jueves, 23 de febrero de 2012

LAS EDADES DEL AMOR



El mes de los enamorados ya está aquí. El mes en que el rechoncho odioso y travieso de Cupido causa estragos en la población, dejando a todos idiotizados con sus traicioneras flechitas emponzoñadas de amor.

Tengan con quien celebrarlo o no, se verán envueltos en marejadas de peluches, bombones en cajas con forma de corazón, rosas rojas e infantes regordetes y alados armados de caprichosas flechas. Serán bombardeados por imágenes de jóvenes enamorados tomados de la mano caminando bajo un atardecer encantado, adolescentes con sonrisas ruborizadas, parejas que no pueden disimular su alegría y miradas melosas.

Si, ya sé que mis queridas lectoras de las legiones de la SSS (Sínicas Solitarias y Sensatas)  estarán tan asqueadas en esta fecha que tendrán unas ganas irrefrenables de arrancarse los ojos con sus propias manos con tal de no ver más cursilerías. Pero al margen de las náuseas que genera toda la parafernalia valentinezca, es innegable que el día de los enamorados despierta también profundas emociones. Es un hecho, el 14 de febrero, el amor brotará, se multiplicará como conejito Duracel con Viagra y retozará en todos los rincones del planeta en una epidemia viral que contagiará a TODOS. Sin importar en que etapa de su vida se encuentren, el 14 de febrero se hará sentir en sus  calendarios.

Estar tan rodeada de amor y sus múltiples manifestaciones y simulaciones me ha hecho pensar en cómo lo vivimos en el transcurso de nuestras vidas.

El amor en el Kínder: El primer amor en algunos casos suele ser alarmantemente precoz. Muchos hemos tenido grandes historias de amor que tuvieron como telón de fondo areneros, recreos y pizarrones escritos con tizas de colores y donde una galletita compartida en la merienda ya constituía toda una declaración de amor. Pero ojo, estas historias de amor no están exentas de drama. En los preescolares ya abundan los Don Juancitos’í que con tal de congraciarse con todas y evitar que nadie se enoje se declaran “novios” de dos o más compañeras a la vez. También las niñas empezamos a mostrar nuestra inclinación hacia el melodrama desde la más tierna edad, largándonos a llorar como divas bonsái al enterarnos de que en el recreo nuestro galán infante prefirió jugar a la familia con la compañerita nueva.

El amor en el cole: Como en la mayor parte de la primaria triunfa el lema “las nenas con las nenas y los nenes con los nenes”, el concepto de amor en sí es algo tan asqueroso como los besos y los miembros del sexo opuesto. Ante la sola mención de la palabra novio o novia tanto los nenes como las nenas exclaman:”Guaaacaaalaaaa!!!”

El amor teen: A medida que nos transformamos en pavos, nuestras cabecitas adolescentes se van poblando de pajaritos. Si nuestra vida fuera un periodo literario, la adolescencia constituiría el romanticismo. A los adolescentes les duele todo, y por ende al amor no lo viven, lo sufren. El amor teen está poblado de amores secretos y no correspondidos, de grandes metejones y grandes estrellones. Somos capaces de enamorarnos de alguien a los 10 minutos de verlo. El amor a primera vista es un hecho innegable. Es que a esta edad todo pasa por los ojos. Nos enamoramos del mismo churro, pintón, facha, carilindo y chusquito del cual están enamoradas el 60% de nuestras compañeras y como lo más probable es que el churrito en cuestión esté tan solicitado que no nos dé ni la hora pasamos a declararnos perdidamente enamoradas del galán del momento. Así tendremos que consolarnos con abrir un club de fans de Robert Pattinson o Justin Bieber para desahogar a todas nuestras hormonas ardientes y alborotadas.

