domingo, 26 de diciembre de 2010

CENICIENTAS REALES: Historias de amor y bodas de cuento de hadas


Erase una vez en un país muy lejano una joven llamada cenicienta, maltratada por su madrastra y crueles hermanastras, quien gracias a la ayuda de un hada madrina, fue a una fiesta, conoció a un príncipe y se enamoraron a primera vista. Al regresar a su casa a la media noche, perdió su zapatito de cristal y el príncipe lo usó para encontrarla y vivieron felices para siempre.

Durante mucho tiempo el hecho de que un príncipe se casara con una plebeya era tan fantasioso como que una calabaza se transformara en carruaje. La historia de Cenicienta era irreproducible en la realidad por la sencilla razón de que los príncipes tenían prohibido casarse con plebeyas. Los casamientos de la realeza estaban casi siempre arreglados para crear alianzas políticas y aumentar patrimonios. Como es de esperar, estos matrimonios estaban plagados por infelicidades e infidelidades. Famoso es el caso de Isabel II de España, casada con un “igual”, su primo Francisco de Asís, abiertamente homosexual, quien parece que llevaba más firuletes que la novia en el día de su boda. La Reina española se hizo de una lista de amantes tan larga y escandalosa que hasta puso en duda la legitimidad de los cuatro herederos que tuvo con Francisco.

Uno de los primeros en casarse con una plebeya fue el tristemente célebre Rey Enrique VIII de Inglaterra, quien para casarse con su verdadero amor, la plebeya Ana Bolena, provocó el cisma de la iglesia de Inglaterra al divorciarse de su nobilísima esposa Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos. Pero esta historia de Cenicienta no tuvo un final feliz, en vez de comer perdices, Ana Bolena terminó decapitada para que el rey pudiera pasar a la siguiente plebeya: Juana Seymour, dama de compañía de su esposa e hija de un simple caballero. Tras la muerte de Juana, el rey contrajo nupcias con otras dos plebeyas: Catalina Howard, hija de un hijo segundón endeudado y pobre, quien también perdió la cabeza en el patíbulo, y Catalina Parr, quien por suerte mantuvo su cabeza gracias a la muerte del Rey.

Pero el caso de Enrique VIII de convertir a plebeyas en reinas legítimas, en su época fue excepcional. Existían leyes monárquicas que si bien permitían el matrimonio morganático, unión realizada entre dos personas de rango social desigual, al realizarlo su cónyuge y herederos de la unión no podían obtener títulos, privilegios ni propiedades del noble. Los nacidos de estas uniones eran conocidos como hijos morganáticos, considerados legítimos pero sin derechos sucesorios sobre el trono,

Por ende, muchos nobles solo podían casarse con sus amadas tras enviudar, siempre y cuando tuvieran asegurados herederos legítimos al trono. Este fue el caso del Rey Sol Luis XIV quien en 1683, luego de quedar viudo, se casó con su amante Madame de Maintenon en una boda secreta. Ésta era la institutriz de los hijos ilegítimos que el Rey había tenido con su amante previa, Madame de Montespan y no solo era plebeyísima, sino que había nacido en una cárcel. El Gran Delfín, hijo heredero del Rey Sol y su primera esposa María Teresa de Austria, siguió los pasos del padre, casándose en secreto al morir su esposa Ana de Baviera, con su amante Marie-Emilie de Joly de Choin.

Otro matrimonio morganático con tristísimo final fue el de Francisco Fernando de Austria y la condesa Sofía Chotek, que si bien perteneciera a una familia checa de alta nobleza, no era una Habsburgo ni estaba relacionada con alguna casa real europea, por lo que no era considerada a la altura suficiente para casarse con el heredero al trono imperial. Para casarse con ella, el príncipe renunció a los derechos sucesorios al trono Austrohúngaro de sus futuros herederos. El 28 de junio de 1914, irónicamente su aniversario de bodas, ambos fueron asesinados en un atentado nacionalista en Sarajevo, que más tarde desataría la Primera Guerra Mundial, al negárseles una escolta y protección militar oficial adecuada con la excusa de la que consorte real no era en sentido estricto miembro de la familia imperial.

