Convengamos que los italianos saben hacer mucho más
que pizza y pasta. Si bien su cultura, gastronomía, tradiciones, hermosas
ciudades y magníficos monumentos, ya son motivos de sobra para admirarlos, no
podemos dejar de admitir, que también amamos su manera de disfrutar la vida.
En 1960, se estrenó “La Dolce Vita” de Federico
Fellini, película que desde entonces representa el estilo de vida despreocupado
de los italianos. Roma, la ciudad eterna se convierte en un entorno idílico
para disfrutar del dolce far niente, contagiando
tanto al bien romano Marcello (Marcello Mastroianni) como a la escultural sueca
Silvia (Anita Ekberg), quien no duda dos veces en refrescarse en la Fontana di
Trevi dejándose llevar por sus instintos, sus caprichos, su pasión.
Si bien la cinta es un ensayo de existencialismo que
toca temas profundos, complejos, donde se aborda al amor, a la incomunicación,
al éxtasis frente a la sensualidad, en nuestra memoria colectiva la vemos como
un registro de la vida algo frívola pero absolutamente sofisticada de aquella
Roma de los años sesenta, una oda a la dulzura de la vida y un testimonio de
entrega total al placer, al disfrute, al goce de la buena vida. Queda entonces
en nuestra memoria como un tesoro de imágenes, con una imagen imborrable de
Anita Ekberg en aquella mítica escena de la fuente, rindiéndose, cual diosa
pagana al puro deleite de dejarse llevar. Fellini también nos deleita con su
retrato de aquel hombre romano, seductor, elegante, reflexivo y carismático,
coqueteando eternamente entre lo frívolo y lo substancial y entregado
totalmente al ritmo dionisiaco de la vibrante Roma.
Recordemos que esta Italia era una Italia que se
estaba despertando finalmente del sopor del fascismo, que se estaba poniendo de
pie tras una guerra, revelándose ante años de represión, desesperanza y las
rígidas estructuras moralistas de la Iglesia Católica. La Dolce Vita muestra a
una Italia que estaba volviendo a vivir, volviendo tal vez su pasado más pagano
y libertino, respirando profundas bocanadas de locura, abrazando la
superficialidad, el goce puro y todas las imperfecciones de la vida en un
constante entrelazado de tragedia y alegría, drama y diversión, así como se nos
presenta la vida cada día.
Una frase de la película nos deja con una gran reflexión:
“deberíamos poder amarnos mejor”. Si, deberíamos amar también mejor a la vida,
disfrutarla plenamente, conscientes de que las preocupaciones existen y son
inevitables, pero que a veces es convenientes dejarlas a un lado y entregarse
al disfrute. Los italianos, al menos en nuestra manera de verlos, parecen haber
dominado este arte. El arte de extraer la dulzura de la vida a pesar de los
quebrantos y las eventuales amarguras.
Cómo vivir la Dolce Vita:
La Dolce Vita es en italiano “la buena vida”, una forma
equilibrada que proporciona placer, satisfacción y felicidad. Los italianos
practican de muchas maneras este arte cotidiano del buen vivir: con su gastronomía,
con su arte, con su manera de ser, hasta con su forma de expresarse y de
vestirse. Es imposible no amar sus sonrisas y su estilo de vida descontraído y
elegante.
1. Opten por el lujo simple. Para los italianos la elegancia es
algo natural, algo que se vive de manera sencilla y sin complicaciones. Tal vez
su propia experiencia cotidiana, los ha hecho estar tan acostumbrados a
rodearse de arte y belleza arquitectónica que lo natural sea que elijan también
rodearse de ella en sus hogares, en su día a día. Pero recuerden, lujo no es
comprar 10 pares de zapatos de un tirón. Es elegir un par perfecto.
2. Disfruten de la mesa y de la
sobremesa. La comida
no es solo para nutrir el cuerpo. También son una oportunidad para nutrir el
alma, para celebrar a los amigos, a la familia, a la pareja. En Italia la vida
gira en torno a la comida. Los italianos aman comer –algo que se evidencia en
sus interminables conversaciones sobre comida, platos, recetas, vinos, bebidas.
No es de extrañar que se tomen dos horas de almuerzo (a veces más), porque no
sólo disfrutan sus pastas, sino también de la compañía. La dolce vita es saber
tomarse un tiempo para comer tranquilos, comer bien y en buena compañía. Es
relajarse tras el último bocado con un café o unos traguitos con los amigos,
sin prisa entregándose al saludable hábito del chiacchierare o charlar en
la sobremesa.
3. Háganse de tiempo para ustedes
mismos. No todo es
trabajo en la vida. Los italianos lo saben muy bien. Dense tiempo para vivir,
para disfrutar. Unas horas para leer un buen libro, para encontrarse con los
amigos, para salir a caminar, pasear, practicar algún deporte, entregarse a
alguna de sus pasiones. Es muy fácil distraerse con el trabajo, con las
obligaciones y olvidarse de sí mismo. Pero la vida carece de sentido si no la
sabemos disfrutar. Vivir la dolce vita significa hacer justamente, cada vez que
puedan, aquello que más les gusta.
4. Vivan nuevas experiencias. No hay nada mejor que un viaje para
vivir nuevas experiencias. Los viajes nos permiten cambiar de perspectiva,
explorar cosas nuevas y ver al mundo de manera diferente. Cambien sus rutinas y
sean espontáneos. Los italianos saben hacerlo como ninguno. No sólo se toman
todo el mes de agosto, pero cualquier feriado largo o fin de semana ya es
suficiente para escaparse un par de días al campo, al mar o a la montaña.
Todo en la vida se disfruta mejor con calma. El
verdadero sentido de la Dolce Vita es saber darse tiempo para saborear esa
dulzura, disfrutar el estar vivos y gozar de la sencilla belleza de la vida
misma.
Anita Ekberg no es solo una mujer, es un VOLCAN! como dicen "a force of nature" Una goddess! Nunca me voy a olvidar de la escena de la fuente.
ResponderEliminarSu figura era de otro mundo!
Sandra wears Prada