El amor a los veinte: A los veinte dejamos de ser incomprendidas y nos incorporamos entusiasmadas al mundo del “amor adulto”. Pero en el fondo, seguimos igual de insensatas que a los quince, cuando soñábamos con ser la madre de los hijos de Ricky Martin. La pequeña gran diferencia es que de adolescentes estábamos totalmente conscientes de nuestra confusión, mientras que a los veinte creemos tener todo resuelto, comprendido, asimilado y catalogado, pero la triste realidad es que seguimos igual de confundidas y no tenemos NI IDEA. Nos creemos Doctoras en Ciencias del Amor y Másteres en Filosofía Sentimental, mas seguimos idealizando a los hombres de los que nos enamoramos. Pero, ahora que somos universitarias y letradas, buscamos a alguien intelectualmente más refinado que nos dé orgasmos mentales y físicos y un futuro prometedor. Como nos volvemos más exigentes se nos complica bastante el panorama. Por lo general en esta etapa es cuando empiezan a desfilar por nuestras vidas los peores especímenes de nuestra historia sentimental. Lo más probable es que tras tantos mamarrachos, lleguemos a los treinta con el corazón más perforado que un colador de pastas, solteras, hartas de los hombres y totalmente dispuestas a abrazar el lesbianismo con tal de no tener que salir con otro winner en una cita a ciegas organizada por tus amigas.

El amor a los treinta: A los treinta tenemos la vida resuelta. ¡Jajajajaja! ¡Déjenme reírme! ¡AAAy me hago pis! ¡Mentiiiira! No tenemos nada resuelto y el amor sigue siendo tan misterioso como en el kínder y tan doloroso como en la secundaria. Por lo general ya encontramos una pareja estable, tal vez incluso ya nos casamos con el susodicho, pero el hecho de estar en pareja no hace que el amor sea más fácil. En esta etapa de nuestras vidas generalmente se agregan ingredientes extra como convivencia, cuentas, hijos y suegras que hacen del amor todo un acto de malabarismo sobre la cuerda floja. Pero al terminar el día podemos hacernos un ojito a nosotras mismas, porque sin importar cuán duro estuvo el día, sabemos que el amor es más fuerte. Finalmente estamos madurando.

El amor maduro: Irónicamente cuando finalmente el hombre alcanza su siempre postergada madurez, le sobreviene la infamemente patética crisis de la mediana edad. Cabe destacar que el amor en tiempos de la crisis de la mediana edad no es cosa fácil. No es nada agradable encontrarse compartiendo la existencia con un motoqueiro cuarentón con ínfulas de playboy tercermundista. Nos encontramos mirando a nuestro medio pomelo motorizado preguntándonos qué le vimos y deseando no haber roto con el novio hippie que tuvimos a los veinte y que nos hacía gruyas de origami. Hasta la alternativa de estar vendiendo atrapa sueños en una plaza céntrica resulta más atractiva que seguir aguantando una noche más los ronquidos infernales de nuestro peor es nada. 

El amor después del amor: ¡Oh gran ironía de la vida! Cuando finalmente dejamos de perseguir el amor tan insistentemente, lo encontramos. La madurez nos enseña que si bien el amor merece la lucha, no nos merecemos sufrir, por lo que generalmente esta etapa de nuestra vida, al amor lo vivimos ya sea como una gran victoria o una estrepitosa catástrofe, consolidándolo o purgándolo. Pero en todos los casos, el amor que viene después del amor, aquel que encontramos después de haber estrellado y roto nuestro corazón mil veces, aquel que perseguimos conscientemente, aquel que construimos día a día, es el amor más fuerte.  Tan fuerte que probablemente  ya ni necesite ser celebrado solamente un día.

El amor en la tercera edad: ¡Díganme si no hay nada más tierno que dos viejitos enamorados! Ambos llevan la piel más curtida que papiro egipcio y  más de 50 años de casados a sus espaldas y se aman y se aguantan todavía. Verlos juntitos en su día a día (siempre y cuando no nos los imaginemos en la cama) es como estar observando una de las siete maravillas del mundo antiguo. Aunque pensándolo bien…. ¡Verlos en acción entre la sábana también sería igual de admirable!

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