En España, fue muy sonado el caso del Príncipe de Asturias Alfonso de Borbón y Battenberg, hijo de Alfonso XIII, quien renunció al trono en 1933 en el destierro para casarse con la cubana Edelmira Sampedro y Robato. Pero sin duda alguna, la renuncia por amor más famosa de la historia fue la del Rey Eduardo VIII, quien en 1937 abdicó a la corona inglesa para casarse con la norteamericana plebeya y dos veces divorciada Wallis Simpson, con quien compartiría el título de Duques de Windsor.

Pero las verdaderas historias de Cenicienta, son las de estas plebeyas del siglo XX y XXI, quienes mezclaron su roja sangre plebeya con la sangre azul de sus príncipes, casándose con ellos, sin tener que renunciar a nada, alguna de ellas incluso llegando a convertirse en reinas… haciendo realidad el cuento de hadas.

Grace Kelly y Raniero III de Mónaco: El príncipe monegasco se convirtió en oveja negra de las Casas Reales europeas al casarse con la actriz de Hollywood y ganadora del Óscar Grace Kelly, abriendo así la puerta de las bodas reales entre príncipes y plebeyas. La actriz tuvo que renunciar a su exitosísima carrera cinematográfica, para convertirse en la Princesa Gracia Patricia de Grimaldi. La pareja se conoció durante el festival de Cine de Cannes, al cual la actriz fue invitada por el gobierno francés. El Príncipe, prendado por su belleza la invitó a dar una gira del palacio. Cuando la actriz volvió a reincorporarse al elenco de Alta Sociedad, cinta que estaba rodando, el príncipe la siguió a Filadelfia, proponiéndole matrimonio. El anuncio del compromiso causó una verdadera conmoción y muchas de las casas reales europeas se negaron a asistir a la boda. Contrajeron matrimonio el 19 de abril de 1956 en la Catedral Monegasca de San Nicolás. A la ceremonia asistieron 1100 invitados, entre los que se encontraban estrellas como David Niven, Gloria Swanson y Ava Gardner y 1600 periodistas. Tras la ceremonia la pareja recorrió el principado en un Rolls Royce negro y crema y saludaron tras del banquete a los más de 600 invitados congregados en el palacio. La actriz de icónica belleza y elegancia vistió un vestido diseñado por Helen Rose, diseñadora de vestuario de los estudios Metro Goldwyn Mayer, en encaje francés, de cuerpo ceñido con mangas y falda amplia realizada con metros de tafeta de seda peau de soie. Llevó un velo decorado con perlas y elaborado con 110 metros de tul y prescindió de las joyas, optando por unos simples aros de perla y brillando con su arrebatadora belleza. En contra de todas las previsiones de la ofendida realeza, Grace Kelly fue feliz en su matrimonio y estuvo siempre a la altura del título de princesa. Curiosamente, las dos hijas de la pareja Carolina y Estefanía, contrajeron nupcias con plebeyos. El príncipe heredero, Alberto, recientemente anunció su compromiso con la plebeya nadadora olímpica sudafricana Charlene Wittstock.


Rey Harold V de Noruega y Sonia Haraldsen: La historia de amor de los actuales reyes Noruegos no fue todo color de rosa. El compromiso y la boda de ambos levantaron un fuerte debate sobre el futuro de la monarquía en Noruega. Tuvieron que ocultar su relación por 9 años debido al origen plebeyo de Sonia. El entonces príncipe movió cielo y tierra para que se le permitiera casarse con su gran amor. Sonia estudiaba Historia del Arte en la Universidad de Oslo y conoció al príncipe heredero en una fiesta universitaria organizada por un amigo en común, en 1959. El príncipe quedó encantado con ella y la invitó a su Graduación de la Academia Militar. El Rey Olaf quería que su hijo se casara con una princesa de sangre real, oponiéndose a la relación, enviando al príncipe a estudiar a Oxford para mantenerlo alejado de su novia. Sonia también fue enviada a estudiar a Suiza, donde se puso enferma y Harald se reunió con ella para volver juntos a Noruega. De vuelta en Oslo, tuvieron que mantener en secreto su relación por el estatus no noble de Sonia. No fue hasta que Harald dejara en claro a su padre, que no se casaría con otra persona que no fuera ella, haciendo pública su decisión de renunciar al trono si no autorizaba su boda. Al ser el único heredero, esta amenaza hacía peligrar la continuidad de la Familia Real, por lo que tras 9 años, el Rey Olaf terminó dando su consentimiento para que se casaran. Se casaron el 29 de Agosto de 1968 en la Catedral de Oslo. Se temía que el día de la boda pudieran producirse grandes protestas, pero la ceremonia transcurrió sin problemas. Incluso se recuerda especialmente la romántica idea de que el baile nupcial se abriese con un vals compuesto especialmente para ellos y titulado "Escuchad la voz de vuestro corazón". Con este matrimonio, se logró romper un tabú y se convirtió en la primera esposa sin sangre azul del trono Noruego. El traje de novia fue diseñado por la propia Sonia, quien había cursado estudios profesionales en diseño de moda en 1954; un vestido en corte A en seda blanca con un discreto bordado en pedrería.

