “si tengo que pintar, pinto; si tengo que hacer vídeos, esculturas o una instalación, los hago. Aunque ahora utilizo mucho el vídeo, me interesa la complejidad técnica y conceptual. La conjunción de audio, imagen, movimiento y relato favorece el poder comunicacional de la obra. La instalación, el video y los nuevos medios permiten una mayor absorción del concepto por parte del espectador, puesto que rompe con la lectura lineal, no hay un comienzo ni un final. La visualidad se libera del relato lineal y puede ser más abstracta generando un espacio alterado, un cuerpo-objetual  que permite al espectador está inserto en ella. Esa condición de estar adentro de la obra, permite que sea percibida por todos los sentidos y puedo trasladar al observador al espacio que pretendo, el espacio sensorial por excelencia e irracional por añadidura.”

Sus obras principalmente se centran en el universo interior del ser, en la pesadumbre del vacío, en lo fugaz y eterno del tiempo, en el mirar hacia dentro e intentar ver no solamente con los ojos. Por ejemplo la Video-Instalación “Paradójica-mente”, con la cual obtuvo el 2do puesto en el Premio Herry Matisse del 2009, trata precisamente de crear una conexión tácita entre el espectador y el personaje que se encuentra dentro de la pantalla, planteándonos esa noción del mundo que tenemos, que tratamos de ver como algo separado de uno mismo, como lo que está allá afuera; está compuesto de imágenes, sensaciones y sentimientos, a los que no se les permite aflorar, ni ser parte de la existencia misma, configurando una realidad teñida de subjetividad, y limitada a los medios de observación que poseemos según nuestra paradoja del tiempo y el espacio, dejando ver que estamos más cómodos viviendo un contrasentido con sentido.



Aunque le preocupa mucho el "ser", la artista no olvida su entorno, sus circunstancias y las realidades innegables a las que debe enfrentarse, la migración, la política, los abusos, los enfrentamientos y la destrucción de nuestro planeta. El año pasado realizó el video “Sueñoverde”, obra seleccionada entre los mejores del Premio Henry Matisse 2010. “Sueñoverde” es parte de un triduo de vídeos relacionados con los problemas ambientales de nuestro planeta - junto a “Sueñoazul” y “Sueñoblanco”, obras inéditas que estará presentando entre abril y mayo en Buenos Aires. En “Sueñoverde” aborda el tema de la deforestación, una de las mayores amenazas para la vida del hombre en la Tierra.  En este video, representa un sueño, un recuerdo que se anida en una cajita de música, una sensación que quedó guardada en el joyero de la memoria emotiva; una irónica metáfora que conduce a la pregunta inequívoca: ¿y si un día solo pudiéramos soñarlo?




ANA RUÍZ DÍAZ (37)

A Ana siempre le gustó lo visual. De niña, dibujar era su juego. De adolescente, la seducción de los videoclips musicales despertó en ella un gran interés por el video.  Así empezaron a  convergir en ella un lado artístico y otro tecnológico.  Al inicio ella los veía como dos aspectos opuestos de su personalidad y empezó explorando a cada uno por separado. Estudió primero Análisis de Sistema, profesión que ejerce actualmente. Como sentía la necesidad de explorar su otra faceta, al concluir esta carrera se volcó al arte, ingresando al Instituto Superior de Artes Visuales (ISA). Fue allí donde ambas vertientes empezaron a confluir, a través del video arte.

Al ayudar en la parte técnica a un compañero, el artista Sebastián Boesmi (quien necesitaba filmar un video para registrar el proceso de su obra “Campo Proteico”),  algo dentro de Ana hizo click. ¡Había tenido una revelación! Al respecto, recuerda: “Empecé estudiando arte como algo meramente recreativo, sin ninguna ambición de convertirme en “artista”. Sebastián Boesmi me inspiró a realizar mi primera experiencia en video arte. Al ayudarlo sentí que se me abría un nuevo mundo.  Esta experiencia me sirvió para ver como se podía jugar con la cámara, como se podía expresar tantas sutilezas a través del video. Sentí que este medio reunía todo lo que siempre me había apasionado: el arte, la creatividad, la tecnología. De ahí en más empecé a hacer todos mis trabajos de la facultad en video. Más adelante, la clase de Instalación con Mónica González, me enseño que el video podía ocupar un espacio utilizando proyecciones.”