Rey Carlos XVI Gustavo de Suecia y Silvia Sommerlath: Desde 1797 no se celebraba en Suecia el matrimonio de un monarca reinante. Carlos Gustavo de Suecia subió el trono a los 27 años tras la muerte de su abuelo en 1973 ya que su padre había muerto en un accidente de aviación en 1947. Su compromiso con Silvia Sommerlath, intérprete y azafata de origen alemán-brasileño y tres años mayor que él, no fue del agrado de todos los suecos. Pero el rey siempre había dejado en claro que solo se casaría por amor… y cumplió con su palabra. Se conocieron en 1972, durante los Juegos Olímpicos de Múnich, donde ella era la encargada de acoger a las personalidades. Se casaron el 17 de junio de 1976 en la Catedral de Estocolmo. Alrededor de 1200 invitados asistieron a la ceremonia. La ceremonia fue televisada y vista por alrededor de 500 millones de telespectadores. Un detalle romántico: momento en que el Rey le puso el anillo a Silvia solo lo vieron ellos y los oficiantes ya que quisieron conservar este momento para sí solos. La novia llevó un sobrio vestido de mangas largas de Christian Dior en color marfil, completamente liso y con una larga cola que arrancaba arriba del talle. El velo, bordado de encaje era una reliquia de la familia Bernadotte llevada por la madre del Rey, la princesa Sibylla y por sus hermanas en sus bodas. Llevó una diadema con siete camafeos romanos incrustados en oro rojo y perlas hecha para la emperatriz Josefina Carlota de Francia y regalo de Napoleón Bonaparte. El ramo era de orquídeas blancas, un par de ramitos de jazmín y lirios del valle. Tras la ceremonia recorrieron en una carroza la ciudad de Estocolmo hasta llegar al banquete de bodas organizado en el palacio Vita Havet. Este año, su hija, la princesa heredera Victoria, se casó con el también plebeyo Daniel Westling en el mismo lugar y el mismo día en que lo hicieron sus padres.

 
 Enrique de Luxemburgo y Maria Teresa: Los grandes duques de Luxemburgo tampoco lo tuvieron fácil, pues la madre de Enrique, la princesa belga Josefina Carlota, no aprobaba la unión debido al origen plebeyo de la novia, nacida en Cuba y criada en Europa y de personalidad muy efusiva y “tropical”. Ma. Teresa conoció a Enrique mientras estudiaba Ciencias Políticas en Ginebra. Pero en realidad Ma. Teresa no conoció a un príncipe, sino a un compañero de universidad, pues el príncipe se hacía llamar Enrique de Clairvaux para conservar el anonimato y solo se enteró tiempo después que su pretendiente era el príncipe heredero de Luxemburgo. Se casaron tras 4 años de noviazgo en la catedral de Nuestra Señora de Luxemburgo en 1981, eligiendo la romántica fecha del Día de los Enamorados. En medio de un frío intenso, los grandes duques salieron al balcón principal del palacio Gran Ducal a saludar a las miles de personas que llenaban las calles. El traje de María Teresa fue diseñado por Pierre Balmain. De corte clásico y falda ancha, hecho completamente con alforzas, sus bordes estaban rematados en piel. Llevó un velo de tul y la diadema del Diamante del Congo, propiedad de la Gran Duquesa Josefina Carlota.


Príncipe Carlos de Inglaterra y Diana Spencer: La boda del Príncipe de Gales con la aristócrata maestra de guardería de 20 años, Diana Frances Spencer fue la primera boda en 300 años entre un príncipe heredero al trono y una mujer inglesa. Fue considerada la boda del siglo, siendo uno de los acontecimientos de mayor repercusión internacional de la historia. Las calles de Londres se llenaron con 2 millones de personas y la ceremonia fue vista por más de 750 millones de espectadores. Si bien el matrimonio no tuvo un final feliz, la boda de la “princesa del pueblo” fue una auténtica boda de cuentos de hada. El Príncipe Carlos conocía a Diana desde que era una chiquilla ya que había tenido un romance con su hermana mayor, Sara. Pero recién se fijó en ella durante el verano de 1980, cuando ambos coincidieron en un partido de polo en la campiña inglesa. A los 6 meses de noviazgo, el príncipe le propuso matrimonio durante una cena en el Palacio de Buckingham con un anillo compuesto de un enorme zafiro rodeado por 14 diamantes. El 29 de julio de 1981, 3500 invitados asistieron a la ceremonia realizada en la Catedral de St. Paul. Entre ellos se encontraban más de 170 Jefes de Estado y toda la aristocracia europea. La novia llegó a la iglesia en una carroza de cristal. Durante la ceremonia, lady Di omitió la palabra “obedecer”, lo que causó una conmoción en la época. Tras la ceremonia se realizó una cena de gala para 700 invitados en el Palacio de Buckingham. El recargado vestido de inspiración victoriana de la novia, diseñado por David y Elizabeth Emmanuel, en tafetán de seda marfil con grandes volados y mangas abullonada, estaba bordado con casi 10.000 perlas y tenía una cola de más de 7 metros y medio. Los zapatos eran una babuchas en seda marfil decorada con 150 perlas aplicadas en forma de corazón y suelas pintadas a mano en oro. Lady Di llevó un velo de tul y una espectacular tiara de diamantes.



Las bodas reales del Siglo XXI, presentaron a una nueva generación de princesas plebeyas quienes demostraron al mundo el triunfo del amor por encima de las rígidas tradiciones monárquicas.

Príncipe Haakon Magnus de Noruega y Mette Marit Tjessem: Esta fue la primera boda real del siglo XXI en ser atacada por la opinión pública por la elección de la futura reina. Siguiendo los pasos de su padre, el Rey Harald V, Haakon terminó enamorándose de una plebeya, pero no solo plebeya, sino también madre soltera, hija de divorciados, con un pasado de adicción a las drogas, ex novia de un narcotraficante, sin estudios y que estando embarazada había aparecido en programas de TV buscando novio. Los presentaron el Príncipe Felipe de Borbón y su novia de entonces, la modelo noruega Eva Sannum. A pesar del polémico noviazgo, contaron con el apoyo incondicional de la madre del príncipe, la reina Sonia, quien habiendo tenido que sortear muchas trabas para casarse con el Rey por su condición de burguesa, comprendía muy bien a su nuera. Se casaron el 25 de agosto de 2001 en la Catedral de Oslo. Como los novios habían atravesado una infinidad de impedimentos, la boda fue muy emotiva. El momento más destacado fue cuando el novio no pudo contener las lágrimas y rompió a llorar de emoción, contagiando a su vez a Mette Marit. La novia lució un traje de corte minimalista, con mangas largas, escote cuadrado y falda recta. Usó pocas joyas y el “algo azul” que tradicionalmente llevan las novias era el anillo de zafiros de su madre. Llevaba un ramo de flores silvestres muy extraño por su longitud y extrañeza de las flores y plantas empleadas en su creación.