De este taller de instalación surgió la obra “Paisaje Cítrico”, una video-instalación compuesta por cinco frutas cítricas clavadas en una pared, sobre las cuales se proyectaba el paisaje de un horizonte de agua y cielo. “Con esta obra se me ocurrió hacer realidad una fantasía de los paraguayos, la de tener mar.  Grabé un paisaje del horizonte del río Paraguay y luego borré el verde del horizonte, para que la imagen pareciera la de un horizonte marino. Fui jugando, alterando los colores y creando una atmósfera construida de elementos propios de nuestro entorno urbano como los lapachos, los naranjos, el río, la bahía. Los cítricos, tan propios de nuestro entorno, se configuraban como cinco soles sobre el mar soñado de la nostalgia eterna del paraguayo por el mar.”

En el 2009 su obra estuvo entre las 9 seleccionadas para exponer en el Matise y al año siguiente obtuvo la Primera Mención del Premio Henry Matisse con las obras “Quién tiene el control” y “Movimiento Liberador”.




En Octubre del año pasado expuso en la Galería Planta Alta sus “Lecciones de Vuelo” que consistía en una trilogía de fotografía con animación digital: “Lecciones de Vuelo I, II y III”, unas fotografías de pájaros intervenidas y animadas en formato video. Uno de estos videos fue presentado como una instalación interactiva, bajo el nombre “Movimiento Liberador”. “En esta obra enfrento mi eleccíon por la imagen en movimiento. Paradójicamente elegí una imagen estática, una fotografía y para romper la estaticidad me valí del dibujo animado. Al contraponerlos hablo sobre la libertad y al mismo tiempo sobre las cosas que nos aprisionan.”



Esta obra tiene un origen muy particular. “Un Lunes de mañana yo estaba yendo al trabajo, francamente con muy pocas ganas. En el camino veía pajaritos en el empedrado. Yo los veía como símbolos de libertad, sin embargo no estaban volando, estaban buscando alimento.  Esto me llevó a hacer una extraña asociación mental, de esas que uno suele tener al manejar. Me sentía identificada con los pajaritos, aprisionada en mi trabajo, buscando mi alimento, pero con ganas de perseguir esa libertad que para mí significa el arte. Para mí el arte es un momento de libertad absoluta, una salida a ese aprisionamiento.”

En “Movimiento Liberador”, la artista fuerza la ilusión del movimiento sobre una fotografía, animando así una imagen absolutamente estática. Al ser proyectada el espectador podía volverse parte de la obra por un instante, interfiriendo con su silueta la proyección e interactuando con la animación. Así se generaba una animación por partida doble. Por un lado la animación digital de la proyección, y por otro lado la animación generada por el espectador al interactuar con la obra. De esta manera, la artista invita al público a adherirse a aquel movimiento liberador, a aletear con la imagen, emprendiendo sus propios vuelos liberadores.

La obra “Quién tiene el control” ahonda en esta misma temática, la de la yuxtaposición-libertad/aprisionamiento. En esta video-instalación, la artista nos presenta una jaula que aprisiona un control remoto. En un monitor, se proyecta una animación en dibujo animado, de centenares de pajaritos quietos, inmóviles y atados a la tierra a pesar de tener alas para volar. Un letrero les advierte sobre la prohibición de volar. Un pajarito intrépido extiende sus alas azaroso, lanzándose valientemente al cielo para perseguir aquella libertad negada, dispuesto a asumir el riesgo de romper aquella prohibición, para ganar el control de su vuelo y de su libertad.

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