Guillermo de Holanda y Máxima Zorraguieta: La boda entre el príncipe de Orange y la financista argentina también generó muchas controversias, debido a que el padre de ésta había sido Ministro durante la dictadura argentina del general Jorge Videla. Tras la autorización del Parlamento, la boda finalmente se llevó a cabo, aunque el padre de la novia no fue invitado a la ceremonia. La pareja se conoció en Sevilla en mayo de 1999, durante una fiesta organizada por amigos en común. El 2 de febrero de 2002 ambos se casaron en la catedral de Ámsterdam, siguiendo el rito de la Iglesia Reformada Holandesa. Como el padre de la novia tenía prohibido el ingreso al país, la novia llegó al altar del brazo de su prometido. Durante toda la ceremonia Máxima luchó por contener sus lágrimas, cediendo finalmente al escuchar la música del bandoneón con el tango “Adiós Nonino” de Piazzola. Tras la ceremonia compartieron un banquete  con miembros de todas las casas reales europeas. La pareja abrió el baile de bodas con “New York, New York” de Frank Sinatra. Tras la recepción se dieron cinco besos en el balcón del Palacio Real frente a una multitud de 80.000 personas que los aguardaron toda la noche en la plaza Dam. La novia fue vestida por Valentino, en mikado de color marfil, de corte clásico y sobrio, con una falda de 5 metros de cola. El velo de tul de seda con detalles florales realizados a mano, remataba en una valiosísima tiara de diamantes propiedad de la reina Beatriz, quien la había lucido en su boda con el Príncipe Claus. También llevó unos aros largos de diamante y una pulsera de brillantes y platino. Su bouquet estaba compuesto por rosas, gardenias y lirios blancos.



Federico de Dinamarca y Mary Donaldson: El matrimonio del príncipe heredero al trono danés y la abogada australiana hija de un profesor de matemáticas también tuvo sus dificultades. A Mary Donaldson le costó mucho ganarse el favor de su suegra, la reina Margarita, quien no solo se negaba a conocerla, sino también intentó evitar la boda hasta el último momento. Se conocieron durante los Juegos Olímpicos de Sídney en el 2000 en un bar llamado Slip Inn. Una amiga de Mary la invitó a salir con un grupo de españoles que participaban en los juegos y que se encontraban con un amigo suyo, el sobrino del Rey de España, Bruno Alejandro Gómez-Acebo. Al buscarlos del Hotel la amiga se llevó una sorpresa ya que el sobrino del rey traía consigo a un grupo de príncipes europeos que querían descubrir la ciudad. Mary los esperaba en el bar. Al llegar el grupo, el príncipe se presentó como Fred y Mary no sabía que era el príncipe de Dinamarca. Terminaron sentándose juntos en la mesa y no pararon de hablar toda la noche. Tras ese encuentro se mantuvieron en contacto por internet y teléfono y el príncipe viajó varias veces en secreto para visitarla en Sídney donde comenzaron una relación secreta. Se casaron el 14 de mayo de 2004 en la Catedral de Copenhague, por el rito luterano, ante 800 invitados, entre los que se encontraban miembros de 23 casas reales. Ambos no pudieron contener las lágrimas durante la emotiva ceremonia. La novia fue vestida por el modisto danés Uffe Frank, discípulo de Armani, en color crudo, con una larga cola y una mantilla cubierta por una diadema de diamantes. Llevó un original ramo de flores blancas montadas en bouquet y otras en caída.


Príncipe Felipe de Borbón y Letizia Ortiz: La boda del príncipe de Asturias y de la periodista asturiana de intachable carrera fue muy polémica debido a su origen ultra plebeyo (es hija de un taxista y una enfermera) sumado al hecho de que era divorciada. En España existía una ley vigente desde 1776 que rige la sucesión de la dinastía española y que impide a un heredero al trono casarse con una mujer que no sea princesa de sangre real sin renunciar al trono. Pero afortunadamente la existencia de esta ley que muchos tachaban de arcaica no afectó al enlace. Se conocieron en el 2002, durante una cena privada en la casa de Pedro Erquicia, director de “Documentos TV”. Fue de pura casualidad ya que Letizia fue invitada a último momento. Continuaron viéndose en secreto y compartieron un viaje junto antes de anunciar oficialmente su compromiso. Como Letizia se casó anteriormente solo por civil, no existió ningún obstáculo para su casamiento por la iglesia y pudo disfrutar de una boda religiosa de ensueño. Se casaron el 22 de mayo de 2004 en la Catedral madrileña de La Almudena, ante 1400 invitados. La ceremonia fue austera debido al recuerdo a las víctimas del atentado del 11 de Marzo. Pese a la lluvia, muchos ciudadanos acudieron a saludar a la pareja durante el recorrido que hicieron en un Rolls Royce por el centro de Madrid. El banquete nupcial se llevó a cabo en el Palacio Real. La novia iba vestida por Pertegaz, con un traje en seda natural marfil con una cola de 4 metros y medio bordada en hilos de plata y oro con motivos heráldicos. Como velo llevó un manto de tul de seda bordado a mano con guirnaldas que mezclaban la flor de lis y la espiga y rematado en una diadema estilo imperio de platino y brillantes, la misma que luciera la Reina Sofía el día de su boda. Para compensar la diferencia de estaturas entre los novios, Letizia lució unos altísimos zapatos hechos a medida con la misma tela del vestido, firmados por Pura López. Llevó un ramo en cascada compuesto por lirios (emblema de los Borbones), rosas, flor de mayo, azahares y espigas de trigo. Como buena española, también llevó un abanico de encaje del siglo XIX montado en madreperla.




 Abdalá II de Jordania y Rania Al-Yassin: En el medio oriente el matrimonio entre príncipes y plebeyas es algo común. El padre de Abdalá, el Rey Hussein, estuvo casado con tres plebeyas: Muna (secretaria británica a quien conoció en el set de Lawrence de Arabia), Alia (hija de un diplomático egipcio) y Noor (una arquitecta americana). La joven licenciada en informática, nacida en Kuwait e hija de palestinos, rompió moldes en el mundo árabe convirtiéndose en un ícono de elegancia y auténtica embajadora del medio oriente en occidente. Se conocieron en 1991, cuando Abdala visitaba a uno de sus cuñados, responsable del City Bank en Amán, donde Rania trabajaba en del departamento de informática. Prendado por su belleza la invitó a cenar y a los pocos meses anunciaron su boda. Cuando Rania fue presentada a la familia real, la reina Zein, abuela del novio, le dijo muy acertadamente: “Tu serás la joya de nuestra corona.” Se casaron el 10 de junio de 1993 en Amán. Como es tradicional entre los musulmanes se realizaron dos recepciones, una pública y otra privada. Los dos vestidos que lució fueron diseñados por el británico Bruce Oldfield, que se inspiró en diseños sirios para hacer los bordados en hilo de oro, de gusto oriental que llevaron ambos vestidos.



Mohamed VI y Lala Salma Bennani: Pese a los 14 años de diferencia entre ambos, Salma pudo ponerle freno a una tradición muy arraigada en la monarquía marroquí: la poligamia. Como condición para aceptar casarse con él, Salma exigió la monogamia y la disolución del harén. El rey conoció a la joven ingeniera informática hija de un importante ejecutivo bancario en una fiesta privada en 1999. A pesar de que su amor era un secreto a voces, optaron por mantener reservado el romance. Al hacerse público el compromiso, el rey entregó información e imágenes de la futura reina a los medios, algo muy significativo ya que las reinas marroquíes siempre habían permanecido ocultas. La boda, celebrada el 21 de marzo de 2002 en una íntima y tradicional ceremonia musulmana en el Palacio Real de Rabat, fue llevada a cabo ante los Adoules o jueces que presentan a los contrayentes un detallado contrato matrimonial escrito a mano que ambos deben firmar. Tras la boda, los festejos duraron tres días. El primer día la novia permaneció cubierta con un velo de seda verde que le cubría el rostro y un Kaftán bordado del mismo color, con un cinturón de oro y piedras preciosas. Sentada sobre el trono, fue paseada siete veces por las salas del palacio. El segundo día la novia vistió un Kaftán oriental blanco y bordado y no llevó velo. El tercer día, los novios se mostraron juntos en público y disfrutaron de una gran fiesta que convocó a casas reales de orientales y europeas.



Naruhito y Masako: También Japón tiene su historia haciendo equilibrio entre las tradiciones milenarias niponas y los nuevos tiempos. El emperador Akihito tuvo que sortear muchísimas trabas para lograr casarse con la cristiana y plebeya Michiko. El heredero al trono, Naruhito, siguió los pasos del padre enamorándose de Masako, una plebeya de carrera diplomática, a quien conoció en 1986 en un concierto en Japón en honor de la infanta Elena. Sin embargo no mantuvieron contacto y recién volvieron a encontrarse en 1992. Masako renunció a su carrera diplomática para casarse con Naruhito, ataviada con un tradicional traje nupcial japonés de más de quince kilos de peso.



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